La Virgen guapa (Alonso Berruguete, siglo XVI), en el museo de Paredes de Nava |
CORIFEO
(a Capella)
OLOR DE LA MUERTE
OLOR, olor de pera, recién hecha
la piel lava amarilla.
(Oasis-vida
se derrama hasta el fin, aroma
claro
se concentra en oasis-muerte).
Olor
con sus brillantes se alza a los
sentidos
cuajado frutalmente y en
tibieza;
sube por cauces rectos
dilatándose
tal torrente de fe, tal
primavera
que a los huesos extraña y
aclimata;
crujen sangre y amor en cerco
trágico.
Incandescente firmeza, olor de
muerte,
un empuje de tierra que ahora
suena
profundo, largo, fuerte aliento
a bordo
de este rastro maduro. Piel
sensible
logra
encenderse así en maravilla.
Timoteo MARQUINA: Hombre para morir, Ágora, Madrid, 1961.
Hoy (11 de agosto) exhuman el cadáver de Heinz Rudolph Sonntag. Murió
comenzando el domingo para hacer honor a su apellido. Llegó a Venezuela también
un mes de agosto de 1968. Yo llegaba un mes más tarde. Parece que a los dos nos
unía de un modo paralelo no sólo el desprendimiento de las crisis europeas de
aquel año (Primavera de Praga, Mayo Francés, Concilio Vaticano Segundo).
También nos iba a hacer converger la llegada al país venezolano.
Los dos veníamos estudiados. Sonntag, como sociólogo alemán, se dirigió
hacia el enfoque de las estructuras del capitalismo dependiente en América Latina,
e ingresaba como profesor de sociología en la Universidad Central de Venezuela.
Como teólogo con estudios bíblicos y bajo la efervescencia de la Conferencia
Latinoamericana de Medellín y la Teología de la Liberación, yo me metí a vivir
en un barrio marginal de la ciudad de Caracas, experimentando la dinámica de
los pequeños grupos (las comunidades de base), e ingresé a la Universidad
Central de Venezuela en calidad de estudiante de sociología. Como mi tendencia
iba a ser la sociologización del mito, completé mis estudios en antropología.
Cuando un día del año 2009, nos encontramos en la sala de espera de la
farmacia de la Asociación de Profesores de la Universidad Central de Venezuela,
me confesó que no entendía cómo estando tan mal la situación social del país,
Chávez aún tenía tanta gente a su favor. Traté de balbucearle un poco sobre el
mito del comportamiento del pueblo venezolano, es decir, de las profundidades
del sentido de realidad y de vida con las que se orienta el venezolano como
colectivo social. Quedamos en vernos en un restaurant de Bello Monte. Allí le
obsequié dos de mis libros: La sociedad
tomada por la familia (1999) y Cultura
matrisocial y sociedad popular en América Latina (1995).
No sé cómo el alcanzaría a bucear por aquellas profundidades que yo le
diseñaba como antropólogo. Lo único que sé es de la dificultad de asumir el
mito venezolano, y no tanto de aplicarlo al comportamiento de la cotidianidad
de la gente (todo venezolano lo sabe pues es lo que vive), sino de aplicarlo en
el proceso del pensamiento y llevarlo al análisis de las estructuras sociales.
Un análisis que tiene como papel protagónico el fundamentar la explicación del
sentido de las estructuras sociales.
Parece que la sociología venezolana no tiene herramientas para llegar a
tal fundamento. Y cuando lo intentó con Janette Abouhamad equivocó el camino de
la pluridisciplinariedad entre la ciencia social y el psicoanálisis: se
distanció de lo que acontece como normal para las ciencias sociales y cayó en
el pesimismo de lo patológico psicoanalítico aplicado a las relaciones sociales[1].
Por lo que se refiere a la antropología venezolana, ésta se ve desbordada por
el mito venezolano, de forma que el mito en lugar de ser conducido su análisis
por el antropólogo, éste se encuentra muy bien acomodado y conducido por el
mito. Así el mito tiene la gran ocasión de deglutir a la misma antropología.
Valiéndome como recurso del mito de la caverna de Platón, éste me sirve
para situarme en mi tarea científica. Allí me siento encuevado en el mito
venezolano y desde su caverna (la metáfora tiene ahora el color del negativismo
social) desde donde veo pasar las sombras de las estructuras sociales en
Venezuela, pero también a sus prohombres
(que no quiere decir “los mejores”[2])
como los 100 que nos ofreció en su Aniversario 72 el diario El Nacional el
lunes 3 de agosto de 2015.
