jueves, 3 de diciembre de 2020

EL PAÍS ENTRA A LA FIESTA CON RENCOR DE DUELO

 

 

Vives ya en la estación del tiempo rezagado:

lo has llamado el  otoño de las rosas.

Aspíralas y enciéndete. Y escucha

cuando el cielo se apague, el silencio del mundo.

 

Francisco Brines

Premio Cervantes 2020.

 “Quiero volver a creer. No hay nada en el mundo que quiera más –además de volver a pisar, andar, tocar, respirar mi país— que volver a creer en Venezuela. Volver a creer en ti, volver a creer en mí como venezolano, en todos como nación, en “nosotros” como cultura, pero me cuesta. La ingratitud y el olvido nos devoran. Somos Saturnos venezolanos, devorando a nuestros hijos ¿Por qué no podemos reconocer valor donde valor hay? ¿Por qué no somos capaces de admitir y  admirar nuestros esfuerzos? ¿Por qué coño olvidamos? ¿Por qué tanta ingratitud? Piénsalo, tú eres parte de la misma devastación: no creer[1].

Con el título interno de “Mirando al centro de nuestra propia incredulidad”, el intelectual venezolano se dirige con nostalgia a preguntarse por qué la ausencia de capacidad para generar la confianza en el país que pasa por ti y  por mí, por todos juntos. Parece que ese deseo se estrella contra la frustración y el fracaso, lindantes con la no-aceptación de nosotros mismos.

En su inquietante desazón apunta firme a lo que constituye una sociedad: la confianza, la fuerza básica de saber pertenecerse juntos. Necesita tender un gancho al quicio donde se sostiene el valor y la existencia de sí mismo y de todos. En todo sitio y lugar, la creencia significa un desafío ante la paralización que implican la desmemoria y el desconocimiento de lo propio. Cosa curiosa, es un desafío propuesto con énfasis en lo infatigable: Tanto, diríamos, le duele el país, que parece entonar un duelo sin el aguafuerte del rencor, cuando la conducta cultural del país, rezuma un rencor de duelo impregnado de una suerte de pesimismo cuando llegan estas fiestas navideñas del 2020 y no tiene asegurado el ritual del consumo apropiado.

No es extraño que ese dolor entre en la duda de la confianza cuando experimenta la dificultad de cargar solo con el atrevimiento de pensarse a sí mismo al sentir que le devora la ingratitud y el olvido en el conjunto nacional del nosotros. Pero es extraño que un intelectual no procure saber o entender las preguntas que se hace a sí mismo. Estas preguntas aparecen en el relato como un muro que no se puede atravesar, y mostrar la inquietud de lo que hay detrás, como afuera, pese al afán de  interpelar desde dentro a lo personal de ti y de mí (tú y yo), a lo impersonal del nosotros, de la nación. Interpelación que trata a todos y cada uno como sujetos que deben responder contando con las mutuas confianzas.

Pero de todo esto lo que me pone en cuestión es que aún tal atrevimiento intelectual se queda a mitad camino: se pregunta pero no aterriza su respuesta para explicarse sobre la razón del olvido y la ingratitud de los habitantes de este placentero país, tan placentero que la manifestación de su placer llega a los límites de lo escandaloso. Esta falta de explicación condena al país a un precario interés por buscar la salida a su problemática. Para colmo, si en otras ocasiones el intelectual acude a la historia del país es un analfabeto en el mito, y si acude al mito cultural no sabe aplicarlo a la historia y a la realidad. Porque además no sabe de historia del país y no tiene bien diseñada la realidad etnocultural del país, aún la viva al tope como sujeto social. En esta situación general, especificamos que no es extraño que aún en sus mejores fiestas del año 2020, como son la Navidad y la Noche Nueva del año que comienza, el país entre en un duelo de muerte anunciada bajo el duro rencor de una agonía inercial de sí mismo.

Extraño y al mismo tiempo curioso si atendemos a la falta de respuesta al diagnóstico político que le está ahogando. Porque si siempre hacemos las mismas cosas según nos tienen acostumbrados, cuyos límites son andar de queja en queja, de amenaza mágica en amenaza promisoria, como unos cortocircuitos retrógrados, nuestra inercia, como cultura, seguirá esperando que la solución venga de un cielo apagado, sin haber encendido, como alternativa, la escucha del mundo cuyo silencio no da buenas señales para la libertad del pueblo venezolano.

