viernes, 29 de marzo de 2024

DESLINDES SUBJETIVOS Y SOBREPOSICIÓN DE LA MIRADA CREADORA


 Monición. El perro pastor otea de lejos al rebaño de ovejas, vigila, controla y organiza su orden más allá de su lógica de manada. La observación como acto se encuentra ya en el comportamiento de las cosas.

 La conciencia creadora se remonta entre los deslindes subjetivos del conocimiento.
 

Tenemos que distinguir entre investigación y observación, siendo ésta el posible origen de aquélla. Parecida distinción hay que hacer entre ciencias del comportamiento y las llamadas ciencias exactas concebidas como del no comportamiento. Porque nos ceñimos a la observación en las ciencias del comportamiento. 

Uno de los problemas consiste en que en la observación del comportamiento no se trata de reducir los fenómenos a cosas manipulables y por lo tanto a objetivarlas en frío como si no existieran los significados en las mismas con relación al pensamiento humano, más bien se trataría de salvarlas con respecto al posible peligro subjetivista que significaría el pensamiento. Pero el asunto consiste en que las cosas que tienen un interés humano, deben dejar sentado ese interés en su trato de cosas, y por lo tanto dejar que éstas se mantengan en su ser, en lo que son.

Al referirnos a los comportamientos humanos, éstos sólo pueden ser objetos científicos cuando se les piense en toda su humanidad. La relación de observación de los mismos entra así en una dimensión ubicada más allá de un método salvador del comportamiento en su objetividad, adaptado con disimulo a las técnicas de las ciencias exactas. Se confunde aquí lo científico con lo cuantificable, emergiendo aquí las ansiedades del investigador de campo con respecto a su observación. 

En la díada de la observación donde la subjetividad transita del lado del observador y la objetividad al lado del observado que a su vez adopta como analizando la pauta de ser observador del observador mismo, la complejidad de las miradas se torna en un laberinto donde asoma el aparente descontrol. Por eso, “Lewis como Nadel dudan que ésta [psicoanalizarse antes de ir al campo] sea una solución adecuada, en la medida que el propio proceso psicoanalítico añade una mayor complejidad a la comprensión del proceso investigador” (López Coira, 203). Esto puede ser cierto, pero referido a la investigación, y no a la observación de carácter psicosocial, que debe atenerse a los métodos científicos básicos. Si la observación va a encuadrarse en una investigación, lo primero que debe plantearse es la orientación teórica de una investigación del comportamiento humano a partir de la variable intermedia o independiente, como primera decisión básica metodológica  (Cf. Devereux, 1989b: 34)[1].

Aunque estamos abocados al hecho de que la observación lo asume como protagonista el observador, complementado con la contra-observación del observado de retorno sobre el observador, sin embargo, no se cimenta el planteamiento de la investigación de la ciencia del comportamiento en que el procedimiento lo constituye la observación de un observador sobre un sujeto observado. Pues se trata de un modo preciso de que el análisis científico se lleva a cabo en torno a una acción recíproca entre los dos polos relativos de la observación, el observador y el observado, “en una situación donde son al mismo tiempo observadores para sí y sujetos [objetos] para el otro. Pero incluso en ese caso hay que aclarar lógicamente la índole y el lugar de deslinde entre los dos, porque los intentos experimentales de crear esos deslindes siempre fallan, por ser lógica y prácticamente contraproducentes” (Devereux, 1989b: 331).

El vocablo observación no tiene justificación sino dentro de la lógica de una acción recíproca donde es necesario determinar el deslinde entre los dos polos en especie. En tal acción recíproca, cualquier técnica o instrumento que procure detener la información sobre el observador por parte del observado muestra las resistencias o las ausencias u olvidos sobre el observado mismo. Porque en este caso se pretende negar la conciencia de sí que no puede dejar de tener el observado; por otra parte, es más saludable y de amplitud científica que el observado tenga también esa conciencia para que pueda hacer enunciados acerca de enunciados, como la detenta el observador de sí mismo. 

Es como se asienta la observación recíproca para que la operación sea pertinente; de este modo uno y otro sujeto se precisan de acuerdo al papel que pueden desempeñar en la  acción justificadamente. La información a que de lugar la situación de la acción recíproca se convierte en parte de su resultado procedimental total.  Lo que importa es que esto pueda suceder, sea haciendo que el observador se observe también a sí mismo, sea haciendo que un segundo observador observe al observador. Pero debe entenderse que, aun cuando esto se haga coincidiendo con la observación de un sujeto, lógicamente es un experimento separado” (Devereux, 1989b: 333).                     

