país de caribes y araguacos en norte de suramérica llamado Venezuela |
En este país, en este tiempo
cuya pesadumbre
se dibuja en lápidas de mercurio,
voy a extender mis brazos y
penetrar en la hierba,
voy a deslizarme en la espesura
del acebo para que
tú me adviertas, para que me convoques en
la
humedad de las axilas.
Aún hay luz sobre las ramas
abatidas y mi valor se
descubre en sílabas en las que tú y los
rostros
actuáis como gránulos silvestres,
como espermas excitadas hasta
penetrar en la bujía
del sonido,
hasta sumergirse mi cuerpo en
aguas que no palpitan,
………..
Yo haré con los príncipes una
destilación que será
nociva para ellos pero excitante y dulce
en la
población como lo es el zumo reservado en
vasijas muy oscuras
…………
En este país, en este tiempo
cuya pesadumbre se
dibuja en lápidas de mercurio…
Antonio
GAMONEDA. “Descripción de la mentira”.
Antología
poética, Madrid: Ed. Alianza, 2008: 120-121
(pequeño
fragmento). Introducción y selección:
Tomás
Sánchez Santiago.
Tiempo pesado de
país. País apesadumbrado por el tiempo.
--- ¡Qué gordo y pesado se ha
vuelto el país!
---Ya parece que no nos
reconocemos en él…
---Tanto que ni deseamos, a veces ni
podemos hacerlo.
--- ¡Todo es confusión en el país,… un país
desorientado!
---Al menos tú escribes para entenderlo y
explicarlo.
En esta andadura del país, se debatía la
reflexión de los vecinos.
Como es tiempo de diciembre, Navidad y la fiesta cultural de la madre
en Venezuela, quise hacer un ejercicio de comparación de los sentimientos de
país mediante una experiencia vieja, anidada en el recuerdo.
Valladolid 1982. Pasé las navidades y año nuevo en la capital de
Castilla y León; ocasión que me produjo un encontronazo cultural. Acostumbrado
a la fiesta venezolana, en Castilla no lograba acoplarme a gusto. Ni el
ambiente de familia, la propia, compensaba la diferencia, ni las hallacas que
como obsequio me preparó, para llevar a mi familia en España, una gente del
barrio de Los Postes de Caracas, me ayudaron a sentir esa satisfacción. Más
bien sentía un faltante de país fuera de Venezuela en tiempos de diciembre y
Año Nuevo.
Extrañaba al país por su mejor ausencia: su atmósfera de sociabilidad.
Recordaba mi sentimiento de país propio, cuando me cultivaba con la gente del
barrio, con sus fiestas domésticas, como invitado a su mesa hogareña, en los
obsequios -para llevar a mi cuarto alquilado- de hallacas, dulces de lechosa,
un pedazo de torta negra, a veces un platico con pernil envuelto en servilleta
de papel. Mi gratitud social se me devolvía con autenticidad en aquella
economía de reciprocidad.
--- ¡Qué
días aquellos! (sin nostalgia, por favor)
--- ¡Hoy día
parece que vino una ventolera que hizo polvo al país!
Recordé a
Rómulo Gallegos cuando en su novela de Doña
Bárbara, hace que, en un recodo del paisaje de la región de Los Llanos,
ocurriera una ventolera para traer a la imaginación de los semi-bárbaros
llaneros, el espejismo de la civilización en la imagen del humo de la máquina
del tren. Pasó la ventolera y su polvo, pero quedó el espejismo en la llanura
como un deseo espectral del país en advenir.
El tiempo es un invento que los humanos
endilgamos a las cosas, y con ese molde les damos forma de sentimiento: las
producimos de una forma, las deformamos de otra, las caricaturizamos como
extrañas, o las desaparecemos como polvo informe. Hemos entrado en la andadura
del siglo XXI desorbitando el tiempo, y con ello, entre las cosas, el país. Ya,
como un gran ritual, el tiempo de Navidad (diciembre) comienza en noviembre, y
algunos pretenden que el jolgorio mercantil y de espejismo cultural comience de
una vez en octubre.
¡Banalización del tiempo (y del país, de
corrido)!
Todo por una prisa, loca y edénica, de
adelantar forzadamente el futuro con el ritual
del cargo. Es decir, quemar o destruir los tiempos diluyendo el futuro al
que se quiere llegar como por asalto del cielo. Las ansiedades culturales
juegan una mala pasada debido a su ilusionismo.
