Músico con guitarra |
Voy a cerrar por inventario
retiro del mostrador
la mercancía quedada.
A nadie le gustó,
nadie leyó,
nadie sintió.
Perdí todos los amigos
eran malos pagadores
huyeron todos de mí
Perdí tiempo. Perdí todo.
Pero donde perdí me salvé.
Antonio MIRANDA: Tu País está Feliz.
Cante con guitarra: Xulio Formoso
Ateneo de Caracas, febrero/marzo, 1971
1968: últimos meses. Había
llegado a un país feliz, a una geografía tropical a la que no había dejado de
llegar gente como a una tierra prometida. Aquello al fin era una “Tierra de
Gracia”, como la llamó Cristóbal Colón cuando bordeaba sus costas, tocaba en
Macuro y probaba el agua dulce del delta del río grande del Orinoco, en 1498.
Poco años después, el cántabro
Juan de la Cosa trazó el mapa de esas costas y las inscribía en la geografía
universal a través del mar Caribe, y para completar la inicial histórica,
en 1517 llegó el abulense de Arévalo del
Rey, Sancho Briceño, que se constituiría en el “Padre de las Municipalidades”
en América, y sería el primer tatarabuelo del Libertador Simón Bolívar en
tierra americana.
Sin la suerte del hallazgo de
El Dorado, sin embargo, a Venezuela le llegó el destino de ser la tierra de la dulzura en el siglo XVIII
con la producción del cacao (chocolate), al que le acompañó en el siglo XIX el tiempo de las tertulias que marca la
producción y el sorbo de café. Al fin en el siglo XX le salió de sus entrañas
mineras el surtidor del petróleo que
movió la industria pesada mundial.
Todo se fue inflando en
Venezuela en el siglo petrolero. Alguien supo de este desarrollo inflado, y
colocó el nombre de Caracas a la mujer de Gógol: un cuento italiano que sabemos
por Federico Vegas[1].
La mujer de Gógol resultó ser
una muñeca que Gógol inflaba, lustraba su piel y estiraba sus piernas, a su
gusto, pero éste se inspiraba en el sentimiento del autor que le proporcionaba
la ida y regreso de la fuerza laboral estacional y de carácter internacional
que trashumaba por Caracas en la llamada ‘época de la emigración’ (1940-1960).
Venezuela entraba en el siglo
XX, dando respuestas a la economía, al logro de la democracia en octubre de
1945, al arreglo de la pacificación de la guerrilla (la lucha armada) y a la alternancia en el poder político del estado
(1968-1970). En este último recodo del tiempo se había estrenado el drama
musical estilo happening Tú País está
Feliz. Era el primer festival de la juventud universitaria e iba a
coincidir con la llamada ‘renovación universitaria’.
Aurora venezolana a la que
acompañaba la tendencia de cristianos
para el socialismo con cara de discurso y compromiso social bajo el aire de
la filosofía y teología de la liberación latinoamericana.
En 1971 se representa Tu País está Feliz en el Ateneo de
Caracas. Allí se conmovió mi primerizo entusiasmo por Venezuela, mientras se
animaba el poema y las variaciones musicales con Xulio Formoso. Había llegado
como reconfirmación a un País Feliz, Venezuela, donde se auguraban años de paz
y grandeza social sin disparar un tiro, sin quejumbres, con mi aire de bonanza
que traía de Europa y sus movimientos de renovación mundial a partir de la
Primavera de Praga y el Mayo Francés.
Así subí la cuesta de la Gran
Venezuela en los años 70.
Pero la marginalidad urbana
seguía viva en los barrios de Caracas donde se desarrollaba mi acción social.
Como estudiante a su vez de sociología en la Universidad Central de Venezuela
se afincaba mi crítica social también. Me topaba con el populismo; sin embargo,
mi pensamiento trataba de salvar al
pueblo y a lo popular bajo el supuesto de su esencia de autenticidad.
