Tierra desposeída de sus tumbas, madres encanecidas
en el vértigo.
Es lo que queda de mi patria.
La acusación estuvo demasiado tiempo dentro de tu
lengua. Eres tardío como las
sustancias destinadas a
la dulzura.
Lames mi piel hasta que brotan signos y tus sollozos
forman bóvedas en mi corazón
pero mi piedad estaba habitada por animales muy
esbeltos, por animales
persuasivos y otros versados
en la fugacidad.
Sólo tú eres exterior y horrible: el que robó mis actos
y no duerme;
El que está ciego en la serenidad.
…
Ciertamente es una historia horrible el silencio pero
hay una salud que sucede a la
desesperación.
Acuérdate de la paz en los comercios abandonados,
acuérdate de la dulzura en las
habitaciones donde
se compra el olvido. Nadie
tenía razón ni esperanza,
¿qué podíamos hacer?
Puedes venir a repartir los alimentos y las mentiras
delante de mi rostro. ¿Por qué
quemas tu lengua en
los vacíos excavados en pómez,
por qué te abres a las
semillas implacables, a las
linazas adventicias?
Puedes cantar en tus manos pero te desdices encima
de tu belleza.
Harías mucho mejor acercándote.
Antonio GAMONEDA: “Descripción de la
mentira” (pequeños
fragmentos). Antología poética. Madrid: Alianza Editorial,
2008: 144-145, 119-120.
Todos, pero todos, se quejan del deterioro del país. Los que sufren su
maltrato, también los que se aprovechan –con el favor de Dios, dicen-, de dicho
maltrato hasta dejar al país lisiado de miseria. Pero también todos a su vez
estropean a como venga al país. Esta segunda parte es la más importante y también
la clave para interpretar la primera:
-Todos tenemos derecho a embasurar.
Con fatal resoplido, me resonó la frase de mi sobrino ante mi
observación de que tenemos una ciudad sucia como la de un tugurio. Con ese
falso derecho se desliza el país también en sus instituciones, en el Estado con
sus servicios, en la gente, con sus ansiedades, enloquecida, y, con sus
depresiones, silenciada. Todos estamos expuestos a padecer bajo la expectación
del miedo en un país maltrecho por la falta de trasporte, de dinero en
efectivo, de tarjeta de débito que ya no llega a alcanzar los precios disparatados de los productos. Todos
estamos revestidos de la queja cultural que inmovilizan la lucha social y hace que se desmayen las energías todavía
existentes; porque ya la queja misma tiene desactivada la energía para la lucha
por la dignidad, la del verdadero derecho a existir como ser social.
-¿Qué podemos hacer por sobre la
postración del país?
Nos orienta la respuesta el diagnóstico: Todo nos lo dice con el
viento en popa la cultura del populismo, cultura matrisocial como base de la
estructura social populista de carácter recolector. Ello se junta en un modo de
comportamiento desidioso que expresa un talante del placer machacador de la
realidad. Su lógica es la de que así como nos lo dio todo (para el placer) nos
lo quitó todo (por la desidia). Y esa lógica se dio a la fuga, pero sin ser
notada permanentemente vuelve para seguir obrando con toda la inocencia. Pues
la cultura es como la realidad con lo que respiramos haciendo las cosas, y no
tenemos otra ventana por donde mirar e interpretar cuando la respiración ocurre
encajonados en un complejo cultural como el matrisocial, con el que creemos que
responsabilidad se come con colaboración.
-Colabórenme
Y se dice como una obligación cultural de todos con todos, cuando ese
igualismo nos lleva no a la responsabilidad donde está el derecho, sino al
rencor entre los que siempre serán desiguales
por historia. El resentimiento expresa el abandono de la lucha por los
derechos y ese sentimiento negativo es estimulado por el régimen socialista que
al unísono con la cultura fuerza al igualismo recolector en que regresivamente
opera el estropicio del país.
No refleja como autoengaño de cumplimiento del mirar para otra parte,
aquél comentario que se auto-pretende como si fuera la explicación última del
país en exposición de estropicio:
-Esto se lo llevó quién lo
trajo.
-¿Y quién lo trajo?
-Todos lo trajimos con nuestra
cultura de destrucción anal, cultura de la desidia disfrutada, aquella etapa y
estado que nos trancó el camino de macerar bien el complejo del edipo.
-Pero alguien debió ser que como
líder se lo llevó, porque nos dejó aquí a todos con los “crespos hechos” sin poder ir a la fiesta.
Resulta que la explicación, con lógica de nuestra cultura matrisocial
con carácter de fracaso social, nos juega una mala pasada donde ella como una
profecía se cumple a sí misma cual mito cerrado, y nos deja a todos los que la
portamos con la fatalidad histórica de aguantar y calarnos el chasco.
-Porque resulta que no se lo
llevó, sino que nos lo dejó.
-Porque el que lo dejó, ése se
fue, y se fue sin llevárselo.
-Ah, ah, y el pueblo
venezolano lo dejó que se fuera.
-Ahí está la clave donde está el
entendimiento de lo que nos pasa en el país.
