Parque Nacional Canaima (Venezuela) |
El
habló alguna vez del temor que se experimenta
cuando se piensa en serio de algo serio.
Era el temor
a quedarse en lo oscuro, en el vacío.
María
Inmaculada Barrios: Materia Incierta.
Caracas:
Alfadil ediciones, 1987, 46.
-¡Y te voy a decir!: Este es el mejor país del
mundo…
Roberto se
esponjaba con seriedad al decirlo. Porque su contrincante en la discusión
volvía a enrostrarle que Venezuela era un país contrahecho, y sin proyección de
futuro.
Pero Roberto
trataba de objetivar el país en sus obras y así traía a colación el programa
Gran Mariscal de Ayacucho, que respondía como indicador al Plan de la Gran
Venezuela, formulado por el gobierno de la primera presidencia del Carlos
Andrés Pérez.
-Eso estuvo bueno, pero los que se iban con la
beca a estudiar al extranjero, se quedaban allí, y si volvían al país, aquí no
tenían donde emplearse. El país perdía doblemente: el dinero de la beca y los
cerebros formados.
-No creas. Sí volvió gente y se logró
reorganizar a PDVSA, que llegó a ser una de las cinco (5) grandes empresas
petroleras del mundo.
-Sí, es cierto, pero funcionó como un
enclave petrolero, que a su vez permitió otro
enclave, el financiero, y aunque
repercutió en beneficios secundarios para el país, no transformó a éste
industrialmente. Así que bájate de esa nube y sácate ese mojón ilusionista que
tienes en la cabeza.
-Pero nadie nos quita lo bailado: se
disfrutó mucho en esa época, y ese talante festivo sigue vivo en Venezuela.
Pese al desastre que tenemos hoy día, Venezuela sigue teniendo, para ser un
gran país, las mejores oportunidades, y la de esperar mejores tiempos. Es lo
que quiero decirte con lo de que Venezuela es el mejor país del mundo.
Federico
desistió de discutir, porque además el autobús que se veía venir a lo lejos,
era el que ellos iban a tomar. La gente se arremolinó en la fila por si podían
empujarse y a río revuelto ‘colearse’. El servicio del trasporte es escaso, sin
hora fija, y los vehículos rebosan de usuarios de forma que no dejan entrar a
mucha gente…
En medio del
alboroto, Federico hizo una imitación a la idea de Roberto: Está clarito, este el mejor país del mundo y
a pasos acelerados y en remolino disfrutaremos el viaje apeñuscados
[apretados unos con otros]
Si hoy día
tenemos que presentar al mejor país del mundo con larga travesía de destruido y
estacionándose en su propia e inmejorable parada de destrucción, cómo queda uno
¿con la cara fresca o con la cara ‘e tabla? ¿Cuál es mi trabajo: el de un
mendaz lengüetero o el de un lingüista competente? ¿Cómo es mi trabajo si
quiero decir el país, y debo decirlo para el país mismo?
Poner palabras juntas
es
mi trabajo.
A un lado los signos
y
al otro la nada.
Toda la nada contra la pared
es
mi trabajo.
Hacer que te conmuevan las
palabras,
los signos o la nada
es
mi trabajo.
Más allá de lo bello o de lo
horrible.
De todos los días miserables.
Es mi trabajo
herir a tus recuerdos por la
espalda.
Luis
Díaz Viana. Pagano Refugio.
Valladolid:
Ed. República, 1996, 56.
(recortes
del bloguero)
Al poeta se le fueron los tiempos (dicho venezolano)
al calificar su trabajo como
negativista. Nosotros preferimos darle la vuelta y cuando aplicamos “Toda la
destrucción contra la pared, es mi trabajo”, el objetivo es denunciar que hay
signos de la nada (destrucción), y
que es necesario revertirlos como signos de
esperanza y consuelo. Mi trabajo es un trabajo de lealtad para todo lo que nos
queda fuera de un estado fallido y de
un mercado entrampado: la sociedad por construir, y con esto un
país por fundar y cultivar (culturar,
colere) donde quepa lo societal.
