La baja y arenosa playa y el
pino enano,
la bahía y la larga línea del
horizonte.
¡Qué lejos
yo de casa!
La sal y el
olor de sal del aire del océano
y las
redondas piedras que pule la marea.
¿Cuándo
arribará el barco?
Los
vestigios quemados, rotos, carbonizados,
y la
profunda huella dejada por la rueda.
¿Por qué es tan viejo el mundo?
Las olas
cabrilleantes y el cielo inmenso y gris
surcado por
las lentas gaviotas y los cuervos.
¿Dónde todos
los muertos?
El delicado
sauce doblado hacia el fangal,
el gran casco
podrido y los flotantes troncos.
¡La vida
trae la pena!
Y, entre
pinos oscuros y por la orilla lisa
el viento
fustigando. El viento, ¡siempre el viento!
¿Qué será de
nosotros?
George
SANTAYANA: “Cape Cod”,
en
F. Savater, Diccionario Filosófico,
Bogotá:
Ed. Planeta, 1995: 345-346.
De camino
entre las patrias macilentas, uno ya no sabe adónde va. No es cuestión de
identidad, que muchas veces por su tufo a estupidez, todo lo embrolla. Trata de
limitarte a un lugar, cuando el asunto apunta a una acción trascendente, de
saber viajar por la vida, y la vida ya tiene sus dificultades.
¡Qué penosas se ponen las patrias!
Atragantado
llevo ese camino, no sé si más o menos como Santayana, madrileño de raíces
abulenses, criado en Boston y educado en Harvard, muerto y enterrado en Roma. Aquellas mis
patrias se vuelven añicos ante mi pensamiento escrutador. A su vez el
pensamiento se siente fustigado por los vientos de la historia -¡siempre la
historia!- cuando llegan las encrucijadas vitales. Sin remedio se encuentra
zarandeado como una veleta, incapaz de diagnosticar la fuerza y la orientación
de esos vientos, que originan las alternativas sin solución al menos inmediata.
De ida y
vuelta a aquellas patrias, nunca me vi sobrecogido por tanta perplejidad: la
patria lejana es pensada desde la patria cercana, y a su vez la patria cercana
es analizada su viabilidad desde la patria lejana o primera. El embrollo es tal
que el mismo pensamiento se opaca en los límites del cansancio. La imaginación,
su soporte, también se embota como ventana cerrada para visualizar proyectos
que lanzados delante guíen la acción a tomar.
La
perplejidad cunde cuando se siente que la patria cercana o segunda contiene un
país con su verdad oscurecida.
¡Qué será de nosotros?
No encuentro
consuelo dentro de un mundo que vive de “meterse mentiras”, añadiendo que no
tiene interés alguno de “aprender a mentirse” sobre su verdad.
Las mentiras se meten sobre preocupaciones superficiales,
fuera de lugar, sobre cosas que no importan, o son materia gruesa con propósito
de timar. La coba endulza, lubrica y hasta refuerza esa artimaña. Y si es con
artimaña brujesca para un pueblo que vive de la magia como el venezolano, el
proceso queda cuadrado. Un pueblo que gusta que le prometan, y que no se ocupa
de que las promesas se cumplan, es propicio para que el poder le meta mentiras sin compadecerse de él. Ello
ocurrió como entrada a la civilización, entrada negativista, que critica
Nietzsche.
En cambio aprender a meterse mentiras sobre la
verdad existencial de un país obliga a la preocupación por entenderse a vivir en sociedad, esto es, a llegar a acuerdos con
relación a cómo vivir juntos para lograr el bienestar de todos, en el sentido
de ir mejorando la situación de vida. Es lo que se dice “jugar a sociedad”
(según Simmel), de perder en algo particular que será compensado con ventajas
que van a suponer una ganancia generalizada.
Asistí en
España a largas conversaciones en la TV. Los debates se centraban en denunciar
el pedigrí académico del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Pero la
preocupación se extendió también a la denuncia de cuatro de ministros(as) de su
gabinete. Naturalmente, rebotó el asunto al sentar también en el banquillo de los
acusados al jefe del partido principal de la oposición, el partido popular
(PP). Se mezclaron el posible engaño de la obtención de los títulos académicos
y el propósito de la descalificación política. La crítica era puntual y ayudó a
examinar la capacidad de los políticos que accedían a cargos de funcionarios.
Este problema saneaba a los grupos políticos, pero lo realmente grave fue el
daño que se causó a la institución académica de la Universidad Rey Juan Carlos
(URJC). Las patas cortas de la política
vilipendiaron al proyecto largo de la sociedad.
Entenderse para constituir sociedad no
puede apoyarse en problemas de una personalidad sobresaliente, ni en prohombres
tecnocráticos, ni en títulos académicos. No constituyen estos actores el origen
del entendimiento con que se puede emprender el camino de la sociedad.
Si no son
las personas, ni los prohombres, ni los títulos, ¿Cuál será la clave para
lograr una buena calidad de gobierno de la sociedad?
En cuestiones del poder no
puede ser otro que el anclaje entre políticos y funcionarios; es este anclaje
el que permite las condiciones de que la institución social se instituya con
autonomía y fuerza propias. El individualismo cerreramente primitivo de los
actores venezolanos, de carácter matrisocial, ni crea las condiciones, ni puede
empujar una acción colectiva de ganar con ventajas. No han aprendido aún a
saber mentirse a sí mismos (despojarse de envidias, intereses mezquinos,
propósitos aviesos), y menos a colocarse en la recta de las ventajas donde
ganamos todos.
¿Qué es lo
que ocurre? Lo contrario, el resultado donde absolutamente perdemos todos, aun
los que detentan el poder. Las cuentas son regresivas para todos en una
situación común donde todo absolutamente todo (economía, política, cultura,
moral, entusiasmo, lo festivo) se viene abajo.