La invención del concepto de
matrisocialidad en los años 90, iba a dar duros golpes a la realidad de pueblo
en Venezuela, realidad agazapada en un populismo recolector, es decir, de
redistribución sin producción. Ya en 1993 anuncié que Venezuela iba a una
situación de miseria, aún peor que los últimos países de África. Desde entonces
coloqué bajo sordina a la dinámica salvadora
del pueblo venezolano.
-¿Se había esfumado el país y
su pueblo feliz?
-¡Qué va! En Venezuela
Milagrosa[2]
volví a rebuscar la energía de carácter arquetipal que condensa la geografía
venezolana en sus materiales naturales: viento, agua, clima, vegetación y el
garbo animado de su gente musical. Escribí entonces, basado en una
investigación de la universidad de Cambridge sobre cómo dos países alcanzan la
mayor felicidad en el mundo: Dinamarca, por sociedad (gran confianza en sus
instituciones) y Venezuela por su cultura antropológica (gran placer en su
estado de naturaleza).[3]
-¿Cómo era eso de que la rebaja
social de la cultural del pueblo venezolana afectaba al destino negativo del
país?
Entonces acudí a una
investigación mía sobre cultura y pobreza[4]
-¿Era posible ser feliz cuando
uno es pobre?
-¿No era posible la felicidad
cuando la produce una cultura de pobreza
como es la matrisocialidad?
Esto descartaba un
planteamiento de la felicidad asociada a la pobreza como una virtud religiosa o
de la austeridad moral. Ahora nos colocamos en el nivel de lo sociológico,
donde cada cual, cada cultura y cada pueblo coloca las medidas de su felicidad
desde una referencia cultural: cómo sentimos la realidad de las cosas, y nos
gusta sentirlo de tal manera. Así se traslucen los escenarios de una nación o
país anhelado, en construcción o que queda lejos o es demasiado grande para los posibles
deseos de merecerlo debido a los precarios instrumentos culturales para
edificarlo.
Pero nunca es tarde cuando la
dicha por alcanzar se encuentra enfrente.
-¿Cuál frente, horizonte, o
camino a transitar?
Se trata de aprender a jugar a
sociedad. No de aprender a ser compadres, ni a generar amiguismo, ni a manipular
con el nepotismo. Este aprendizaje último es negativo y destruye la posibilidad
de ser un país de verdad. Un país consiste en un ámbito de esfuerzos por tener
a disposición los amparos necesarios y los servicios sociales básicos, y por
sobre todo la garantía de dicho amparo y servicios para absolutamente todos los
que habitan una geografía nacional. Esta proposición significa que, como
resultado debemos obtener nuestras propias ventajas en la medida que todos los
habitantes tengan y saquen también sus ventajas, esto es, que se configure una
situación con las ventajas generales para toda la comunidad nacional.
-¿Cómo un país no es como lo
creemos sus habitantes?
En Venezuela creemos que el
país está ya dado y concedido, y, en cuanto tal, lo asumimos como una gracia
otorgada por haber nacido en el territorio. Así creciste como crecen las
plantas autóctonas. La realidad desmiente tal creencia. Si no se trabaja como
sociedad esa geografía llamada Venezuela, la buena planta fruto sólo de mi
gana, pronto se vuelve monte, y monte malo, gamelote o discurso pajizo.
Nuestra creencia hace que nos
presentemos con hambre de derechos, sin habernos puesto en condición de cumplir
los requisitos para conquistar los derechos. Los derechos nunca se merecen como
una gracia, se conquistan o no se tienen. Traicionamos a nuestros propios
deseos que si son auténticamente sociales, piden de nosotros cooperación en lo
que todos nos hemos propuesto para mejorar, y no sentarse a esperar que el Otro
(Dios, estado, gobierno, empresa, asociación) nos ‘concedan’ las soluciones. El
Otro no puede hacer nada afirmativo si nosotros no cooperamos con libertad a
las tareas que significan algún esfuerzo o trabajo.
Es lamentable que el régimen
populista, sobre todo el actual, nos haya secuestrado el trabajo, la tarea de
nuestra cooperación con libertad. Si
alguien tiene aún trabajo en realización, este régimen de dominación
socialista, y no de gobierno (administración), lo ha devaluado tanto que no
alcanza su remuneración ni para mal comer. Apunto estamos de pasar a un trabajo
esclavo y a su correspondiente hambruna sin fin…
-¿Por dónde empezar a hacer el
inventario de lo que llamamos país venezolano?
