Martirio de San Sebastián (Alonso Berruguete, siglo XVI) museo de Valladolid |
Y
tratar en persona con la muerte
(T.
Marquina)
Homenaje a Heinz Rudolph Sonntag
En el día de su muerte,
Colega y amigo,
Compañero del viaje paralelo a
Venezuela.
Siempre tuve
mi interés puesto en Heinz Rudolph Sonntag. Averigüé su destino a Venezuela, y
lo asocié con mis sentimientos. Él no lo supo nunca. Dos puntos de partida
distintos (Alemania y España), dos formaciones académicas diferentes (sociólogo
y teólogo), pero íbamos a ir juntos, aunque a distancia, en el tiempo al punto
de llegada (Venezuela: agosto y septiembre 1968), y ambos hemos caminado por la
vereda de los estudios de las estructuras sociales en Venezuela, así como las
hemos padecido. Pero él estimado en los centros del saber académico, a los que
me acercaba yo empinándome desde las orillas de ese mismo saber, buscando
bucear en el mito venezolano para llevarlo a su epifanía en las estructuras
sociales. Quizá he sido remiso en acercarme en plan de diálogo con Sonntag y
participar con él; ahora que se fue a su vida sin límites, he aquí que le hago
coincidir conmigo en el memorial de esta celebración de su muerte y
resurrección (Mi fe católica me refiere la resurrección de los muertos). En
esta fiesta que organizo en el blog, el poeta Timoteo Marquina (mi profesor en
Salamanca en los años 1960) me proporciona los vestidos más hermosos para el
pensamiento, sus poemas, y el escultor de Paredes de Nava, Alonso Berruguete (siglo
XVI) me otorga la imaginería polícroma de su Virgen, la guapa la llaman en el
pueblo, y su San Sebastián, afrontando el martirio. Yo pronunciaré el Corifeo a
Capella con mis recuerdos de Heinz y mi aporte a las ciencias sociales,
tratando de mostrarle lo que no pude en su amable presencia: HEINZ RUDOLPH
SONNTAG Y EL MITO DEL OPERATIVO (OLP). Pero de entrada colocaré el poema A LA
MUERTE (primera parte) y cerrando el homenaje el RESPONSO PRIMERO con que
concluye dicha parte, de T. Marquina.
En el bordado de este homenaje,
me animó el recordar el talante místico de la poetisa venezolana, Patricia
Guzmán. Le agradezco por mi atrevimiento.
A LA MUERTE
Oh Muerte, se adelgaza en mí el
otoño,
la prisa vacilante, el ruido
oscuro
de la sangre con fiebre,
polvorienta,
creída ya tinieblas por el
cuerpo
creída, sí, segura, atormentada.
(Un tiempo singular se halla en
ti
de descanso que fluye por los
poros
como orugas o flautas afinadas.
En ti los cuerpos son los
esperados,
que se dejan vencer por la
delicia).
Oh Muerte preocupada y siempre
tímida,
como si en mí trataras crisantemos;
Dios exige lo bello y lo
profético
de cada vida, quiere la dulzura
de los huesos del hombre, lo
sonoro,
el orden de la sangre y su
esperanza.
Desde esta tregua soy yo quien
decide
arriesgarse con prisas y con
siglos,
arrancarse del mar, llegar a
Todo
como un barco al caer en los que
esperan.
Cuánta agua nocturna yo sorbía,
cuánta tierra arcillosa he
trabajado
por hacerte bellísima, real;
preparaba contigo una quimera.
Tú caes de rodillas y me adoras,
criatura de Dios, libre
viviente,
Muerte ya señalada por los
celos,
para siempre lograda, nuevo amor
que no ha de oscurecer, amor ya
mío.
Tu cuerpo de alondra y eres pez
difícil por tu piel y largo
lomo,
total boca sedienta o sibila,
oh Muerte sigilosa como un
ángel.
Posiblemente bella, alegre, fiel,
en tu día vendrás como otros
astros
iluminando el mar, el lecho
frío,
vendrás a deshacer en tu ternura
y a elevar en el viento polvo y
gracia;
confuso será el toque, luego el
llanto
extenderá bellísimo rocío
por las cosas vecinas y
entregadas.
Oh Muerte, oh molino de la vida,
siempre a renta del tiempo como
el agua,
como todas las suertes; sonará
por fin el duro esfuerzo entre
tus piedras
cuando sólo los huesos son la
paz
y medula del bien como la
lluvia.
Sin embargo, por mí todo está
claro;
la tierra tiene espuma
deliciosa.
Oh Muerte, oh Muerte, Muerte
acumulada,
que confirma el silencio en las
orillas
de la ferviente paz, oh Muerte
en la forma
posible de coger con las dos
manos,
de arrebatar aisladamente, en
celos.
Se dora el alma, cruje y arde. Fuego,
abiertamente fuego y amaranto
envías tú, oh Muerte, y me
contestas
como si a un río de ácido
invocara.
Yo soy la lentitud, el paso
corto
que prefieres tener para llegar,
el ritmo que a ti te hace tan
sensible,
conocida, tiernísima,
entreabierta;
soy quien golpea, el péndulo de
tu arte
para que nadie quede sin oírte,
oh Muerte sonorísima, metal.
Más allá de la hierba, ¿qué
rosales
habrá que preferirte? Tal vez,
baste
el sueño preparado largamente,
la misma fluorescencia de los
huesos,
el claro manantial de las raíces
líquidas de la vida…
Sólo tú.
Timoteo MARQUINA: Hombre para morir, Ágora, Madrid, 1961.
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