viernes, 29 de abril de 2022

OBJETIVACIÓN DEL SENTIDO DE VACÍO EN LA DESTRUCCIÓN DEL PAÍS


 
MONICIÓN

El texto presente es un extracto de una investigación amplia sobre una Arqueología del sentir a Venezuela, donde la estética del dolor de país se asume como una posición de entendimiento superior al incorporar la subjetvidad etnopsicoanalizada del antropólogo al proceso de conocimiento. Los marcos de esa estética se colocan al comienzo como referencia y búsqueda de llegar al dato etnográfico. Despúes de varios recorridos teórico intermedios, la interpretación del cuerpo final constituye la elaboración de un tejido de actualización aplicativa al fenómeno de destrccuión del país desde el análisis cultural.

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¿Cómo iba a objetivar mi sufrimiento de país en situación de destrucción, bajo una condición de guerra híbrida)?, ¿y con estos presupuestos prevenidos cómo exorcizar los discursos regresivos del colectivo social, a los que nos atenemos para objetivar el sentir a la etno-psico-sociedad venezolana y pensarlo como uno de los principios productor de tal situación y condición? Si bien a nivel social y político, el país venezolano ha estado, y está expuesto, a moverse constantemente en su superficie, sin embargo, a nivel cultural --sometido a una visión de hondura del sentido--, sigue ostentando el mismo talante o ethos cultural.

A dicha hondura hemos visto un país de recolectores con un ‘efecto Venezuela’ mayor por el colapso y la destrucción del país, mientras que a nivel ideológico el país como el resto de la región, sigue como  “los latinoamericanos de no estar satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo qué queremos ser” (Rangel, 20). Esta desorientación social se enraíza como desorden étnico que “impide construir y administrar (se en) un orden social. Los síntomas de esta auto-destrucción social se encuentran en el habla de tendencia esquizofrénica…y en el nivel simbólico se juega en una ‘ensalada de palabras’ (Devereux, 1973: 253-254)” (Hurtado, 1995: 213)[1].

En la esquizofrenia existe una incomprensión del mundo exterior asociada al negativismo social (Devereux, 1973: 257). Tenemos que dar una ronda por todo el laberinto con alusión histórica actual, así como introducirnos después en los sótanos del sentido anudado en complejos, dobleces, desequilibrios, tramoyas de relaciones entretejidas en las acciones sociales, para lograr alguna comprensión de por qué hemos llegado en Venezuela a la situación de destrucción en que se encuentra.

Sin ir muy lejos, podemos venir a los días del siglo XXI y encontrarnos con Roberto Mangabeira, ex-ministro de Lula da Silva, que sostiene que “La muerte de Chávez no cambia nada sustancial. Es muy importante para el pueblo venezolano pero el problema de fondo de América del Sur es el mismo antes y después de su muerte: la falta de un modelo de desarrollo que abra el camino para el futuro”…“En América del Sur hay muchas buenas intenciones, pero pocos proyectos de cambio estructural. Vivimos aún bajo un colonialismo mental. Nuestras instituciones son todas importadas”.

Mangabeira propone una rebeldía intelectual al servicio de la innovación institucional. Esta rebeldía de lo social debe atacar y perforar el cerco impuesto, de un lado, por el poder del Estado, y, de otro lado, por la ideas del imaginario popular. Mangabeira se detiene en el Estado, nosotros en el imaginario popular. A la doble tarea a ejecutar, Mangabeira la identifica como una insurrección intelectual. A nosotros nos interesa el cerco instalado por la costumbre matrisocial al pensamiento de la cultura social, aunque lo matrisocial recubre también al modo de hacer el Estado; por su parte, pensamos que el imaginario popular, para Venezuela, cubre a toda la estructura social.

En un territorio donde hay un vacío de proyectos sociales (Paz, 90) proponer un proyecto de sentir al país desde el análisis e interpretación científica,  apunta a mostrase como una forma de insurrección intelectual. A estas alturas del problema de cómo Venezuela ha llegado a la situación de destrucción, y precisamos de autodestrucción, tocando las ideas y acciones del imaginario popular, no podemos menos que incorporar a esta responsabilidad al Estado en su conexión con el pueblo o sociedad, y por otro, nos auto-incorporarnos a su observación como dolientes testigos de dicha autodestrucción del país.

Al Estado y sus fautores como sujetos de dominación porque su política es echar las culpas al pueblo de sus desgracias, y salvarse a sí mismo: sabemos que el problema tiene su ida y vuelta entre el estado y el pueblo; por nuestra parte, al incorporar nuestra subjetividad incorporada queda implicada la necesidad de observar y construir la objetividad a partir de la tarea crítica de hacer ciencia: más allá de descifrar el poder de dominación del Estado, se encuentra más acá el sentido antisocietal de la cultura matrisocial del pueblo.

Nuestra subjetividad está reconfigurada por una antropologización doliente de país, adquirida por un compromiso ético, análogo a la función de Moisés de enfrentar al pueblo que pretendía su regreso a la esclavitud en Egipto debido a no aceptar el trabajo de asumir la liberación de pueblo como proyecto a realizar.   

En nuestra opción sentimos que estamos direccionados hacia una insurrección intelectual, querámoslo o no; tal es el sentido de mito o presupuesto científico con el que se pretende descifrar los sentidos de la autodestrucción de país en Venezuela. En la operación se encuentra el señalamiento de la cultura a través de una estética del dolor de país; para realizar esta estética se incorpora la subjetivación psicoanalizada del antropólogo como la técnica para dar con, y descifrar, el sentido de dicha autodestrucción.

Por su parte, para objetivar el sentido de país venezolano, nos referimos a los estratos a considerar como son los complejos culturales o la relación obliterada con la realidad, los embrollos culturales o los intercambios desequilibrados de los sentidos, los dobles códigos etnopsiquiátricos o los pespuntes de los sentidos contrariados, y los tramos desdoblados del comportamiento en cuya tramoya se entretejen como en recovecos los sentidos de un orden social precarizado.

Como valla que rodea a estos estratos se encuentran los desórdenes étnicos, como la desorientación social, que generan los contratiempos entre la cultura y la sociedad; allí la etnicidad se fagocita a la realidad de la sociedad de un modo inmisericorde, tanto que se siente la puja de la sociedad como una propulsión anormal, a veces a destiempo, y como de una lucha muy dificultosa.

Referencias

---Devereux, Georg (1973). Ensayos de etnopsiquiatría general. Barcelona: Seix Barral.

---Hurtado, Samuel (1995). Cultura matrisocial y sociedad popular en América Latina. Caracas: Trópykos y Comisión de Estudios de Postgrado de la Universidad Central de Venezuela.

---Mangabeira, Roberto (2013). “El proyecto suramericano es una fantasía en la que prosperan ilusiones retóricas”. El Nacional, Caracas, 24 de marzo. Entrevista por Martín Aguirre.

---Paz, Octavio (1993). E laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica. C.P. 471.

---Rangel, Carlos (1982). Del buen salvaje al buen revolucionario. Caracas: Monte Ávila editores. Prólogo de J-Francois Revel.



[1] “Lo importante es que no haya silencios en el lenguaje y que éste se llene con todos los elementos a mano, de desechos, de remiendos. Se trata de solucionar la esquizofrénica con paranoia. Esto implica un problema de realidad, donde el actor social no somete a prueba sus resultados (‘como vaya viniendo vamos viendo’); por lo tanto esquizofrénicamente va navegando en sentimientos de irrealidad que funcionan paranoicamente como realidades” (Hurtado, 1995: 213).

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