-Es decir, el pueblo venezolano prácticamente
lo perdonó por desidia, y eso es lo que ha acontecido en toda nuestra historia
con todos los que han ocupado el puesto del mando con autoritarismo caciquil
para esquilmar los mejores recursos del país. La excusa cultural era: y que
para conducirnos hacia la edificación de pueblo como sociedad de la que
adolecemos.
Esto es, pasan por el mando (no dirigencia), y pasan para dejar después
lo que debiera haberse llevado con ellos: los estropicios que hicieron del
país.
¿Por qué el pueblo venezolano, como soberano, los dejó irse, sin
someterlos a un “juicio de residencia”, tal como se hacía con los gobernadores
en tiempos de la colonia (ojo, provincia) bajo el mandato del rey, soberano de
ese antiguo régimen?
¿Es menos soberano de su patria, el pueblo venezolano que el antiguo
soberano real?
¿Éramos más país en la colonia (ojo, provincia con su autonomía
municipal), que en la república (nación con independencia política)?
¿Qué estropicio ha acontecido con nuestra debilidad cultural,
estropicio que se va empinando como un mito efectivo en nuestra historia que ha
hecho que nuestra realidad de país que debe ser verdadera como un amén, parece
que va en retroceso, en regresión, falseada como cultura que debe cumplirse
primero a sí misma, dejándonos a nosotros en la estacada de la sociedad
impotente?
-Quién no avanza, retrocede.
El populismo recolector, ligado hoy día con socialismo comunista, fue
y es un tremebundo estropicio. Su invento político por parte de los
acción-democratistas (AD), se pensó (se piensa aún porque se vive con base
cultural matrisocial) como un indicador de nuestra modernidad (fallida). Es
más, como sobrepolitización descarriada de la realidad nacional, taponó la
salida a la confianza (libertad) del trabajo, al trabajo vital de la existencia
y al trabajo societal del proyecto a largo plazo como pueblo ciudadano.
Ese tapón ha redundado en el robo de todo nuestro trabajo (=el de toda
nuestra vida, y como tal con el robo de nuestra vida misma). Sin trabajo vital,
existencial, ¿cómo dar con el invento y después con el camino del viaje a la
sociedad? Ese invento que con asombro descubre el esfuerzo y lucha de la
dignidad humana, hecha belleza de vértigo y libertad, de luz y pensamiento.
Con ese tapón con que pretendió sellar nuestro destino fatal, el que
se fue sin llevar lo que nos trajo en
los primeros años de este siglo, entre aplausos de pueblo ilusionado por los
espejismos prometidos, nos auto-engañamos como obligados por lo que somos
(=recolectores como cultura política). Así nos hemos, nos vamos cumpliendo a
nosotros mismos. No pudo llevarse lo que era de nosotros casi como fatalidad
cultural. Fatalidad que como científico social anunciamos ya en 1994 en la Sala
de Francisco de Miranda, de la Universidad Central de Venezuela:
-Como nación Venezuela se
encamina a ser un país atrasado aún más atrás que el último país de África
(perdón a África por utilizarla así como referente).
-¿Cómo iba a ser eso?
La ciencia como la magia, el teólogo como el vidente, el profeta como
el brujo o chamán, no comandan la historia: denuncian y anuncian, pero cómo
sucederá el tránsito y sus formas hacia el futuro no pueden diseñarlo. Prevén
con sus datos, lo que se dice “proyectar”, y aún pueden presentir, pero nunca
pueden saber cómo será su trascendencia real en la forma nueva o su re-forma
correctiva.
Lo que sí podemos todos es vincularnos a la confianza, cuyo nudo
central está hecho de esperanza y consuelo activo. Con esta opción, el
estropicio del país tiene los días precisados, al colocarnos en la dirección
ética: desear hacer lo que se puede hacer, y al fin lo que se debe hacer, para
que cambien nuestras suertes. Así el país superinflacionario, sin comida al
alcance, lleno de enfermedades y muerte (paludismo, malaria…), en búsqueda de
refugios y enclaves para sobrevivir (ya ni siquiera subsistir), llegue a
encontrar la salida a su infortunio deshaciéndose como invención propia.
Si de entrada para desempeñarse como ser social “la máxima invención
del ser humano fue el lenguaje” (Marina, 71), de salida al futuro, la máxima
invención o creación debe ser la sociedad como proyecto. Si a Venezuela la
cultura matrisocial la aleja de su
creación como país societal, porque deniega lo societal como son la confianza y
los acuerdos a darnos para ser cumplidos, y con ello la ley y las instituciones
como objetivación del cumplimiento, cómo construir estos objetivos que cual
espejos nos sirvan para vernos juntos y reconocernos.
Porque se trata de
producirnos como un resultado social nuevo y trascendente con el fin de
solucionarnos los problemas en el largo viaje de la sociedad. Necesitamos
abastecer nuestros graneros y escanciar el buen vino como lo anuncia el
proverbio bíblico:
“Con eso llegará la
abundancia a tus graneros
y rebosarán tus
lagares con el mosto”
(Proverbios, 3: 10)
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Referencia
MARINA, José Antonio (2011): Las culturas fracasadas. Barcelona: Ed. Anagrama.
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