Cristo Yacente de Gregorio Fernádez, 1627, Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Dios extendido, longitud sagrada.
Duerme envuelto en su sangre. Derramado
bajo la noche, Jesucristo duerme,
descansa como un niño atormentado.
Aquí ataron las manos de Gregorio
Fernández cierta lentitud terrestre
a los huesos de Dios. Veo la boca
donde pastan la luz y las tinieblas;
miro los brazos de marfil y espino,
fugitivos y largos como ríos
que van a morir, y la corona
hirviente aún de los cabellos; furia
serpentina de Dios, dios derrotado.
Antonio Gamoneda. Pasión de la mirada. En
Edad (comp.), Madrid: Ed. Cátedra, 1987, 225.
Admonición: El falso mito de la participación chavista
tiene el objetivo de ahogo de la libertad. Lo cierto es que sin libertad como
proyecto, estamos condenados a la muerte social (total), sin otra espera de que
todo, absolutamente todo, nos venga de los amos que no gobiernan sino dominan.
Para librarnos de esta injusticia, el Cristo Yacente tuvo que habérselas con la
muerte. Aunque derrotado no fue vencido; su logro de vencer definitivamente
está pendiente de que, despertando de la ceguera (muerte) los humanos veamos
que con el arte de saber vivir-juntos (manos verdaderas) alcanzaremos la
verdadera libertad como señal del Dios resucitado. Así el paso por la derrota
del Cristo Yacente no fue inútil.
Fui ciego
como piedra de cripta
hasta que un día
vi en el mundo las
manos verdaderas.
No eran las manos sino
aquella forma
de estar unidos sin
tocarse, como
las hojas en el bosque
realizan
algo más grande y más
hermoso aún:
una
profundidad entre silencio.
Antonio Gamoneda. Exentos 1. En Edad (comp.),
Madrid: Ed. Cátedra, 1987, 146.
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