Todo
para ellos, todo, todo;
viñas, colmenas, pinos, trigos…
-Yo bastante
he tenido
con mi ilusión de luz, con mi acento divino.
He sido, cual rosa, todo esencia;
igual que el agua, sólo desvarío;
y fueron ellos tierra sana a m raíz ansiosa
y cauce humano a mi raudal altivo-.
…Todo; que si ellos no han pensado nunca,
¡qué pobres habrán sido!
Juan Ramón JIMÉNEZ: “ELLOS”. En Alonso Schokel,
Introducción a la poesía moderna.
Antología y crítica. Santander: Ed. Sal Terrae, 1948: 185.
El otro día
fui donde mi compadre a pedirle el favor de eso que se dice “echarme una mano”
para limpiar el jardín. Ni corto y menos con flojera me argumentó:
-¿Y
cuanto hay pa’ eso?
Me quedé
esperpéntico, con la creencia de que ser
compadre comporta un grano de gracia social, y, por lo tanto, con la dicha
de la gratuidad. Sin este don gracioso, uno no disfruta el compadrazgo como
debe ser.
La idea del compadrazgo
genera esa gracia que supone una igualdad con una cercanía de calidez. Mientras
que sin esa relación de compadres la igualdad social se queda en una lejanía de
frialdad.
El argumento de mi compadre me
dejó en un intermedio problemático: el de una cercanía en frío, con sentimiento
paradójico.
-¿Qué
pasó en esa relación de conectividad?
Que medió la
intervención de lo societal, de tipo impersonal, casi como de ley enajenante,
que me olió a un desnivel con matiz de cierto rencor. Sentí que una desigualdad
enraizada de su pensar la gracia del favor pedido en choque con el tedio del
trabajo referido. En la cultura matrisocial venezolana, la gracia del favor es
considerada con miras al privilegio que necesita un contra-don (cuánto hay pa’
eso), mientras que el trabajo como tedioso es visto como una utilidad onerosa,
como signo de deshonor (Veblen, 12).
Esta
demarcación ocurre porque la relación social se conecta de un modo primario,
inmediatista, que propicia un cortocircuito relacional: se pretende siempre
sacar un provecho de la reciprocidad igualadora. Es decir, adquirir como
contra-don otro favor como repetidor del intercambio igualista que se resuelve
como privilegio.
La
proyección de esta situación en el escenario político es la que orienta el
comportamiento de la sociedad venezolana:
-¿El
‘cuanto hay pa’ eso’ indica que vas a ponerte a trabajar?
¡No, para nada!
En ese
cortocircuito de intervención social opera una esquizofrenia cultural que
desconecta el sentido del privilegio en dirección al trabajo como proyecto de
vida: el trabajo considerado como servil y el privilegio como libertad. Este
resbalón cultural va a traer problemas a la conformación de la sociedad. El
privilegio indica participar en una igualdad de favores que no se trabajan,
sino que se reparten de lo que haiga.
El trabajo en cambio indicará una jerarquía para llevar a cabo obras con mérito
y calidad. Este esfuerzo comportará desigualdades, necesitadas de acuerdos de
sociedad a fin de que tengan lugar las obras para el ofrecimiento y beneficio
de todos en conjunción.
Si el
venezolano acude a la convocación para la ayuda y colaboración en algo, siempre
busca desquitarse en algo también,
que redundará en un contra-don como privilegiado, y el proceso termina
taponando una cercanía pero en frío, como la impersonalidad ciudadana, con lo
que se deniega la emergencia de la sociedad.
La sociedad
acontece a través del trabajo y su valor de conexión social, proceso que
detiene su existencia a partir de la negatividad con la cual se busca el
reparto de bienes no trabajados. Se trata de una esquizofrenia que desconecta,
por colocar el momento, la relación entre llegar al trabajo y empezar a
trabajar. Siempre se espera que ocurra la conexión a partir del mando de un
jefe o patrón: Si no me lo mandan, aun sepa lo que tengo que hacer, no lo hago.
