miércoles, 21 de marzo de 2018

PAÍS DEL CIERRE FELIZ POR INVENTARIO

Músico con guitarra



Voy a cerrar por inventario

retiro del mostrador

la mercancía quedada.

A nadie le gustó,

nadie leyó,

nadie sintió.


Perdí todos los amigos

eran malos pagadores

huyeron todos de mí


Perdí tiempo. Perdí todo.

Pero donde perdí me salvé.


Antonio MIRANDA: Tu País está Feliz.
Cante con guitarra: Xulio Formoso

Ateneo de Caracas, febrero/marzo, 1971



1968: últimos meses. Había llegado a un país feliz, a una geografía tropical a la que no había dejado de llegar gente como a una tierra prometida. Aquello al fin era una “Tierra de Gracia”, como la llamó Cristóbal Colón cuando bordeaba sus costas, tocaba en Macuro y probaba el agua dulce del delta del río grande del Orinoco, en 1498.


Poco años después, el cántabro Juan de la Cosa trazó el mapa de esas costas y las inscribía en la geografía universal a través del mar Caribe, y para completar la inicial histórica, en  1517 llegó el abulense de Arévalo del Rey, Sancho Briceño, que se constituiría en el “Padre de las Municipalidades” en América, y sería el primer tatarabuelo del Libertador Simón Bolívar en tierra americana.


Sin la suerte del hallazgo de El Dorado, sin embargo, a Venezuela le llegó el destino de ser la tierra de la dulzura en el siglo XVIII con la producción del cacao (chocolate), al que le acompañó en el siglo XIX el tiempo de las tertulias que marca la producción y el sorbo de café. Al fin en el siglo XX le salió de sus entrañas mineras el surtidor del petróleo que movió la industria pesada mundial.


Todo se fue inflando en Venezuela en el siglo petrolero. Alguien supo de este desarrollo inflado, y colocó el nombre de Caracas a la mujer de Gógol: un cuento italiano que sabemos por Federico Vegas[1].


La mujer de Gógol resultó ser una muñeca que Gógol inflaba, lustraba su piel y estiraba sus piernas, a su gusto, pero éste se inspiraba en el sentimiento del autor que le proporcionaba la ida y regreso de la fuerza laboral estacional y de carácter internacional que trashumaba por Caracas en la llamada ‘época de la emigración’ (1940-1960).


Venezuela entraba en el siglo XX, dando respuestas a la economía, al logro de la democracia en octubre de 1945, al arreglo de la pacificación de la guerrilla (la lucha armada) y a la alternancia en el poder político del estado (1968-1970). En este último recodo del tiempo se había estrenado el drama musical estilo happening Tú País está Feliz. Era el primer festival de la juventud universitaria e iba a coincidir con la llamada ‘renovación universitaria’.


Aurora venezolana a la que acompañaba la tendencia de cristianos para el socialismo con cara de discurso y compromiso social bajo el aire de la filosofía y teología de la liberación latinoamericana.


En 1971 se representa Tu País está Feliz en el Ateneo de Caracas. Allí se conmovió mi primerizo entusiasmo por Venezuela, mientras se animaba el poema y las variaciones musicales con Xulio Formoso. Había llegado como reconfirmación a un País Feliz, Venezuela, donde se auguraban años de paz y grandeza social sin disparar un tiro, sin quejumbres, con mi aire de bonanza que traía de Europa y sus movimientos de renovación mundial a partir de la Primavera de Praga y el Mayo Francés.


Así subí la cuesta de la Gran Venezuela en los años 70.


Pero la marginalidad urbana seguía viva en los barrios de Caracas donde se desarrollaba mi acción social. Como estudiante a su vez de sociología en la Universidad Central de Venezuela se afincaba mi crítica social también. Me topaba con el populismo; sin embargo, mi pensamiento trataba de salvar al pueblo y a lo popular bajo el supuesto de su esencia de autenticidad.