En dicha galería del Aniversario, el filósofo Luis Castro Leiva: De la patria boba a la teología bolivariana,
no acierta a ubicar el mito y sus responsabilidades cuando carga sobre las
solas espaldas de Bolívar todas las tareas y sentidos que se encuentran en el
trasfondo significativo del pueblo venezolano. Bolívar es solo parte y motivo
del mito. Fernando Rodríguez expone su pensamiento: “Lo institucional, la
civilidad y la laboriosidad propia de los países prósperos [en Venezuela] es
supeditada a una permanente lucha entre héroes y villanos que no conduce sino a
la recurrencia del caos y el militarismo. Bolívar es el gran culpable de
nuestra historia enferma y debemos olvidarlo”
Por su parte Alfredo Armas Alfonzo que no llega a entender el problema
de Venezuela, confiesa su desazón y perplejidad: “Algo debe andar mal. Irme del
país o quedarme no resuelve nada, aunque probablemente mirar el país desde
fuera puede ser la clave para entender lo que ahora podría ser ceguera mía. A
veces uno ama demasiadas cosas porque no las conoce, u odia otras porque así
mismo no se ha acercado a ese rechazo con capacidad de entendimiento”.
En cambio, Juan Liscano toca la
piel del mito cuando presenta los resultados de la posible crisis del país ya
en 1987, en vísperas de los saqueos a los negocios en la Caracas de 1989: “De
las guerras civiles hemos pasado a un estado de campaña electoral permanente.
Estamos al borde del caos, eso es peor que una guerra civil”. Yo vengo hablando,
en varios sitios de este blog especialmente, de la violencia generalizada como una etapa superior a la guerra civil a
partir del desorden originario que caracteriza al mito matrisocial.
Si el país reconoce a estos pensadores, sin embargo, los convierte en
prohombres, dada su falta de acatamiento social originada en su insumisión de
carácter cultural. Así el esfuerzo intelectual de aquéllos queda desactivado
para la “construcción de la democracia” en el país. Ojala, que Heinz Rudolph
Sonntag no quede en el inventario de intelectuales venezolanos como un
prohombre gris.
La muerte de Sonntag y su recuerdo es posible que se archive pronto
para la historia de la ciencia social venezolana, dada la ventolera política a
que nos tiene acostumbrados el gobierno bolivariano.
Para mantener su memoria viva creo conveniente enmarcar el
acontecimiento de su muerte haciendo un ejercicio del mito con motivo del
operativo policial que nos acompaña, como noticia, este mes de agosto. Para
recordar aquel encuentro en la sala de espera de la farmacia de la Universidad
Central de Venezuela.
Sí, el mito, se navega en él, se sumerge, y también se saca a flote,
como un invento. En una política de estado, como se acostumbra en este régimen
de gobierno, sin embargo, el mito se rastrea como un invento. Así el circo
político cotidianamente se anima con nuevos inventos del gobierno neomarxista.
La comedia tiene variedad de escenas que fungen como objetivos: distraer a la
sociedad mediante preocupaciones de temor, hacer
que hace a favor del pueblo, buscar elevar la popularidad del presidente
con miras al rendimiento electoral a través de una alharaca comunicacional.
Eso sí, no inventes nada, pero si
lo haces, tienes que inventarlo conforme a tu cultura, es decir, a cómo eres y
entiendes la vida.
Es un axioma extraído de la
corriente antropológica de Estudios de Cultura y Personalidad. Quien lo
formuló, Ralph Linton, colocó el motivo de “el loco”: no inventes volverte
loco, pero si…En nuestro caso de la política formulada como Operativo de la
Liberación del Pueblo (OLP), el motivo es el operativo.
¿Quién no reacciona ante un
problema que se le presenta, y opera para su solución?
Se trata ideológicamente de librar a la zona de un barrio marginal de
la Cota 905, en Caracas, de la organización de una banda que habita allí como
sede para sus fechorías mafiosas contra la sociedad: ladrones, bandidos,
distribuidores de drogas y portadores de armas largas (de guerra). Dicha zona
es estratégica para la recuperación de los individuos mafiosos mediante un modo
pacífico, por lo que ha sido identificada como zona de paz. Otro invento de política de estado para que como zona
de despeje no intervenga la policía: el resultado es el desentendimiento del
estado de sus obligaciones y al mismo tiempo un retroceso del estado que
implica su connivencia con los grupos mafiosos. El resultado real del operativo
en la Cota 905 consistió en castigar a un conjunto de gente inocente, pero no a
la organización mafiosa y sus jefes. Lo intempestivo de la operación policial
se refirió a la población vecinal, en cambio, la organización mafiosa fue
advertida de antemano y se escondió o huyó.
