El otoño se expresa en pájaros
invisibles ¿Qué
harías tú si tu memoria estuviera llena de
olvido,
qué harías tú en un país al que no querías
llegar?
Pesan las máscaras de la pureza,
pesan los paños
sobre
las formas de la patria.
La vergüenza es la paz. Yo
acudiré con mi vergüenza.
Antonio
Gamoneda: “Descripción de la mentira”.
Antología
Poética, Madrid: Ed. Alianza, 2008, 140
(Fragmento
breve). Selección e introducción:
Tomás
Sánchez Santiago.
Subíamos la
carretera Panamericana. Recortábamos las curvas; a los huecos los hacíamos a un
lado. No salíamos de la vía rápida; carros y motos que querían adelantar, se
apuraban por la derecha. Íbamos con la lógica narrativa del país: con su contracorriente
de anormalidad social.
Esta vez
conducía mi señora; yo observaba distraídamente la espesa vegetación de la
montaña en la estación lluviosa, como si fuera un otoño tropical. Mi
pensamiento sacaba consecuencias:
-¡Si cada recodo de este país, brinda el
obsequio de un escenario turístico…!
Entonces me
sobrevino un sentimiento de vergüenza, una vergüenza de país. Tan hermoso en su
naturaleza y tan postrado social y políticamente. Las carreteras, las calles
con sus aceras, lucen abandonadas. Como si el país mismo se hubiera ausentado,
con los cuerpos cívicos ajenos al dolor de sus gentes[1].
-¿Es posible que exista un país que no
merezca el dolor de sus habitantes?
En la radio
de mañana, una señora denunciaba que hace meses no tienen agua, después se les
ausentó la luz (eléctrica), y ahora se les fue el gas, sin saber cuándo se
dispondría de él: Si tienes una cocinita
eléctrica y se va la luz, te quedas sin poder cocinar, remataba la señora.
-¿Y cómo vamos a comer las arepas?
Al llegar a
San Antonio de Los Altos, tuvimos que afrontar los hondos huecos que cruzan la
carretera, las rejillas de las alcantarillas en el arcén levantadas, el pantano
que remojaba el asfalto lleno de fango frente al Centro Comercial de Las
Américas. Sólo servía un canal. Problema viejo con el que uno no puede
reconciliarse aun amando lo mejor con que sigue existiendo el país.
Habíamos
hecho la compra en el mercadito a cielo abierto en el estacionamiento de la
alcaldía de Los Salias, y procuré que el calor de mediodía no afectara el
pescado y las verduras. Ahora puesto al volante a mitad del camino enfilé el
carro a velocidad por la recta de Las Minas. Antes de hacer el descenso a la
ciudad de Los Teques, otra vez me sobrevino la ensoñación recortando curvas,
birlando huecos y respetando las luces rojas del semáforo de Montaña Alta.
Otros
carros no atendían al semáforo y se escapan veloces carretera adelante.
-¡El país anda medio loco! Ahora hay existencia de productos, pero el
dinero no alcanza a correr al ritmo de la hiperinflación!
¿Volverá a
curarse alguna vez el país? No sé cómo, porque la cultura matrisocial colabora
para caer en la estupidez, y ésta sí que no se cura.
Pensar que
en esta situación vergonzosa del país, dicha cultura que porta el venezolano,
se presta como corriente a favor para que la estupidez haga fracasar a la
sociedad… Porque cómo dejar de lado que, junto a los responsables de las
instituciones (que tienen identificación personal con sus nombres y apellidos),
esta situación vergonzosa ha ocurrido con el consentimiento del mismo pueblo
venezolano, y no un consentimiento en frío, sino activo y caluroso de aplausos…
Me vinieron
a la mente las cifras de la encuesta de Datanálisis, la de un hombre tan
juicioso con su voz de falsete cascado, Luis Vicente León, cifras colocadas en
el twiter del día 8 de noviembre de 2018: solamente trabaja y produce (sic) el 15% del país, el otro 85% espera vivir
del gobierno y sus dádivas. Las cifras sobre política pueden tener una
interpretación guabinosa, porque todo pueblo quiere vivir en paz y huye del
conflicto. Pero aquellas cifras de la economía son cifras duras y firmes,
corroboradas por el comportamiento cultural del venezolano.
-¿Ha fracasado el gobierno y el estado o ha
colapsado la sociedad?
Porque lo
que nos queda es un jefe personalizado, según su declaración de Ejecutivo: “A
los dos meses de aguinaldos, yo les puedo dar de aguinaldo un mes más”. Algo
así como si se portan bien, aún el hambre se lo administro yo.
-¡Qué vergüenza de país!
La costumbre
populista se ha radicalizado bajo la personalidad de un mandamás, como el amo
del país. En estas condiciones, el gobierno ha fracasado y el estado mismo,
porque antes ha colapsado la sociedad. Ésta ha seguido la complicidad en que se
dejó meter con las promesas seductoras de las dádivas, que hacen esquivar el
trabajo y la riqueza hacedoras de la existencia de un país. Trabajo y riqueza
que son signo y resultado de la organización de la sociedad.