¿Cómo sacar del potencial de la fiesta la fe en la vida del país cuando la catástrofe de éste se halla andando, y para ello es necesario poner a un lado el resquemor que esconde la otra cara del placer conducente a permanecer en un estado festivo enajenado?

Ahora hemos entrado en el mes de las fiestas, como tiempo adelantado --las fiestas fuertes de familia--, y entramos sabiendo que en la lógica de familia cabe todo, y hay para todos, con énfasis en las fiestas por excelencia de la etnocultura venezolana como son la Navidad y la Noche Nueva con que comenzamos el Año el 31 de diciembre ¿Es posible escuchar este diciembre el silencio del mundo venezolano de “No hay para todos”? ¿Acaso sintamos que “no hay Navidad para todos”? ¿Ni el cañonazo resonará con aquel retumbar de “no hay Noche Nueva para todos”, como si nos faltara suficiente beso de mamá?

¿Cómo es que el reparto de país está limitado? ¿Cómo es eso en un país en que la fiesta siempre se vive como un derroche sin precisar su terminación? Pero en estas fiestas de diciembre 2020 y de un país tan placentero como el venezolano, resulta que en el reparto mismo está amenazada la igualdad para todos. No todos se saciarán de fiesta de un modo ni siquiera equitativo.

¿Cuál será la razón de este desaguisado festivo del país? Desaguisado que no se entiende dentro de una familia, pero también sin comprenderlo en una sociedad, cuyas relaciones sociales están tomadas por el sentido de familia. En la razón económica no se entiende esta respuesta, tampoco en la razón política, ambas atravesadas por intereses particulares del tener-poder. Si lo hacemos con carácter cultural podemos llegar a entender su psicodinamia como intereses colectivos del ser-poder, pero no logramos explicar su desvío ideológico desprendido desde los intereses de posiciones de la dominación y su poderes diseminados en el colectivo social.

Surgen entonces las ideologías con los manejos del diferencialismo (no todos somos idénticos)[2], del multiculturalismo (todos somos iguales pero yo te perdono)[3], del angelismo popular (el pueblo como inocente de los aviesos intereses de otros sectores)[4] del pietismo populista (en el origen el pueblo es auténtico)[5], del buen revolucionario (el héroe, un Robinhood, que sustrae bienes a los ricos para darlos a los pobres)[6], y hasta el del ‘santo grial’ del izquierdismo radical (minoría activa que como monopolio se apodera de los bienes culturales, y hasta los rehace, para conseguir y mantenerse en el poder de la sociedad y a costa de ésta)[7].  

Ya es un lugar manido repetir a Orwell (1984) y a la Rebelión en la Granja de que todos somos iguales, pero siempre hay unos más iguales que otros. Todos tenemos opción a la fiesta pero no todos tenemos las mismas condiciones de la existencia y de disfrute de la fiesta. En la subida del mes de diciembre tentamos esas condiciones particulares, y la diferencia abismal entre éstas en el colectivo social produce esa génesis del rencor que este año 2020 se vende con sentido de agonía del año, de duelo de final infeliz, cuando suene el cañonazo si es que tiene el ánimo de sonar en el silencio del mundo mítico venezolano.

El reparto de la fiesta tiene un sentido como de botín en una sociedad popular, como la venezolana. El asunto es que todos pujan para obtener participación en la destrucción-reparto del mismo, sin acudir a pensar que todos y cada uno colabora en la destrucción de dicho botín, y éste sin pretenderlo desaparece de la escena social sin pena ni gloria, como si él mismo hubiera decidido desaparecer (morir, morirse). Uno termina acudiendo a la ancestral sabiduría que contienen los refranes, como aquél que aprendimos ‘con la leche tibia en cada canción’ (A. Machado) de mí madre castellana en la vieja Castilla: Entre todos la mataron y ella sola se murió.

El resultado demuestra el sentido de la acción: la muerte como experiencia en solitario, que opaca el sentido de explicación del problema en la responsabilidad del matar por parte de todos en multitud. El resultado hace que la cultura y su sentido (historia y mito) funcionen ideológicamente. Los que se llevaron el mejor reparto a costa de los del menor o nulo, aparecen excusados en el origen de la muerte donde inevitablemente entran (entramos) todos como matones o matadores.

