-¡Cuidado…! ¡Casi chocas con el carro aquél…!
El
chófer del carro que avanzaba por el lado derecho de la avenida, abrió la
ventana e hizo un gesto con el dedo de la mano. El gesto lo acompañó con unos
vocablos al aire.
-¿Te mentaría la madre?
No se logró precisar el complemento lingüístico de tal
sacramental obsceno…El cuadro cultural se iba desvaneciendo en nuestro ánimo en
la medida que se llenaba de velocidades la autopista a la que habíamos entrado.
Como siempre me vinieron las ocurrencias, que iban de ida y
vuelta, en mi pensamiento. Éste se concretó al fin en torno a lo que llevo de
mano en mi imaginación antropológica y sus tareas de actualización: ¿Por qué la
mentada de madre? ¿Cómo sacarle la fortaleza social a este sacramental obsceno,
signo de la debilidad social en el país? ¿Cómo darle la vuelta o conseguir
retorcerle la mano y la lengua a la obscenidad cultural? Había que ponerse
manos a la obra conceptual y a la construcción de su axiomática.
(1) La cultura como la lengua siempre es
materna.
Así
decimos la lengua materna para
referirnos a la lengua originaria y original (= la propia la auténtica) de un
individuo y país.
“Transmitimos
nuestra frustraciones con la leche tibia en cada canción” (Antonio Machado, citado en
Matrisocialidad, 1ª edición, 211)
“Mentar una cultura es como mentar a la madre”
(Marina, 2011: 81).
Mi
versión: “Mentar una cultura es… mentar a
la madre”.
Suprimimos el vocablo como de comparación y operamos la
identificación cultural del rasgo de madre. Al mismo tiempo indicamos la
diferencia que otorga la alusión sociológica del vocablo a al rasgo cultural de madre en la proposición.
Así es como logramos entender la proposición de Marina
ayudados del símil ejemplar de la lengua. Piénsese que en ideas de Marina “la máxima creación social del ser humano ha
sido el lenguaje” (p. 71). Si de entrada a lo social es (fue) el lenguaje,
nosotros decimos que la máxima creación social debe ser la sociedad como
proyecto.
Entre el ser de la puerta de entrada a lo social (el lenguaje) y el
deber ser la de salida (el proyecto de sociedad) tiene que lograrse el esfuerzo
de obtener el punto de tránsito de la operación cultural (con su energía de
significación y su forma de producción) dentro del modelo del deseo (de) ser
(con su mirada a la pulsión: la gana de ser y su orientación a la acción en el
querer de ser) y el poder (de) ser.
Parece que en la matrisocialidad el lugar
se encuentra muy asociado con un deseo de ser anclado en la pulsión de la gana (me da la gana y su goce
placentero). Así no nos extraña que en Venezuela la cultura sea un bien que
como capital a cuenta represente una creación que como instrumental la aleje de
su orientación a la sociedad. Lo demuestra en su denegación a darse una ley
para ser cumplida en términos de ser instituida.
La confianza en las relaciones
sociales y los acuerdos no logran ser espacios que cual espejos muestren que
sepamos vivir juntos y nos reconozcamos en el viaje a la sociedad. El símil del
espacio empleado del lenguaje resulta pues paradigmático para entender la
proposición de la cultura materna similar y con los mismos derechos culturales
que los de la lengua materna.
(2) La institución que hace perdurar la originariedad
y la originalidad de la cultura es la familia, y el corazón de esta institución
es la madre.
“El
hombre aporta alimentos a la familia, y la mujer le prepara la comida. Que él
consuma regularmente la comida preparada por ella constituye el vínculo más
importante entre ambos […] Quizá sea ésta la mejor oportunidad para decir algo
acerca del núcleo y corazón de esta institución: la madre. Madre es la que da
de comer su propio cuerpo. Ha alimentado dentro de sí al niño y luego le ofrece
su leche. Esta tendencia continúa en forma atenuada durante mucho más tiempo;
sus pensamientos, justamente en la medida en que es madre, giran en torno al alimento
que necesita el niño en crecimiento”
(Canetti, 261 y 262).
