domingo, 16 de septiembre de 2018

INTRODUCCIÓN A LA CIUDAD CONSOLADA

Lago en el monumento a los Próceres (Caracas)

LA CIUDAD CONSOLADA
(poemario super flúmina)

Samuel Hurtado Salazar
Universidad Central de Venezuela
Caracas, 20 de agosto 2017


Lloren junto a los ríos,
mientras de aquellos sauces penden mudas las cítaras,
los siempre tan dispuestos
al abandono de esa terca empresa
que es nuestro convivir, todo inventado.


Jorge Guillén: “Impulso hacia la forma: super flúmina”.
En Aire nuestro y otros poemas. Barcelona: Seix Barral,
1979, 97.
INDICE
El sollozo del ángel negro.
Sombra del río.
Reloj de los tiempos.
Árbol de navidad.
El misterio de la navidad.
Cayado propicio
Fuentes de la senda.
Querencia del Tormes.
A los tiempos del amor.
Memoria en trance.
Estado de gracia.
Ciudad asunta
Nocturno auroral.
La huella consumada.
Historia breve.
Cuestión de saltos.
Sentimiento del pueblo desde la distancia.
La fuerza del lugar.
Villorido.
País donde no hay país.
Sentimiento de playa.
Aguafuerte de abril en Los Teques.
Pastor de nubes.
Poema del concepto
Jardinero en selva
Apéndice: Serventesio conceptuado.

INTRODUCCIÓN

el único digno de los cantos antiguos,
la única poesía,
es la que calla y aún ama este mundo,
esta soledad que enloquece y despoja.
(Antonio Gamoneda)

Un poema es un recorrido por la bóveda del imaginario, un recorrido de ida y vuelta, como se pasea por la ciudad. Allí van los deseos, las ansiedades, el afán de estar en muchos sitios, sin haber ni poder estar en ellos. Es hacerlo como un navegante que no pone ni un pie en tierra, y, sin embargo, atraca en sus puertos. Es cabalgar por el cielo siguiendo el señuelo de las pareidolias sin caer en la seducción de sus encantos. Porque se trata de andar siguiendo proyectos que indicarán el amor al mundo, a la ciudad, a la vida. Cuando el poema narra se comienza a pasear al sabor de la dulzura de una promesa inextinguible, la de la ternura sentida de las cosas.

La poesía narra con el pensamiento, colgando de las alcándaras imaginarias, con miras a adentrarse en el camino de la soledad fecunda. Porque aquella promesa no se mantiene si no se sabe administrar dicha soledad1. Más que asumir la promesa, el poeta quisiera ser trasportado por ella más allá de todo comienzo posible ¿Cómo presentar uno su propia soledad a hombros de una promesa de dedicación a hacer proyectos de mundos, sabiéndose que ello es entrar en situaciones de quedar fuera de sí, como un trastornado, ante la tarea de las cosas que exigen, además de tener que despojarse de lo placentero inercial?

El tema de la promesa se fragua en un poema, como se cristaliza la ilusión en la ciudad; y cuando ambos, promesa e ilusión, que participan también de la similar corriente de comunicación, piden un flujo con sentido como el de un río con la vertiente al mar. Un poema sin flujo de ideas para conectarse al mundo, es como una ciudad que no tiene río (un mito que discurre sentido), una ciudad clausurada a la historia. La corriente fluvial lleva a muchos sitios, a cumplir el viaje como promesa de estar en todos los sitios, como el viaje a Ítaca de Cavafis. Con la experiencia de que la promesa no se cumpla en Ítaca, sino en cada andar del viaje. Eso es un poema. Y más cuando la corriente del río la forma una retahíla de poemas, que al reconfigurar un poemario, se llega a la experiencia del andar habiendo placer donde la sabiduría como promesa cumplida muestra que el posar en todos los sitios está garantizado.

El poema es promesa de vida y de cumplimiento, como un terminal de llegada; es contarte un mito para que tú lo pongas en práctica, lo lleves a cabo, lo consumas como un acto de adoración al mundo. El poema te invita sin pedirte nada a cambio. Inicia tu vida antes de que tú mismo te embarques en ella, al mismo tiempo que te enseña a detenerte en los recodos más pintorescos del camino, para que tú consumas imaginación, memorias y afanes. El río cuando pasa por la ciudad, la visita, y le rinde honores desde el embalse que forma la represa del viejo molino. Entonces ocurre el aquelarre de un juego floral bajo la quietud del remanso, que el río aprovecha para dejarse penetrar del aire (libre) de la ciudad, misterio alegórico del sí mismo poético.