Aquí debemos hacer el camino de reversa, y aplicar las desigualdades del matar desde las negaciones de costear el compromiso de matar, bajo el cargar con la responsabilidad de todos en la muerte (genocidio) de un pueblo como único sujeto moriturus (que ha de morir en solitario) . Porque entonces la fiesta imaginada como un reparto pesa como causa de la destrucción de un modo desigual sobre los actores sociales de un pueblo. No tenemos que extrañarnos de que en las fiestas cunda como contrarréplica un rencor con sentido de duelo por parte de aquellos que se les colocó al margen del reparto, con la lógica (acaso excusa) de que “no hay para todos” o “no todos somos iguales” o “no todos tenemos las mismas condiciones” para obtener el resultado al que nos debemos.  

Fiesta y duelo, duelo con rencor, destino de catástrofe agónica para la vida de un pueblo. La madre buena con amenazas de madre mala. La suerte está echada (alea iacta est) siempre en el corazón de las fiestas anuales del pueblo venezolano, allí donde la participación del pueblo es más honda y total, donde se espera con más fe de país que en el resto del tiempo del año; son las fiestas de diciembre y de la conexión crucial con el año nuevo del enero primerizo.     

No se trata de arrebatar a lo recolector conuquero, ni de quejarse como marginal de barrio pobre, ni de amenazar como desconsolados que no logran que ‘los colaboren’ en esquina anodina de la ciudad. Estas compensaciones al reparto negado representan un síndrome de la agonía del país como indigencia en cuya situación no es posible la fiesta. Es un síndrome que supone un reparto afirmativo como el derroche de otros que consumen con exceso los recursos que se sustrajeron de la fiesta-botín que es de todos. En este desbalance que recorre toda la sociedad atravesando experiencias intermedias, se congrega el duelo del país. Con igual aunque diferente grado, todos han colaborado definitivamente a matar al país en medio de las fiestas y su rencor asociado.

El ámbito político recoge esta demostración en que el país, en fiesta, se muere solo bajo un rencor de duelo sin dueño. En tiempo adelantado, ‘otoño’ de final del ‘invierno de lluvias’ y las montañas florecidas como saliendo a una ‘primavera’ se oficializa la Navidad (mitad del mes de octubre). Oficialidad armonizada con el sentir cultural (matrisocial) de que todo el año debería ser Navidad. Decir el tiempo tropical procurando vocablos de otra geografía estacional, casi confunde nuestro sentir oportuno para acoger el sentimiento de fiesta.

Aún acogida de fiesta de política oficial, la sociedad no termina de ajustar su sentimiento debido a la apatía y a su desesperanza que  van en aumento ante las elecciones parlamentarias cuyo tiempo viene remontando hacia la fecha del 6 de diciembre; ambos sentimientos se desplazan por igual en una consideración de abstenerse de participar en el festejo electoral de acuerdo a un volumen que supera el 70%, repartiéndose en un lado, el gubernamental, y en el otro, el de oposición.

Esto no detiene la insistencia del gobierno, más bien lo enardece. Con todos los medios de comunicación a su alcance la campaña electoral se plantea la creación de un ambiente festivo en la vida cotidiana, “más propio de una elección realizada bajo condiciones auténticamente democráticas”[8]. Aún frente a la débil propaganda de la Consulta Popular, de la oposición, a realizar como contrarréplica rencorosa en los días posteriores, la población se siente agazapada y desconfiada de las posibilidades de salir del régimen, siendo un volumen considerable el que cunde como negación al régimen de un 69%[9].

Las fiestas decembrinas entran en la primera quincena del mes con festejo artificioso en torno al motivo político: el proceso de las elecciones se piensa amañado, mientras en el lado del plebiscito como consulta, supuestamente vinculante según la constitución,  se desconfía de su trascendencia debido al agotamiento de la energía política en la oposición. Al festejo artificioso le corre paralelo un sordo rencor que aniquila toda posibilidad de avanzar a la solución de la realidad del país. La consulta popular suena a impulso marginal como las pretensiones del arrebatón, de la queja vocinglera y la amenaza brujesca.

