lunes, 26 de febrero de 2018

EL PAÍS DE LA PENA: DEL MARIDO O DEL COMPADRE

desrendimiento de montaña destruye un pueblo (un país)


 Este pasado me lo voy a tomar  lentamente, con demoras
(mi marido es humorista y ríe, ríe de mí y tiene razón)
También mi padre me decía: “Hay que reírse”
pero no pudo reírse de tanta pena.

Los árboles están silentes, no hay grillos
                Solo lo metálico suena
máquinas y dinero se dejan sentir
oigo carros y al fondo una huelga
¡nada pasa aquí!
pero las luces están encendidas
                y el corazón arde.

Mi marido trabaja y es de noche           Los gatos chillan.
Oigo el mar, la caracola informa
No todo es resolución, pero algo debe resolverse
                algo así como una paga
¿pero qué?, no sé…

(Mi marido está durmiendo…, al fin; así no me oye
mi marido sabe cuando pienso, cuando siento,
la resonancia de mí llega y es fuerte).

No hay punto final para esta guerra
                esta guerra horrible
                esta destrucción
mi alma ha sido partida en dos
                piedad por mis ángeles
                Santa cruz.

Por ello lavo la casa
                                               y ese grito solitario…¿qué será?

Suficiente

Es la luz de la Luna lo que hoy me ilumina

Hanni Ossott: “Del país de la pena”. Poemas Selectos.
Caracas: bid & co. Editor, 2004: 73-83 (fragmentos[1])

Es la luz de la Luna la de los brujos o magos con que aún se ilumina Venezuela. Así no es extraño que no sea suficiente la elaboración social del marido para tener país.

La mujer sacrificada (la madre mártir en la familia) ha dicho en la entrevista:
-“No soy feliz pero tengo marido”.

El marido es un recurso que no alcanza para llegar al deseo de felicidad, sólo sirve para contentarse con obtener un placer primario. A la larga el marido es un objeto incompetente para hacerme feliz, y, por lo tanto, lograr tener país.

¿Y dónde está el país? ¿Quién es el país?

¿Hay algo que se pueda comprar, vender, adquirir, servirse de qué o de quién, para llegar al país, para saber que se llega al país, para al fin llegar a ser país, para ser feliz y convertirme en país?

El país resuena por todas partes, por todos los sitios, buscando un lugar a donde llegar…pero resuena como un vacío, y el lugar, los lugares, se presentan a su vez huecos, con el punto cero de semillas culturales que los conciban o conceptúen, es decir, una vacua concepción del país.

He oído, sin embargo, que… ¡no!, no has oído. Sólo que alguien me ha dicho que si tenía un compadre, podía conseguir el empleo, averiguar sobre un repuesto para el carro, sacar el pasaporte, el permiso para salir del país, la bombona de gas, el carnet de la patria, la bolsa del CLAP[2]

El compadre, el amigo, el conocido de confianza, podían hacerme el favor de no sentirme como víctima en un país con una “playa sin fin” (Hanni Ossott, 85-86), donde la inercia (¡aquí no pasa nada!) consume nuestro tiempo; y con la inercia la destrucción inmisericorde que también nos consume a todos como aglomeración social. Y consume hasta nuestro placer cultural – al que decimos vivir a gusto, según la gana-, injertado en nuestro inconsciente colectivo y paralelamente en nuestro mito bien vivido y apurado como el borrachito  con su ron ‘Santa Teresa’ o ‘Cacique’ y su caballito frenado[3].

Porque nuestro estatus de país no es, ni siquiera llega a ser, país de subsistencia, donde la medida te permitiría subsistir (=existir aún por debajo de tu deseo de acumular un mínimo), sino de sobrevivir en un país de sobrevivencia (=vivir como por encima o sobre lo que puede uno “conservarse físicamente en la medida de lo posible”, -Bárcena y Mélich, 200- , ese nivel aún más bajo que el de un país de autoconsumo)[4], si el otro (compadre, amigo, conocido de confianza) te permite echarte una mano, enchufarte en algo, impulsarte hacia un lugar donde ‘haiga’ algo sustantivo que aprovechar o sostenerte por un momento.

Porque ese otro que como aborrecido o de(s)preciado como ‘un peor es nada’, que es tu marido, no te da sino la medida de lo ajustado  para poder seguir viviendo en esta geografía tan venida a menos; ese es un pobretón proveedor sin garantía (y eso siempre según tu sagrado aprecio).  Ese no te hace, no te puede hacer, milagros donde conseguir el país necesario en medio de la sobrevivencia general. Cuando lo que debe plantearse es un país de una gran con-vivencia social, donde todo se obtenga mediante el trabajo, el mérito, la confianza y la responsabilidad, como un ciudadano y no como un vecino o compadre.