Operar para solucionar es
correcto. Pero si queremos entender eso en Venezuela tenemos que llegar a (la
formulación de) un concepto que no es el (hecho o motivo del) operativo, sino la
“cultura del operativo”[3]
.
Mientras los bandidos están organizados, tienen el recurso piramidal de
la organización; en cambio, el estado implementa operativos, que por su
carácter espasmódico, puntual, transitorio, carecen de la dureza institucional.
Así la solución es pasajera, superficial, improvisada, que a lo único que sabe
es a espectáculo o escándalo sin trascendencia mayor.
¿Qué función tiene el mito en el
motivo del operativo?
Como la cultura con la que ideamos nuestra vida pasa por ser una cosa
normal, evita que se piense en la perversión del invento, y sobre todo de la
mala maña del inventor, el gobierno.
Que el inventor del motivo obre conforme a la cultura, implica que es
un individuo (ente o grupo) normal y que sus acciones, aun con consecuencias
perversivas (la existencia de algunos muertos y detenidos como justificación
ideológica) pasan por ser acciones de moralidad del ambiente social; son
acciones que pretenden ser ejemplarizantes, liberadoras, salvíficas, de
eficacia casi mágica, tal como está envuelta nuestra vida social venezolana.
Y así lucen ante la gente ingenua, y sobre todo, ante la gente afectada
por la violencia y el caos. Tanto que pareciera que dichas acciones del
operativo elevarían al pueblo hacia una mejora social debido a la seguridad
subsecuente, pero no es extraño que terminen volviéndose contra la población
que aplaude el operativo tornándose el efecto en un estado artificial de la
banalidad del mal, con la forzada sensación de que la población pudiera pensar
el regreso a sus tiempos de paz y felicidad, a su infantilización inconsciente.
La escasa efectividad (13,5% de los casos) hace que se llegue a esta
consideración a la postre, es decir, que las redadas policiales puedan
revertirse contra las comunidades donde se ejecutan. A esta conclusión llega mi
colega y amigo el criminólogo Fredy Crespo[4]
Como la cuestión de los parecidos de la sigla OLP con la Organización
de la Liberación de Palestina la convierte en una significación ambigua, además
del manoseo ideológico a que acostumbra la izquierda marxista, se presenta el
problema de que la sigla llegue a ser ininteligible para la gente. Por eso el
invento se alarga reformulado en una nueva sigla, la OPP (Operativo de
Protección del Pueblo).
¿Cómo inventar operativos que
distraigan a la gente de sus problemas económicos (amenaza de hambruna), que muestren que el gobierno cumple con su
tarea de liderazgo político (amenaza del hampa) y que se eleve su aceptación en la base social popular (amenaza de
ilegitimidad)?[5]
La destrucción del país como política de estado, diseñada en el marco
internacional neomarxista, ha conducido a situaciones verdaderamente regresivas
en las estructuras sociales; regresión a la que ha colaborado sustancialmente
el mito negativista de la matrisocialidad. Hay que establecer este techo a dos
aguas para observar bien en Venezuela la estructura social y el fondo cultural
del mito. Y no sólo una de las aguas, la cultural, como sostiene, por su parte
muy acertadamente, Rafael Uzcátegui (“Hegemonía y banalidad”. Tal Cual, 12 al
18 de junio de 2015, 17)
Así podemos explicarnos cómo sin estar en guerra vivimos en una
economía de guerra (mafias y pueblo a la desbandada: 16 protestas diarias, 122
homicidios por cada 100.000 habitantes según datos de las Naciones Unidas,
Caracas es la segunda ciudad más peligrosa de mundo, etc.). Pero es que ya
veníamos de una economía de postguerra desde el famoso caracazo de 1989, y no
habíamos pasado por ninguna guerra. Así hemos ido avanzando en el tiempo, tanto
que hemos cambiado de siglo, y parece que retrocedemos hacia la guerra, ahora
como tercera instancia anclados en la organización mafiosa del estado cuando el
gobierno parece convivir con los bandidos organizados contra la sociedad[6].
Así estamos pasando por las orillas de una guerra civil, camino del caos final:
la violencia generalizada. Con tanta inseguridad no puede haber economía, hasta
“es inútil hablar de ella”, según Moisés Naim (Entrevista: “Estoy convencido de
que la situación actual es insostenible”. El Nacional, Siete Días, 19 de Julio
de 2015, 4).
