miércoles, 1 de agosto de 2018

PAIS DE LAS QUEJAS SIN APRENDIZAJE DE SOCIEDAD FELIZ




La belleza
no proporciona dulces sueños; cunde
en el insomnio azul del hielo
y en la materia del relámpago.

En cales vivas, en
láminas abrasadas,
gira sin descanso; su
perfección es el vértigo.

La belleza no es
un lugar donde van
a parar los cobardes.

Viva en su luz
mi pensamiento. Quiero
morir en libertad.

Antonio GAMONEDA: De “Sublimación inmóvil”.
Antología poética. Madrid: Alianza Editorial,
2008: 70.

De ventana a ventana, entre edificios, una y otra vecina golpeando con la voz contra el cortinón del agua que caía, podían comunicar sus ansiedades domésticas:

-Tanta agua en la calle, y ni gota en la casa.

Comenzaba, aunque con retraso, el período de lluvias en el mes de Junio. Asistir al espectáculo de una lluvia tropical cerrada es disfrutar de un fenómeno natural fascinante. Sobre todo después de los meses de sequía estacional se presentaba como una bendición de los dioses. En agosto, esa bendición se convierte en una tromba diluvial.

Pero en la casa la sequía continuaba; era ya una costumbre con ribetes de cultura de lo cotidiano. El grifo ni, como desperezándose, goteaba algo de su espíritu acuoso.

Se podía delirar con el espejismo que ofrecía la naturaleza con la lluvia, pero la idea humana estaba seca en el grifo del fregadero, y del baño, y del lavamanos con su palangana. Para que la idea humana fructificase tenía que ver objetivamente con el hacer de lo social. Ya no era el espectáculo de la máquina de vapor o del ferrocarril, era el de un simple grifo adosado a la pared en la intimidad doméstica el que “valía por muchas ideas” utopistas, como nos dijo Engels en El Banquete de Dijón.

Se quiera o no, idear la realidad con objeto de obtener un bien, como el agua corriente, conduce a un salto del pensamiento: primero se siente el problema, y después éste empuja a que se le dé una solución; solución que comporta siempre una dosis de inventiva. Las propiedades que tienen las cosas como naturaleza desde el origen de los tiempos, se deben completar con las posibilidades con que el ser humano las troquela como obras nuevas a partir de sus ideas. En dicho salto, el ser humano se hace y se demuestra como social. De paso, hace social a la naturaleza misma.

La naturaleza se ofrece como insumo, mientras el ser humano fabrica la sociedad para poder trabajar y que el trabajo rinda con el fin de alcanzar los productos, objeto de la mejoría humana. Debe dejar atrás la selva  y adentrarse en la ciudad en la medida que la construye con los demás.

La construcción de la ciudad, si no se reduce a un pie de playa colonial, se lleva a cabo dentro del diseño de un país cuya historia comienza con la genealogía de la provincia: el territorio con sus confines pensados y con su acción administrativa. La fundación de la ciudad de Caracas es un bello  ejemplo en el siglo XVI de cómo Francisco Pimentel diseñó en un mapa las directrices de la Ordenanzas regias. Aún mejor que las fundaciones de otras ciudades en América, la de Caracas representó, como modelo, una belleza social (Gasparini, 2015).

Era una imposibilidad natural, que hecha posible en un valle profundo y encantador, demostró, como toda ciudad bien inventada, la obra más bella del pensamiento humano, según el barón de Humboldt de visita por Caracas en 1806 (Vegas, 2008). En ella se sembró la forma de un país y se troqueló el contenido de una sociedad, con la belleza de todo vértigo, ensueños, y deslumbrones de relámpago: un país por hacer y una sociedad por la que luchar como todo derecho a vivir y morir en libertad.

-¿Qué queda de aquella obra como aprendizaje de ser país con resultados de hacer una sociedad feliz?

En vez del salto del pensamiento social, nuestra historia nos muestra los sobresaltos del desamparo social: esos sustos repentinos a que lo étnico cultural somete lo social en nuestras vidas que calificamos de sociales. Al derecho como lucha lo sustituyen las quejas, a la justicia como equidad lo sucede el resentimiento de los iguales, a la felicidad como aspiración la desplaza la inseguridad y el crimen. Quejas que se propalan en reclamaderas en vez de luchar por soluciones, quejas que se intercambian con rebeldías en vez de enfrentar los cambios con resultados, quejas que se difuminan en reivindicaciones comunitaristas que no movilizan los planteamientos de las necesidades sociales y políticas.

