miércoles, 9 de enero de 2019

PAÍS INCIERTO EN EXTRAMUROS DE LO SERIO


Estado de sitio

Yo canto, es mi suelo y mi dolor.
Este país donde vivo está despedazado, sus calles
siguen tomadas por los amos.
En la ciudad circula los perros del desprecio
y no hay quién se proteja de sí mismo.

nuestros huesos hablarán de nosotros
no habrá salida
el futuro llega y nos quema.

María VÁZQUEZ BENARROCH: Amarrando la paciencia a un árbol.
Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana,  2009, 32.

¿Está en estado de sitio el problema del país?

Lo está por nuestro flaco desempeño como paisanos-ciudadanos. Para colmo nuestra displicencia lo desvía a las percepciones ingenuas de decir que es un país caribeño y tropical. Con semejantes motivos, como pértiga olímpica de flojera intelectual, creemos salirnos del problema saltando por encima de él. Roncha dura de masticar, el problema disuadido deja al país sin pensamiento, casi como decir “fuera de serie” en toda olimpíada de simposios, foros y congresos del conocimiento.

El planteamiento del problema-país ocurre como de asunto atravesado. Hasta esta reflexión se encamina también hacia un afuera de campo través si no le ponemos cuidado de vigilancia. Es lo que nos viene a indicar el retrovisor del pensamiento al echarnos el alto para advertirnos de la dirección debida del problema y de su profundidad conceptual. El país sigue igual en carrera descendente, facilita, tan despedazado, que ahora sí que él por sí mismo se coloca como “fuera de serie” entre los demás países del mundo (occidental, al menos).

Más allá y más acá del problema, el país mismo se halla en la incertidumbre, tanto que si se pone a pensar puede caer en el destino culposo de ser caribeño y tropical. Así el país sin pensamiento está cercado, y dentro de él el futuro nos consume a quemarropa. La salida se torna incierta porque improvisadamente nos situamos “fuera de lo serio” que supone habitar el suelo y el dolor de país. Seriedad que, de procurarla, hay que pagar para incorporarla a la verdad del país.

En el foro intervino un buen pensante:
--- ¡Si se alcanza un sitio “fuera de serie”, ese no paga su estado!
--- Pero colocarse en el sitio “dentro de lo serio”, supone un mérito alcanzado. Acceder a ese “estado de mérito" implica que alguien pagó, con el esfuerzo dinerario, el trabajo realizado.
Respondieron desde otro rincón del foro.

Si jugamos con las ambivalencias del sentido, al quedar un país “fuera de serie” se tendría un país trabajado con la gracia de los dioses, sería un país divinal, fuera de todo problema. La gratuidad correría por las calles, y la ciudad adquiriría ese “estado de gracia”, como suelo y gloria de los adivinos endiosados. El futuro habría llegado sin problemas, es decir, sin haberse trabajado.

Un país en vías de ser serio pide afincarse en un suelo de laboreo y en un dolor de fatiga. En el dilema de vivir o pensar, el país venezolano se piensa como en “estado de gracia”, en un paraíso mágico-divinal, cuando en realidad su vida se encuentra en estado de gravámenes.

El buen pensante volvió a la carga con el problema:
---¿Cómo, entonces, conseguir los recursos, los reales en dinero, para la paga de los gravámenes, si en este país no se trabaja para producir, donde  no tenemos cultura del trabajo?
---¿Cómo lograr la economía en una cultura de la vida, vida en la que no se tiene el vocablo de “economizar”?
Ampliaron el interrogante sobre el trabajo y la economía para echarle leña a la hoguera del país.

El director de debates trató de redondear la narrativa y colocar el problema-país en los términos conceptuales no de la serie, sino de la seriedad, de lo serio:
--- ¿Cómo comprar la seriedad de un país, si el sentido de vida de los que lo habitamos, conduce resbaladizamente al país de Jauja o de la realidad gratuita “fuera de serie”?

 Nos contaba un colega amigo que en el exterior internacional no entendían (2003, no entienden aún) lo que pasa en Venezuela (no sé si también los venezolanos lo entendían, o si lo entienden aún ahora), si éste es un país rico, petrolero, con producción de oro, etc. Sus propios paisanos de universidad centro-europea, eran el caso del intercambio donde a los interlocutores les faltaba el entendimiento sobre el país venezolano. 

Nuestro amigo acudió a explicarles introduciéndose con los supuestos ingenuamente habituales:
--- Bueno, ahí está. ¿De qué se extrañan? Venezuela es un país caribeño.

La referencia a esta cualidad no parecía satisfacer el entendimiento. No aclaraba si por ser pueblo caribe o por el mar caribe, es decir, por sociopolítica o por eco-culturismo. Nuestro amigo le dio un vuelco, del otro lado, a la explicación y su noción trataba de estampar un pleonasmo con lo caribeño:
 ---Uf, bueno, entiendan que Venezuela es un país tropical.

 En vez de explicar, parecía redundar con la autorreferencia, lo que convertía a los inquisidores en zombis u obnubilados.

Ante este escenario de superficie imaginativa y fatua, nuestro amigo, científico experimentado en lo social venezolano, trató de aproximarse a una conceptualización con el fin de sincerar el entendimiento del problema-país:
--- Bueno, pues. Ahí tienen: Venezuela es un país no serio.

