Estado de sitio
Yo canto, es mi suelo y mi
dolor.
Este país donde vivo está
despedazado, sus calles
siguen tomadas por los amos.
En la ciudad circula los perros
del desprecio
y no hay quién se proteja de sí
mismo.
nuestros huesos hablarán de
nosotros
no habrá salida
el futuro llega y nos quema.
María
VÁZQUEZ BENARROCH: Amarrando la paciencia
a un árbol.
Caracas:
Monte Ávila Editores Latinoamericana,
2009, 32.
¿Está en
estado de sitio el problema del país?
Lo está por
nuestro flaco desempeño como paisanos-ciudadanos. Para colmo nuestra
displicencia lo desvía a las percepciones ingenuas de decir que es un país
caribeño y tropical. Con semejantes motivos, como pértiga olímpica de flojera
intelectual, creemos salirnos del problema saltando por encima de él. Roncha
dura de masticar, el problema disuadido deja al país sin pensamiento, casi como
decir “fuera de serie” en toda olimpíada de simposios, foros y congresos del
conocimiento.
El
planteamiento del problema-país ocurre como de asunto atravesado. Hasta esta
reflexión se encamina también hacia un afuera de campo través si no le ponemos
cuidado de vigilancia. Es lo que nos viene a indicar el retrovisor del
pensamiento al echarnos el alto para advertirnos de la dirección debida del
problema y de su profundidad conceptual. El país sigue igual en carrera descendente,
facilita, tan despedazado, que ahora sí que él por sí mismo se coloca como
“fuera de serie” entre los demás países del mundo (occidental, al menos).
Más allá y
más acá del problema, el país mismo se halla en la incertidumbre, tanto que si
se pone a pensar puede caer en el destino culposo de ser caribeño y tropical.
Así el país sin pensamiento está cercado, y dentro de él el futuro nos consume
a quemarropa. La salida se torna incierta porque improvisadamente nos situamos
“fuera de lo serio” que supone habitar el suelo y el dolor de país. Seriedad
que, de procurarla, hay que pagar para incorporarla a la verdad del país.
En el foro
intervino un buen pensante:
--- ¡Si se
alcanza un sitio “fuera de serie”, ese no paga su estado!
--- Pero
colocarse en el sitio “dentro de lo serio”, supone un mérito alcanzado. Acceder
a ese “estado de mérito" implica que alguien
pagó, con el esfuerzo dinerario, el trabajo realizado.
Respondieron
desde otro rincón del foro.
Si jugamos
con las ambivalencias del sentido, al quedar un país “fuera de serie” se
tendría un país trabajado con la gracia de los dioses, sería un país divinal,
fuera de todo problema. La gratuidad correría por las calles, y la ciudad
adquiriría ese “estado de gracia”, como suelo y gloria de los adivinos
endiosados. El futuro habría llegado sin problemas, es decir, sin haberse
trabajado.
Un país en
vías de ser serio pide afincarse en un suelo de laboreo y en un dolor de
fatiga. En el dilema de vivir o pensar, el país venezolano se piensa como en
“estado de gracia”, en un paraíso mágico-divinal, cuando en realidad su vida se
encuentra en estado de gravámenes.
El buen
pensante volvió a la carga con el problema:
---¿Cómo,
entonces, conseguir los recursos, los reales en dinero, para la paga de los
gravámenes, si en este país no se trabaja para
producir, donde no tenemos cultura del
trabajo?
---¿Cómo
lograr la economía en una cultura de la vida, vida en la que no se tiene el
vocablo de “economizar”?
Ampliaron el
interrogante sobre el trabajo y la economía para echarle leña a la hoguera del
país.
El director
de debates trató de redondear la narrativa y colocar el problema-país en los
términos conceptuales no de la serie, sino de la seriedad, de lo serio:
--- ¿Cómo
comprar la seriedad de un país, si el sentido de vida de los que lo habitamos,
conduce resbaladizamente al país de Jauja o de la
realidad gratuita “fuera de serie”?
Nos contaba un colega amigo que en el exterior
internacional no entendían (2003, no entienden aún) lo que pasa en Venezuela
(no sé si también los venezolanos lo entendían, o si lo entienden aún ahora),
si éste es un país rico, petrolero, con producción de oro, etc. Sus propios
paisanos de universidad centro-europea, eran el caso del intercambio donde a
los interlocutores les faltaba el entendimiento sobre el país venezolano.
Nuestro amigo acudió a explicarles introduciéndose con los supuestos
ingenuamente habituales:
--- Bueno,
ahí está. ¿De qué se extrañan? Venezuela es un país caribeño.
La
referencia a esta cualidad no parecía satisfacer el entendimiento. No aclaraba
si por ser pueblo caribe o por el mar caribe, es decir, por sociopolítica o por
eco-culturismo. Nuestro amigo le dio un vuelco, del otro lado, a la explicación
y su noción trataba de estampar un pleonasmo con lo caribeño:
---Uf, bueno,
entiendan que Venezuela es un país tropical.
En vez de explicar, parecía redundar con la autorreferencia,
lo que convertía a los inquisidores en zombis u obnubilados.
Ante este
escenario de superficie imaginativa y fatua, nuestro amigo, científico
experimentado en lo social venezolano, trató de aproximarse a una
conceptualización con el fin de sincerar el entendimiento del problema-país:
--- Bueno,
pues. Ahí tienen: Venezuela es un país no serio.