¿Cómo será
eso? Es necesaria una cirugía psíquica y cultural: sacarse el país que hemos
hecho con un complejo de inferioridad de carácter antisocial, que al expresarlo
al revés lo hemos enterrado dentro de nosotros mismos: ha sido la función
técnica de la creencia retorcida del yo
ideal (ideología); por lo tanto, fuera de control del ideal del yo y de la realidad de la norma, es decir, se ha
enterrado en nosotros, con nuestro modo de ser venezolano, un país fuera de
ley.
Porque se
esfumó la realidad de un país serio, puede uno percatarse de que para lograr
moverse en y por la realidad se requiere un principio de orden básico y obtener
su dominio; de lo contrario, se vaga en un vacío. Si el vacío no aguanta a la
nada turgente de ser y de vida, ésta se llena del caos del que, en la historia,
emergen las fuerzas destructivas. Y aquí se encuentra el gran temor de nuestro
trabajo frente a la realidad venezolana como país, pues siempre he dicho a
partir de mis estudios de la etnocultural venezolana, la matrisocialidad, que la ‘nada’ es más productiva que el ser
afirmativo y la vida social, pues la nada se da la mano con la inercia en
el sentido productivo-vital del país, es decir, con aquella postura de dejar (abandonar) las cosas, de dejar hacerse éstas (como naturales), de
tal modo que nuestro ser social termina por ser un dejado hasta consigo mismo (García Bacca, 2004: 42; Hurtado, 1995: 161)[1].
Pero el yo ideal empuja el sentido de realidad
aviesamente, y al dicho del mejor país
del mundo queremos que lo aplaudan los otros (que somos nos-otros mismos) y lo creamos así
reconfirmado por los extraños (ellos-otros,
internacionales) como queremos a imagen y semejanza de nuestros deseos
idealizados. Y si con mi trabajo te
golpeo esos deseos por la espalda, me dirás que soy un aguafiestas por
desvelarlos como imaginaciones fatuas o espejismos deambulantes. No se trata de
un ejercicio cómodo el de entrometerse con un país, cuando lo que se pretende
es ofrecer el diagnóstico que supone la fuerza de un revulsivo contra la
flojera de pensar las mejoras
necesarias y autenticar la existencia del ser de un país de verdad.
Érase un
país que soñábamos, pero al despertarnos nos topamos con el país real y su nada
productiva. Es lo que se ha venido haciendo en la historia de “una nación
llamada Venezuela” (Carrera Damas, 1984; Hurtado, 1990). Todo por estar
anclados en varios complejos como el de inferioridad (psíquica) pegado con el
cultural de matrisocialidad (el decir es
oblicuo con el hacer), que le obstaculizan la visión de un orden básico cuyo
dominio no controla. De ahí mi trabajo por hacer que el venezolano se aplique a
cambiar las suertes de su destino matrisocial: el de superar sus complejos con
el fin de transformar los signos negativos (ceguera) de la complicidad, por los signos positivos (visión) de la
responsabilidad ética, la del compromiso.
Es necesario
remontarse sobre las negatividades sin caer en la ambigüedad que las trasciende
sin pena ni gloria: allí donde no existe ni lo propio ni lo ajeno, sino “todo
lo contrario”, un argumento que popularizó, con un tercer término opacamente improductivo,
el presidente Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno de los años 90[2].
Atinaba muy bien dicho presidente en su afán populista de decir cualquier cosa para no decir nada, y lo hacía conectando
perfectamente bien con nuestro modo de ser cultural (matrisocial), esto es, con
ese miedo a enfrentar positivamente las realidades contenedoras de problemas
serios. Es ese miedo el que conduce a que se vea el país como superior, el
mejor, para caer estrepitosamente en la ansiedad y la depresión inferioranas:
“aquí no se puede hacer nada”, “esto se lo llevó quién lo trajo”.