Cada vez más el tiempo se extraña de sí
mismo y nos causa una pesadumbre ansiosa en nuestra vida republicana debido a
la ausencia de país. La realidad, y uno mismo, queda entrambas aguas en un país
de nadie (tierra de nadie, dice el argot de cultura conuquera). Si nos encontramos
(fuera de nadie) es en la catarsis del humor o en la intuición de la
caricatura.
Rayma
que nos ha escuchado inventó rápidamente una caricatura y nos la envió por la
puerta de atrás en tres globos:
--- ¡Extraño
mi ciudad, mi casa, mi familia,
mis amigos, mis hábitos,
mi vida!
--- ¿Y tú
dónde estás?
--- ¡En mi país!
Zapatazos que lo lee por el twiter le replica a su colega
caricaturista:
--- Así nos sentimos todos ¡Bravo, Rayma!
La caricaturista debió sentirse
satisfecha con la resonancia de su colega Zapatazos.
Existen otros pensantes que
salen por otra tangente augurando que “nada vence la fuerza de una idea cuando le
llega su tiempo ¡unidad!” (José Paliza, @).
¿Cómo vamos a realizar esa idea
de un tiempo propio, el de construir un país propio cuando la etno-cultura es
como tal “destructiva”? (José Ignacio Cabrujas, 2003).
Porque creemos que somos como
todos los países que derrotados se levantan desde su nada, y con el escarmiento
aprendido llegan a ser potencias mundiales. Así ocurrió con Japón, después de
su hecatombe nuclear y sin recursos naturales. Así también con Europa,
devastada por dos guerras mundiales. Pero eso no se repite con Venezuela, que
sin pasar por una guerra, ni destruida por un terremoto, tsunami o peste
alguna, y para colmo con todos los imponderables recursos naturales en su
haber, va camino de catástrofe en catástrofe cada vez más extrañada de sí
misma.
--- ¿Qué queda del país para
siquiera poderlo soñar como propio?
--- ¡Sin más remedio, lo que
queda es su gente y su cultura!
--- ¿Qué le pasa a su gente que
le huye dándole la espalda como emigrante o vive en la inopia como si no
pasara nada, y como cosa normal sólo se mueve en la queja?
Todo depende de la organización
social que se desenvuelve sin reciclar en ella los esfuerzos del trabajo y de
la riqueza producida. Como siempre el resultado final colinda con la pérdida de
los recursos (naturales y sociales) y con la pérdida del país mismo como
desahucio de extrañamiento.
Pero si cada uno de nosotros somos buena gente, y procuramos lo mejor
para cada uno, sin daño ajeno… Pero esa medida individual no es suficiente
para proyectarse con efecto en la medida colectiva. Y lo negativo es que aún lo
mejor de cada uno está enmarcado en “los bordes del caos. Y eso es peor que una
guerra civil” (Juan Liscano, 2015). Cuando el caos es convertido en política de
un estado (fallido) se obtiene un resultado aún peor, esto es, una violencia generalizada.
Cada vez más se hace imposible
el ejercicio del reconocimiento de lo propio, --supuesto básico para el
reconocimiento del otro (Savater, 113-129) — para que se pueda tener el
reconocimiento del país en positivo. Es más, la cultura matrisocial, el cómo
somos, nos conduce a un estado regresivo tal que no logramos ni el deseo, aún
el más simple, como capacidad para comenzar la salvación de ese sentirse como
extraños en el propio país (Cf. La Boétie, 22).
Como recolectores de estructura
social y de cultura del placer matrisocial, pronto nos acomodamos a lo que nos
depare el tiempo. Aceptamos vivir entre la basura, en el degredo, en la
enajenación de lo propio, como situaciones sociales normales.
Si todo “pueblo es muy propenso
a dejarse seducir, y con bastante frecuencia se engaña él a sí mismo” (La Boétie,
30), el pueblo venezolano se halla en el mejor extrarradio para caer en la
seducción de toda promesa con aire de ilusionismo, sin contar con que él mismo
la espera con tal ropaje de coba debido a que padece de “una combinación de
depresión y de ansiedad” (Guevara en Prodavinci).
¿La psiquis del venezolano es
por eso muy diversa, como dice Guevara? La diversidad no es el problema final. Es
necesario evaluarlo en las claves de la cultura, según la manera sociológica de
evitar el círculo vicioso de la auto-referencia; así se obtiene que el problema
es que dicha psiquis se encuentra en el molde de un complejo cultural definido por una contradicción en los
criterios del sentido de su acción o hacer: impone como norma la recolección
(robo, saqueo, violación, aún a paisanos, conocidos y vecinos) y por otro lado,
impone la norma de la ayuda de reciprocidad al recolectado (robado, saqueado,
violado). Porque la cultura matrisocial que se porta, no aguanta el estado de
víctima.
