miércoles, 16 de septiembre de 2015

APOSTILLA A LA CARTA DE JAMAICA

 
Antes, mucho antes, de que llegara Colón, existe en Venezuela el fondo Caribe y Araguaco. A ese fondo cultural hay que añadir la experiencia del Golfo Triste, la Tierra de Gracia y el agua dulce del delta del Orinoco en 1498 con que avista Colón a la futura Venezuela, a partir de lo cual se origina la fundación de las ciudades por los llamados conquistadores de Castilla y León mediante cabildos y municipalidades. Este impulso de organización de poblamiento cobra legalidad plena en el establecimiento de la Provincia de Venezuela, germen de la formación de la nacionalidad y de la una patria nueva en el territorio venezolano.

Sólo faltaba activar de raíz esa tradición cívica y legalista heredada de las comunidades de Castilla con ocasión de la ruptura del contrato social del rey Carlos IV que es obligado a ceder a Napoleón los derechos del señorío. Dicho fondo lo rescatan las comunidades de las provincias de la península y con igual motivo y justificación las provincias de América. Desarrollando este derecho cívico (=nuestro contrato social), los blancos criollos legitiman su lucha legal por la independencia política nacional. Dicho contrato social no les viene de Rousseau, ni de Washington, sino de su misma constitución política, cuyas iniciales se encuentran en las Cortes de Castilla, reunidas por primera vez en la ciudad de Burgos en 1169. Siendo también el primer parlamento acontecido en Europa[1].

He aquí el sustrato profundo de la vieja sociedad civil a la que alude Bolívar en su Carta de Jamaica apoyado en el fraile dominico mexicano Servando Teresa de Mier en su obra Historia de la revolución de Nueva España. Lo demás de la carta son detalles de estrategia de lucha internacional para atraer a Inglaterra a su causa. El contrato social que suscribe Carlos V con los conquistadores americanos, se identifica al mismo rey y emperador que ha vencido a las comunidades de Castilla y León en 1521.

Sin observar este fondo no encontramos sino cuenta cuentos de historiadores que reducen la razón de la existencia de Venezuela a dos (2) siglos de República independiente. Reducir significa simplificar las responsabilidades sociales y políticas a los vaivenes de lo peor de la herencia histórica: el caudillismo. El verdadero interés de la específica vida llamada colonial es observar cómo Venezuela evoluciona social y políticamente como república, a lo que se puede asociar como tal el juicio del Libertador:

Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte,
cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias,
aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil[2]

Mijares (s/f. 52) deduce que “ni era la América –y esto era lo más importante- un conglomerado inorgánico de europeos y salvajes, puesto que la continuidad y la coherencia de nuestra antigua sociedad civil habían persistido como un equilibrio básico”.

Eliminada la legitimidad por arriba (la monarquía) quedó la base desde abajo legitimando la república. Las responsabilidades de organizar la vida social se depositaron en las élites locales nacionales. Si las formas republicanas tienen la capacidad de instrumentos para llevar a cabo un proyecto de sociedad, queda de parte de las élites como minorías preparadas (ilustradas) para orientar al pueblo como ciudadanos con objeto de revisar (impugnar) todo proyecto unilateral de las élites.

Pareciera que esas minorías republicanas no han cumplido del todo con su papel (su deber), pues comenzando el siglo XXI, Venezuela se encuentra extraviada como República, hasta ha retrocedido civilmente, y aún ha ido perdiendo los instrumentos que moldearían las formas del proyecto nacional. Nos queda, sin embargo, aquel modo viejo en los usos de la sociedad civil que el Libertador apunta como tradición de la cultura social y política que a través de España nos enlaza con las más antiguas de la civilización occidental.

El Libertador en su Carta de Jamaica (celebrando su bicentenario) nos impulsa a que recobremos la esperanza de recuperación de nuestra normalidad republicana y crezcamos como sociedad en la forma apropiada de un gobierno democrático.



[1] Véase Augusto Mijares: La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana, Caracas: Revista Bohemia, (s/f), 34.
[2] Cartas del Libertador, recopiladas por Vicente Lecuna, Tomo primero, 189.

4 comentarios:

  1. Qué sabroso de leer y cuánto para analizar, Gracias Samu.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Nuria por tu comentario. Espero que estés bien por ahí y disfrutes de la vida

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  3. Qué sabroso de leer y cuánto para analizar, Gracias Samu.

    ResponderEliminar