Esa espera
por la imposición aparece de entrada como una desigualdad, pero profundamente
representa una ausencia de admiración
por el desigual con méritos, cualesquiera sean. Tanta es dicha ausencia que
somete a éste a una igualdad totalizante, sin límites, pese a los méritos
acreditados. Habrá respeto, porque la imposición infunde temor, pero no
existirá el acatamiento o aceptación de la autoridad: porque todos somos
iguales del primero al último. Aún se admitirá a un primero por la vieja idea de un jefe, un cacique, como necesidad de la existencia de un mando, pero será
con la prebenda de la igualdad por complicidad, para que tenga lugar el reparto
que al final será desigual por la lógica del privilegio. Tal resultado conlleva
el porte de una comunidad primitiva o bárbara, como la que desmarca la cultura
matrisocial, y será también la de una sociedad con estado comunal (y comunista).
La crítica a
la sociedad comunista por G. Orwell en su libro La Granja de los Animales es exacta como respuesta a la igualdad
primitiva impuesta por los jefes cuando éstos dicen:
-
-Todos
somos iguales pero hay unos más iguales que otros.
Tal es la
igualdad que produce en regresión un desnivel sentido por el conjunto de los animales, que al fin termina por
identificar un ambiente apropiado para que se engendre el rencor de los igualados
por abajo frente a los igualados por arriba.
La igualdad
cunde por todos los sitios en un país diseñado por la cultura matrisocial
venezolana o por la ideología política foránea que impone el travesaño de la
desigualdad de la división social de jefes y mandados, con la pretensión de que
caciques se lo creen muchos, dejando a un lado a los mandados que se reducen a
pocos, según el dicho venezolano de muchos caciques y pocos indios. Su producto
es el rencor que sube desde el abajo social y funge como síntoma de la
desconexión paradójica, problema que se puede explicar con el concepto de la gratuidad aprovechada.
La
conjunción de dos asuntos que se contradicen en su lógica (lo gratuito y lo
aprovechado) como núcleo matrisocial, ronda el fondo del sentido que orienta
des-ajustadamente a la sociedad venezolana. Ya no es sólo la ausencia del
trabajo asociado a la libertad por conquistar, frente a la igualdad del
privilegio que al final la excluye; aún hay otro peldaño más abajo que sale de
la raíz cultural: la ausencia de admiración
por el que trabajó y consiguió la excelencia y con ello los méritos que van a
favorecer la guía del colectivo social: llámesele doctor, general, líder, héroe
de una hazaña, que en aras sacrificiales se debió a la edificación de la
sociedad. Sin edificio de la sociedad, en Venezuela navegamos en el vacío de
ninguna parte.
Lo que
tenemos en Venezuela como raíz social de la cultura, no es la igualdad
socialista “de Lenin y de la oratoria igualitaria de la moderna política
democrática” (Galbraith en Veblen, XXIV), ni la que “los humanos occidentales
sostienen (con) una confusa idea de igualdad. ‘Nadie más que nadie’, suelen
decir” (Marina, 124), sino la de un igualismo sociocultural que Tocqueville (en
Delpech, 288-283) logró sospechar, lo mismo que Durkheim (1974) al diseñar en las Reglas del Método Sociológico, como
sociedad primitiva regresiva, la sociedad de los iguales, harto peligrosa en su tiempo cuando se iba a entrar ya en el
siglo XX, siglo que resultó de grandes avances sociales, pero también de
grandes conflictos económicos, políticos, sociales y también los conflictos más fuertes
belicosamente.
El diseño
del igualismo venezolano procede de la cultura matrisocial, una cultura brava,
cuyos portadores indómitos, como el desbocado caballo del escudo nacional, que
despliegan su comportamiento con la mítica mueca de la gana:
-
-Todos
tenemos derecho a ‘hacer lo que nos da la gana’,
dicen ripostando,
y lo
elaboran en su pensamiento cultural,
étnico, como un derecho que involucra a su dignidad
natural, silvestre, antisocial. Es un igualismo que afecta esencialmente a
su ethos o talante de su estructura social toda (Vethencourt, 1990), y a todos
sus discursos como occidentales sin portar, no obstante, la cultura occidental
(Briceño Guerrero, 1994). Según el decir de la entrevista a Ramón J. Velásquez
por C. Croes en 1994 “El venezolano no es demócrata, sino igualitario, parejero”.
El sonido de
parejero, con color etnográfico,
émico, da el tono cultural al igualismo del país nacional venezolano. Como
sabemos por observación directa y cotidiana, en sus tratos y transacciones, con las cosas y
asuntos de la vida, el venezolano todo lo cuadra, lo empareja, para evitar
problemas, sí, pero la raíz es para evitar trabajo en tanto recolector
conuquero.
