La belleza
no proporciona dulces sueños;
cunde
en el insomnio azul del hielo
y en la materia del relámpago.
En cales vivas, en
láminas abrasadas,
gira sin descanso; su
perfección es el vértigo.
La belleza no es
un lugar donde van
a parar los cobardes.
Viva en su luz
mi pensamiento. Quiero
morir en libertad.
Antonio GAMONEDA: De “Sublimación inmóvil”.
Antología
poética. Madrid: Alianza Editorial,
2008: 70.
De ventana a
ventana, entre edificios, una y otra vecina golpeando con la voz contra el
cortinón del agua que caía, podían comunicar sus ansiedades domésticas:
-Tanta agua en la calle, y ni
gota en la casa.
Comenzaba,
aunque con retraso, el período de lluvias en el mes de Junio. Asistir al
espectáculo de una lluvia tropical cerrada es disfrutar de un fenómeno natural
fascinante. Sobre todo después de los meses de sequía estacional se presentaba
como una bendición de los dioses. En agosto, esa bendición se convierte en una
tromba diluvial.
Pero en la
casa la sequía continuaba; era ya una costumbre con ribetes de cultura de lo
cotidiano. El grifo ni, como desperezándose, goteaba algo de su espíritu
acuoso.
Se podía
delirar con el espejismo que ofrecía la naturaleza con la lluvia, pero la idea
humana estaba seca en el grifo del fregadero, y del baño, y del lavamanos con
su palangana. Para que la idea humana fructificase tenía que ver objetivamente
con el hacer de lo social. Ya no era el espectáculo de la máquina de vapor o del
ferrocarril, era el de un simple grifo adosado a la pared en la intimidad
doméstica el que “valía por muchas ideas” utopistas, como nos dijo Engels en El Banquete de Dijón.
Se quiera o
no, idear la realidad con objeto de obtener un bien, como el agua corriente,
conduce a un salto del pensamiento: primero
se siente el problema, y después éste empuja a que se le dé una solución;
solución que comporta siempre una dosis de inventiva. Las propiedades que tienen las cosas como naturaleza desde el origen de
los tiempos, se deben completar con las posibilidades
con que el ser humano las troquela como obras nuevas a partir de sus ideas. En
dicho salto, el ser humano se hace y
se demuestra como social. De paso, hace social a la naturaleza misma.
La
naturaleza se ofrece como insumo, mientras el ser humano fabrica la sociedad
para poder trabajar y que el trabajo rinda con el fin de alcanzar los productos,
objeto de la mejoría humana. Debe dejar atrás la selva y adentrarse en la ciudad en la medida que la
construye con los demás.
La
construcción de la ciudad, si no se reduce a un pie de playa colonial, se lleva
a cabo dentro del diseño de un país cuya historia comienza con la genealogía de
la provincia: el territorio con sus confines pensados y con su acción administrativa.
La fundación de la ciudad de Caracas es un bello ejemplo en el siglo XVI de cómo Francisco
Pimentel diseñó en un mapa las directrices de la Ordenanzas regias. Aún mejor
que las fundaciones de otras ciudades en América, la de Caracas representó, como
modelo, una belleza social (Gasparini, 2015).
Era una
imposibilidad natural, que hecha posible en un valle profundo y encantador,
demostró, como toda ciudad bien inventada, la obra más bella del pensamiento
humano, según el barón de Humboldt de visita por Caracas en 1806 (Vegas, 2008).
En ella se sembró la forma de un país y se troqueló el contenido de una
sociedad, con la belleza de todo vértigo, ensueños, y deslumbrones de relámpago:
un país por hacer y una sociedad por la que luchar como todo derecho a vivir y
morir en libertad.
-¿Qué queda
de aquella obra como aprendizaje de ser país
con resultados de hacer una sociedad
feliz?
En vez del salto del pensamiento social, nuestra
historia nos muestra los sobresaltos del desamparo social: esos sustos repentinos
a que lo étnico cultural somete lo social en nuestras vidas que calificamos de
sociales. Al derecho como lucha lo sustituyen las quejas, a la justicia como
equidad lo sucede el resentimiento de los iguales, a la felicidad como
aspiración la desplaza la inseguridad y el crimen. Quejas que se propalan en reclamaderas en vez de luchar por soluciones,
quejas que se intercambian con rebeldías en vez de enfrentar los cambios con
resultados, quejas que se difuminan en reivindicaciones comunitaristas que no movilizan los planteamientos de las
necesidades sociales y políticas.