Y
recursivamente, sin sociedad, como un empeño inventado por los seres humanos,
no es posible el trabajo y ni la riqueza para que un país exista.
A este
empeño e invento instituido socialmente, se opone otro empeño en Venezuela, el
de la cultura matrisocial, que deniega de todo invento instituido bajo la norma a cumplir para que
todo marche en beneficio de todos. Si no fuera de todos, entonces hay que
impugnar ese proyecto. Como la cultura matrisocial se define por el placer y
comodidad, la impugnación tiene dificultades en constituirse. Porque nos gusta
vivir a la brava, a lo que sólo me favorezca a mí, y me salto el cumplimiento
de la ley, porque ésta se convierte en la enemiga de mis intereses personales.
No importa que abuse, eso es señal de mi poder; no importa que sea indolente y
desuse las cosas para no meterme en problemas que no me importan…
Sigue así un
empeño antisocietal, orquestado por una mente de conuco recolector, confirmado
por un consentimiento matrisocial o permisividad indolente, en correspondencia
con un resentimiento (edípico) puesto a relucir por la política de la llamada
revolución bolivariana.
Se piensa
que los recursos naturales de carácter minero (petróleo, oro, diamantes,
coltán, y todo lo expresado en el Arco Minero) van a salvar o curar al país de
la estupidez, y eso está negado por la historia y la antropología.
-¿Se puede ser sociólogo en un país con la
vergüenza malograda?
Uno se lo
imagina como posible, pero adquiriendo el papel de un sociólogo pensándose en
el exilio dentro del país. Como alternativa sería hacer sociología de enclave
como en un gueto, casi sin saber que el conocimiento sociológico interesa al
país como aporte a su existencia. Pero sería la forma de tomar aire con el amor
a lo que uno hace, a lo que concurre y a lo que asiste.
Uno hace
(produce) los mejores cambures (bananas) del país en las tierras altas de
montaña en Los Teques (honda generosidad de la tierra venezolana cuando uno la
ama).
Uno concurre
a los grupos de amistad con colegas de la academia (hermosa red de convivencia
cuando uno se cultiva con la gente venezolana).
Uno asiste a
eventos de música de guitarra en homenaje al gran guitarrista guayanés, Antonio
Lauro, organizados por mi comadre, también guitarrista profesional (aguda
sensibilidad del gusto con el desempeño super-artístico del venezolano).
Todo para no
reconciliarme con los desperdicios que genera la política revolucionaria
bolivariana. Ésta también nos ha robado el trabajo y el dinero de la riqueza,
dejando al país en estado vergonzante.
Vergüenza
que nos hacen pasar los productos importados, procedentes de imperios, el
decrépito (Rusia) y el socialista de capitalismo salvaje (China). Productos de
baja calidad con rápida vocación de chatarra: coches, lavadoras, bombillos,
brochas de afeitar (chinos) y equipos militares (rusos) de segunda mano, de
próximo desuso y desactualizados. Es la vergüenza del país de que lo barato
sale caro.
Estado
vergonzante cuando las señales son la exposición a la muerte de los que nacen
(niños) y de los que están a punto de entregar su vida de trabajo (ancianos)
por falta de medicinas y alimentación. Son señales de la baja calidad de país,
como también lo son el trato a los presos y a los locos.
Así nos
quieren vender el país del hombre nuevo,
cuando esa idea procede de un falsificado préstamo sonsacado de la verdadera
teología cristiana, y convertido en falso mito que es lo peor que puede sonar
en el entendimiento de un antropólogo.
Algún día la
fuerza de las cosas volverá a
adueñarse del país venezolano, y éste desembozado de su desvergüenza, se levantará sobre sí mismo[2]
para ver de su honor y vergüenza desgajados.
1]
“El cuerpo que acepta el dolor está en condiciones de convertirse en un cuerpo
cívico, sensible al dolor de otra persona, a los dolores presentes en la calle,
perdurable al fin –aunque en un mundo heterogéneo nadie puede explicar a los
demás qué siente, quién es. Pero el cuerpo solo puede seguir esta trayectoria
cívica si reconoce que los logros de la sociedad no aportan un remedio a su
sufrimiento, que su infelicidad tiene otro origen, que su dolor deriva del
mandato divino de que vivamos juntos como exiliados” (Richard Sennett, Carne y
Piedra. Madrid: Editorial Alianza, 1997, 401).
"Algún día la fuerza de las cosas volverá a adueñarse del país venezolano..", Dios mismo vendrá a tomarnos por el cuello y enderezar nuestro rumbo de país.
ResponderEliminarMuy poético como sentido este escrito del profesor Hurtado. Decir las cosas es un llamado a la acción