De un momento a otro, la corriente tomará de nuevo su curso al mar, pero dejó la experiencia de vida como la ilusión de servicio a la ciudad en una dialéctica de la promesa de llegar y de la soledad de partir ¡Soledad existencial de la promesa cumplida!

Sembrada de muerte, la promesa vino a despedirse
esperanza en duelo fecundada, expectantes
de cultivos los silencios.
(SHS: Nocturno auroral)

El poema muestra lo que es: la siembra de un cultivo como promesa, que únicamente en soledad el consuelo fecundará bajo el dolor del despojo al aceptar las cosas para ser transformadas.

No es tan simple la hechura de un poema: la ocurrencia se torna turgente de sentido y de pensamiento hasta que se produce la concepción prenatal de la idea, y ésta a su vez se convierte en un concepto de orientación, explicación o de consumación de empatía vital. El mundo espera para ser habitado poéticamente: en este hueco cósmico se encuentran las cosas de la filosofía, de la ciencia, de la política, de la economía, del compromiso, de la eticidad, etc., cosas ansiosas para colaborar en el proyecto de sociedad. El poema del Jardinero en Selva dará cuenta de cómo se fabrica este proyecto en la lucha agónica entre el jardín y la selva.

La ciudad es un trasunto de poema viviente en esta vertiente del sentido de sociedad. Y el poema como navegante entre las orillas del río hace que la ciudad amanezca con ese sueño de ser, de llegar a ser, sociedad urbana. La promesa poemática y la soledad del poeta pretenden hacer posible la convivencia social, cuando ambas son la escuela por excelencia de que uno primero aprenda a convivir consigo mismo. El transcurso del poema se dirige hacia esa profundidad problemática.

Es entonces
cuando, más que en la noche, tú vives en la cólera
y en el amor también. Y te detienes.

Desandas la ciudad y te reúnes
a otra profundidad también oscura.
(Antonio Gamoneda, Ida y Vuelta)

Sólo así se puede pensar el proyecto como obra de conjunto, de mayor envergadura que el de una simple promesa corriente abajo por el río para no llegar a ningún sitio. En el poema, la ciudad, el río y la promesa escalan las alturas de la soledad con las fantasías lúcidas del plano arriba y con las fantasías azabachadas del críptico abajo, a mayor profundidad que como tal también es más oscura.

El pensamiento poético se teje desde las raíces hondas de la ciudad que simboliza el inconsciente, escenario propicio para navegar los recuerdos y hacerse un lugar inventado desde el lugar primigenio de sus arraigos ancestrales, y así hacer lugar al poema y a su promesa. Por eso la ciudad es una narrativa con corriente que discurre haciendo lugares; con este fin necesita de historia para que se exprese la conexión con el alma. Si la casa simboliza el inconsciente femenino2 con su ánima para representar lo íntimo y lo privado, la ciudad se ofrece como el inconsciente masculino en este poemario, con su ánimus correspondiente. Un inconsciente de lo público, de la historia y del viaje, navegado constantemente por los trasuntos de la vida para no estar en ningún sitio porque nos prometemos estar en todos; es como también lo apunta Rilke en Ossott (p. 20).

La sabiduría como promesa de auto-cumplimiento raya en los límites de la perfección ética (Hugo de San Víctor) para mostrar lo que el sociólogo añade al mito: la idea del proyecto de sociedad como lo propio ajeno de carácter urbi et orbi. Como si lo que es de todos fuera de nadie3. El poema se hace cargo de esta idea desde la misma vivencia de los arraigos míticos, cuya raíz inevitable autentica la responsabilidad del pensamiento en su sabiduría. Por eso la ciudad necesita comunicación, corriente de río, que le lleve a todos los lugares, como avance de su ser urbano, sin permanecer en ninguno de los lugares, como desafío del proyecto de llegar a todos los sitios del mundo.

