Habamos de la cultura matrisocial venezolana |
La
escena:
“No soy feliz pero tengo marido”. Se
ha desprendido de los medios de comunicación venezolanos, a veces con origen
también colombiano. Lo dicen mujeres como una frase discursiva como comodín
para rematar su situación de vida inconforme, y al oírlo de ellas se siente
también como desquite por la insatisfacción que experimentan en sus deseos
afectivos, llenos de miedo y complejos inconscientes como el complejo virginal
de una relación silvestre, bárbara: el marido no me hace feliz pero ahí vamos
con esa insatisfacción, rebeldía e irreverencia con que se enfrenta la vida,
que al mismo tiempo aplaudimos y aún culturalmente disfrutamos.
Junto a esta vivencia cultural
obtenemos el testimonio de tres mujeres venezolanas que han considerado la
relación marital, una desde su imaginación literaria, Teresa de la Parra, con
su novela Ifigenia, otra desde la crítica cultural, María Fernanda Palacios,
con su Mitología de la doncella criolla, en su reflexión sobre la misma novela,
adonde se introduce su experiencia personal como mujer y su testimonio
cultural, que recoge la entrevista de otra mujer, la formidable periodista,
Milagros Socorro. Las tres están en torno a la pregunta de Milagros y a la
respuesta de María Fernanda:
“Estamos
acostumbrados a ver la obra de Teresa de la Parra como ese mundo íntimo, lindo,
nostálgico de la casa criolla, con sus mujeres sacrificadas, envuelto en una
añoranza por una Venezuela que se fue, la Caracas de los techos rojos… Y los
que se identifican con eso piensan que esto contradice y excluye el otro
ámbito, el de esa cosa desalmada
llamada ‘el país’, la política, los héroes, lo maluco. Pero, mientras más leía
a Ifigenia, más claro se me hacía el horror que le espera a César Leal (el
denigrado ‘novio’ de la protagonista) cuando, después de ‘vencer’ y casarse, se
encuentre en su casa con una mujer ‘sacrificada’ y resentida, casada con un
hombre a quién desprecia, ¡pobrecito! Lo que trato de decir es que, además de
la novela íntima, llena de mujeres que bordan y cocinan, hay allí otros ángulos
desde dónde percibir el drama de la protagonista, entregada a un sacrificio con
uñas, detrás del cual hay algo tremendamente desalmado, donde se ve la parte oscura y cruel de lo femenino. En
la novela ella ‘dice’ que se sacrifica y con eso convierte su sentimiento de
fracaso en una ‘renuncia heroica’, algo muy peligroso. Quise mostrar cómo,
cuando lo virginal es lo que domina, el sacrificio no trae renovación, porque
hay algo que no se entrega. Y allí pareciera que la retórica entra en escena:
una retórica del sacrificio que nos blinda para impedir la entrega.
-¿El verdadero sacrificado termina
siendo César Leal?
-No
lo sé. Ojalá yo pudiera escribir la novela de César Leal, de quien no sé sino lo
que me deja ver la novela, lo que María Eugenia me dice”
El esquema de análisis:
El resentimiento es la nota común de
ese inconsciente que llevamos por dentro y por fuera, donde lo desalmado, la
falta de entrega, lo rebelde e insumiso campean en la vida social venezolana.
Tal dato tiene una consideración científica en la tonalidad matrisocial de la
cultura venezolana, tal como hemos teorizado en nuestras investigaciones. El
diseño del edipo, al mismo tiempo que su reformulación desde los estereotipos etnopsicoanalíticos
(sub specie materna) de la estructura de la familia venezolana nos dan los
siguientes resultados en la construcción etnográfica del dato.
(1) MADRE
GENERATRIZ
-Consentimiento
(con)[1]
-Resentimiento
(a) Con
este modelo se expresa el edipo como amor/odio muy primitivo, primigenio o
enterizo. Cuando en Atenas esos sentimiento están madurados o macerados en lo
societal.