La invención del concepto de matrisocialidad en los años 90, iba a dar duros golpes a la realidad de pueblo en Venezuela, realidad agazapada en un populismo recolector, es decir, de redistribución sin producción. Ya en 1993 anuncié que Venezuela iba a una situación de miseria, aún peor que los últimos países de África. Desde entonces coloqué bajo sordina a la dinámica salvadora del pueblo venezolano.


-¿Se había esfumado el país y su pueblo feliz?


-¡Qué va! En Venezuela Milagrosa[2] volví a rebuscar la energía de carácter arquetipal que condensa la geografía venezolana en sus materiales naturales: viento, agua, clima, vegetación y el garbo animado de su gente musical. Escribí entonces, basado en una investigación de la universidad de Cambridge sobre cómo dos países alcanzan la mayor felicidad en el mundo: Dinamarca, por sociedad (gran confianza en sus instituciones) y Venezuela por su cultura antropológica (gran placer en su estado de naturaleza).[3]


-¿Cómo era eso de que la rebaja social de la cultural del pueblo venezolana afectaba al destino negativo del país?


Entonces acudí a una investigación mía sobre cultura y pobreza[4]


-¿Era posible ser feliz cuando uno es pobre?


-¿No era posible la felicidad cuando la produce una cultura de pobreza como es la matrisocialidad?


Esto descartaba un planteamiento de la felicidad asociada a la pobreza como una virtud religiosa o de la austeridad moral. Ahora nos colocamos en el nivel de lo sociológico, donde cada cual, cada cultura y cada pueblo coloca las medidas de su felicidad desde una referencia cultural: cómo sentimos la realidad de las cosas, y nos gusta sentirlo de tal manera. Así se traslucen los escenarios de una nación o país anhelado, en construcción o que queda lejos  o es demasiado grande para los posibles deseos de merecerlo debido a los precarios instrumentos culturales para edificarlo.    


Pero nunca es tarde cuando la dicha por alcanzar se encuentra enfrente.


-¿Cuál frente, horizonte, o camino a transitar?


Se trata de aprender a jugar a sociedad. No de aprender a ser compadres, ni a generar amiguismo, ni a manipular con el nepotismo. Este aprendizaje último es negativo y destruye la posibilidad de ser un país de verdad. Un país consiste en un ámbito de esfuerzos por tener a disposición los amparos necesarios y los servicios sociales básicos, y por sobre todo la garantía de dicho amparo y servicios para absolutamente todos los que habitan una geografía nacional. Esta proposición significa que, como resultado debemos obtener nuestras propias ventajas en la medida que todos los habitantes tengan y saquen también sus ventajas, esto es, que se configure una situación con las ventajas generales para toda la comunidad nacional.


-¿Cómo un país no es como lo creemos sus habitantes?


En Venezuela creemos que el país está ya dado y concedido, y, en cuanto tal, lo asumimos como una gracia otorgada por haber nacido en el territorio. Así creciste como crecen las plantas autóctonas. La realidad desmiente tal creencia. Si no se trabaja como sociedad esa geografía llamada Venezuela, la buena planta fruto sólo de mi gana, pronto se vuelve monte, y monte malo, gamelote o discurso pajizo.


Nuestra creencia hace que nos presentemos con hambre de derechos, sin habernos puesto en condición de cumplir los requisitos para conquistar los derechos. Los derechos nunca se merecen como una gracia, se conquistan o no se tienen. Traicionamos a nuestros propios deseos que si son auténticamente sociales, piden de nosotros cooperación en lo que todos nos hemos propuesto para mejorar, y no sentarse a esperar que el Otro (Dios, estado, gobierno, empresa, asociación) nos ‘concedan’ las soluciones. El Otro no puede hacer nada afirmativo si nosotros no cooperamos con libertad a las tareas que significan algún esfuerzo o trabajo.


Es lamentable que el régimen populista, sobre todo el actual, nos haya secuestrado el trabajo, la tarea de nuestra cooperación con libertad.  Si alguien tiene aún trabajo en realización, este régimen de dominación socialista, y no de gobierno (administración), lo ha devaluado tanto que no alcanza su remuneración ni para mal comer. Apunto estamos de pasar a un trabajo esclavo y a su correspondiente hambruna sin fin…


-¿Por dónde empezar a hacer el inventario de lo que llamamos país venezolano?