Tan ingenuas son estas pretensiones que se expresan bajo fórmulas ficcionales. Una de sus excusas es que la magia salvadora es atribuida al exterior internacional. De nuevo se creará un ambiente de seducción festiva que conllevará una nueva desesperanza colectiva cuyo resultado será un sufrimiento inútil mayor. Crecerá la fiesta general para los ‘aprovechados’  y aumentará también el rencor como un duelo por el país de parte de los postergados o excluidos de la fiesta. El asunto es que unos y otros colaboraron en ir matando al país, para al fin el país morir solo, soledad rígida que, como remedio colectivo, impersonal, no tiene dolientes.  

No hemos llegado al duelo de país con un rencor sin atribución doliente porque otros se lo han repartido mejor. Tal simpleza no cuenta con el recoveco complicado de que el principio se encuentra en el pueblo como sujeto dueño del poder.  Con una situación de suprema debilidad enajenada, lo ha cedido en el intercambio del reparto político y luce al fin como que se lo han dejado quitar en el reparto. Tal sector social identifica a los postergados de la fiesta de país: los pobres, los disminuidos en la lucha de la sobrevivencia debido a su escasez económica y mental. Siempre hay un ‘acosta de’ este grupo, en que el sentido del rencor se escamotea con un duelo de aceptación, justificada según aquello de que me cuesta enfrentar el problema y luchar por mi justicia y nuestro derecho. Pero no habrá posibilidades de que el sufrimiento sea útil y con resultados de redención positiva, sino se entra en un dolor de realidad por el país, y superar la desmemoria y desagradecimiento de la gente.

La cultura matrisocial, caracterizada por el negativismo social, juega aquí un momento y espacio terriblemente cruciales. Son las coordenadas donde  se relacionan dialécticamente los vivos y los bobos, los políticos ficcionales y el pueblo seducido con las promesas (para no cumplir). En esto hemos participado todos como pobres que ceden su poder al político, como el rico que lo cede por su irresponsabilidad, como los ignaros que no saben nada de lo que ocurre, ni les interesa, como los sabios que miraron a favor de la revolución, y la impulsaron,  pero no quisieron pagar su precio y se fueron del país: lo abandonaron frente a la lucha que prometían (para no cumplir). Si bien el pueblo trabajador participó en matar al país, le ocurrió lo mismo a la élite intelectual, con la ponderación grave de que ésta estuvo, está aún, desorientada consigo misma, y también con respecto a su poder y deber de orientar al pueblo.  

La desvergüenza es grande entre los grupos sociales. Pero la referencia es mayor aún en aquellos intelectuales que fueron y son de izquierda socialera de todo matiz, que pusieron su afán en la reconfiguración revolucionaria que está matando al país, pero emigraron del mismo, y para colmo se lo atribuyen como una auto-decisión con claro acierto, al compararse con los que se han quedado y  permanecen en lucha de resistencia  en el país padeciendo su peso de muerte. Pero aquellos los juzgan a éstos como ingenuos, incapaces de sabiduría política, o se les conmisera desde ese afuera reluciente en que se salvó su saber. Queda patente la potencia de los huidos a tiempo y la impotencia de los ‘quedados’ a destiempo,  los victimarios del país por ausencia y las víctimas del país por presencia. Quedarían los victimizados sin sentido, se hayan ido del país o quedado en él.

Hoy, diciembre de 2020, mes de las fiestas vacacionales del país venezolano, asentamos nuestra vergüenza al acompañar al país en su agonía. Se pretende que el sufrimiento sea útil, en los marcos de las fiestas, siempre demostradoras de poseer los grandes depósitos o reservorios de la salvación de un país. Si la queja se cambia en resistencia activa, y la amenaza se transforma en lucha tenaz con resultados, las fiestas modularán el rencor cultural por la alegría social del consuelo restaurador. Porque la agonía del país no sólo es política (dictadura), sino también económica (sin recursos dinerarios, energéticos, técnicos…), culturales (étnicos, sociales, mentales) y hasta existenciales.

Una agonía  total que necesita de un duelo total, que si no se corresponden a través de la fiesta y el cese del rencor, como sufrimiento inútil, la deriva del país será tétricamente regresiva, siendo ya reaccionaria al estar impulsada por la ‘ideología invisible’ de la izquierda radical que la gobierna[10]. Esta izquierda lo ha tenido, y lo tiene todo, a su favor para profundizar la agonía del país; pero nosotros tenemos aún el país que en su agonía podemos salvarlo mediante el duelo sin rencor, y salvarnos con él, si nos mantenemos en el mejor espíritu de las fiestas. En éstas todavía la crisis de pueblo puede solucionarse, y la política asentar base en las redes de convivencia social y de salud mental.

