lunes, 28 de mayo de 2018

PAIS DEL DESTIERRO, URGIDO DE SIEMBRA Y CONSOLACIÓN

El camino de hierro al destierro, ya es estar en el destierro



Cada vez más, y por diversos lugares, distintas personas y clase social, en las colas de bancos, supermercados y mercaditos de calle…Cada vez se oye más:

-“Esto no se aguanta más”.

Pero seguimos en nuestros afanes y como ‘agarrados a lazo’ por un mandón invisible que te conduce, al parecer sin sentido o a la inercia, a que cumplas con tus urgencias del día a día, donde caben todos los días… Hasta en una vida de urgencias y necesidades te están arriando…

Aún así, en la población no ocurre nada… aunque pareciera que en el fondo se encuentra una esperanza, necesitada de una activación consoladora. Esperanza: ¿será política o será mágica? Ambas dimensiones en Venezuela deflagran: su mutua combustión se hace consolación como de espera de algo mesiánico libertario.

Sin embargo, comienza a sentirse también cómo que hemos perdido la orientación con la realidad [Como si alguna vez Venezuela se hubiera visto con la realidad, su realidad y verdad].

Todos esos sentimientos se revelan como más palpitantes a la luz (mejor, a la oscuridad) de la revolución comunista cuando se dice “esto ya no se aguanta más

¿Habrá llegado a Venezuela el escarmiento: ese desengaño ante el perjuicio que la población ha reconocido desde la experiencia habida con sus errores y desorientaciones?

Aún y todo, uno siente, también por su parte, que el pueblo venezolano no ha escarmentado todavía, esperando que los otros le resuelvan los problemas que él se genera a sí mismo. La queja del aguante más bien parece que dice que siempre lo hemos aguantado, que nos toca aguantar, que siempre tenemos suficiente energía (negativa) para seguir calándonos lo que venga…

-¿Alguien está ahí?
Porque se oye redoble de tambor…

Ah, unos que se van del país, y el tambor resuena a despedidas, a lloros y llantos.

Ah, otros se quedan para hundirse cada vez más en un país interior, desconocido [¿Alguna vez los que se van al destierro exterior, y los que se quedan en el destierro interior, supieron, saben en qué país vivieron unos, y viven los otros?]

Después de mucho vivir en esta tierra, de observar los comportamientos de su gentío, de estudiar científicamente los sentidos de sus acciones, fantasías y placeres, de comunicar la inquietud esta a mis audiencias venezolanas en enseñanza de aulas, en el tránsito de calles, en comunidad de vecinos, puedo experimentar que no lo saben, lo que se dice saber, y no sólo vivirlo y decirlo con el desparpajo del autoengaño.

-“Esto podía ser la Suiza de América, con el montón de reales del petróleo que han entrado en este país”. Los que dicen esto como apuntando a un país normal, y apuestan luego como imaginando a un país fantaseado, no recuerdan que algunas mentes lúcidas, como la del novelista e intelectual Arturo Uslar Pietri, tempranamente (1936) ya propuso “sembrar el petróleo”.

Este título que recogió un periódico en aquella década de los años 30, a veces se convierte como un slogan con sonido hueco, y así se repite en tertulias de intelectuales oscuros (sin luces) para no saber qué significa “sembrar” en un país de recolección. Es decir, en un país colocado todavía en la etapa pre-campesina, en la que no se conoce el invento de “sembrar” ¡Porqué extrañarnos de que nunca se sembró realmente el petróleo en Venezuela…!

-Unos: como no hicimos, ni trabajamos, ni sembramos las bases de la nación y su sociedad, nos largamos a un lugar donde sí lo hicieron, para allí conseguir la garantía del amparo social.

-Otros: y que vamos a hacer los del exilio interior, con el destierro doliente de cada día…

Esto puede ser un gran país, tiene todos los recursos naturales y humanos para ello”, dicen los consejos agoreros para la espera sin prisas del desespero…

“Es verdad, ¡pero yo no sé lo que le falta apenas, para solucionar el problema de este país!” Me comentaba en 1998, un tanto angustiado, el consejero principal de la Unión Europea en Caracas, Ives Zaragoza.

De mi parte, le aguantaba la respuesta, hasta que se la redacté y la pronuncié en una ponencia del evento sobre Las inmigraciones a Venezuela, de la Fundación Francisco Herrera Luque. Mi ponencia se titulaba “La ‘época de la emigración’ y el aprendizaje social del venezolano’[1]. Para Venezuela era una época de inmigraciones, y ese era el tema del evento, y era el problema con el que, como todo pueblo en su historia de inmigración, Venezuela tenía que aprender, y según mi tema particular, a ser sociales los venezolanos. El consejero Zaragoza reafirmó mi proposición de ausencia de lo social, y él mismo en conversación postrera se encargó de reconfirmarlo contándome su experiencia de vida en Venezuela.