Las quejas no despegan el reconocimiento eficaz de la comunidad porque ésta no representa la realidad de un tejido social con resultado y fuerza de capitalización social. Con el  tono de la quejadera no sólo no se supera la fragmentación de las voces (líderes) sino que aún esa tonalidad las constituye y restringe en su localidad particular, como signo de su dispersión. La división en parcelas es el destino de las quejas, su individualismo primario, la de un esfuerzo que no llega a acercarse al deseo como primer avance moral, camino de la ética como meta.    

Un chiste que hace de autocrítica venezolana da vueltas en torno al pensamiento social como un loop (lazo) donde parece que estamos atrapados: Cuando hay líderes, no hay pueblo, y cuando hay líderes y pueblo no hay nadie quién despegue el compromiso. Pero cuando hay compromiso de echarle bolas como se dice en Venezuela a la tarea del héroe (F. Savater, 2000), se rajan los líderes y la ausencia cunde entre el pueblo. Finalmente cuando hay pueblo y compromiso, no hay líder que dirija. En ese lazo cultural, cual laberinto, el mal durará cien años y todo cuerpo,  aun resista, se lo calará[1]. 

-¿Estamos pues en los límites de una desarticulación radical del posible tejido sociopolítico?

-¿Dónde se origina nuestro looping que como un lazo nos tiene atrapados?

En el trasfondo de nuestra cultura matrisocial, acontece un elemento estructural que desajusta el orden normal de las representaciones y las acciones, del decir y el hacer, del yo ideal (aparecer del ser) y del ideal del yo (deber ser). Tal desajuste genera un desorden en la estructura social y política que nos torna difícil el entendernos, y, por lo tanto, en reconocernos y el contar los unos con los otros para obtener los derechos y realizarlos con eficacia frente a los que nos humillan.

Así los recursos, condiciones e iniciativas que están a nuestro favor, se colocan, los colocamos, como antagonistas: la ley, las instituciones, los acuerdos constituidos, el comportamiento ciudadano. Sin aprender a movilizar estas circunstancias se muestra la ineficacia de nuestros esfuerzos en la queja:

-¡Aquí no funciona nada!

Y volvemos a repetir las mismas opciones frente a los problemas. El ejemplo de la actual crisis argentina es un detonante, como nos dice Marcelo Duclos: “Como no aprendemos, luego nos quejamos”. “El país está atrapado en un loop hace siete décadas y se da el lujo de fracasar con iniciativas que ya resultaron ser un desastre cada vez que se implementaron. No aprendemos” (Duclos, 2018).

En Venezuela seguimos repitiendo la filosofía del “como vaya viviendo vamos viendo”. Con esta provisionalidad acontece una vida precaria aún en la solución de casos de desarticulación intermedia, sean formales o informales. El drama que se vive en Venezuela es cultural (inconsciente, mítico, mistérico) porque aún la lógica de la desarticulación no tiene ni orden ni razón de ser en sí misma. Por eso nos queda ir a la raíz, ser radicales. Nos movemos en unos límites confusos entre la selva y la ciudad, tanto que los traspasamos permanentemente. Nos ocurre entonces una situación, ya no de jolgorio como exceso, sino de embrollo regresivo, que identificamos como un desorden originario estructurante de nuestro ser cultural ontológico[2].

Como caótico, dicho embrollo inicia la explicación de casos de desarticulación radical tal como se desarrolla el acontecer social en Venezuela. Explicación sobre el ser (metafísico) venezolano que se proyecta sobre el estar (fenomenológico) en el país como una disculpa que lo permite todo:

-¡Estamos en Venezuela!

Y así aparece como una inocentada lo que resulta ser el caos de un principio regresivo. Cuando se la atiende con cuidado se descubre que “Es una regresión brutal, hemos ido a parar a la época de lo titánico, en un momento donde no hay ley, no hay orden, no hay límites. Somos hordas de personas que vamos comportándonos de la misa manera, sin juicio crítico en nuestros actos. Cuando llegamos a eso, hemos perdido todo el carácter de ciudadanía para convertirnos en masa" (Guevara, s/f.). El sentido último de las quejas sociopolíticas (venezolanas) se orienta por el trasfondo cultural desplegado por desorden originario matrisocial, capaz de tomar el camino de la “tentación mafiosa” (Gruson y Zubillaga, 2001) o “radical–libre cultural” (Hurtado, 2018a).