Si se venía
cayendo como país en los años 1980 y 1990, donde los apotegmas o dichos
políticos de entonces caían todavía en terreno social empinado, donde la regla
todavía se asumía con una formalidad como presunto camino hacia el bien común,
y conformarnos así en sociedad, qué podemos decir en la bajada que están
suponiendo las dos décadas del siglo XXI, donde fallan todos los servicios
básicos en sí y en su estabilidad… Son servicios cuya falta afecta a la
expresividad del orden social básico y cuya inestabilidad indica el de un
dominio no controlado por la sociedad sobre sí misma como tal, descontrol que
la somete, sin honor ni vergüenza, como terreno de servidumbre al estado y a su
política populista.
Pese a esto
sigue siendo en su mentalidad, un país cuya megalomanía se encumbra por encima
de su realidad, realidad de país ninguneado porque adolece de servicios básicos
estables: el 74,6% sin agua y el 91,2% sin luz, según encuesta de la Comisión
de Expertos de la Salud de la Asamblea Nacional. Sin servicios públicos o de su
baja calidad da cuenta la calidad misma de lo que es el país, un país de baja
calidad. Todo lo más se sostiene su realidad en la centrífuga o recursividad de
las quejas, como expresión de que algo se mueve pero sin avanzar en la
constitución del orden social. Se trata de un reivindicacionismo débil, que
puede fortalecerse si se convierte en movilizador para enfrentar la solución de
dichos servicios como problema de realidad de país.
La
persistencia del abandono de la
infraestructura por parte del estado, así como de la dejadez de la sociedad de ver los problemas como asunto inercial (‘como
quien mira llover’) conducen a la reciente encuesta de Onusida que revela que Venezuela está a una diferencia de 38 punto
del promedio regional en cuanto al acceso al agua potable. Un ‘país’ crecido en
medio de grandes ríos cargados de agua tiene la oportunidad que le da la
naturaleza de llegar a ser un país de calidad, pero si esa agua carece de
política social, de suerte que no puede acceder a constituirse en un servicio
público esencial, la calidad de país sufre una rebaja considerable en su ser y
existencia. El mejor país del mundo es un decir tornado ñángara (añagaza) a la
hora del hacer.
“Hay agua
intermitentemente, no siempre la tenemos, tenemos menos agua de la que
necesitamos, y para complicar aún más el problema, el agua con frecuencia tiene
problemas de calidad en términos de apariencia, porque llega con color, con mal
olor, o tiene sabor indeseable. Cuando la apariencia no funciona, el agua no es
potable”, señaló el ingeniero José María de Viana, ex-presidente de la compañía
estatal venezolana de abastecimiento de agua en una entrevista a la agencia de
noticias DW[3].
A la falta
de agua, se añade la deficiencia del servicio
de la luz eléctrica. “En los últimos 20 años se han invertido 120.000 millones
de dólares para proyectos de electricidad, y sin embargo, el país se mantiene
en constante apagones. Las plantas están trabajando a un 10% o 20% de su
capacidad”[4].
A la falta de agua y luz, se agregan los servicios inestables del gas, gasolina
y recolección de los desechos y basura urbana. La baja calidad de vida en el
cocinar, en el trasporte público y privado,
en la vida urbana de las ciudades… se constituye en una calidad
torturante de país, cuando ha llegado el tiempo de la pandemia y su cuarentena.
¿Acaso nos
extraña el derrumbe del techo del pasillo de la Universidad Central de
Venezuela? Es posible la extrañeza, pero otra vez la rabia y el lamento toman
la lógica de la queja, procedimiento recursivo para echar la culpa a todo quisque, desde el estado, a las
autoridades de la Universidad, a la sociedad entera. Pero ese es un iceberg
como ícono de una cultura de la desidia, que lleva a demostrar que no importa guardar
los bienes nuestros, aún sean declarados Patrimonio de la Humanidad[5],
porque eso de lo propio como ajeno no encaja aún en el sentido de la
universalidad de lo humano.
Aún lo grave inmediato se refiere a una señal que
muestra una profunda simbología social: el techo, lo de arriba, se derrumba
como tristeza de la obra arquitectónica, porque se ha derrumbado lo profundo de
la universidad: su vida y su obra del conocimiento. Ya bajo su techo, con su
sombra y su luz, no deambulan los alegres estudiantes con sus morrales y sus
sueños, en una palabra, no discurre el conocimiento académico con su dinámica y
su verdad. Esto es lo grave que debe llamar la atención: el derrumbe académico
de la Universidad Central en su profundo cerebro y corazón, ubicado en la
relación de profesor/alumno.