Porque el país, casi siempre en esta geografía, el país de los vivos, de los abusadores, de los que destacan por sus mañas y marañas, deslealtades, de los desconfiados y confianzudos…, a los que se aplaude pero con envidia, según el doble código cultural, y en este terreno, ese infeliz de tu marido, de ese ‘peor es nada’, no sabe jugar. Por eso y para eso, hay que aprovecharse de lo otro enajenante (compadre, amigo, conocido) para la conchupancia[5], porque eso es el país del compadreo y de las componendas. Dicho país se reparte para quien pueda tener los mejores favores en el altar de la diosa de la selva virgen, María Lionza, y allí cerca de la ilustre corte malandra que se alinea en el cielo de dicha diosa al estilo de Artemisa. Aquí es donde está el ‘país’, y vete a buscarlo, en aras de sacrificarte en el altar de los milagros. Somos hijos de eso, de los dioses, de la magia, en que nos envuelve la vida en esta geografía caribeña, la de lo real maravilloso.

CODA: Monitoreo del caballo a mitad de la carrera.

Sólo el que tiene compadre consigue tener país. País de la pena, porque ni el marido sirve para eso, ni para nada; y si lo hace como pobre proveedor nos coloca como víctimas en un país de la sobrevivencia, país de una guerra que no hemos tenido, y aún peor, de un país de la violencia generalizada que parece no concluye nunca como “una playa sin fin”, la de nuestras carencias (Ossott, 86), esa nuestra cultura que no termina nunca de resolver sus complejos matrisociales con  los que vivimos nuestra contradicciones esquizofrénicas a nivel de nuestra realidad profunda sentida también en la superficie social.

Hoy, a estas alturas de la historia, esa insolvencia emocionalmente cultural nos llevó al abismo de un país radical políticamente, destruyendo nuestra economía hasta llegar a la inhumanidad expresada en ley de la sobrevivencia. Con un marido que apenas sirve para sentir un país ausente o para ser un pobre país que se cree feliz con tener sólo un compadre. País de la pena, que sobrevive con el criterio inválido para tener un país de verdad.

Referencias

BÁRCENA, Fernando y Joan-Carles MÉLICH: “La mirada excéntrica. Una educación desde la mirada de la víctima”. En Mardones, J. M y Reyes Mate (Eds.), La ética ante las víctimas. Barcelona: Anthropos, 2003: 195-218.  
HURTADO, Samuel: “¿Para qué un marido?”. En Elogios y miserias de la familia en Venezuela. Caracas: Ediciones Faces, 2011: 78-92.
HURTADO, Samuel: “La madre mártir”. En Coregas de variaciones socioculturales. Caracas, 2017: 19-21, en publicación.
OSSOTT, Hanni: “Del país de la pena” y “Playa sin fin”. En Poemas selectos. Caracas: bid & co. editor, 2004: 73-83 y 85-86.
OSSOTT, Hanni: Como leer la poesía. Caracas: bid & co. editor, 2005.





[1] Este resumen del largo poema de Hanni Ossott, escrito en noviembre de 1985 (sic), se ha realizado con motivo o tema del marido. Su técnica evoca a la del middrash de la práctica literaria y profética del pueblo judío en el Antiguo Testamento, identificado así por la Iglesia del Cristianismo (católicos y otros). Consiste en actualizar los misterios, promesas, mitos teológicos-salvíficos en la experiencia o circunstancia histórica, es decir, los releen y reescriben interpretándoles para responder a su problema de salvación en la hora presente y sus circunstancias. Es lo que he hecho con la selección de ideas del poema.
[2] CLAP: Comité Local de Abastecimiento y Producción. Un invento de la revolución comunista bolivariana
[3] Marcas más populares del ron venezolano y dicho popular sobre el ícono de la botella del ron ‘Cacique’.
[4] Se juega aquí con el modelo tricotómico de subsistencia, autoconsumo y sobrevivencia. Brevemente indicando:
-Subsistencia: vivir con cierto presupuesto, es decir, sin excedente significativo como el campesino.
-Autoconsumo: vivir con lo puesto de cada día, es decir, sin excedente alguno como conuquero recolector.
-Sobrevivencia: vivir sin ni siquiera lo puesto del día, es decir, no se cuenta ni con el cuerpo físico como el
recluido en un asentamiento de refugiados perseguidos o en un campo de concentración. La ley de sobrevivencia regula la vida inhumana en tales situaciones (que) implica valorar los comportamientos de las víctimas desde la normatividad ética de las situaciones ‘normales’ (Bárcena y Mélich, 200). Queramos o no, aceptemos o no, en esta geografía venezolana con esta dinámica de la ética de (sub)mínimos nos han ido colocando por debajo de lo anormal mismo. Este nivel es concebido por el venezolano como paranormal (país de medio locos, según el novelista Salvador Garmendia), que sólo el que porta nuestra cultura matrisocial (=que no pasa nada en el ser nacional aún divido hondamente en dos políticamente) lo acepta cuando apenas reflexiona para seguir teniendo una felicidad al gusto placentero como normalidad social; a ésta accedemos plenamente bajo la enseña de los políticos de oposición: ‘más pronto que tarde’ después de casi 20 años.
[5] Lo que en Venezuela se dice por conchabanza.





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