Esta contradicción conduce a
vivir el tiempo en presente con carácter regresivo, y en las circunstancias de
la andadura del siglo XXI, de un carácter “regresivo brutal (con el que) hemos
ido a parar a la época de lo titánico, en un momento donde no hay ley, no hay
orden, no hay límites. Somos hordas de personas que vamos comportándonos de la
misma manera, sin juicio crítico de nuestros actos” (Guevara en Prodavinci).
Lo recolector del rancho y conuco y lo permisivo
matrisocial con resultados de lo mágico-divinal nos salen a borbotones, si no
lo reducimos desde lo mejor de nosotros mismos. Hay intentos de esa reducción
en las andaduras históricas del país con la emergencia de las instituciones
sociales; pero se hizo con la fuerza bárbara de “tiempos gomeros” (dictaduras y
democracias presidencialistas), por lo que pronto del orden bárbaro (que
urgimos) pasamos al desorden mágico-divinal (que invocamos nuestra constitución
originaria). El individualismo primario que permanentemente nos moldea, “corroe
todos los proyectos y se lamenta complacido” (Briceño Guerrero, 9), es decir,
corroe el oficio del proyecto de país con gusto placentero.
Parece que todo pueblo no
aprende sino con el peor de los tiempos: el escarmiento; con esta ocasión, los
intelectuales obtienen el mejor tiempo para aprovecharse y escribir: de este
modo se adueñan de la historia del pueblo (Pérez-Reverte, 2018).
Ojalá el pueblo venezolano
acepte el escarmiento y aprenda a ser dueño de su país haciéndolo propio, y que
la escritura del intelectual sea devuelta al pueblo para que no sea una
escritura extraña. Este sería el mejor oficio de salvar a un país de su
sentirse extraño a sí mismo y a su gente. Como refugiado “en mi país”
Venezuela, he de advertir sobre las falsas extrañezas, porque algo pesado está
llegando, y la pesadumbre está viniendo de todos los sitios: políticos
(gobierno y oposición), económicos (crisis de producción-mercado y de
hambruna), culturales (ilusionismo y enajenación), ideológicos (conciencia
mentecata con alta dosis de estupidez y fracaso). En las señales pesarosas se
inmiscuyen la opresión y la represión que golpean a la gente también desde
todos los sitios.
Sin que pretenda cambiar la
mentalidad de nadie, de dentro del país y del emigrado fuera del país, quiero
decir: ¡Cuidado con las ilusiones, las indolencias y los autoengaños! Lo extraño
que unos y otros hemos hecho del país venezolano puede costar, está costando ya
muy caro, casi, casi, con pérdida
total del país.
Referencias
-BRICEÑO
GUERRERO, José Manuel. El laberinto
de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila
editores.
-CABRUJAS,
José Ignacio (2003) [1987]. “El estado del
disimulo”.
Revista Estado y Reforma. Caracas: Comisión
Presidencial
para la Reforma del Estado, N° especial:
“Heterodoxia
y Estado”. Entrevista por Luis García
Mora y Ramón
Hernández.
-GUEVARA,
Javier. “Es muy doloroso ver esta gran
regresión,
esta barbarie”. Caracas, tomado de: http://
prodavinci.com/Javier-guevara-es-muy-doloroso-ver
-esta-gran-regresión-esta-barbarie/?platform=hootsuite
-LA BOÉTIE,
Étienne de (2015) [1548]. Discurso sobre la
servidumbre
voluntaria. Caracas: Ed. Dahbar.
-LISCANO,
Juan (2015). “De las guerras civiles hemos
Pasado a un
estado de campaña electoral permanente”.
El Nacional:
Constructores de la democracia, 3 de agosto
-PALIZA,
José. @josepaliza, 8 de diciembre 2018.
-PÉREZ-REVERTE,
Arturo (2018). “Picaso no pintó el
‘Guernica’
por patriotismo, sino por dinero”. El País,
Cultura, El
Correo del Zar, 3 de octubre.
-SAVATER,
Fernando (2000). “El corazón de la ética:
reconocimiento”.
En La tarea del héroe. Barcelona,
ed. Destino,
113-129
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