Las quejas
no despegan el reconocimiento eficaz de la comunidad porque ésta no representa
la realidad de un tejido social con resultado y fuerza de capitalización
social. Con el tono de la quejadera no sólo no se supera la
fragmentación de las voces (líderes) sino que aún esa tonalidad las constituye
y restringe en su localidad particular, como signo de su dispersión. La
división en parcelas es el destino de las quejas, su individualismo primario,
la de un esfuerzo que no llega a acercarse al deseo como primer avance moral,
camino de la ética como meta.
Un chiste
que hace de autocrítica venezolana da vueltas en torno al pensamiento social
como un loop (lazo) donde parece que
estamos atrapados: Cuando hay líderes, no hay pueblo, y cuando hay líderes y
pueblo no hay nadie quién despegue el compromiso. Pero cuando hay compromiso de
echarle bolas como se dice en
Venezuela a la tarea del héroe (F.
Savater, 2000), se rajan los líderes y la ausencia cunde entre el pueblo.
Finalmente cuando hay pueblo y compromiso, no hay líder que dirija. En ese lazo cultural, cual laberinto, el mal durará cien años y todo cuerpo, aun
resista, se lo calará[1].
-¿Estamos
pues en los límites de una desarticulación radical del posible tejido
sociopolítico?
-¿Dónde se
origina nuestro looping que como un
lazo nos tiene atrapados?
En el
trasfondo de nuestra cultura matrisocial, acontece un elemento estructural que
desajusta el orden normal de las representaciones y las acciones, del decir y
el hacer, del yo ideal (aparecer del ser) y del ideal del yo (deber ser). Tal
desajuste genera un desorden en la estructura social y política que nos torna
difícil el entendernos, y, por lo tanto, en reconocernos y el contar los unos
con los otros para obtener los derechos y realizarlos con eficacia frente a los
que nos humillan.
Así los
recursos, condiciones e iniciativas que están a nuestro favor, se colocan, los colocamos, como antagonistas: la
ley, las instituciones, los acuerdos constituidos, el comportamiento ciudadano.
Sin aprender a movilizar estas circunstancias se muestra la ineficacia de
nuestros esfuerzos en la queja:
-¡Aquí no
funciona nada!
Y volvemos a
repetir las mismas opciones frente a los problemas. El ejemplo de la actual
crisis argentina es un detonante, como nos dice Marcelo Duclos: “Como no
aprendemos, luego nos quejamos”. “El país está atrapado en un loop hace siete décadas y se da el lujo
de fracasar con iniciativas que ya resultaron ser un desastre cada vez que se
implementaron. No aprendemos” (Duclos, 2018).
En Venezuela
seguimos repitiendo la filosofía del “como vaya viviendo vamos viendo”. Con
esta provisionalidad acontece una vida precaria aún en la solución de casos de
desarticulación intermedia, sean formales o informales. El drama que se vive en
Venezuela es cultural (inconsciente, mítico, mistérico) porque aún la lógica de
la desarticulación no tiene ni orden ni razón de ser en sí misma. Por eso nos
queda ir a la raíz, ser radicales. Nos movemos en unos límites confusos entre
la selva y la ciudad, tanto que los traspasamos permanentemente. Nos ocurre
entonces una situación, ya no de jolgorio como exceso, sino de embrollo
regresivo, que identificamos como un desorden
originario estructurante de nuestro ser cultural ontológico[2].
Como caótico,
dicho embrollo inicia la explicación de casos de desarticulación radical tal
como se desarrolla el acontecer social en Venezuela. Explicación sobre el ser (metafísico) venezolano que se
proyecta sobre el estar (fenomenológico)
en el país como una disculpa que lo permite todo:
-¡Estamos en
Venezuela!
Y así
aparece como una inocentada lo que resulta ser el caos de un principio
regresivo. Cuando se la atiende con cuidado se descubre que “Es una regresión brutal, hemos ido a parar a la época de lo titánico, en un momento donde no hay ley, no hay orden, no hay límites. Somos hordas de personas que vamos comportándonos de la misa manera, sin juicio crítico en nuestros actos. Cuando llegamos a eso, hemos perdido todo el carácter de ciudadanía para convertirnos en masa" (Guevara, s/f.). El sentido último de las quejas sociopolíticas
(venezolanas) se orienta por el trasfondo cultural desplegado por desorden originario matrisocial, capaz
de tomar el camino de la “tentación mafiosa” (Gruson y Zubillaga, 2001) o
“radical–libre cultural” (Hurtado, 2018a).
Aunque las
quejas siempre se dirigen a lo otro: al estado, gobierno, autoridad,
instituciones, Dios o dioses…no quita que con alguna reflexión se dirijan a uno
mismo con sentido narcisista, culpándose depresivamente. Como aglomeración
social, que porta la cultura matrisocial, de continuo “estamos al borde del
caos, eso es peor que una guerra civil” (Juan Liscano, 2015): esto nos sitúa en
un estado de violencia generalizada, que desvía la lucha por los derechos.