¿Por quién
deben doblar las campanas? ¿Por quién es el Réquiem:
por la universidad o por el país? Por lo dos: no puede haber país sin
producción de conocimiento puro para que aquél sea un país independiente, y no
puede existir dicho conocimiento académico sin un país serio que se trate a sí
mismo como un asunto serio.
Las canciones, películas, obras de arte sobre el
país, están siempre esperando ese país de verdad para sostener su sentido de
seriedad artística. Estos escenarios del arte son los mejores para dilucidar
qué país debe morir, desecharse de una vez, pero sobre todo sacarse del dentro
cultural, y qué país debe ser alentado para que viva, aún sin existir en su
vacío de la nada. Son los mejores escenarios para que el país reflexione,
porque si termina por ser incapaz de ello –como decía Séneca— el país no podrá
ser artífice de su propia vida.
Bibliografía
Barrios, María Inmaculada
(1987). Materia incierta. Caracas:
Alfadil ediciones.
Barroso, Manuel (1991). Autoestima del venezolano. Democracia o
marginalidad.
Caracas: ed.
Galac.
Carrera Damas, Germán (1984). Una nación llamada Venezuela. Caracas:
Monte
Ávila
editores.
Díaz Viana, Luis (1996). Pagano refugio. Valladolid: ed. República.
García Bacca, Juan David (2004).
Ensayos y estudios (II). Caracas:
Fundación para
la Cultura
Urbana.
García Bacca, Juan David (2009).
Ensayos y estudios (III). Caracas:
Fundación para
la Cultura
Urbana.
Guerra Guerra, Luis Beltrán
(2020). “Carlos Andrés Pérez, este hombre sí camina”.
Panam Post. Boletín diario de noticias y
análisis de las Américas, 11 de junio
de 2020.
Hurtado, Samuel (1990). Ferrocarriles y proyecto nacional en
Venezuela, 1870-1925.
Caracas:
ediciones Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad
Central de
Venezuela.
Hurtado, Samuel (1995). Cultura matrisocial y sociedad popular en
América Latina.
Caracas: ed.
Trópikos – CEAP-FACES, Universidad Central del Venezuela.
Martín, Sabrina (2020).
“Venezolanos sin servicios básicos estables: 74,6% sin agua
y 91,2% sin
luz”. Panam Post. Boletín diario de
noticias y análisis de las Américas,
11 de junio
de 2020.
[1]
Esta postura de ser, la del dejado a
su apetencia, nos coloca en una situación muy regresiva, atrasada, en nuestro
modo de ser social, cercano a una vida silvestre (como conuqueros). García Bacca, como filósofo, sin aplicarlo a Venezuela
como hemos tenido que hacerlo nosotros como científicos, y sin la añoranza
campestre (pagana) del poeta, Luis
Díaz Viana (1996), nos sitúa en una reflexión inquietante sobre nuestra vida
social, casi sin mundo y sin historia como tal. “El salvaje es salvaje por
vivir en un mundo que casi, casi es sólo universo, por vivir en lo natural
dejado a sí mismo, y dejado el hombre mismo a sí mismo, con la fuerza de la
palabra castellana ‘ser un dejado’. Por eso el número de inventos del salvaje
es mínimo; e inversamente el número de inventos –no sólo mecánicos, sino de forma de vida social, religiosa,
científica—mide la diferencia real entre el universo
(naturaleza) y mundo (historia)”
(García Bacca, 2004: 42, negrilla nuestra).