La
imaginación de los interlocutores se limpió de las opacidades, y se encarriló a
un entendimiento en espera de explicarse todo. Los venezolanos no somos serios. No nos tomamos en serio, no
enfrentamos la realidad con seriedad, la realidad nuestra, la que ante todo
debe interesarnos……. Y así nos va…
Cuando, con
ocasión de nuestro trabajo de investigación (Hurtado, 2000), en el año 1996
pasaba la entrevista a “los 13 de la
élite” en Venezuela, recordamos (y así está en el análisis) que el Obispo
Ejemplar (entonces obispo de la ciudad de Los Teques), con mentalidad muy
populera (sic) nos repetía aquella explicación con los tópicos de país
caribeño, y remataba con país tropical, como autorreferencia explicativa.
¡No se
podía jugar de otro modo con aquella lógica caribeña y tropical!
Ives
Zaragoza, por aquel entonces (1998), consejero principal de la Unión Europea en
Venezuela, nos decía: pero si Venezuela
tiene todo para enrumbarse y arreglar su desarrollo. Aguantábamos la
explicación de simple boca, para que no pareciera una explicación hecha de
bruces. Esperábamos al Simposio de la Fundación Francisco Herrera Luque de ese
año para exponer nuestro argumento científico cuyo título fue: “La ‘época de la
emigración’ y el aprendizaje social del venezolano”[1].
Oída nuestra
exposición, con calma Ives Zaragoza pareció barruntar el asunto. Quería ratificar
lo que presumía era lo entendible, y me citó a su oficina de la Unión Europea
en Las Mercedes (Caracas). Había entendido, por supuesto; lo que quería era
explicarse a sí mismo frente al problema del comportamiento del venezolano. El
encuentro duró casi dos horas. La conversación fue de una sola voz como al
unísono. Nosotros casi no hablamos, asentíamos; hicimos de espejo frente al
cual él relataba sus observaciones sobre la sociedad venezolana a partir de
casos de comportamientos de los que tenía plena vivencia.
Estaba
logrando relacionar lo que ya sabía; le faltaba encontrar la razón del modo de
ser, de trabajar, de hacer la vida, del sentido con que obraba la gente
venezolana: desde su secretaria, hasta del tendero, el taxista, el empresario,
el político, la ciudad… Le parecía un conglomerado de gente que siempre se comprometía a medias según su
gana, sin una responsabilidad asentada, de sociabilidad primaria que no
trascendía con el fin de afectar al cambio social. Le parecía un país sin
compromiso con la vida de la sociedad y que su modo de pensar no le daba la
pauta para saber uno a qué atenerse, por ejemplo, con la vivencia del tiempo.
Le llamó la
atención la raíz del problema con sus dos principios: el populismo de origen
recolector conuquero y la cultura matrisocial que mantiene al venezolano
en la regresión recolectora de su vivencia.
Aquellos principios producen un molde donde se obtiene el desorden originario
que no le permiten al venezolano acceder al aprendizaje de cómo armar en serio
el jugar a sociedad.
Estamos
bordeando en extramuros la posibilidad de pagar el acceso al interior de la
seriedad social. Quisiéramos que fuera gratuito, sin esfuerzo alguno, sin
privarnos de nada, que fuera mágico-divinal. Esa pretensión de la cultura
matrisocial elimina toda referencia al esforzado, de aquél que individualmente pierde
en algo con el fin de ganar en lo mucho de todos, pero sobre todo elimina la
referencia de la orientación del país. Este queda en la incertidumbre, colgado
del azar, del destino mágico, del fuera
de serie para ser competente como país. Sin seriedad de país, se navega a
merced no de un realismo maravilloso, sino de una irrealidad mágica.
Como todo el
mundo confía en que todo país es serio, al país que no lo sea nadie lo va a
entender, ni desde el exterior internacional, ni tampoco desde el interior
venezolano, como parte de no entendernos a nosotros mismos.
Referencias
HURTADO,
Samuel (2000). Élite Venezolana y
Proyecto de Modernidad. Caracas: ediciones del Rectorado, Universidad
Central de Venezuela.
HURTADO,
Samuel: “La ‘época de la emigración’ y el aprendizaje social del venezolano”.
En Varios Autores, La inmigración a
Venezuela en el siglo XX. Caracas: Fundación Francisco Herrera Luque, 2004;
en Varios Autores, Suma del pensar
venezolano. Caracas: Fundación Empresas Polar, Tomo I, Libro 1, 2011; en Samuel Hurtado, Contratiempos entre
cultura y sociedad en Venezuela. Caracas: Ediciones FACES, 2013.
[1]
Este artículo está publicado en Varios Autores: Las Inmigraciones a Venezuela en el siglo XX. Caracas: Editores
Banco Mercantil y Fundación Francisco Herrera Luque, 2004: 225-239; en Suma del Pensar Venezolano. Caracas:
editores Asdrúbal Baptista, José Balza y Ramón Piñango, Fundación Empresas
Polar, 2011. Tomo I, Libro 1: Los Venezolanos, Población y dinámica demográfica
(especialmente seleccionado por el economista Héctor Valecillos). Y en Samuel Hurtado: Contratiempos entre Cultura y Sociedad en Venezuela. Caracas:
Ediciones de la Facultad de Ciencias Económica y Sociales, 2013: 211-241.
El mundo nos está pidiendo ser un país más serio y confiable (leyenda identificadora de la imagen) |
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