Al fin, con la llamada revolución socialista, nos han conducido a sentir en carne propia que se ha configurado, en Venezuela, un país interior como lugar del destierro por el sufrimiento ante el desamparo de las instituciones y la ausencia de la confianza en las relaciones sociales del cada día, política y económicamente. Aún antes de esa mentada revolución, y aún en su paralelismo, nos condujo al destierro interior, una minoría desconectada del país en su pensamiento y enajenada en su acción y hasta de sí misma, la de los 40 años  llamados de la democracia y sus intelectuales vacilones, acogidos a la criticadera, así como el pueblo-masa acogido a sus rebeldías o quejadera[2].

-“Que te dejen ladrar (rebeldía) no significa que te dejen participar (impugnación)”. Más bien significa que cabalgamos, querido Sancho Panza, diría así también el bien-amado gobierno socialista. Es decir, tanto la criticadera como la quejadera reafirman que el gobierno cabalga bien.

Aquella minoría sin proyecto y un pueblo sin ánimo de impugnar algo inexistente, pero que como tal inexistencia se convierte en problema, el pueblo debería “sembrar para cosechar” la razón de su impugnación a tal problema de inexistencia de proyecto: la de denunciar la falta de proyecto sustituida por el colmado de disfrute del país sin trabajar en su construcción.

A este ‘llegadero’ nos ha conducido lo que teníamos de siempre; ahora en la revolución comunista, ‘llegadero’ expuesto más visiblemente: a una cultura de hambre correspondiendo a una cultura de despilfarro; así como en reverso, a una cultura de despilfarro (recolector) le corresponde una cultura de hambre.

Todo termina bien hilvanado, porque la política de estado (inconscientemente populista) puede sostenerse, impulsarse y justificarse dentro de una cultura de destrucción, como es la cultura matrisocial, que porta la mayoría del gentío venezolano. Cultura que atisbó la imaginación del Cabrujas vacilador: ¿Estado del disimulo? Será para la población que vive del autoengaño, para los no escarmentados.

Para los que navegamos en este país del destierro interior, la etapa democrática como la actual dictatorial, se dan la mano: las dos descienden de Juan Vicente Gómez, el modelo de dictador, según Gabriel García Márquez. Presidentes de la república, así como el pueblo, todos son unos “gomeros”, extendiendo la aplicación de Ramón J. Velásquez, al pueblo que no “lucha por su dignidad”, es decir, que no lucha por su felicidad política (José Antonio Marina). Todo lo espera (¿esa es la esperanza?) del cacique mandón (el estado) porque de antemano le ha entregado sus problemas que desidiosamente abandonó.

¿Qué es lo que falta en Venezuela para regresar del país del destierro?

Falta la sociedad, un huésped mantenido en el disimulo para el autoengaño.

Si Venezuela tuviera un proyecto de sociedad, qué gran país sería Venezuela; un atisbo de sociedad siquiera que permitiera cambiar lo negativo de su cultura antisocial, con el fin de fortalecer lo afirmativo de la misma. Para construir sociedad, los recursos naturales no importa que sobren o falten, no son la clave. Lo que no debe faltar son las relaciones sociales de la confianza. La confianza en las instituciones, comenzando por la confianza en nosotros mismos y en la lealtad para con el paisano.

“a las ventanas la gente burgalesa se asomó
Con lágrimas en los ojos, ¡que tal era su dolor!
Todas las bocas honradas decían esta razón:
‘¡Oh Dios, y que buen vasallo, si tuviese buen señor!’            
(Poema del Mío Cid).
Transcripción versificada de Luis Guarner, ed. Salvat

Permanentemente estoy asomado a la ventana venezolana con mi propio dolor. Con la condición negativa del ‘si’ por parte del mal gobierno, el destino nos alcanzó en Venezuela, como a Mío Cid Campeador, sin sociedad que nos ampare y consuele de esperanzas. La lucha por nuestra dignidad será, así, más dura, llena de oscuridad, sudor y sufrimiento. Pero habrá lucha, ese es nuestro consuelo (=esperanza) que hay que sembrar. Hemos de sentir que cabalgamos, y no como el gobierno, en el destierro del país venezolano adentro.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
--polvo, sudor y hierro--- el Cid cabalga.
(Castilla, poema de Manuel Machado)


[1] Se consigue en el libro citado, pero también en el primer tomo de la Suma del Saber Venezolano, y de un modo más barato en el libro de Samuel Hurtado: Contratiempos entre Cultura y Sociedad en Venezuela. Caracas: Ediciones FACES, Universidad Central de Venezuela, 2013.
[2] En nuestra investigación publicada como libro damos cuenta de esta minoría desconectada: Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad. Caracas: Ediciones del Rectorado, Universidad Central de Venezuela, 2000.


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