 ¿Cómo se cuantifica un significado, si lo que hacemos es ponerlo a circular, y ser movible, con su sentido particular para que tenga razón de su existencia y, como tal, de su realización? En este problema existe una doble dimensión, la que tiene que ver con la situación en que  se coloca el observador, y la que lo relaciona con su conciencia creadora. Entre esos marcos se mueve el deslinde permanentemente entre el observador y el observado.

Cuando se toma en cuenta la situación con la que se introduce el observador en la acción de observación, se obtiene una ventaja esencial, en la medida que lo hace observador y cómo es la realidad de esa función. Porque entonces no es pensada la situación como una perturbación de la índole que se quiera sino como una principal y por supuesto indispensable perturbación con respecto de los datos que aporta de un modo pertinente y a su vez con sustento complementario. La ventaja tiene que ver con efectos que suelen venir de la observación y que tienen que ser aprovechados tanto de parte del observador como de parte de observado. Según esto encontramos la tentación de caer en la hiper-valoración del sentido común del observador, frente a la sub-valoración aberrante, sofística, sobrevenida para con el observado. Así como si la luz viene y se proyecta desde el observador y la sombra se reconcentra en el observado. 

Creyéndose así el científico puede caer en acrobacias de sentido, en vez de generar estrategias metodológicas. “El científico verdadero no es un glorioso ‘idiot savant’ campeón de ajedrez, sino un creador. Tal vez no pueda compararse con una veloz calculadora, en realidad, como Henri Poincaré ‘príncipe de la matemáticas’, es posible que ni siquiera sea capaz de sumar debidamente. Lo que puede hacer es crear un nuevo mundo de ciencia. Mediante un entretenido truco de salón podrá resolver aritméticamente en 50 páginas un problema que el álgebra o el cálculo pueden resolver en tres líneas, pero no está ‘haciendo ciencia’”  (Devereux, 1989b: 56).

Aquí estamos entre el experto o el entendido en una técnica y el creador de mundos de conocimientos, entre el hacer ciencia de la conducta con una actitud de impersonalidad esquizoide y la habilidad técnica de imitadores de figuras del arte. “Lo que más se necesita es la reintroducción de la Vida en las ciencia de la vida, y la reinstalación del observador en la situación observacional, mediante la adhesión constante a la advertencia de un gran matemático: ‘¡Busca la simplicidad, pero desconfía de ella!’” (Devereux, 1989b: 57)[2].

El deslinde permanente entre el observador y el observado revela la conciencia creadora que supone la acción recíproca en la díada subjetiva. El deslinde se presenta como un hecho ‘móvil’ al mismo tiempo que se desplaza de un modo discontinuo, y se regenera constantemente en la relación recíproca de los sujetos. Su lugar apropiado sólo puede ajustarse oportunamente (carpe diem). El procedimiento para precisar su lugar tiene su dificultad porque “en realidad es un traslape constantemente regenerado” (Devereux, 1989b: 336). 

Para lograr el deslinde  entre objeto y observador es necesario contar con una conciencia creadora por parte del observador. Tal es así que en la actividad científica del observador se presenta la suerte como dimensión del éxito o el fracaso de la investigación. Dicha suerte no está en los libros a disposición de la biblioteca apropiada, ni en la burocracia como infraestructura de la organización institucional del conocimiento, tampoco está en el diseño del corpus y sus técnicas incluidas; la suerte de la producción del conocimiento se encuentra en los esfuerzos creadores de la persona del investigador.

Son esfuerzos porque se trata de una base de operaciones a organizar, disponer y aplicar de acuerdo a la preparación, experticias, compromiso en las búsquedas de soluciones y finalmente en la imaginación que inventa estrategias de explicación conceptuales por parte de los ánimos e inteligencia del investigador. Es en la persona de éste que se concentra el interés por el locus del deslinde que debe proyectarse entre objeto y observador. 