-¿Qué se hicieron nuestros amigos, compadres, que nos introducían a un país según su medida privada y narcisista?


Ante esta pregunta me sentí como el hijo pródigo de la parábola: abandonado en un país de la pena, y aún país de la ausencia.


Mi reacción: Lejos de amigos y compadres, malos conducentes. Me levantaré y volveré a la casa de mi padre, a que me de un trabajo con que pueda comer, no de esclavo que no manda ni en su hambre.


Millones de venezolanos se van, buscando la casa del padre (su nueva patria) en país extranjero, donde ya hay país que garantiza la patria nueva. Se descabalgan de la tarea puntual que necesita Venezuela: ¡que tengan éxito!


-¿Y qué vamos a hacer los que seguimos en Venezuela, secuestrados en la patria elegida, secuestrada también, si no logramos crear un país en esta geografía llamada Venezuela?


¡¡¡No tenemos más remedio que aprender lo que no se ha hecho, que no se ha deseado hacer, y no tenemos disposición de poder hacer, es decir, aprender lo que al fin debemos hacer: de Venezuela un país!!!


Hacer país no es hacer Pueblo, que con mayúscula siempre se invoca para engañar, sino ciudadanos que es el pueblo que se hace sociedad. Porque en Venezuela adolecemos profundamente de pueblo ciudadano, es decir, de capacidad de respuesta para exigir cuentas a los que han asumido la conducción del estado y a los que aspiran a lo mismo desde sus partidos.


El fin del inventario de ‘tu país está feliz’, es lograr la salvación de este preciso país; es decir, de lograr (revisar) cómo estamos haciendo el aprendizaje de país. Porque el venezolano está muy desorientado en el camino del aprendizaje social.


Es urgente hacer el cierre del inventario sobre el país, inventario que debe empezarse por uno mismo como nacido en este territorio. Porque ya como aglomeración social, estamos montados no en la felicidad, sino en el placer (de que gozamos, gozamos a como sea). Aquí está otro perfil de nuestro complejo matrisocial, que indica nuestro desenfoque respecto de nuestra realidad: creemos que somos felices y lo que hacemos es quedarnos en el placer, que es lo que nos define al fin como cultura.


La razón de este placer cultural consiste en anular hasta el deseo de ser felices como debe proporcionar el hecho de ser país con una sociedad que organice la vida ciudadana por dentro.


-¿Cuánto hay que inventariar de Venezuela para salvarnos en un país de presencias?


Como secuestrados, y además en un país ausente, el cierre por inventario tiene como objeto la posibilidad de salvarnos; posibilidad que se orienta al interior de nosotros mismos: el de juzgarnos sobre si nuestros comportamientos están a la altura del aprendizaje de hacer país. La oportunidad del aprendizaje se ejerce bajo la presión más extrema en que se juega como una agonía, todo ser vivo, y es la del destino programado por una política de dominación contra la sociedad: el morir (o mal vivir) de hambre, o por falta de medicación, o a manos de malandros mafiosos, o todos los problemas a la vez.


Si al fin y pese a ocurrir bajo presión tan moralmente baja, la gente venezolana aprende a hacer país, el cierre por inventario puede ser feliz, y hacer que Tú País esté Feliz.


[1] Federico Vegas: La ciudad y el deseo. Caracas: Editorial Fundación Bigott, 2007: 177-181.

[2] Véase en este blog: http://pensamientosantropologicos.blogspot.com mes de septiembre de 2013.

[3] Véase en este blog: http://pensamientosantropologicos. blogspot.com mes de mayo de 2012. La felicidad suma de dos países: Venezuela y Dinamarca.


[4] “Felices aunque pobres. La cultura del abandono en Venezuela”. Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura. Caracas, Vol. VII/N° 1, enero-junio de 2001: 95-122.

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