Sin río la ciudad está cerrada a la historia y al viaje. Hay que abrir un cauce a la extensión de la ciudad, a su región o provincia hasta llegar a la referencia del mar, que es el universal urbano. Además, sin cauce de agua que discurra corriente no es posible la depuración de los sentimientos en sus avatares, de los recuerdos inmediatos que nublan el alma, ni la sublimación de lo ancestral que no despega inteligencia, ni la actualización de la memoria siempre asociada a ese pasado atávico. Se necesita del río como un símbolo donde flote purificado el pensamiento, y su disposición para el trabajo de la realidad filosófica, científica, ficcional o memoriosa. Dicho decante es esencial para fabricar con oportunidad (carpe diem) el tiempo del poema, ese tiempo necesario para que se macere el alma, es decir, la sabiduría como promesa del quehacer cumpliéndose, un alma que como dice Ossott (p. 20) llegue a volverse Alma Mater, esa madre propicia que es el espacio y tiempo de la universidad del andar en la peripatética de los siglos.

No nos encontramos a gusto en nuestra ciudad a ser consolada si no hubiéramos promesas, promesas de sabiduría e imaginación donde posar nuestros sueños. Promesas donde el Alma como propicia macere nuestro amor a la ciudad, sea un macerar ficcional, filosófico o científico. Es esa promesa la que tiene la última palabra de echar a caminar la esperanza de la ciudad. Promesa de sabiduría, de orientación, de molde, que constituya las medidas de la inserción en la ciudad y las medidas del salto también a dar para poder amalgamar la soledad personal y la demostración pública de lo poético. Porque la ciudad consolada como urbana carece de lugar, y, sin embargo, es perentorio contar con la existencia del lugar abierto y, al mismo tiempo inventado, para saberse que todavía se transita por la historia del cuerpo y por el mundo terrenal.

La poesía, la verdadera que goza del pensamiento y que ayuda a pensar, siempre debe encontrarse en un estrado de gracia, según Pavesse en Ossott (p. 20), es decir, entronizada en una tarima de auctoritas moral que la sobreponga, o sobrepuje como los ángeles, a la realidad cotidiana. Si la elegía constituye una lágrima para el consuelo de la realidad degradada, es necesario que el decante poético nos lleve a que el cumplimiento de la promesa sea como el de la profecía auto-cumplida. Así podemos decir con un justificado pavoneo que: él (ella) se llevó más de la mitad de la herencia científica del trabajo que se hizo, pero yo me quedé con su atmósfera poética, que se volcó hacia el rescate de la tradición poética desde antaño dormida, y casi para el olvido, de mi historia íntima. ¿Y cómo ella va a hacer fructificar la herencia si yo le sustraigo la sabiduría que me otorga la promesa de cada poema?4 He aquí el desafío del otorgamiento que me propongo en este poemario sobre La Ciudad Consolada: sin sabiduría que promete para ser cumplida no hay estilo (literario), ni ciencia (social y antropológica).

Si cada poema es un recodo de parada breve en el río, el conjunto del poemario se convierte en una larga travesía, donde van a caber muchas experiencias que se van reatando consigo mismas y con los pensamientos de otras travesías paralelas. Una tal ex-periencia (=viajar viendo cosas) poética es la travesía óptima que añuda el sentido más sublime con los tiempos laboriosos del quehacer cotidiano. Así, en el desglose de La Ciudad Consolada, junto al sollozo del ángel negro y la sombra del río, aparecen las fiestas, su gozo protector del misterio y las querencias de ternuras que la fuente y el río Tormes procuran a la fantasía; en seguida llega la presencia de las luminarias de la gracia y la ciudad divinal en que se convierte la sustancia poética. La alegoría del plano arriba pronto se hunde en lo críptico del nocturno siempre a punto de la aurora, para solucionar la historia de los saltos vitales y concurrentes. 