Son esfuerzos que implican trabajo, pero que no son necesariamente trabajosos; son esfuerzos de búsqueda y atrevimiento en la inventiva por avanzar por caminos inéditos y que equivalen a la recomendación de “esforzaos en aspirar” a algo más, que puede ser lo mejor, tanto en experimentación, originalidad, innovación, así como en la construcción de modelos conceptuales. Y aquí comienza el proceso de investigación, cuando se ha dejado atrás el fenómeno, el tema y el objetivo, que quedan distanciados, y hasta el problema que queda de lado, porque ahora el observador en cuanto investigador se enfrenta con su invención conceptual y ésta se presenta preveniente esperando la respuesta explicativa del creador de la misma.

En esos esfuerzos creadores se encuentra ahora la verdad del pensamiento que puja por dar a luz las ráfagas del conocimiento explicativo. Es el escenario que nos dice qué pasa al interior del observador ya no como interior personal influyente en la construcción del dato, sino del interior del observador que como científico realiza la construcción teórica del dato (Cf. Bourdieu,  Chamboredon y Passeron, 73-78) y por lo tanto, cómo en su ecología social interior, el observador es productor con sus medios de producción intrínseca que acontecen como elementos productivos en el interior del investigador mismo. El observador en cuanto investigador no sólo es necesario como elemento genérico, sino también es intrínsecamente esencial como elemento específico, y por lo tanto como situación elemental que desprende el él y desde él y actúa en cuanto significante[3]

Ya el entendimiento del dato emergente (o emergido) no tiene otra suerte que la que ocurre en la mente del observador, de modo que el dato ya no se estudia allá afuera sino allí adentro como tal. El dato corre la suerte de su construcción ya sea en la oficina de estudio ya sea que el investigador remonte su presencia imaginativa allí donde esté el dato y haga a éste funcionar como si estuviera dentro del mismo. Desde que llegó la metodología analítica, se puso a valer al autor de la construcción de los hechos; no tanto nos preocupa como sujetos críticos la construcción impersonal, sino la persona que como autor realizó su trabajo, porque el interés viene en torno a la forma de la construcción, es decir, en cómo se hizo o trabajó el dato a partir de la persona construccionista como autor. 

Buena parte de la ciencia social moderna se debe a esta atención en el estudio de los problemas sociales y culturales acontecidos en el observador. En este proceso topamos con los conflictos y compulsiones del observador que se introducen en el acto de la observación, que a su vez serán hitos básicos para determinar el lugar del deslinde entre objeto y observador. Entre ese escenario de conflictos y de ideas en búsqueda, se inmiscuye también la conciencia del observador, propiciando no sólo la mentalidad ideológica del mismo, como también su reacciones de emotividad perceptiva.

BIBIOGRAFÍA

Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Chamboredon y Lean-Claude

 Passeron (2011)[1975]. El oficio de sociólogo. 

Presupuestos epistemológicos. Buenos Aires: 

Siglo XXI editores.

Devereux, Georg (1989b). De la ansiedad al método en las ciencias 

del comportamiento. México: Siglo XXI, 5ª edición.

López Coira, Miguel María (1991). “La influencia de la ecuación

personal en la investigación antropológica o la mirada

 interior”. En María Cátedra, Los españoles vistos por 

los antropólogos. Madrid: Júcar Universidad, 187- 222.

 



[1]Un fenómeno se convierte en dato para una ciencia particular sólo siendo explicado en función de las variables intermedias características de esa ciencia. Ningún fenómeno, por limitado y específico que sea, pertenece a priori a ninguna disciplina en particular. Se le asigna a determinada disciplina por el modo de su explicación y es esta ‘asignación’ la que transforma un fenómeno (acontecimiento) en un dato, y concreta-mente en el dato de una disciplina determinada [Devereux, 1965ª, Devereux y Forrest, 1967]. Del mismo modo que no hay fenómenos preasignados, tampoco hay datos inasignados” (Devereux, 1989b: 41).

                “Dado que sólo el tipo de teoría que uno emplea determina si un fenómeno dado se convertirá en dato para una ciencia más que para otra, es necesario examinar los procedimientos que vuelven dato de la ciencia del comportamiento un hecho relativo a un organismo vivo. En la investigación de la ciencia del comportamiento, el principal de estos procedimientos es el que define la posición del observador en la situación a que se hace producir datos de la ciencia del comportamiento” (Devereux, 1989b: 43)

[2] El hecho de que cada uno de los dos sea así ‘el observador’ para sí mismo y el ‘observado’ para el otro subyace a todas las (supuestas) perturbaciones debidas al hecho de haberse realizado un experimento. El conocimiento, hasta ahora tratado como ‘perjudicial’ –o como ‘ruido’ en teoría de la información— es un dato clave para las ciencias de la vida, que reintroduce la conciencia incuso en los experimentos destinados a eliminarlos. En cada experimento hay dos eventos discretos (‘einsteinianos’) ‘en el observador’: uno en el observador y otro en el observado. Estos problemas de conocimiento no pueden presentarse en el estudio de lo inanimado y esto a pesar del ‘principio de indeterminación’” (Devereux, 1989b: 57).

