totems de la Isla de Pascua (Chile) |
Admonición:
Si no hay un totemicidio, el totem
avivado por el culto traerá funestas consecuencias políticas contra la
libertad.
En una
cultura fundamentalista debido a su primitivismo anclado en el eje paradigmático
de la madre/niño, lo que se cultiva como principio del placer es el mesianismo.
No es un mesianismo vengador, que supone una elaboración social compleja, sino
la de un apocalipsis recolector, la del ritual de cargo o de la destrucción o
consumición del presente para adelantar mágicamente el futuro, pensado como
pleno de gracia y bienes. Es la compulsión del pecho bueno o abundante por el
que se suspira sacramentalmente (=políticamente).
En estas
condiciones culturales, la sociedad no tiene un precio de muerte de lo civil;
su defunción no se celebra porque no muere lo que no ha existido nunca. Por eso no nos importa tanto la nación sino
el estado; siempre hemos caminado sin memoria, que es la base de la nación.
Basta con ver cómo no nos reconocemos en nuestros antepasados, al mismo tiempo
que hemos renunciado también a la memoria prospectiva, es decir, “hemos
renunciado a inventarnos lo nuestro” en el futuro17.
Por lo tanto, una inmensa dificultad que tenemos es la “nacionalización” del
estado; es aquí donde debe jugar un papel fundamental la memoria colectiva en
su amplificación total, pues la tenemos restringida a la “Venezuela heroica”.
Si no hay memoria colectiva, la sociedad se diluye, tal como nos ocurre en
Venezuela. La inseguridad como uno de los problemas más agudos, radica en la
dificultad cultural de organizar la convivencia social, donde la inseguridad es
una de las puntas del ‘iceberg’, de nuestra permanente agresividad y
desconocimiento mutuos. Lo que significa que nuestro colectivo se encuentra
“incivilizado”. “Digamos que al tiempo
de nacionalizar un poco más al estado hay que terminar de civilizar la
sociedad”, dice A. De Miguel de España (1996), lo que se aplica más
acertadamente a Venezuela
En semejante
marco social, el margen de la participación ciudadana se convierte en un
mentís. Cuándo se entenderá en Venezuela que el hombre no es libre por
naturaleza; lo que es por civilización, esto es, por sociedad. La libertad no
es un instinto; es una pasión, producto de una cultura “civilizada”. Siendo la
libertad individual un producto societario, el papel de la democracia consiste
en garantizar la libertad, “porque el riesgo que la amenaza viene del mismo
poder que instituye”, o en otros términos, “la ley de la democracia transforma la
libertad de acción que la instituye en garantía de la libertad política que
consagra” (Rubio Esteban, 1996).
Si dicha ley
se redescubre en los países de la supuesta “democracia perfecta”, es porque se
ha estudiado a fondo la antropología política que encierra, antes de
desarrollar su sociología. Si no se cuida o trabaja esa libertad, la muerte es
la amenaza permanente por abandono. Si hay vacíos de ciudadanía,
automáticamente los llena el poder del estado. Si además la cultura colectiva
decide por “imposición” las relaciones sociales, la tiranía del estado se hace
primitiva, más brutal. Por eso cuando el taita hable de que otorga la libertad
de prensa, de religión, de caminar, de pensar, siempre se guarda el segmento
homólogo de la amenaza del proceso de la libertad. El problema es que este no
emerge sino mediante el trabajo como un valor individual, aunque esencialmente
en condiciones de la existencia de la sociedad. Según esto, hablar de la
“democracia participativa” es un sucedáneo espurio, porque la democracia no “se
participa”, no se otorga como una gracia, no se impone con todo el poder.
En nuestro
análisis no hemos dejado de demoler en clave interpretativa de la “imposición”,
el falso mito de la participación, así como el de la responsabilidad de los electores.
Haciendo una mueca al taita Chávez, por traer una alusión de la pasión por la
libertad de Don Quijote, hemos de concluir que Don Quijote enseñó la libertad
al pobre Andresillo (cosa que no hace Chávez), lo que no hizo el viejo hidalgo
fue enseñar a Andresillo (personificación del pueblo) a defenderse de su amo,
el rico Juan Halduno, (que mucho menos hace Chávez). El tótem no ha sido
muerto, ha sido animado. Lo que hemos hecho aquí con ocasión de la postergación
de los comicios del 28 de mayo, ha sido denunciar la sinuosidad de la
democracia venezolana y su falso mito de la participación, con el objeto de
buscar un punto de partida firme y alcanzar el camino conducente, al fin, a
nuestra libertad política. En este momento venezolano, el nacionalismo cultural
y la política autoritaria se alían entre sí pero a costa de la democracia.
BIBLIOGRAFIA
DE MIGUEL, A. “Sociedad civil, un
pleonasmo necesario”. ABC,
Madrid, 30 de noviembre
de 1996.
MARRERO CARPIO: “A propósito de este
mes”. El Universal,
Caracas, 03 de octubre
de 1994.
RUBIO ESTEBAN, M.M. “Frente a la gran
mentira”. ABC, Madrid,
30 de noviembre de
1996.
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