Aunque las quejas siempre se dirigen a lo otro: al estado, gobierno, autoridad, instituciones, Dios o dioses…no quita que con alguna reflexión se dirijan a uno mismo con sentido narcisista, culpándose depresivamente. Como aglomeración social, que porta la cultura matrisocial, de continuo “estamos al borde del caos, eso es peor que una guerra civil” (Juan Liscano, 2015): esto nos sitúa en un estado de violencia generalizada, que desvía la lucha por los derechos. Tanto es así que Juan Liscano anota que en Venezuela todos los tiranos han muerto en la cama (Hurtado, 2000), y lo informa para identificar a un pueblo que se retrae  y permanece en la inopia políticamente.

-¿Con esta inopia inercial tendrá derecho a quejarse?

Otro gran escritor venezolano responde: “Todo pueblo que no castiga a sus verdugos, no tiene derecho a quejarse” (Rufino Blanco Fombona, s/f.). El derecho usado como retórica, sin embargo, al colocarlo como alusión a las quejas, éstas pierden su sentido explicativo en una aglomeración social que no crece etnopsiquiátricamente. Porque su desorden originario se encuentra anclado en la etapa anal del desarrollo social.

Es la etapa en que el sujeto debe aprender la limpieza, el orden y la relación con la propiedad. Si el orden social es caótico y la relación con la propiedad es de recolección conuquera, ambas dimensiones troquelan el embrollo quejumbroso en la población venezolana, sea en voz alta o baja. Como “la fase anal es la más decisiva para el aprendizaje de las reglas del juego en nuestra forma de sociedad” (Caruso, 140-141), en la población venezolana se encuentra que esta fase, en que se estaciona, se la instala de un modo desajustado para adquirir la forma de sociedad.

Así no extraña por qué la población venezolana no sabe jugar a sociedad. Sus quejas muestran su incompetencia para dicho juego[3], juego que como tal no existe en el país posible venezolano. Una vez planteado por la crisis de sociedad, tal desorden originario pareciera que a la población venezolana le hace insensible al escarmiento, punto final de la insuficiencia consciente para, sin alternativa, prestarse al aprendizaje de tal juego de sociedad. Porque la inercia matrisocial le lleva a aceptar, y aún a pedir, que el otro (el estado) se encargue de ella, y si no lo hace se queja, pero no lucha por cambiar la realidad, a no ser que ésta cambie bajo la tónica de la magia y la misma inercia.

Lo que pareciera una capacidad de lucha en las quejas, se desmonta con las dádivas del estado. No son dones lo que es de justicia, pero aparecen como regalos y así los siente, y le gusta sentirlos, el pueblo venezolano. Esta lógica populista voltea el poder del pueblo frente al estado transmutándolo en deuda del pueblo con el estado.

Este embrollo como caso de desarticulación radical de la sociedad, hace también aparecer a las quejas como una crítica feliz al estado, pero su verdad es falsa porque el desorden originario en donde se soportan desconoce los límites y las fronteras del orden social básico. Una sociedad confusa le ofrecerá una identificación contra-troquelada en la fase anal que no puede ir en favor de la construcción de una sociedad feliz.  

El sistema de casos con contextura que desarticula radicalmente la sociedad y cuya raíz está inserta en el desorden originario anal, como son los diversos perfiles matrisociales: la vagina dentada, lo incestual, la sociedad familiar, etc. (Hurtado, 2018b), puede explicar la ausencia de agua en los grifos de las casas, con la paradoja de la abundancia de agua de lluvia en las calles, y podemos decir también en los muchos y grandes ríos y raudales del país.

La naturaleza se ofrece como un don; pero la sociedad necesita permanentemente de recursos técnicos, inversión de trabajo y un orden social fundamental para el logro de resultados sociales beneficiosos; sin estos resultados ninguna aglomeración social podría conformar un país. La meta no es quejarse sino constituir una sociedad para tener garantizados los servicios de todos los días como el agua en el grifo de la casa.

Con el negativismo social de las quejas, todo aprendizaje para diseñar las posibilidades que exige el proyecto de la sociedad, estaría desestimulado. La contra-indicación de las quejas se monta en su apariencia crítica, cuando, merced a su existencia lógica,  desactiva la verdadera lucha por alcanzar los derechos que toda persona tiene y que debe lograr para su  ejercicio; lucha a ser acompañada por una sociedad sedicente de felicidad.       