Es una dejadez,
un abandono, que en vez de quedarse fuera, se lleva muy adentro, desde donde
brota esa autoestima negativa del venezolano por sus cosas y por sí mismo. “El
venezolano necesita quien lo escuche. Desde pequeño no ha tenido quien lo
escuche”, comienza Manuel Barroso (1991: XI) el Prefacio de Autoestima del Venezolano. Pero este
psicólogo se queda corto como en la primera vuelta, que para nosotros sería la
segunda, de su conjetura, porque como antropólogo nos atrevemos a hacer lugar a
la primera vuelta con la pregunta retrospectiva sobre quién no escucha al venezolano. Respuesta: otro venezolano. Y en una tercera vuelta como clave de la cuestión:
¿y qué hace, cómo reacciona el que no es
escuchado? -Abandona enfrentarse con el que no escucha. Así se termina en la
cuarta vuelta con el rencor del no-escuchado como réplica que espera cumplir
con el desquite ya tendré la oportunidad
de tampoco escuchar al colocarme en posición de dominio. El ciclo de la
ausencia de la escucha al que pide se le escuche, ocurre en una inercia
cultural recursiva que se expresa como abuso/desuso (no hay mayor falta de
escucha que la ausencia de pensar al otro, y aún al otro como el inexistente ninguno). El abandono como
vacío de relaciones, la dejadez, se
cruza en las cuatro coordenadas o vueltas de las posturas del ciclo de
convivencia social venezolano.
[2] “La regla (es) subsumirnos en esa
morfología” [=en lo formal, presunto camino al bien común, se trata de
‘fórmulas organizativas’ para conformarnos en sociedades]. “Pero somos humanos,
por lo que todo es posible, así ‘sustitución de unos por otros’ y
devaluándonos: ‘Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario’, se lo achacaron
al Presidente. La burla ante el éxito y el proverbio ‘el que se mofa del pobre,
afrenta a su hacedor’ y ‘A Carlos Andrés Pérez lo que le falta es una cuota de
ignorancia’. Lo axiomático cede a la pugnacidad. Estas calificaciones
despectivas al dos veces Presidente por voto popular mojaban el pasto para la
envidia, alimento de la historia constitucional incierta de los suramericanos”
(Luis Beltrán Guerra Guerra: “Carlos Andrés Pérez, ese hombre sí camina” Junio,
10/2020, reproducido en Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de
las Américas, Junio, 11/2020). Está bien la reivindicación de tal Presidente,
pero la ambigüedad del discurso entre
las negatividades de los extremos, está presente. García Bacca (2009: 17)
comentando a Husserl habla en este caso de neutralidad,
pero aquí el análisis es sobre modelos dicotómicos, en cambio en el modo de la
cultura venezolana el modelo es tricotómico, lo que complejiza el análisis y
libra con más sofisticación el compromiso ético.
Es en esa ambigüedad de
construcción discursiva la que da pié luego a ser utilizada como recurso social
despectivo de aquella figura presidencial; que dicho personaje utilizaba ese
apotegma como ejercicio de interpretación de su política era auténtico y lo
hemos reconfirmado con varios ciudadanos vivientes de aquella época. Es similar a la frase que en la misma década
de los años 90, utilizó Teodoro Petkoff, ministro de Planificación: “Estamos
mal pero vamos bien”, aunque aquí el uso que hizo el colectivo social fue
aviesamente negativo como interesado. Sin embargo, éste último apotegma, creo
ahora, que era correctamente afirmativo de su política. Realmente estábamos
mal, y él intentó enderezar las cosas para ir bien. ¿Qué podemos decir como
apotegma hoy día que vamos de mal en peor, cómo suena el apotegma de Venezuela
es el país mejor del mundo sin
cortapisa de un modelo de análisis? Suena perfectamente como un apotegma con
espejismos ideológicos a sacarse del adentro de los complejos
de inferioridad y del cultural matrisocial (el decir no coincide con el
hacer).
[3]
Sabrina Martín. Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de las
Américas, 11 de junio de 2020.
[4]
Sabrina Martín. Panam Post. Boletín diario
de noticias y análisis de las Américas, 11 de junio de 2020.
[5]
La Universidad Central de Venezuela como obra señera del arte del siglo XX,
obra del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, fue declarada Patrimonio de la
Humanidad en 2001. Es posible que no se consiga un campus universitario en el
mundo entero que se iguale con el de esta universidad en el centro de la
ciudad, y éste campus con su magnífico bosque tropical también está bajo el
proceso de su defunción.
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