-¿Qué se hicieron nuestros
amigos, compadres, que nos introducían a un país según su medida privada y
narcisista?
Ante esta pregunta me sentí
como el hijo pródigo de la parábola: abandonado en un país de la pena, y aún país de la
ausencia.
Mi reacción: Lejos de amigos y
compadres, malos conducentes. Me levantaré y volveré a la casa de mi padre, a
que me de un trabajo con que pueda comer, no de esclavo que no manda ni en su
hambre.
Millones de venezolanos se van,
buscando la casa del padre (su nueva patria) en país extranjero, donde ya hay
país que garantiza la patria nueva. Se descabalgan de la tarea puntual que
necesita Venezuela: ¡que tengan éxito!
-¿Y qué vamos a hacer los que
seguimos en Venezuela, secuestrados en la patria elegida, secuestrada también,
si no logramos crear un país en esta geografía llamada Venezuela?
¡¡¡No tenemos más remedio que
aprender lo que no se ha hecho, que no se ha deseado hacer, y no tenemos
disposición de poder hacer, es decir, aprender lo que al fin debemos hacer: de
Venezuela un país!!!
Hacer país no es hacer Pueblo,
que con mayúscula siempre se invoca para engañar, sino ciudadanos que es el
pueblo que se hace sociedad. Porque en Venezuela adolecemos profundamente de
pueblo ciudadano, es decir, de capacidad de respuesta para exigir cuentas a los
que han asumido la conducción del estado y a los que aspiran a lo mismo desde
sus partidos.
El fin del inventario de ‘tu
país está feliz’, es lograr la salvación de este preciso país; es decir, de
lograr (revisar) cómo estamos haciendo el aprendizaje de país. Porque el
venezolano está muy desorientado en el camino del aprendizaje social.
Es urgente hacer el cierre del
inventario sobre el país, inventario que debe empezarse por uno mismo como
nacido en este territorio. Porque ya como aglomeración social, estamos montados
no en la felicidad, sino en el placer (de que gozamos, gozamos a como sea).
Aquí está otro perfil de nuestro complejo matrisocial, que indica nuestro
desenfoque respecto de nuestra realidad: creemos que somos felices y lo que
hacemos es quedarnos en el placer, que es lo que nos define al fin como
cultura.
La razón de este placer
cultural consiste en anular hasta el deseo de ser felices como debe
proporcionar el hecho de ser país con una sociedad que organice la vida
ciudadana por dentro.
-¿Cuánto hay que inventariar de
Venezuela para salvarnos en un país de presencias?
Como secuestrados, y además en
un país ausente, el cierre por inventario tiene como objeto la posibilidad de
salvarnos; posibilidad que se orienta al interior de nosotros mismos: el de
juzgarnos sobre si nuestros comportamientos están a la altura del aprendizaje
de hacer país. La oportunidad del aprendizaje se ejerce bajo la presión más
extrema en que se juega como una agonía, todo ser vivo, y es la del destino
programado por una política de dominación contra la sociedad: el morir (o mal
vivir) de hambre, o por falta de medicación, o a manos de malandros mafiosos, o
todos los problemas a la vez.
Si al fin y pese a ocurrir bajo
presión tan moralmente baja, la gente venezolana aprende a hacer país, el cierre
por inventario puede ser feliz, y hacer que Tú País esté Feliz.
[1]
Federico Vegas: La ciudad y el deseo.
Caracas: Editorial Fundación Bigott, 2007: 177-181.
[2]
Véase en este blog: http://pensamientosantropologicos.blogspot.com
mes de septiembre de 2013.
[3]
Véase en este blog: http://pensamientosantropologicos.
blogspot.com mes de mayo de 2012. La felicidad suma de dos países: Venezuela y
Dinamarca.
[4]
“Felices aunque pobres. La cultura del abandono en Venezuela”. Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura.
Caracas, Vol. VII/N° 1, enero-junio de 2001: 95-122.
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