[3] “Si es evidente que los automatismos adquiridos posibilitan la economía de una invención permanente, hay que cuidarse de la creencia de que el sujeto de la creación científica es un automaton spirituale que obedece a los organizados mecanismos de una programación metodológica constituida de una vez para siempre, y por lo tanto encerrar al investigador en los límites de una ciega sumisión a un programa que excluye la reflexión sobre el programa, reflexión que es condición de invención de nuevos programas… como lo observó Stuart Mill ‘la invención puede ser cultivada’, es decir, que una explicitación de la lógica del descubrimiento, por parcial que parezca, puede contribuir a la racionalización del aprendizaje de las aptitudes para la creación” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 22).

--------

VI. Acápite del texto de Samuel Hurtado: "Panóptico Etno-sicoanalítico en las ciencias del comportamiento. El acto de observación". Caracas, 10 de abril de 2023.

domingo, 25 de febrero de 2024

LA OBSERVACIÓN DEL OTRO DESDE LA LEJANÍA DEL MÍ MISMO

 

 Conexión paradójica en las miradas intersubjetivas.

 

En una antropología cultural, donde el relato es de la superficie social, no es posible penetrar en lo intrapsíquico de la persona del investigador, al mismo tiempo que esta tarea no entra en su programa, como presupuesto subjetivista, es decir, de anulación radical de la objetividad o de su deterioro significante. Aquella solución de la paradoja entre intimidad y extrañeza, es decir, de lo propio y lo ajeno o distante, no tiene solución sino como alternativa de desconexión negativista.

En un planteamiento de superación epistemológica referida a un modelo de registro movilizador de los significados de realidad, obtenemos que la intimidad es pensada como un género de referencia significativa, mientras que la extrañeza lo es como especie, dentro de su mutua interrelación conceptual; al calificarse mutuamente, más allá de la referencia genérica, se moviliza la intimidad como extraña en todos sus aspectos de mirada, no sólo desde exterior o enajenación de su afuera, sino también desde el interior de sí misma y a pesar de su mismo adentro.

Se entra así a un laberinto de método que raya en complejidades de relaciones y desequilibrios de paradojas esquizofrénicas al margen de la locura social. ¿Cómo comprender de fondo una sociedad primitiva dentro de relativismo cultural, que propone Winch (1994)? ¿Cómo saber de lo propio como ajeno en una antropología textualizada para sobremontar los significados culturales de Díaz Viana (1997)? ¿Cómo precisar la moralidad del pensamiento en un relativismo de la cultura en que se resalta la diversidad cultural y su uso metodológico para que las diferencias culturales califiquen lo diverso como extraño, según Geertz (1996), estando en esa movida del acá para el allá?

En estos escenarios no podemos evitar la entrada del sujeto con lo que ocurre dentro del investigador, y por lo tanto con la acción de la función personal del observador como sujeto influyente en la construcción de los datos y su objetividad (López Coira, 1991). Otra cuestión es cómo se puede situar la función del sujeto en una reflexión universal sobre la Cultura y el juego de ésta cuando aparece el sujeto investigador. Entonces nos encontramos con la Idea filosófica sobre la ciencia de la cultura, la etnología, y aquí procedemos, según Bueno (1987) a transitar desde la ilusión etnológica, al etnologismo crítico, hasta llegar a la idea de la cultura civilizada como objeto referencial de estudio de la etnología. En este tránsito filosófico-teórico se ofrecen las alegorías, 1) de la búsqueda de la ‘comunidad perdida’ en la que el que se pierde es el investigador en su ilusión etnológica al referir a la sociedad civilizada como inauténtica (Bueno, 1987: 31);  2) la del sofista que, viviendo el bienestar de la civilización, critica a ésta ‘desde la nostalgia de la barbarie’ (Bueno, 1987: 141);  3) la ‘centrifugación’ que implica la ‘exportación’ de contenidos de la civilización que decimos arcaicos o antiguos, hacia las regiones del salvajismo o de la barbarie (Bueno, 1987: 143)[1]: estos elementos los identifica la etnología, pero son otras ciencias y la filosofía las que lo realizan.