(b) Se
focaliza el mito de la sobreprotección materna y la derivación de la negación
de la realidad (el negativismo social)
(c) En
la dimensión de la cultura se siente una sobredosis sensible del consentimiento
y se trata de esconder el resentimiento. Pero en la dimensión de la sociedad se
siente más el resentimiento sobre todo surge la sobredosis en tiempos de la
madre mala, donde aparecen con toda fuerza el abuso y el aprovechado.
(2)
MADRE VIRGINAL
-Complacencia
(con)
-Regresión
(a)
El actor sociológico es la abuela: sus hijos no los ha parido y por eso
resultan
con más
con más
méritos de consentimiento que los
engendrados. Se amplifica la actoría a toda hembra del parentesco, por lo
menos, sobre todo las que no han engendrado aún: hermanas, hijas, nietas,
sobrinas…
(b)
La sobreprotección como consentimiento deriva hacia el mito de la complacencia
y/o
condescendencia,
y su vuelta a los tiempos sin realidad o historia debido a la compulsión
regresiva que produce como polo de realización la complacencia. Su resultado de
sobre-dosis es el complejo de inferioridad que aparece en una de sus
polarizaciones como la megalomanía y su falsa compensación.
(3)
MADRE MÁRTIR
-Sacrificio
(con)
-Desprecio
(a) El
actor sociológico es la mujer (=juntada con marido), cuyo modelo sentimental es
el aborrecimiento del marido, al tiempo
que se sacrifica por él (lo atiende o cuenta con él al menos como proveedor).
(b) El
mito que surge es el del rechazo al varón, como deriva del desprecio del
marido. El sacrificio envuelto en resentimiento conduce al desprecio que
convierte al otro en ajeno
(c) La
fatalidad, como destino, de la mujer (como hembra con obligación de ser madre)
es que el mito se recrudece con el destino materno como rechazo del hijo-varón,
en doble juego: -retener al hijo como
la principal compulsión de su maternidad (no perder al hijo)
-tener
que rechazarlo como varón.
Es
el modelo del juego de la fatalidad familiar, primero de la madre, y como
recursivo en segundo lugar del mismo hijo, juego melodramático demostrado en el
rito de paso.
(d) Es
una fatalidad que muestra el juego de lo cruel o perverso de lo femenino: el de
la hembra contra el macho, similar a la mantis
religiosa (matar al macho después de eyacular en ella y hacerla madre). Una
perversidad que María Fernanda Palacios (2002) a propósito de su análisis de
Ifigenia, la novela emblemática de Teresa de la Parra, no duda en calificar
como lo desalmado femenino en la
cultura: Ifigenia después del sacrificio y el resentimiento por su marido, que
al fin éste con increíble esfuerzo logra juntarse con ella, le desprecia.
Evaluación sucinta:
1)
El denominador común es el
“resentimiento”, aún en sus versiones de regresión y desprecio.
2)
La representación de entrada como foco
del complejo mítico, se inicia con el consentimiento, cuya deriva esencial es
la regresión como resultado sustantivo y con el remate de ésta en el desprecio
al otro, a la sociedad, que en términos de sexualización machista (=y su
versión hembrista) es el rechazo al varón. El hijo queda como atrás (regresivo)
para presenciar al varón como lo otro opuesto que hay que trabajarlo como
social, y no de rechazo como natural o selvático (según el improntus de lo virginal
que lo antecede en la etapa edípica).
3)
Hay que enfatizar la
"legitimidad” de lo natural como lo biológico (más que un soporte, para
tomarlo como principio de las compulsiones, y así el arquetipo de la hembra
cede el puesto al arquetipo de la madre como hechura realizada de la fémina).
El ser matrisocial es profundamente natural, virginal, de la selva, y así opera
con razón de rancho y conuco, y aún como inicial más primitiva: monte y
culebra, según el dicho de Caracas es Caracas y lo demás (la provincia) monte y
culebra. Esto demuestra que en la “madre mártir” convergen lo más terrible del
sacrificio con el resentimiento y el desprecio, fundamentado así lo desalmado
femenino como fatalidad social (contra la sociedad y por supuesto la propensión
antisocial) de la cultura matrisocial.