Desde tal
individualismo primario no hay capacidad de ceder (perder) parte de los propios
intereses, como porción de las pérdidas egolátricas (aprender a perder es
–como- meterse mentiras a uno mismo en público, y eso en la condición de que el
aprendizaje sea en el espacio colectivo y público). Como reactivo, es el
colectivo como acción pública el que proporcionará las ventajas colectivas para
ganar todos.
El resultado
lo constituye la institución de la sociedad: darse unas normas o leyes a las
que todos nos comprometemos a cumplir. El que se haga el loco y las trasgreda,
lo instituido de la sociedad le pedirá cuentas y lo penalizará. Sin penalizar
los incumplimientos de la norma, ninguna sociedad puede funcionar. No ya no tener
proyectos, es que ni los propósitos de
funcionar pueden existir para constatar si aquí hay sociedad.
Si fallan
los trasportes públicos, los hospitales no pueden prestar servicios, las
escuelas y universidades se encuentran postradas, sin recursos, empezando por
la ausencia de profesores, de alumnos, sin tecnologías administrativas, los
servicios de agua, luz, gas carentes de dichos insumos para el sobrevivir de la
población, etc. el mísero funcionamiento de todos estos reglones sociales
muestran un país de mentira o un país a media verdad que tiene la gravedad de
mentir dos veces, según Antonio Machado:
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra verdad.
De ahí la urgencia de remontar
el altozano de mentiras que se yergue en nuestra sociedad.
¿Acaso se cuenta en
Venezuela con algún sitio donde exista el aprendizaje
de "meterse mentiras de verdad" con el fin de instituir la sociedad y limpiarnos de nuestra
perversas mentiras?
Este sitio
es muy difícil encontrarlo en un territorio social donde domine la magia, la
recolección de enseres, esto es, donde se coseche sin sembrar, y donde el
anclaje se efectúa entre la creencia (mágica) y el poder (político).
El gran
sociólogo francés, Alain Touraine, en Crítica
a la Modernidad sostiene que donde hay magia, no puede haber proyecto de
sociedad. No puede darse el síndrome de meter
mentiras al pueblo por parte del poder (en ejercicio o en oposición) con el
aprender a meterse mentiras con
objeto de deponer algún poder avieso, que se interpone en los proyectos del
bien común.
Ante este
dilema se encuentra Simón Rodríguez (el maestro del Libertador) que en su Defensa de Bolívar asienta:
“Alborotar a un pueblo por sorpresa o
seducirlo con promesas, es fácil; constituirlo, es muy difícil: por un motivo
cualquiera se puede emprender lo primero; en las medidas que se toman para lo
segundo se descubre si en el alboroto o en la seducción hubo proyecto; y el
proyecto es el que honra o deshonra los procedimientos; donde no hay proyecto
no hay mérito”.
En el
alboroto o seducción he aquí la metida de mentiras; en el proyecto se muestra
el mérito del aprendizaje de la verdad a partir se saberse guardar para sí los
intereses, egoísmos, y del hago lo que me da la gana.
¿Se le puede decir la verdad al pueblo
venezolano?
¿La aceptará si alguien se la dice?
¿Aceptarán los líderes que hasta ahora no le
han dicho la verdad al pueblo venezolano, y que ni a ellos mismos se han dicho
la verdad del país, y que ni ellos mismos están convertidos de verdad a la
salvación del pueblo venezolano?
¿Por qué fracasan los países?
Los países
no son obra de uno solo: sea prohombre, héroe patrio, comandante eterno…
Solamente representan la verdad a medias y a la larga oscurecida. La verdad no
puede ser de un particular. El poeta Antonio Machado en sus Proverbios y Cantares, dedicados a José
Ortega y Gasset, nos lo recuerda:
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Los países
son obra de muchos, y como tal debe macerarse a lo largo del tiempo. No es por
lo tanto la obra de una generación sola, sino del anclaje de todas ellas, en la
medida en que se van sucediendo la sabiduría de los mayores, la imaginación de
los jóvenes y la socialización oportuna de los niños. Sucesión y suma de todo
ello en la medida que se va instituyendo, para tener la seguridad y la ventaja
que ello colabora con la institucionalidad del país.
La
preocupación por problemas particulares que proponen los individuos, grupos y
aún clases (políticas, económicas, culturales…) no aportarán mucho, más bien
nada, a la posibilidad de un proyecto de sociedad y su país. En lo tocante al
fracaso de los países son las instituciones las que importan cuando miramos a
lo largo del tiempo y el desarrollo del capital social. En dicho desarrollo lo
que debe preocupar es la reputación y calidad de las instituciones (la
justicia, la universidad, el hospital, el trasporte…)
¿Deberían los sociólogos dirigir la sociedad
venezolana?
Si bien hay
aplomo en muchos de ellos de diagnosticar e interpretar la sociedad, ese aplomo
teórico, no evidencia un buen desempeño político social. Lo intelectual
dilucida de lejos los problemas; cuando llega a los problemas de cerca, la
visión intelectual puede caer, y suele hacerlo, en una tecnocracia sin
desempeño político mejorado. Las tecnocracias carecen de imaginación y por lo
mismo no saben inventar la verdad de meterse mentiras.
Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.
Como no ocurre el “invento”
de aprender a meterse mentiras a sí
misma la sociedad venezolana con objeto de guardarse los intereses particulares
y lo que no importa, nos vienen los vientos, ¡siempre los vientos de meter mentiras con promesas
incumplidas!, fustigando nuestra imaginación. Con los mentideros de mentiras nos
quedamos a oscuras…
¿Qué será de nosotros?
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