Tanto es así que Juan Liscano anota que en Venezuela todos los tiranos han
muerto en la cama (Hurtado, 2000), y lo informa para identificar a un pueblo
que se retrae y permanece en la inopia
políticamente.
-¿Con esta
inopia inercial tendrá derecho a
quejarse?
Otro gran
escritor venezolano responde: “Todo pueblo que no castiga a sus verdugos, no
tiene derecho a quejarse” (Rufino Blanco Fombona, s/f.). El derecho usado como
retórica, sin embargo, al colocarlo como alusión a las quejas, éstas pierden su
sentido explicativo en una aglomeración social que no crece
etnopsiquiátricamente. Porque su desorden originario se encuentra anclado en la
etapa anal del desarrollo social.
Es la etapa
en que el sujeto debe aprender la limpieza, el orden y la relación con la
propiedad. Si el orden social es caótico y la relación con la propiedad es de
recolección conuquera, ambas dimensiones
troquelan el embrollo quejumbroso en la población venezolana, sea en voz alta o
baja. Como “la fase anal es la más decisiva para el aprendizaje de las reglas
del juego en nuestra forma de sociedad” (Caruso, 140-141), en la población
venezolana se encuentra que esta fase, en que se estaciona, se la instala de un
modo desajustado para adquirir la forma de sociedad.
Así no
extraña por qué la población venezolana no sabe jugar a sociedad. Sus quejas muestran su incompetencia para dicho
juego[3], juego
que como tal no existe en el país posible venezolano. Una vez planteado por la
crisis de sociedad, tal desorden originario pareciera que a la población
venezolana le hace insensible al escarmiento, punto final de la insuficiencia consciente
para, sin alternativa, prestarse al aprendizaje de tal juego de sociedad. Porque
la inercia matrisocial le lleva a aceptar, y aún a pedir, que el otro (el
estado) se encargue de ella, y si no lo hace se queja, pero no lucha por
cambiar la realidad, a no ser que ésta cambie bajo la tónica de la magia y la
misma inercia.
Lo que
pareciera una capacidad de lucha en las quejas, se desmonta con las dádivas del
estado. No son dones lo que es de justicia, pero aparecen como regalos y así los
siente, y le gusta sentirlos, el pueblo venezolano. Esta lógica populista voltea
el poder del pueblo frente al estado
transmutándolo en deuda del pueblo con
el estado.
Este
embrollo como caso de desarticulación radical de la sociedad, hace también
aparecer a las quejas como una crítica feliz al estado, pero su verdad es falsa
porque el desorden originario en donde se soportan desconoce los límites y las
fronteras del orden social básico. Una sociedad confusa le ofrecerá una
identificación contra-troquelada en la fase anal que no puede ir en favor de la
construcción de una sociedad feliz.
El sistema
de casos con contextura que desarticula radicalmente la sociedad y cuya raíz
está inserta en el desorden originario anal, como son los diversos perfiles
matrisociales: la vagina dentada, lo incestual, la sociedad familiar, etc.
(Hurtado, 2018b), puede explicar la ausencia de agua en los grifos de las
casas, con la paradoja de la abundancia de agua de lluvia en las calles, y
podemos decir también en los muchos y grandes ríos y raudales del país.
La
naturaleza se ofrece como un don; pero la sociedad necesita permanentemente de
recursos técnicos, inversión de trabajo y un orden social fundamental para el logro
de resultados sociales beneficiosos; sin estos resultados ninguna aglomeración
social podría conformar un país. La meta no es quejarse sino constituir una
sociedad para tener garantizados los servicios de todos los días como el agua
en el grifo de la casa.
Con el
negativismo social de las quejas, todo aprendizaje para diseñar las
posibilidades que exige el proyecto de la sociedad, estaría desestimulado. La
contra-indicación de las quejas se monta en su apariencia crítica, cuando,
merced a su existencia lógica, desactiva
la verdadera lucha por alcanzar los derechos que toda persona tiene y que debe
lograr para su ejercicio; lucha a ser acompañada
por una sociedad sedicente de felicidad.
Referencias.
BARRERA T.,
Alberto (2018): “El gran desnalgue”.
EP El Mundo, Última actualización:
07/22.
BLANCO
FOMBONA, Rufino (2018) citado en País
Portátil. Radio Caracas Radio, 11 de julio.
CARUSO, Igor
A. (1979): Narcisismo y socialización.
México: Siglo
XXI editores.
DUCLOS,
Marcelo (2018): “Como no aprendemos,
luego nos
quejamos”. PanAm Post, Boletín Diario,
06/19.
GASPARINI,
Graziano (2015). El plano fundacional
de Caracas. Caracas: Fundavag Ediciones.