La marcha del viaje despega desde la raíz del lugar (Villorido) y del sentimiento del pueblo (Paredes de Nava), siempre en referencia a la ciudad (Salamanca, Valladolid, Caracas), donde a su vez se pregunta por la existencia del país (Venezuela) y desemboca en el umbral de la playa (Pampatar, Isla Margarita) como símbolo de apertura a soñar con otros mundos, otros países. Allí conviviendo con el compromiso de cumplir con la promesa del poema, aparece la soledad del aguafuerte de la naturaleza abrileña en la montaña de la ciudad de Los Teques, la soledad de la inteligencia pastoreando nubes diligentes en la Universidad Central de Venezuela, la soledad de la faena laboriosa de producir conceptos para hacer posible la ciencia social y antropológica, y la soledad de la selva que pide como trabajo propicio la hechura de jardín como símbolo utopiano de la sociedad en una ciudad asilvestrada.
¿Cómo anudar secuencias tan distantes en la lógica de la ida y vuelta, distantes en el espacio del estar allí y estar acá, distancias de geografía y cultura entre el pueblo castellano sin río, ni montañas, sin verdor del bosque aún de encinas, y la ciudad de Santiago de León de Caracas, atravesados sus valles por ríos, flanqueada por verticales montañas, y sus bosques de selva tropical. Una vez hice un viaje poético5 desde la cumbre de Urbión, donde nace el niño Duero (de manos de Gerardo Diego), con descanso detenido en el claustro donde la ciencia, el rezo y el ciprés se recrean en el monasterio de Silos, hasta llegar a concluir lúcidamente en el bosque del campus universitario de la ciudad de Caracas, para seguir acogiéndome a la inteligencia, a la ciencia social y al andar habiendo placer de la razón urbana.

Siglos de historia, siglos del mito, conservando la energía de la crónica etnográfica, del ensayo y del poema. Este libro de poemas super flúmina es un desafío de la libertad y de la consolación (esperanza) para los tiempos de oscuridad que marca el reloj de los tiempos en Venezuela. Tiempos en que no hay febrero con nieve, ni lluvia en marzo, pero sí mucho sol en abril y permanentes flores en mayo, esperando que el aguafuerte de abril dé paso a la floración con que comienza el invierno (lluvias) de mayo. Es la ciudad de las tierras altas, la que inspira la dicha del recorrido poemático y le unifica en torno a la promesa de amor al mundo y de la soledad de ternura al río, la conexión poética que nos lleva a las aventuras de la fantasía sentimental, del mito antropológico y de la historia social.

1 Es con la soledad de fondo de cada hombre con lo que el poeta se solidariza ¿Cómo llamar a esa soledad con la que la generosidad del poeta solitario alcanza a comunicarse? ¿Cómo referirnos a esa soledad que el poeta, ingenuamente, libremente, encuentra entre la barahúnda de las herramientas que nos rodean y con la que conversa, con serenidad o patetismo, hasta la llegada del amanecer? Su nombre clásico ha sido alma y no parece fácil hallarle otro mejor. De alma a alma, se fragua la solidaridad entre la soledad del poeta y la de su lector. Alma desnuda, donde la infinitud amenazada de lo posible aguarda. Saint-John Perse habló de la altivez perpleja y grande del alma sin guarida; un poeta de nuestra lengua, Vicente Aleixandre, dice así:
Alma de amor que vela y se separa
vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría”
(Fernando Savater. La tarea del héroe. Barcelona: Ediciones Destino, 2000, 388)

2 Es lo que nos enseña la experiencia de la poética de Hanni Ossott: Cómo leer la poesía (Caracas: bid & co. Editor, 2005, 65). Nuestra poética es la del símbolo masculino, la vida pública en la ciudad. La conexión con el animus (a diferencia del ánima) es la comunicación ciudadana: una ciudad que no esté en las alturas (montaña, castro, peña, páramo, otero, alcor, mota…) o que no se vea desde esas alturas, no logra estar defendida de las alimañas de la mediocridad y lo superficial, pero tampoco sin esas tierras altas de la ciudad se puede soñar, con la sabiduría de las promesas, los proyectos de la sociedad urbana.

3 “El cuerpo que acepta el dolor está en condiciones de convertirse en un cuerpo cívico, sensible al dolor de otra persona, a los dolores presentes en la calle, perdurable al fin, aunque en un mundo heterogéneo nadie puede explicar a los demás qué siente, quién es. Pero el cuerpo sólo puede seguir esta trayectoria cívica si reconoce que los logros de la sociedad no aportan un remedio a su sufrimiento, que en su infelicidad tiene otro origen, que su dolor deriva del mandato divino de que vivamos juntos como exiliados” (Richard Sennet: Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid: Alianza, 1997, p. 401)

4 Tal es la idea que recojo de León Felipe en su poema Desnudo y Errante:

Hermano…Tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola…
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡mudo!
Y ¿cómo vas a recoger el trigo
y alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

5 Dicho viaje está narrado en Chortal y Ciprés. Mis pensamientos antropológicos. En mi blog http://pensamientosantropologicos.blogspot.com mes de julio de 2011.


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