Hay aquí un cambio de lógica en la crítica, pues se critica a la civilización con previsión del futuro que se quiere o debe hacerse: damos un rodeo por los otros (la cultura o barbarie) con lo que nos alejamos o extrañamos para regresarnos, con el conocimiento ajeno o alterno (de los otros), a lo propio nuestro como es ontológicamente la civilización o cultura social y éticamente mejorarla. Para comprender la cultura no supone una operación de ‘identificación simétrica’ con el pueblo primitivo (Bueno, 1987: 40), ni una refundición de simpatía con el otro (Sánchez Durá, 26-27), ni desde el agnosticismo relativista a partir de su supuesto fundamental de la inconmensurabilidad de las culturas (Giner, 25-26).

La falacia relativista ronda a toda comprensión de las culturas, y nos conduce a no medir bien nuestro conocimiento. La inconmensurabilidad no deja movernos entre la simetría que supone la existencia de los sentidos culturales y la asimetría de su movimiento según su energía diferencial de cada continente o ‘individuo cultural’(Bueno, 1987: 41), y ello sin que la crítica etnológica disponga de un mecanismo que “se confunde muchas veces con el ‘relativismo’” (Bueno, 1987: 144). Como todas las cosas de este mundo así creado, no están destinadas a ser simplemente naturales, sino a ser trabajadas o reelaboradas por el hombre para ser sociales. La categoría del etnocentrismo, como la etnolingüística, se encuentran en esa dinámica dialéctica paradójica de ubicarse entre sus relaciones simétricas que las hace cercanas (parientes en categoría genérica, según carne y sangre) y al mismo tiempo lejanas (ciudadanos que adquieren méritos según su trabajo o esfuerzo individual). Este escenario movedizo viene a colación para entender la relación del sujeto y el objeto cuando estos se mueven en el intercambio de observador y observado en el proceso de la producción de la construcción de los datos en las ciencias del comportamiento.

En la operación entra a mover las piezas la función del sujeto personal, como la pieza principal del aparato en funciones de trabajo. Porque obtener la extrañeza o lejanía del sí mismo (intimidad) requiere de un instrumento de personalidad, que a su vez, es el instrumento que mejor ha trabajado la epistemología psicoanalítica. Todo observador que pretenda entrar en el escenario con el fin de observar a la otredad, tendrá que auto-etno-psicoanalizarse. No sólo estamos hablando de la relación exterior mediante una descarga que lo enajena en la estructura económica y social, es decir, el aprendizaje de exteriorizarse en los otros como sociedad. Por lo tanto no se trata de una proyección antropológica y su epistemología general, sino de una ontología sociológica donde requerimos desarrollar una ecología específica de la acción, en los términos de Barroso (1987).

El entramado en que se inmiscuye la auto-etno-psicoanalización es superfino según lo anteceden los poetas porque se trata de comunicar distancias como ajenas en el espacio interior de la propia alma como símbolo de la personalidad. Lope de Vega es un maestro como poeta renacentista de la segunda mitad del siglo XVI mostrando esta devotio moderna. 

                                  

No sé qué tiene la aldea

                                   donde vivo y donde muero

                                   que con venir de mí mismo

                                    no puedo venir más lejos.

 

Vicente Aleixandre, poeta modernista, nos habla de la dificultad de mantener la comunicación porque son dos soledades, la de cada uno en la interacción humana, de cerca o de lejos, desde el exterior o desde el interior, personales, las que deben solidarizarse, y el poeta siente la dificultad pero se retira con el respeto y anuencia de seguir cálidamente pero en conexión fría (enajenada), lo que hace de ello un testimonio de que lo posible/pensable como sensible, está al acecho de lo perfecto o infinito.

  

 Alma de amor que vela y se separa

                                   vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.