Aquí no hay inocencia del mito: no aceptamos el pietismo populista del buen salvaje. Tampoco que los liderazgos
se hagan los irresponsables ante un pueblo insumiso o bravo: el líder debe
enfrentar al pueblo que se torna salvaje o se descarría por placer o desidia.
Por su parte, el pueblo debe aspirar a dejar de ser objeto, para convertirse en
sujeto de sí mismo. Para ello no necesita de prohombres, ni de caudillos, ni de
santos, lo que ha menester es de una
minoría inteligente, de los mejores, suficientemente amplia para que influya en las pautas de
lo que debe ser la sociedad popular y
atienda a las hambres ancestrales del pueblo: económicas, políticas y
culturales. Es el legado, que trasmito, de Heinz Rudolph Sonntag que denunció
que el estado socialista nos quiere esclavos, cuando nuestra vocación es la de
ser ciudadanos.
[1]
J. Abouhamad (1970): Los hombres de
Venezuela, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad
Central de Venezuela, Caracas. Sobre esta cuestión, sin entrar a citar la
Etnopsiquiatría de Devereux, puede verse en Claude Levi-Strauss (1971): “Introducción
a la obra de Marcel Mauss”. En Sociología
y antropología, Tecnos, Madrid.
[2]
Carlos Rangel en “Constructores de la
democracia”. El Nacional, lunes 3 de agosto de 2015, 8, confunde “los mejores”
con los prohombres. Los prohombres
son personalidades sin inserción, separadas y por encima de la vida del
colectivo social, por lo que no apuntan a orientar a este hacia un proyecto de
sociedad. En verdad, copan la realidad social de las mayorías. “Los mejores”
son personalidades con arraigo social y justifican su mejoría (aristocracia) ayudando en la dirección y elevación social
del sujeto colectivo, que es el verdadero protagonista de lo societal (Véase,
María Zambrano (1988): Persona y
democracia. La historia sacrificial, Anthropos, Barcelona). Es la tarea de los mejores como su asunto ético, de los
líderes auténticos, liberadores del colectivo social (Fernando Savater (2000): La
tarea del héroe. Destino, Barcelona. Se trata de una ética trágica, donde
el líder se sacrifica por la sociedad).
[3]
Una cultura se refiere a un modo de hacer o cultivar una determinada cosa, y
ese modo implica una movilización y condensación de significados en el sentido
que se otorgue al proceso de hacer o producir. Tal proceso supone una réplica
continua que permita extraer una pauta o norma del cultivo o hacer. Así el modo
de hacer operativos supone observarlos para describirlos en acción. Se refiere
por lo tanto a una costumbre que define una acción política o económica o
ideológica. El operativo policial muestra una costumbre dentro de una
repetición de acciones con sentido en la sociedad política venezolana. Nuestra
vida social está enmarcada en un volumen considerable de operativos policiales:
el de Semana Santa, Carnavales, Navidad y Año Nuevo, de los actos electorales,
de seguridad ciudadana: solo en este período del gobierno bolivariano se han
producido 23 operativos o planes de seguridad. Estos tienen distintas
modalidades, de suerte que pareciera que la ciudad de Caracas está tomada por
la Guardia Nacional Bolivariana, o por la Guardia del Pueblo, o por la Policía
Nacional Bolivariana, y aún la policía municipal, según sea el municipio
metropolitano o del distrito capital.
[4] “Puede venir un aumento de la violencia
criminal. Esta reacción policial, desorganizada en esencia, generará
contrarreaciones más violentas. Puede que los índices bajen durante algunos
meses en esos sectores, pero luego repuntarán”, señaló F. Crespo, en Javier
Ignacio Mayorga: “OLP ha sido efectiva en 13,5% de los casos”. El Nacional,
lunes 3 de agosto de 2015, 6.
[5]
La consultora ODH considera que la situación alimentaria de Venezuela es
crítica, que la eficiencia del sistema cambiario es cuestionable y el gasto
público se ha incrementado (El Nacional, lunes 3 de agosto de 2015, 3).
[6]
Desde 2005 cuando las pandillas de Caracas eran de tamaño reducido y actuación
limitada comenzaron a mutar a mafias organizadas, con un mando jerárquico
piramidal. “Hoy se ha puesto al día el crimen organizado y las bandas se
convirtieron en alumnos aprovechados” (Briceño León, en “41 bandas en Caracas
actúan sin contención del estado”. El Nacional, domingo 2 de agosto de 2015, 8).
Fe de errata: en vez de exhuman es inhuman
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