Así es la alma mater
(=madre nutricia) que se proyectan en la calificación de ciertas instituciones
de educación como las universidades.
(3) En Venezuela, la matrisocialidad como
fenómeno cultural parece que tiene su arraigo (y su propio desprecio criticón)
en el problema del origen, gravemente encarnado en la cuestión de la noción del
mestizaje cultural.
“En
un medio social que considera todo rasgo étnico y cultural no occidental como
estigma oprobioso, es natural que los no abiertamente rebeldes procuren
suprimir esos rasgos. De ahí viene la tendencia al blanqueamiento, por
matrimonio en lo familiar, por inmigración en lo nacional. De ahí viene
simultáneamente la tendencia a la superación cultural, léase abandono o por lo
menos ocultamiento de supervivencias no occidentales en los hábitos
lingüísticos, alimenticios, gestuales, eróticos… Dan vergüenza esos estigmas
–por ello se esconden, o se exhiben grotescamente con fines humorísticos o se
elevan selectivamente a la categoría de distintivos nacionales (fenómeno común
de ambivalencia), pero lo mejor sería que no existieran.
“Quien
habla de mestizaje cultural recuerda esta situación, pone el dedo en la llaga,
mienta la madre, contribuye a acelerar la desmestización –pero se expone de
pasada a temibles retaliaciones, por lo menos, a que le mienten la suya, que
tal vez es la misma”
(Briceño Guerrero, 271).
Es la consideración que nos coloca Briceño en lo señalado
con el subtítulo interno sobre “El mestizaje como noción racista”, tocando
verdaderamente la llaga en el examen conceptual en culturas sub specie materna, como es la matrisocialidad
que representa una especie particular como fenómeno y concepto dentro del
género de la antropología general de la matrilinealidad.
Si comparamos los textos de Marina como de una sociología general
y el de Briceño como específico matrilineal para Venezuela obtenemos distintas
formulaciones: en el filósofo venezolano “mentar la madre” la relación entre
mentar y madre luce directa sin marcar
distancia. Por eso indica bien el dar en la llaga, es decir, en términos de
hermenéutica primaria implica una identificación del sentido como lo expresa la
dicción “dar en la madre”, mientras que “mentar a la madre” en la generalidad
de Marina implica un margen de distancia que niega una aplicación de
identificación inmediata del deseo entre cultura y madre para el uso social
como utilización interactiva sin contenido emocional adversivo.
(4) Si la proposición de la cultura materna resulta invento
conceptual, no puede ser sino como expresión también de una máxima creación social si tomamos la
variable ponderada en cuanto un lugar que muestra la concentración máxima del
poder cultural en la figura social de la madre.
“La
madre tiene poder absoluto sobre el niño, en sus primeras fases, no sólo porque
su vida depende de ella, sino porque además ella misma siente el más vehemente
deseo de ejercer constantemente ese poder. La concentración de esa apetencia de
señoría sobre un ser tan diminuto le proporciona una sensación de supremacía
difícilmente superable por cualquier otra relación normal entre los hombres” […]
No hay forma más intensiva de poder. Que usualmente no se vea así el rolde la
madre tiene una doble razón. Todo hombre porta en su recuerdo, sobre todo, la
época de la disminución de ese poder; y a cada cual le parecen más significativos
los derechos más notorios, pero mucho menos esenciales de soberanía del padre”
(Canetti, 262 y 263; subrayado nuestro).
El texto de Canetti (2007) elaborado desde Centro Europa, de
cultura patriarcal, trae a colación la figura del padre y en un instante la
resalta en el proceso de socialización de todo hombre occidental. Valga ello
como comparación entre culturas, presupuesto de Marina (p. 71) para “enfocar las culturas como solución a
problemas (cuestión que) nos permite
comparar la bondad de esas soluciones”. Y valga también para decir y
subrayar que las culturas no solucionan problemas, la solución de problemas es
un asunto de las sociedades y su acción o práctica social. Por eso lo dice muy
bien el autor aludido porque se trata del sentido (bueno o frustrado) que se
necesita obtener de la evaluación de las soluciones sociales.