Si para los
civilizados occidentales, la igualdad “vale sin duda para la reclamación ante
la ley, me parece mezquino cuando se aplica a todos los órdenes de la vida”
(Marina, 124). Para los bárbaros matrisociales, la igualdad que surge de las
entrañas de la vida misma, se utiliza para el privilegio de los aprovechados,
pero copa sin ruptura al deseo por encima de la ley (como ocasión o motivo), de
suerte que las reclamaciones ante la ley quedan desactivadas por el igualismo
emparejador de “los más igualados”. La producción sociocultural lleva al
resultado de “individuos débiles instituciones inicuas” (Vethencourt, 1974).
El
sentimiento de admiración por los
mejores (aristós) fundó siempre el
comportamiento moral de un ser humano social. Así se imitaba como aprendizaje al
que había obtenido méritos o excelencia social, sin considerar perversa dicha
orientación. Más bien resultaba una atracción socialmente aplaudida. Con la
llegada del igualitarismo y la creencia de que “todos los humanos son iguales
en todo (y con ello) agota las fuentes de la admiración, y al percibir la
evidente desigualdad de los humanos, la sustituye por la envidia, el rencor o
el odio” (Marina, 124).
Si en
Venezuela la creencia está potenciada por su arraigo cultural, cuya raíz
expresa nuestro odio primario, el de un edipo infantilizado que se porta, los admitidos como
iguales, que somos todos para todo, el reconcomio opera en retroceso, es decir,
como desquite o venganza cuando las circunstancias de la desigualdad social se
hacen presentes o se inducen como lo procura el actual socialismo bolivariano
del siglo XXI.
El igualismo
cultural actúa como explosivo del rencor demostrando lo que quiere ocultar: la
desigualdad social como inevitable o políticamente diseñada. Entonces entra en
funcionamiento la fuerza del narcisismo malo o autismo obrando contra toda
posible admiración de los mejores o héroes meritocráticos. Allí arden todos los
fuegos y bengalas del desprestigio, mientras se colocan en rescoldo mortecino
los deseos de la sociedad y su belleza inteligente. Ay, del país de los
iguales, porque engendra lo que tenemos: una sociedad fracasada que se desiguala
con el rencor.
Referencias
BRICEÑO
Guerrero, José Manuel (1994). El
laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila editores.
DELPECH,
Thérése (2006). El retorno a la barbarie
en el siglo XXI. Buenos Aires: Ed. El Ateneo. Delpech trabaja con La
democracia en América de Tocqueville. Es
interesante el libro de Todorov: El miedo
a los bárbaros, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2008. Su motivo titulado
“Entre el miedo y el resentimiento” nos direcciona en que “el miedo a los
bárbaros es lo que nos amenaza en convertirnos en bárbaros” más allá del
‘Choque de las civilizaciones’. La referencia de estos autores son los
civilizados europeos, para los que
actualmente los bárbaros son los inmigrantes del resto del mundo que se
aventuran en ingresar a Europa.
DURKHIEIM,
Emile (1974). Las reglas del método
sociológico. Buenos Aires: Editorial La Pléyade.
GALBRAITH,
John Kenneth (1995). “Thorstein Veblen y la ‘teoría de la clase ociosa’. En
Veblen, Th. Teoría de la clase ociosa. México: Fondo de Cultura Económica,
VII-XXXVI.
MARINA, José
Antonio (1999). Diccionario de los
sentimientos. Barcelona: Editorial Anagrama.
ORWELL,
George (1945). La granja de los animales
o La rebelión de la granja (Animal
Farm). Es una obra alegórica que funciona como una fábula mordaz sobre cómo el
régimen soviético de Iósif Stalin corrompe el socialismo. En otra perspectiva
se ve cómo del igualitarismo se pasa a la tiranía.
VEBLEN,
Thorstein (1995). Teoría de la clase
ociosa. México: Fondo de Cultura Económica.
VELÁSQUEZ,
Ramón José (1994). “Acepté la presidencia ante el peligro de golpe”. El Universal. Caracas: 23 de octubre.
Confesiones con Carlos Croes (entrevista).
VETHENCOURT,
José Luis (1974). “La estructura familiar atípica y el fracaso histórico
cultural en Venezuela”. Revista SIC,
año 37, N° 362: 67-69.
VETHENCOURT,
José Luis (1990). “En torno a la psicología del venezolano”. Nuevo Mundo, año 25, N° 145: 115-134.
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