Eran días de libertad, de
escalada inspiración, de los años de 1970, cuando me sentaba con la guitarra
para rendir el examen frente a los grandes maestros venezolanos de la guitarra
Antonio Lauro, Flaminia De Sola y Antonio Ochoa, jurado que por su parte
constituía el trío Raúl Borges.
Subía y bajaba a la Escuela Juan Manuel Olivares, en la Alta Florida, con la
juventud cargada de música y solfa y un caminar de las calles llenas de
imaginación a los pies de la monumental montaña de El Ávila.
Esta libertad inspirada sucedía a
una breve incursión por el piano en la Avenida Vitoria, en clases particulares
organizadas por una gran pianista española, Loreto de Argemí, exiliada desde
los años 50. En el concierto de fin de curso del año 1971, me tocó desarrollar
piezas de Grieg y otros.
Todo se me revuelve en la memoria,
a esta distancia del tiempo, en que éramos dueños de nuestras ilusiones y
realizaciones: como el concierto de guitarra en el IVIC en 1981, y también la
animación de guitara en la representación de lecturas sacras (místicos
españoles del siglo XVI y poetas actuales venezolanos como el merideño Ramón
Palomares), con motivo de la exposición del calvario y piezas de escultura de
Juan Félix Sánchez en
el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, en 1984. Revestido con poncho andino
desarrollé piezas para guitarra del siglo XVII, españolas, y venezolanas actuales como La Negra de Antonio Lauro. Sin querer
revivir en mi imaginación a los aguinaldos venezolanos y música navideña
tradicional inglesa
recorriendo las casas en el barrio de Los Postes de Caracas.
¡Qué tiempos aquellos!, años de
1970 y 1980 en que el pensamiento andaba resueltamente libre e inspirado,
entreverado con los estudios de Sociología y Antropología en la Universidad
Central de Venezuela y la Maestría en el Instituto Venezolano de
Investigaciones Científicas. Allí crecían las amistades. Pero también afincado
con mi vida en los barrios marginales de Los Postes, Calvario-La Cruz, y Gran
Colombia de Caracas. Gente honda, casi perfecta con olor de vida. Ha sido el
afinque más feliz de mi vida.
Fue el desafío del pensamiento
académico en búsqueda de la explicación de lo popular y de lo nacional, pensamiento
de investigación conceptual que me presionó a abandonar el esfuerzo musical con
la mira a la acción y a la promoción popular, mediando los años de 1980.
Porque aquella alborada
venezolana fue opacándose con las señales del Viernes Negro (1983): primera
devaluación de la moneda; el Caracazo (1989): revuelta popular de saqueos a los
negocios; el golpe de estado fallido (1992) del teniente coronel Hugo Rafael
Chávez; la crisis financiera (1994) en la segunda presidencia de Rafael Caldera;
la subida a la escena política del militarismo del siglo XXI (1999) con la
subida democrática al poder de H. R. Chávez, militarismo socialista que
continua en ascenso todavía en estos años de 2016 con pretensiones de seguir
cercando a la sociedad en su libertad e inspiración.
Pero no fue subiendo sola esta
barbarie de la fuerza social. Nuestras investigaciones antropológicas muestran
que vino muy mezclada con la complacencia de la caverna que fabrica la
etnocultura cuando al mito lo pudre la mala conciencia de una perversidad
histórica.
Hasta que después de casi 20 años
(1999-2016), en lo que ya va del siglo XXI, aquella perversidad, etnocultural
hecha de obnubilante política, que apareció como súbdita (ni que se hubiera
copiado de los tiempos tropicales) va disminuyendo su espejismo hasta ir
adquiriendo el rostro de un crepúsculo oscuro, cada vez más negro,
sociológicamente hablando. Como una hoguera en agonía nos va encerrando en la
noche, para sentir que nos van cercando la memoria, la libertad y la
inspiración, estado de sitio que nos obliga a la resistencia para poder
respirar en lo que nos va quedando: el espíritu y su pensamiento.
Si el país venía de un declive
con la práctica cultural de “estado del disimulo”, según la fórmula de José
Ignacio Cabrujas,
declive que quiere ser justificado con la “gracia del cargo” (Ibsen Martínez),
pero para contentarnos con que Venezuela siempre fue “una gran comedia”, según
Ramón J. Velásquez, la
autocrítica del país por la intelectualidad más florida venezolana a horcajadas
de los siglos XX y XXI, ahora se asoció en caída libre, fulminada, con la
“descripción de la mentira”. El tejido de esta descripción, convertida en
denuncia, se llevó a cabo con la urdimbre de promesas y más promesas, apiladas
con desparpajo sin cuento, como podría
decir el poeta Gamoneda, y el argot nacional con gamelote y coba.
A la coba, los intelectuales
mediocres la llaman carisma, y con el gamelote, la etno-lingüística del país
califica al “habla paja” por excelencia. A la caña salvaje que crece por
doquier al secarse en la estación seca, se le dice gamelote; pese a su
considerable altura y volumen sólo sirve para la quema de la montaña; es así
como sus cenizas pueden servir de abono y alimentar su rebrote en la estación
de lluvias. Entre creencias y “vamos a ver” (dijo un ciego como buen mago), la
cultura matrisocial hace que el pueblo venezolano se detenga en el decir de la
promesa (sin acción o hecho). Esto es, se contenta con que le prometan, y ahí
agota toda su ilusión producida por el espejismo de realidad: los hechos no
importan.
¿Qué pasa con las promesas?
¿Por qué son las que nos tienen
en estado de sitio al pensamiento?
Lógica y señal.
Lógica de perversión cuando se
promete para no cumplir.
Señal de una civilización de la
que “nos dijo Nietzsche, es el esfuerzo por hacer del hombre un animal capaz de
prometer” (Savater, 128).