Referencias.
BARRERA T., Alberto (2018): “El gran desnalgue”.
EP El Mundo, Última actualización: 07/22.
BLANCO FOMBONA, Rufino (2018) citado en País
Portátil. Radio Caracas Radio, 11 de julio.
CARUSO, Igor A. (1979): Narcisismo y socialización.
México: Siglo XXI editores.
DUCLOS, Marcelo (2018): “Como no aprendemos,
luego nos quejamos”. PanAm Post, Boletín Diario,
06/19.
GASPARINI, Graziano (2015). El plano fundacional
de Caracas. Caracas: Fundavag Ediciones.
GRUSON, Alberto y Verónica Zubillaga (2001):
Venezuela: la tentación mafiosa. Caracas: CISOR.
GUEVARA, Javier (s/f.): “Es muy doloroso ver esta
gran regresión, esta barbarie”, entrevista por Hugo
Prieto. Tomado de:
regresión-esta-barbarie/?platform=hootsuite.
HURTADO, Samuel (2000): Élite venezolana y proyecto
de modernidad. Caracas: Ediciones del Rectorado, UCV.
HURTADO, Samuel (2018a): “La identidad extraviada.
Pensar la política desde el sujeto”. Revista ARIES,
Anuario de Antropología Iberoamericana, AIBR,
junio 22.
HURTADO, Samuel (2018b): Matrisocialidad. Exploración
en la estructura psicodinámica básica de la familia
venezolana. Caracas: UCV, 2ª edición, corregida en digital.  
Se desarrolla en plena floración el juego de los sexos en
Venezuela en un capítulo del libro de SHS: La Identidad
a contraluz. Caracas, UCV, en publicación. 
LISCANO, Juan (2015): De las guerras civiles hemos
pasado a un estado de campaña electoral permanente”.
El Nacional, Constructores de la Democracia. Caracas,
3 de agosto (edición aniversario).
RAMOS CALLES, Raúl (1984): Los personajes de Gallegos
a través del psicoanálisis. Caracas: Monte Ávila Editores.
SAVATER, Fernando (2000): La tarea del héroe. Barcelona:
Ediciones Destino.
VEGAS, Federico (2007). La ciudad y el deseo. Caracas:
Fundación Bigott.


[1]No hay mal que dure cien años y cuerpo que lo resista”, es el dicho venezolano en son de aguantar el chaparrón los resultados negativos del conflicto social. Se pretende desactivar las ansiedades colectivas y esperar mágicamente el cambio del tercio social.
[2]“Cuando decimos desnalgue queremos referirnos a algo que está más allá del desorden. Pero no sexual necesariamente. Puede haber, por ejemplo, un desnalgue sin cuarto oscuro.
“El término puede aplicarse a una rumba pero también a una discusión política, a un día de playa, a una convención de pastores evangélicos, a una presentación de un libro, a un desfile militar. Más que una orgía es un caos. Existe entre nosotros un vocablo cercano pero con peor fama, más vulgar. Tampoco está en la RAE: cogeculo. En eso parece andar la dirigencia de la oposición desde hace un buen tiempo” (Alberto Barrera Tyszka, 2018, cursivas nuestras).
[3] Freud no fue tan original, diríamos, porque ya la población venezolana de cultura matrisocial instrumenta el modelo sexual para darle sentido al mundo social (Cf. Ramos Calles, 1984).  Dicha instrumentación se soporta sobre una tan extensa e intensa erotización del cuerpo humano, que éste se encuentra sexualizado remodelando el sentido cultural y las relaciones sociales. El uso permanente del juego de doble sentido en el discurso conversacional es un indicador. Se extrema el asunto cuando el ano (culo) tanto del hombre como de, ponderadamente, la mujer como lugar del símbolo, se metaforiza como vagina (menor o pequeña). La trasformación la realiza el motivo de coger. Lo que ocurre, al fin, es la feminización del pene (la vagina engulle al pene como una especie de la mantis religiosa). Es la razón última de la lógica machista junto con su contraparte del marico o afeminado, como reconfirmación machista.
La lógica machista lleva a la confusión de las relaciones en y entre sexos (macho/marico y macho/hembra), por lo que la etapa fálica no se concretiza en los marcos de la cultura matrisocial, y tampoco se accede plenamente a la etapa genital, donde debiera confirmarse el reconocimiento sexual y lograrse su corrección que facilitaría la óptima actitud favorable al otro sexo. La mujer hembra es distinta a la mujer encantadora: la primera la produce la cultura matrisocial, la segunda no. Las perturbaciones de las etapas anteriores hacen que no se llegue sino con deficiencias a la etapa genital, por lo que no se liquida el proceso del complejo de edipo (Cf. Caruso, 141-142).  El desorden originario venezolano inserta su raíz cultural en la etapa anal cuya instalación fallida con respecto a la limpieza, el orden y la propiedad, marcará el aprendizaje caótico de la relación del individuo y la sociedad.   

1 comentario:

  1. atención a la redacción a corregir en el párrafo Es la etapa así: en la población venezolana que se encuentra en esta etapa donde se estacionla, se la instala de un modo desajustado para despues adquirir la forma de sociedad

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