 

El alma de nuevo es la imagen de la soledad en que el individuo encuentra el terreno de crecer como persona con su ética y valor en el encuentro social; en esa solidaridad queda intacta, sin embargo, la soledad inédita de cada persona como un alma desnuda (Savater, 388)[2]. El desafío de una dedicación a pulimentar el instrumento ontológico para acoplarlo a todo el aparato técnico metodológico, se presenta como alternativa a los desvíos reales de construcción del dato. Lo que hace la psicoanalización personal como resultado consiste en una sublimación de la enajenidad o extrañeza, donde el yo emigra hacia alturas de sí mismo para verse desde arriba (y desde más abajo) que es como decir, desde cerca porque estamos lejos. Es desde esta recursividad al unísono donde se alcanza la perfección cognitiva o infinita como nos dice Newton, y que nos lo proponen como meta tanto Hugo de San Víctor (Said, 2002) como Richard Sennett (1997), citados arriba. Allí se conjugan y es necesario manejarlos bien al implementar el instrumento ontológico de la personalidad dentro de aparato técnico metodológico. Lo que implica, más allá de la ontología como prevista, el aprendizaje del aparato etnológico.

La recurrencia metodológica que proporciona la contratransferencia psicoanalítica más allá de la dicotomía de la centrifugación, no entra en el ámbito de entender lo que ocurre en el interior de sujeto de una etnografía convencional, tal como lo plantea con todo su esfuerzo López Coira (1991). Ya Gustavo Bueno deja al psicoanálisis en los simples contornos de la acción de la centrifugación como nos ha señalado, equiparada a una sociología auxiliar de la filosofía (Bueno, 1987: 145). No avanza mucho más López Coira, más bien retrocede al endilgar el uso de psicoanálisis al papel de la confusión en la tarea etnográfica (1991: 200-202), apoyándose en autores como Nadel, Whitehead y Conaway. Sin embargo, en esa frontera de la relación de personalidad-investigación se asoma el problema del interior profundo del observador en las condiciones sociológicas en que opera la personalidad para dejar de lado la profundidad que implica el problema de la contratransferencia con respecto al asomarse al interior del investigador en su observación investigadora (López Coira, 190, 199, 209-210).

López Coira nos introduce en la motivación del conocimiento en torno a la ‘influencia de la ecuación personal’ en la investigación antropológica para acercarse a la mirada interior del investigador sobre sí mismo. “El  problema del conocimiento en la antropología está centrando la atención de los antropólogos no en el otro sino en el investigador” (López Coira, 189). Y ello no ya como un acercamiento especulativo en que se debate la lucha de la filosofía por reducir a la etnología a sus dominios, según Bueno (1987), ni quedándose atrás según la alteridad  que consagra la etnología moderna, como formula Lévi-Strauss (2000: 72) y que viene manejándose en el análisis de las culturas, como una sociología hecha desde fuera (Todorov, 1987: 29).

La motivación ahora consiste en centrarse en el mundo interior, el emocional, del antropólogo investigador, donde cabe el desafío de arrostrar con “los riesgos y ventajas de la descripción de la propia cultura en la propia lengua, o por el contrario, la importancia de la perspectiva  transcultural y sus limitaciones”, parafraseando la presentación del texto colectivo donde se inserta la exposición de López Coira (1987: 188). Este es un desafío de peso también desde la perspectiva del antropólogo mundano que carga con una cultura influyente en el comportamiento científico de otros investigadores a partir de complejos y desórdenes étnicos como es la cultura matrisocial. Y esto, no sólo y ya, en la variable sociológica que, por supuesto, caracteriza a los antropólogos, sino también en “la idea, la visión que un antropólogo tiene sobre la realidad estudiada, de la autocensura del antropólogo en la investigación, y de un sinfín de temas más que referían al investigador de campo como parte importante en el proceso de conocimiento antropológico” (López Coira, 188).

 En concreto nos va a plantear López Coira el problema que no se ha resuelto aún satisfactoriamente: “la influencia de la ecuación personal del investigador en los fenómenos observados y en la información que obtiene de los informantes, así como el problema de los controles empíricos sobre la investigación, con el fin de posibilitar una disminución de los sesgos del investigador (López Coira 1991: 188-189). La cursiva es nuestra, a partir de indicar el problema cuya solución, pensamos, no es satisfactoria, y en cuyo vector no parece que llegará a su plena satisfacción. Porque el principio sigue en pie: “todo fenómeno observado es susceptible de ser modificado o sesgado por el observador”. Aquí se centra la compulsión o preocupación de los antropólogos a los que observa su propio colega antropólogo: cómo controlar la influencia del observador, en el texto de Los españoles vistos por los antropólogos (López Coira 1991).