4)
El modelo conceptual de lo “desalmado
femenino” dibuja bien la falta o despojo del almo o alma. Esta ausencia
expresada en el prefijo des repercute
inmediatamente en la desidia y abandono de la realidad y su trabajo, y, por lo
tanto, se encuentra en el vector del radical
(libre) cultural. Un breve análisis lexical del vocablo de almo y/o alma permite precisar su semántica para lo que nos interesa:
-almo,
alma: es un adjetivo de uso poético. Significa criador, alimentador, vivificador,
propicio. También tiene la acepción de excelente y de digno de veneración, que
debe venerarse. Así se usa con todo lo poético y lo social en la formulación
de:
-alma mater:
madre propicia, y digna de veneración para referirse al título por excelencia
de la Universidad.
-almo pater:
padre propicio, nutricio… para distanciarnos socialmente del padrote natural que no cuida como
sociedad, que no sabe qué es eso de educación. Y el padre es el símbolo por
excelencia de iniciar al hijo en los espacios exteriores de la familia, como es
la sociedad. Es su función principal como alma
pater.
En
conclusión, el vocablo des-almado
indica en su semántica esa privación y despojo de lo vital o vivificante de lo
que parece no detenta la mujer matrisocial, por no haber crecido o macerado
como mujer encantadora (liberadora del hombre varón) ni como cónyuge
(liberadora de marido con potencialidad de padre). La alma mater de lo que carece la madre por estar anclada en retener
al hijo con el consentimiento y mantenerlo en regresión en los principios de la
selva (virginalidad).
5)
Si la cultura maquina contra la madre como mártir, la misma cultura la restaura para su equilibrio existencial
con el principio de la compensación, el de otorgarle, en la cultura y en su
sociedad natural, todo el poder del sentido y su detección bajo la especie de
lo materno (sub specie materna), es
decir, todo en el país suena y está bajo entonación del sentido materno, único
principio de línea parental, porque si el ‘padre’ pertenece al grupo de familia
no es por la filiación sino sólo como descendencia. Así la madre llega a tener
el sentido y vida de una diosa (magia) para con el hijo y la familia, con tal
eficacia que no deja crecer al hijo como ser social, ni al grupo familiar con
vínculos de alianzas sociales.
Al fin el edipo queda como hechura adolescentalizado, al mismo tiempo que
estancado en la analidad. Superamos
así para la matrisocialidad la fórmula de edipo infantilizado que consigue
Roheim (1973) para la cultura de la isla de Normanby, vecina de la isla de
Trobiand. Con este deslinde, desvelamos la etapa anal de la matrisocialidad con sus peligros
sociales: como el poder caciquil (caporal) y lo incestual (Hirigoyen, 114-115), las directrices necesarias para su avance narcisista afirmativo, según Igor
A. Caruso (1979: 138-145) y el logro de su verdadera auto-estima, superar el
complejo de inferioridad y la ideología del yo ideal de acuerdo a cómo opera el
complejo matrisocial.
Referencias:
Caruso, Igor A. (1979). Narcisismo y
socialización. Fundamentos psicogenéticos de
la conducta social.
México: Siglo XXI editores.
Hirigoyen,
Marie-France (1999). El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida
cotidiana. Barcelona: Ediciones Paidós
Ibérica.
Palacios, María Fernanda (2002).
“Frente al complejo de lo virginal”. El
Universal/Verbigracia,
Caracas, sábado 23 de febrero de 2002. Entrevista por Milagros Socorro sobre su
libro La mitología de la doncella criolla.
Roheim, Geza (1973). Psicoanálisis y
antropología. Buenos Aires: Ed. Sur-
americana.
[1]
Son dos elementos con entonación contradictoria, pero con el hiato entre
paréntesis (con) se puede establecer con los dos términos la formulación de una
proposición con doble código etnopsiquiátrico, como lo establece la enseñanza de
G. Devereux, cuyo ejemplo coloca al macho que ronda y se satisface con varias
mujeres, entonces los machos de la población generan un discurso con doble
código: le critican con envidia.