Ya es tiempo de decirle al país que nos devuelva la alegría del saber pertenecernos juntos. Las fiestas fueron nuestro mejor tiempo de esa demostración. A su vez nuestra cultura del placer dio la oportunidad de trabajar, pisar, andar y respirar el país, como es el supremo deseo de  Gustavo Tovar-Arroyo, y preguntarse con él si la encrucijada del desencuentro nacional de las elecciones parlamentarias será  “¿el último aliento de valor de un pueblo desahuciado de fe?”.

Como ruego de devolución al país esperamos que al menos nos permita superar el rencor, mientras luchamos por mantener la confianza en nosotros mismos, aunque sea como un crédito (acreencia) de nosotros a nosotros mismos. No sea que la agonía de país prolongada afecte el fondo de nuestra fe con un rencor aunque sea con sentido de duelo aunque negativo. Mientras el país escamotea el sufrimiento inútil de las promesas oficiales, le deseamos que logre llegar a la orilla del Año Nuevo con el paso ligerito de un fin de año viejo feliz.

Bibliografía

Boyer, Milagros. “La preparación que prepara el régimen de Maduro para combatir la abstención en 6-D”. Boletín de las Américas. Panam Post, 23de noviembre de 2020.

Brines, Francisco (Premio Cervantes de poesía, 2020)

Bruckner, Pascal. “V. S. Naipaul o el cosmopolismo como detritus”. En Tz. Todorov, Cruce de culturas y mestizaje cultural. Madrid: Júcar, 1988, 147-158.

Caula, Sandra. “El pueblo angelical”. Caracas, El Nacional, s/f.

Hurtado, Samuel. Etnología par divagantes. Caracas: Ed. Faces – UCV.

Lefebvre, Henri: El manifiesto diferencialista. México: Siglo XXI, 1972.

Ovejero, Félix. Contra Cromagnon. Barcelona: Montesinos, 2006.

Ovejero, Félix. La deriva reaccionaria de la izquierda. Barcelona: Montesinos, 2018.

Rangel, Carlos. Del buen salvaje al buen revolucionario. Caracas: Monte Ávila Editores, 1976.

Tovar-Arroyo, Gustavo. “Olvidadizos e ingratos”. Noticiero Digital, Opinión, 21 de nov. 2020

Trillo-Figueroa, Jesús. La ideología invisible. Madrid: LibrosLibres, 2005.



[1] Gustavo Tovar-Arroyo “Olvidadizos e ingratos”. Noticiero Digital, Opinión, 21 de Noviembre de 2020.

[2] Lefebvre, Henri: Manifiesto diferencialista. México: Siglo XXI, 1972.

[3] Este juicio está fundamentado en el principio de lo inconmensurable de la cultura, según la antropología cultural estadounidense. Véase también Naipul en sus declaraciones contra el multiculturalismo en Pascal Bruckner: “V. S. Naipaul o el Cosmopolismo como detritus”. En Todorov, Cruce de culturas y mestizaje cultural, Madrid: Júcar, 1988: 147-158.

[4] Sandra Caula: “El pueblo angelical”, Caracas, El Nacional, s/f.

[5] Hurtado, Samuel: Etnología para divagantes. Caracas: Ediciones FACES – UCV. 2006: 110-111.

[6] Rangel, Carlos: Del buen salvaje al buen revolucionario. Caracas: Monte Ávila Editores, 1976.

[7] Trillo-Figueroa, Jesús: La ideología invisible. El pensamiento de la nueva izquierda radical. Madrid: LibrosLibres.

[8] Milagros Boyer: “La persecución que prepara el régimen de Maduro para combatir la abstención del 6-D”. Boletín de las Américas. Panam Post, 23 de noviembre de 2020.

[9] La encuestadora Delphos indica a El País que la participación general en las elecciones parlamentarias “no subirá de 30% y no bajará de 20%”.

[10] Félix Ovejero: La deriva reaccionaria de la izquierda. Barcelona: Montesinos, 2018. Consúltese del mismo autor Contra Cromagnon. Barcelona: Montesinos, 2006.


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