No nos extraña que López Coira coloque a la psicología como ejemplo de esta preocupación, cuya solución la busca por el empleo del método experimental. Todo por evitar la influencia subjetiva, y si no se puede, “adoptemos un método donde aquél intervenga lo menos posible” (López Coira, 189). Este es el leitmotiv de la cuestión que se consigue en la ecuación personal del sujeto observador que desempeña, parece que sin querer, el papel determinado y específico, en el proceso del conocimiento etnológico. Pero el laboratorio artificial o natural, como sea, que entra a actuar en él, siempre será un viaje para averiguar y sentir cosas con que uno se encuentra (ex-periri), es decir, siempre se experimenta como en un viaje observando elementos presenciales.

Por supuesto que la verdad de las cosas debe tener un sentido, y éste debe ser controlado. Pero aquí radica el criterio del control, porque siempre se piensa en un control para reducir, es decir, para disminuir, negar, dominar, cuando si controlamos para reducir lo que queremos positivamente es montarnos sobre la realidad con viaje ético y sobrevolar la realidad misma toda y ver desde todos los sitios. Para ello el lugar de mirar por excelencia es el del ventanal interior, el propio del observador y observar lo de fuera, ajeno, e introducirlo dentro en su proceso de comprensión subjetiva. En este punto vamos más allá de la simple introspección psicológica, como autoexamen, 1) para toparnos con el insight de la contratransferencia psicoanalítica, 2) para manejarse con los elementos subjetivos propios, así como los del observado, y 3) finalmente para lograr el fondo de la comprensión del problema puesto en juego.

Esta recursividad básica, pertenece a la actividad clave en el juego de la observación, y en el saber (de) la razón de toda ciencia: qué es lo que pasa en el interior del observador cuando observa el exterior, y en ese trayecto (causa u ocasión) cómo es el resultado tanto dentro como fuera de sí mismo, porque nos interesa ver cómo se construye la subjetividad, en lo que respecta a la positividad de la personalidad de cara a cómo debe construirse, por su parte, la objetividad. Desde el observador, implica una exposición de existencia emocional, de carácter ontológica, y no ya simplemente metodológica, siendo ésta la de una posible excusa obtenida en el uso de los métodos cualitativos, para salvarse del riesgo personal que supone dicha exposición; al decir ontológica nos referimos a la sustancia de su procedencia o pertenencia a la civilización moderna como lo propio de su ser racional. No se trata de mantener lo emocional en su irracionalidad.   

BIBLIOGRAFÍA

Barroso, Manuel (1987). Autoestima: ecología o catástrofe.

         Caracas: Galac.

Bueno, Gustavo (1987). Etnología y utopía. Madrid: Júcar

         Universidad.

Díaz G. Viana, Luis (1997). De lo propio extraño. Crónicas

 antropológicas.Guipúzcoa-Madrid: Sendoa.

Geertz, Clifford (1996). Los usos de la diversidad. Barcelona: 

            Paidós.

Giner, Salvador (1994). “Introducción”. En Peter Winch.

 Comprender unasociedad primitiva. Barcelona: 

Paidós.

Lévi-Strauss, Claude (2000). “Raza e historia”. En 

        Lévi-Strauss, Raza y cultura. Madrid: Cátedra, 

        37-104.  

Lope de Vega, Félix (s/f.). “A mis soledades voy, de 

        mis soledades vengo”. Poema.

López Coira, Miguel María (1991). “La influencia de la 

      ecuación personal en la investigación antropológica 

    o la mirada interior”. En María Cátedra, Los 

    españoles vistos por los antropólogos. Madrid: Júcar 

    Universidad, 187- 222.

Said, Edward (2002).Orientalismo. Barcelona: Random House

        Mondadori.  

Sánchez Durá, Nicolás (1996). “Introducción”. En 

        Clifford Geertz, Los usos de la diversidad

        Barcelona: Paidós, 9-35.

Savater, Fernando (2000). La tarea del héroe. Barcelona: 

            Destino.

Sennett, Richard (1977). Carne y piedra. El cuerpo y la 

      ciudad en la civilización     occidental. Madrid: 

      Alianza.

Todorov, Tzvetan  (1988). “Cruzamiento entre culturas”. 