Este texto de Canetti remata la dinámica de la cultura como
lugar del poder de la madre, y coloca a esta figura en el corazón del poder
cultural. Así podemos referir el talante o grado de instalación de los edipos
(psíquico y cultural) en cada sociedad, y su indicación de superación en cada
individuo y en cada cultura de cada país.
(5) La lucha contra el poder materno, poder
de las entrañas, --como lucha civilizatoria—se produce en la época de la
Ilustración occidental y la proposición de los derechos del ciudadano.
La obra por excelencia que nos lo indica, se constituye en torno a la explicación del hecho del problema de la violencia entre los pueblos en el caso del nazismo. Los autores son Adorno y Horkheimer en La Familia Autoritaria…, reflexión que en la filosofía política continúa Hanna Arendt…
(6) Nuestro propósito es más humilde y más
particular en esta dirección del desbloqueo pugnaz del poder materno. Se trata de
observar la raíz pulsional del deseo cultural referido a la crítica
transcendental de la matrisocialidad con objeto de romper el cordón umbilical
de la relación primaria, donde tiene anclado el sentido tan agónico el insulto
obsceno de la mentada de madre en la matrisocialidad venezolana.
Se trata de una búsqueda por la averiguación del camino, al
mismo tiempo que su construcción que permita pasar del lugar depresivo como
situación de debilidad social, consignado en la crítica inmanente de la cultura
matrisocial, para obtener el lugar alentado, de superación, como situación de
las fortalezas sociales, esperada de una crítica transcendental a dicha
cultura, según una razón de resilencia.
Para ello suponemos que ambas
dimensiones, depresión y superación, pertenecen o se contienen en el hecho
cultural matrisocial tal como también suponemos que ocurre en toda cultura en
cuanto hecho social total, en términos de la corriente durkheimiana.
Es decir,
todo ese contenido polarizado con sus respectivos registros se encuentra en el
hecho cultural, y que lo que acontece en la acción histórica es que se muestra
“fenotípicamente” un polo y se esconde el otro, y a veces como en la
matrisocialidad, a costa del otro, esto es, la debilidad depresiva a costa de
la fortaleza de lo sociable.
Nos inspira esta dinámica analítica el modelo junguiano del
animus/anima. El ser humano, el hombre, es de un modo total ánimo y ánima, pero
la manifestación fenotípica de su ser se manifiesta de un modo diverso según
ese ser humano sea varón o sea mujer, escondiendo su contrario. Así en la
depresión/debilidad podemos encontrar y sembrar en su territorio con carácter
positivo, las semillas de la superación/fortaleza de lo sociable, y alentarla
pese a la debilidad y aún con las fuerzas que quedan de la fortaleza posible.
Como el poeta Blas de Otero que a pesar de sus miserias le queda la fortaleza como palabra
poética, creadora de realidad-mundo.
Todo ello con el objeto de que sin dejar de ser matrilineal,
la cultura matrisocial cambie su destino hacia el viaje hacia la sociedad. El
camino es más tortuoso que el emprendido desde lo patrilineal, debido al
simbolismo tan abigarrado y rico de la feminidad. Pero todo es posible a partir
de la referencia de la acción y de su concepto transcendental inspirado en el
constructo de la societalidad; y a partir de aquí diseñar la práctica de su
emprendimiento de trascendencia dentro de un aprendizaje aplicado bien
entendido.
En breve, es necesario colocar a la matrisocialidad en sus
fortalezas incubadas en el poder de lo social según lo marca su sociabilidad
cultural.
Referencias bibliográficas
Briceño Guerrero, José Manuel (1994). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila editores.
Canetti, Elías (2007) [1960].Masa y poder. Madrid: Alianza/Muchnik.
Hurtado, Samuel (1998). Matrisocialidad.
Caracas: Ed. FACES, UCV. 1ª edición.
Marina, José Antonio (2011). Las culturas fracasadas. Barcelona: Anagrama.