GRUSON,
Alberto y Verónica Zubillaga (2001):
Venezuela: la tentación mafiosa.
Caracas: CISOR.
GUEVARA,
Javier (s/f.): “Es muy doloroso ver esta
gran regresión,
esta barbarie”, entrevista por Hugo
Prieto. Tomado
de:
regresión-esta-barbarie/?platform=hootsuite.
HURTADO,
Samuel (2000): Élite venezolana y
proyecto
de modernidad. Caracas: Ediciones del
Rectorado, UCV.
HURTADO,
Samuel (2018a): “La identidad extraviada.
Pensar la
política desde el sujeto”. Revista ARIES,
Anuario de
Antropología Iberoamericana, AIBR,
junio 22.
HURTADO,
Samuel (2018b): Matrisocialidad.
Exploración
en la
estructura psicodinámica básica de la familia
venezolana.
Caracas: UCV, 2ª edición, corregida en digital.
Se
desarrolla en plena floración el juego de los sexos en
Venezuela en
un capítulo del libro de SHS: La
Identidad
a contraluz. Caracas, UCV, en
publicación.
LISCANO,
Juan (2015): De las guerras civiles hemos
pasado a un estado
de campaña electoral permanente”.
El Nacional, Constructores de la Democracia.
Caracas,
3 de agosto
(edición aniversario).
RAMOS
CALLES, Raúl (1984): Los personajes de
Gallegos
a través del psicoanálisis. Caracas:
Monte Ávila Editores.
SAVATER,
Fernando (2000): La tarea del héroe.
Barcelona:
Ediciones
Destino.
VEGAS,
Federico (2007). La ciudad y el deseo.
Caracas:
Fundación
Bigott.
[1]
“No hay mal que dure cien años y cuerpo que lo resista”, es el dicho venezolano
en son de aguantar el chaparrón los resultados negativos del conflicto social.
Se pretende desactivar las ansiedades colectivas y esperar mágicamente el
cambio del tercio social.
[2]“Cuando
decimos desnalgue queremos referirnos a algo que está más allá del desorden.
Pero no sexual necesariamente. Puede haber, por ejemplo, un desnalgue sin
cuarto oscuro.
“El término puede aplicarse
a una rumba pero también a una discusión política, a un día de playa, a una
convención de pastores evangélicos, a una presentación de un libro, a un
desfile militar. Más que una orgía es un caos. Existe entre nosotros un vocablo
cercano pero con peor fama, más vulgar. Tampoco está en la RAE: cogeculo. En
eso parece andar la dirigencia de la oposición desde hace un buen tiempo”
(Alberto Barrera Tyszka, 2018, cursivas nuestras).
[3]
Freud no fue tan original, diríamos, porque ya la población venezolana de
cultura matrisocial instrumenta el modelo sexual para darle sentido al mundo
social (Cf. Ramos Calles, 1984). Dicha
instrumentación se soporta sobre una tan extensa e intensa erotización del
cuerpo humano, que éste se encuentra sexualizado remodelando el sentido
cultural y las relaciones sociales. El uso permanente del juego de doble
sentido en el discurso conversacional es un indicador. Se extrema el asunto
cuando el ano (culo) tanto del hombre
como de, ponderadamente, la mujer como lugar del símbolo, se metaforiza como
vagina (menor o pequeña). La trasformación la realiza el motivo de coger. Lo que ocurre, al fin, es la feminización del pene (la vagina engulle
al pene como una especie de la mantis
religiosa). Es la razón última de la lógica machista junto con su
contraparte del marico o afeminado,
como reconfirmación machista.
La lógica machista lleva a
la confusión de las relaciones en y entre sexos (macho/marico y macho/hembra),
por lo que la etapa fálica no se concretiza en los marcos de la cultura
matrisocial, y tampoco se accede plenamente a la etapa genital, donde debiera
confirmarse el reconocimiento sexual y lograrse su corrección que facilitaría
la óptima actitud favorable al otro sexo. La mujer hembra es distinta a la
mujer encantadora: la primera la produce la cultura matrisocial, la segunda no.
Las perturbaciones de las etapas anteriores hacen que no se llegue sino con
deficiencias a la etapa genital, por lo que no se liquida el proceso del
complejo de edipo (Cf. Caruso, 141-142). El
desorden originario venezolano inserta su raíz cultural en la etapa anal cuya
instalación fallida con respecto a la limpieza, el orden y la propiedad,
marcará el aprendizaje caótico de la relación del individuo y la sociedad.
atención a la redacción a corregir en el párrafo Es la etapa así: en la población venezolana que se encuentra en esta etapa donde se estacionla, se la instala de un modo desajustado para despues adquirir la forma de sociedad
ResponderEliminar