Pero cuando esta lógica y señal se cristalizan en la práctica política (pública)
de “hacer promesas”,
no sólo el “poder prometer es una de las más novedosas exclusivas humanas” (Marina,
98),
sino que se completa con un novedoso monopolio de uno (un cacique) o de unos
pocos (oligarquía caciquil) que abusan del poder impunemente y desde donde
saquean la economía del pueblo con el motivo de una salvación total, no de
mejora desde las oportunidades del propio esfuerzo.
Si “decir mentiras” es una
estrategia del que siempre quiere sacar ventajas, el “hacer promesas” es un
caso especial de mentiras que no se van a cumplir. Cuando el poder “prometer” logra
su cometido de “hacer promesas” este hecho se convierte en “la pesada tarea que
la naturaleza ha impuesto al ser humano, escribió Nietzsche” (Marina, 98). Encaramado
entre decir y el hacer promesas, el mentiroso público puede con audacia
imaginativa esquivar el monitoreo de la sociedad e inventar su propia
racionalidad, acompañada siempre de astucia. La realización del mentiroso es
convertirse rápidamente en corrupto, para seguir con la lógica de su mentira.
“El corrupto tiene que defender el mismo orden legal y moral que
transgrede, porque es precisamente de ese orden del que recibe sus beneficios
extra. Debe, por lo tanto, defender públicamente el sistema, y mantener, claro
está, en silencio su comportamiento” (Marina, 96).
Cuando esta tendencia se
convierte en un orden político programado, se encienden las luces del asedio al
pensamiento libre y fresco. Detectamos dos frentes que colocan a ese
pensamiento en estado de sitio: el motivo pre-etnológico y la demagogia
anti-reflexiva con orientación totalitaria.
1) El
motivo pre-etnológico se vincula en Venezuela con una cultura del placer, de la
permisividad, que evade los problemas o los enmascara en una simulación
haciendo ver que se dirige a su solución. Su crítica es superficial, sofística,
frívola, creyéndose genuina al constatar los fenómenos culturales, aún
activando la comparación con otros. Es una forma de identificar el mito,
subirse a su carroza de exposición y deleitarse con tal espectáculo
pre-etnológico. Así opera el pensamiento concreto de la gente al que se suma la
práctica de muchos antropólogos del país. Cuando lo que se necesita es activar
la crítica a las proposiciones etnológicas que llevan apegostradas proposiciones
pre-etnológicas cuyo sentido hay que descabalgar de la crítica científica
etnológica.
Cuando de
verdad se penetra en el ser que somos los venezolanos, hay un rechazo preetnológico
asumido como presunto presupuesto del saber científico. Este
rechazo coincide con un interés hermenéutico, metafísico, que no busca la
explicación, y, por lo tanto, tampoco la producción conceptual del conocimiento
científico.
Esta hermenéutica se revela como un asedio fuerte a que exista la episteme
en el país venezolano. Es una práctica del pensar acrítico que se convierte en
aliado de la “descripción de la mentira” y de su mentor el “hacedor de
promesas”. Este hecho identifica el motivo pre-etnológico como primer frente básico
que coloca al pensamiento genuino en estado de sitio.
2) La
democracia anti-reflexiva, vía totalitaria, es el segundo frente desarrollado para
sitiar al pensamiento libremente nacido. Si no importan los hechos (facta) desde donde producir la crítica
al “hacer promesas”, debido al principio del placer (matrisocial), Venezuela es
un terreno fecundo para la emergencia de demagogias (gamelote y coba). Simón
Rodríguez escribe su Defensa de Bolívar
construyendo la resistencia del pensamiento sitiado sobre Bolívar. En la
historia republicana, especialmente hoy día, se ha manipulado el genio y figura
del Libertador; más que para resucitarle, ha sido para sucumbir en la confusión
tormentosa para la desorientación nacional, para obstruir el proyecto de país.
Con su brillantez intelectual S. Rodríguez construye el modelo de análisis de
la demagogia en oposición al proyecto:
Alborotar a un pueblo por sorpresa o
seducirlo con promesas, es fácil;
constituirlo es muy difícil: por un motivo cualquiera se puede comprender lo
primero; en las medidas que se toman para lo segundo se descubre si en el ‘alboroto’
o en la seducción hubo proyecto, y el proyecto es el que honra los
procedimientos; donde no hay proyecto no hay mérito (S. Rodríguez, 112, subrayo nuestro).
Un indicador
terminal del alboroto demagógico en la Venezuela actual lo representa la
ausencia de la opinión pública, un hecho más hondo y que está más allá de la
misma libertad de expresión. Porque te dejan ladrar (imagen de una libertad silvestre, tomada de El Quijote),
pero nunca le hacen caso a las fuentes, a los medios y a los destinatarios de
la opinión pública, es decir, a la confrontación honda donde bullen las ideas, la vida, y el
proyecto de la sociedad. Sin atisbo de opinión pública, no levanta el asta la
bandera de libertad, y la causa del pensamiento se encuentra a la deriva o en
estado de sitio.
CODA: Dejé la guitarra (música)
por el libro (pensamiento). Las promesas políticas se florearon como
“descripción de la mentira”, y el pensamiento, aunque no abandonado, ni dejado
a la deriva, contrajo la condición del estado de sitio, debido a promesas para
no cumplir y a una dominación tiránica para estatuir el cerco del asedio.
¿Qué salidas tiene un pensamiento
sitiado?
La transcendencia, siempre su
transcendencia: vencer al estado de sitio
con su obra; como el guitarrista Francisco Tárrega: “vencer la muerte con
su propia obra”, según Savio (p. 3).
Para reconfirmarse, Savio apela a Platón que al soñar “con un mundo mejor, dice
que la muerte sólo se vence con la obra”.