En Tv. Todorov y otros, Cruce de culturas y mestizaje 

cultural. Madrid: Júcar Universidad, 9-31.

Winch, Peter (1994). Comprender una sociedad primitiva

        Barcelona: Paidós.

 

 



[1] “Esta condición (de bárbara) es la que las hace extrañas a nuestra cultura, y la crítica etnológica no tendrá, según esto, el sentido de interiorizar modelos extraños –una versión del mito del ‘buen salvaje’— sino, por el contrario, conseguir el extrañamiento de formas de conductas que nos son habituales al demostrar su identidad con estructuras culturales presupuestas como salvajes, o bárbaras. La crítica etnológica más genuina opera, se diría, por ‘centrifugación’. Los ilustrados del siglo XVIII conseguían sus mejores resultados en la crítica a los componentes cristianos de su cultura, apelando a los argumentos ‘etnológicos’”…“La Etnología se constituye por la mirada hacia lo ‘extraño’ a nuestra cultura –a aquélla a la cual pertenecen los etnólogos. Pero ‘extraño’ es un concepto de relación: lo que no pertenece a ‘nuestra’ cultura aun siendo cultura ello mismo. Lo que se necesita entonces es construir la Idea de un cierto nivel de la Idea de Cultura tal, que, a su vez, pueda enfrentarse como ‘extraño’ al propio nivel cultural desde el cual se ha construido la Idea de cultura”… “Porque la Etnología no tiene por qué saber nada de esas variables –aunque las use— o de esas identificaciones –aunque las practique— puede proceder a la incoación de la ilimitada ‘centrifugación’ de toda variable y de todo parámetro…La Etnología desempeña así, juntamente con el Psicoanálisis y la Sociología, funciones catárticas, de drenaje, con respecto a la conciencia filosófica (académica o mundana). Pero la Etnología no ofrece criterios de centrifugación: por ese motivo, existe siempre el peligro, si no ejerce una dimensión filosófica, de que al arrojar el agua sucia del baño se arrastre también el niño” (Bueno, 1987: 52, 54-55, 145-146). La etnología por consiguiente realiza, o da la ocasión de, la centrifugación, pero los criterios son de la filosofía, que con otras ciencias la realiza; por lo tanto, no tiene los criterios suficientes para demostrar lo ‘extraño’ para identificar lo cultural. Lo que hace la filosofía es descontar el trabajo etnológico suponiéndolo para así misma. Por eso para Bueno “la función crítica [y por consiguiente interior y propia] que corresponde a la Etnología es independiente de la voluntad subjetiva  del etnólogo”. La subjetividad pertenece al filósofo; la etnología es ‘neutra’ por naturaleza, es decir, objetiva en su quehacer, acudiendo a una separación epistemológica genuina, según el filósofo Bueno. Sin embargo, “si bien subjetivamente puede intentar desconectarse, objetivamente la conexión existe, aunque sólo sea porque la propia Filosofía le saldrá al paso…cuando extienda, en general, su mirada hacia formaciones ‘etnológicas’ basales de la civilización que, desde su punto de vista abstracto, tiene que aparecérsele simplemente como arcaicas” (Bueno, 1987: 146-147). La filosofía es la dueña de la subjetividad frente a la ciencia con su objetividad; la construcción de la objetividad se revela como exterior, enajenación y extraña a lo propio y no se pueden traspasar esas fronteras. La centrifugación, una alegoría tan rica en recursividad y en la descripción de la complejidad de los elementos de la vida, internos y externos, al sujeto es mantenida en seco como imagen desmovilizada para la teoría por mandato filosófico de Bueno (1987). 

[2] El poeta puede celebrar los logros comunitarios… pero su solidaridad de solitario, la única verdadera, va siempre hacia aquello que en el hombre permanece invariablemente solo. Es con la soledad de fondo de cada hombre con lo que el poeta se solidariza…Su nombre clásico ha sido ‘alma’ y no parece fácil hallarle otro mejor. De alma a alma, se fragua la solidaridad entre la soledad del poeta y la de su lector. Alma desnuda, donde la infinitud amenazada de lo posible aguarda” (Savater, 388). 

--------------

V. Acápite del texto de Samuel Hurtado: "Panóptico Etno-psicoanalítico  en las ciencias del comportamiento. El acto de observación". Caracas 10 de abril de 2023, 51 pags.