La imaginación de los interlocutores se limpió de las opacidades, y se encarriló a un entendimiento en espera de explicarse todo. Los venezolanos no somos serios. No nos tomamos en serio, no enfrentamos la realidad con seriedad, la realidad nuestra, la que ante todo debe interesarnos……. Y así nos va…

Cuando, con ocasión de nuestro trabajo de investigación (Hurtado, 2000), en el año 1996 pasaba la entrevista a “los 13 de la élite” en Venezuela, recordamos (y así está en el análisis) que el Obispo Ejemplar (entonces obispo de la ciudad de Los Teques), con mentalidad muy populera (sic) nos repetía aquella explicación con los tópicos de país caribeño, y remataba con país tropical, como autorreferencia explicativa. 

¡No se podía jugar de otro modo con aquella lógica caribeña y tropical!

Ives Zaragoza, por aquel entonces (1998), consejero principal de la Unión Europea en Venezuela, nos decía: pero si Venezuela tiene todo para enrumbarse y arreglar su desarrollo. Aguantábamos la explicación de simple boca, para que no pareciera una explicación hecha de bruces. Esperábamos al Simposio de la Fundación Francisco Herrera Luque de ese año para exponer nuestro argumento científico cuyo título fue: “La ‘época de la emigración’ y el aprendizaje social del venezolano”[1].

Oída nuestra exposición, con calma Ives Zaragoza pareció barruntar el asunto. Quería ratificar lo que presumía era lo entendible, y me citó a su oficina de la Unión Europea en Las Mercedes (Caracas). Había entendido, por supuesto; lo que quería era explicarse a sí mismo frente al problema del comportamiento del venezolano. El encuentro duró casi dos horas. La conversación fue de una sola voz como al unísono. Nosotros casi no hablamos, asentíamos; hicimos de espejo frente al cual él relataba sus observaciones sobre la sociedad venezolana a partir de casos de comportamientos de los que tenía plena vivencia. 

Estaba logrando relacionar lo que ya sabía; le faltaba encontrar la razón del modo de ser, de trabajar, de hacer la vida, del sentido con que obraba la gente venezolana: desde su secretaria, hasta del tendero, el taxista, el empresario, el político, la ciudad… Le parecía un conglomerado de gente  que siempre se comprometía a medias según su gana, sin una responsabilidad asentada, de sociabilidad primaria que no trascendía con el fin de afectar al cambio social. Le parecía un país sin compromiso con la vida de la sociedad y que su modo de pensar no le daba la pauta para saber uno a qué atenerse, por ejemplo, con la vivencia del tiempo.

Le llamó la atención la raíz del problema con sus dos principios: el populismo de origen recolector conuquero y la cultura matrisocial que mantiene al venezolano en la regresión recolectora  de su vivencia. Aquellos principios producen un molde donde se obtiene el desorden originario que no le permiten al venezolano acceder al aprendizaje de cómo armar en serio el jugar a sociedad.

Estamos bordeando en extramuros la posibilidad de pagar el acceso al interior de la seriedad social. Quisiéramos que fuera gratuito, sin esfuerzo alguno, sin privarnos de nada, que fuera mágico-divinal. Esa pretensión de la cultura matrisocial elimina toda referencia al esforzado, de aquél que individualmente pierde en algo con el fin de ganar en lo mucho de todos, pero sobre todo elimina la referencia de la orientación del país. Este queda en la incertidumbre, colgado del azar, del destino mágico, del fuera de serie para ser competente como país. Sin seriedad de país, se navega a merced no de un realismo maravilloso, sino de una irrealidad mágica.

Como todo el mundo confía en que todo país es serio, al país que no lo sea nadie lo va a entender, ni desde el exterior internacional, ni tampoco desde el interior venezolano, como parte de no entendernos a nosotros mismos.

Referencias
HURTADO, Samuel (2000). Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad. Caracas: ediciones del Rectorado, Universidad Central de Venezuela.    
HURTADO, Samuel: “La ‘época de la emigración’ y el aprendizaje social del venezolano”. En Varios Autores, La inmigración a Venezuela en el siglo XX. Caracas: Fundación Francisco Herrera Luque, 2004; en Varios Autores, Suma del pensar venezolano. Caracas: Fundación Empresas Polar, Tomo I, Libro 1, 2011; en Samuel Hurtado, Contratiempos entre cultura y sociedad en Venezuela. Caracas: Ediciones FACES, 2013.




[1] Este artículo está publicado en Varios Autores: Las Inmigraciones a Venezuela en el siglo XX. Caracas: Editores Banco Mercantil y Fundación Francisco Herrera Luque, 2004: 225-239; en Suma del Pensar Venezolano. Caracas: editores Asdrúbal Baptista, José Balza y Ramón Piñango, Fundación Empresas Polar, 2011. Tomo I, Libro 1: Los Venezolanos, Población y dinámica demográfica (especialmente seleccionado por el economista Héctor Valecillos).  Y en Samuel Hurtado: Contratiempos entre Cultura y Sociedad en Venezuela. Caracas: Ediciones de la Facultad de Ciencias Económica y Sociales, 2013: 211-241.
El mundo nos está pidiendo ser un país más serio y confiable (leyenda identificadora de la imagen)

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