La gente en cola para acceder a buscar alimentos en Caracas |
El plato navideño venezolano: hallaca, pernil, pan de jamón y ensalada. |
-Cuando vamos a salir de esto
-Antes éramos felices y no lo sabíamos.
Así se corea en las
conversaciones de Caracas, como indicando que no se aspira a la libertad.
Cuando desde el coro de las conversaciones debería oírse el suspirar por la
libertad:
-Sabíamos que antes no estábamos aún bien, pero no hicimos lo que
teníamos que haber hecho.
-¿Qué vamos a hacer ahora para salir de esto?
Porque sin libertad
no puede haber país que mejore nuestra suerte.
El asunto es que antes no hubo país, y no lo habrá hacia adelante si
seguimos haciendo las mismas cosas y además de un modo pasivo, así como eso de no saber que fuéramos o no felices. Toda
nuestra orientación se guiaba, y aún se guía, no por el principio de realidad,
sino por el principio del placer, el de permitirnos todo, hasta aberraciones,
según la compulsión del consentimiento que porta la cultura matrisocial.
Cuando en el mes pasado propusimos la consideración sobre el dolor de país, nos referíamos al país
posible, no al ex-país, que anuncia Agustín Blanco Muñoz, porque para esta
proposición del ex tenía que haber
habido un país real. Porque lo que tenemos como país real se reduce a un país
de promesas. Promesas que no proyectos. Con el matiz de que esas promesas, no
avaladas por proyectos, son promesas para no cumplirse. Simón Rodríguez, a
propósito de la Defensa de Bolívar,
diferencia entre demagogia y proyecto, en el horizonte de proponer promesas.
Si ya Nietzsche nos dice que la civilización es el esfuerzo por hacer
del hombre un animal capaz de prometer (Cf. Savater, 128), comentario que
profundiza Marina (2011: 98) como “hacer promesas” en cuanto una pesada carga
que impuso la naturaleza al ser humano, y con ello promesas que no se van a
cumplir, vemos que la carga que va a asumir el populismo será la de un caso
especial de la mentira y el engaño.
Ya en la cultura matrisocial venezolana se constata que no importa que
las promesas se cumplan (habría que luchar mucho para ello, trabajar demasiado
la realidad del país); lo importante es que me hagas promesas, porque las
necesito para el autoengaño que es el que me hace vivir a gusto.
¿Que esa mentira no es de verdad? No importa. La gente se queja y puede
llegar a la rebeldía. Pero este primer tramo, caracterizado por su ingenuidad y
desorientación, no se traspasa. El venezolano no es anárquico hasta el fin,
como asunto radical, sino anarcoide,
una imitación superficial para quedarse a mitad de camino, mucho antes del fin,
entendido éste como objetivo de hacer algo para mejorar la situación de vida.
Ese algo debe tener la consistencia y la medida de país, pensado como trabajado
responsablemente.
Un país es mucho más que un pueblo, y por supuesto, más que una cultura
(étnica), es decir, que una tribu o clan. Pero sin la sustentación de una
cultura y de un pueblo, para ser superados a su vez en proyecto de sociedad, la
fabricación de un país luce cuesta arriba. Y esa sustentación socialmente
endeble, y, en estos momentos, de movida revolucionaria con la pretensión de
eliminar la sustentación misma, es lo que nos ocurre en Venezuela. Ya traemos
desde nuestra historia profunda la crisis de pueblo, según Briceño Iragorri en
su Mensaje sin Destino (1972), crisis que reconoce Augusto Mijares en su
Afirmación Venezolana (1970), y que Vethencourt en En Torno a la Psicología del
Venezolano (1990) constata como agravándose peligrosamente el “fenómeno –quizás
único en la historia de la humanidad- conocido como ‘el caso Venezuela’ o
también ‘el efecto Venezuela’” (p. 115)[1].
Lo que ocurre hoy con la mentada revolución bolivariana es que ésta no
enfrenta, para solucionar, dicha crisis o efecto de pueblo, sino que pretende
superarla eliminando la misma realidad de pueblo, hasta destruirlo en su
inconsciente colectivo anulando también su cultura en su profundidad
organizativa. Este año se ha desmejorado sensiblemente el brillo, lo
espléndido, el exceso festivo de la reciprocidad de los regalos de Navidad (el
niño Jesús), la renovación del tiempo de vida en los estrenos de ropa y enseres
domésticos y personales, hasta atinar contra el ritual del beso a la madre del
31 de diciembre en torno a la degustación de las hallacas, cuando despunta
desde la profundidad de la noche la aurora del nuevo año.
Ha sido, y es, una lucha agónica por parte del programa político de
dicha revolución en ir contra la fiesta larga (el potlacht) del venezolano, que
a su vez preside lo puntual de la fiesta cultural de la madre, inscrita en el
ritual (nacional) del cañonazo. Lo más grave es que vocear con mayúscula la
palabra Pueblo indica, en esta atmósfera de promesas, que alguien te quiere
engañar. Marina lo menciona como costumbre política en el ámbito de nuestra
lengua:
“Cuando alguien utiliza las
mayúsculas hablando de Pueblo, en vez de utilizar la noble minúscula de ‘los
ciudadanos’, hay que suponer que quiere timarnos. En el fondo, tanto la
ideología del Pueblo como la de la voluntad
general procedían de una admiración
desmesurada por el poder absoluto que siempre aquejó a la Revolución Francesa”
(pp. 136-137).
Y cuando alguien corea la bolsa del CLAP[2]
queriendo sustituir tu voluntad de organizar el banquete de las hallacas y el
pan de jamón, del pernil y el dulce de
lechosa, para celebrar la noche del 31 de diciembre, quiere decir que pretende
eliminar el papel libre de la madre y de la reciprocidad familiar por una
política interesada de los que tomaron el Estado con afán de poder absoluto
según forma populista y conuquera. Contra la realidad de pueblo como
ciudadanía, y contra la madre como afirmación de la sabiduría cultural, se alzó
el despilfarro político de un Estado fagocitador de la sociedad popular y de la
cultura matriarcal.
El caso o efecto venezolano es muy peculiar y hay que saber por qué
siendo los primeros en muchas cosas históricas nos retrasamos a medio camino y
quedamos al final de últimos. Tuvimos la mejor minoría ilustrada americana que
nos llevó a escribir en castellano la primera constitución moderna, y con ello
ser el motor que nos catapultó a la independencia política. Antes, en el inicio
de la modernidad, construimos los cabildos y Sancho Briceño se tituló el “padre
de las municipalidades” en América. Después, se construyó la democracia con el
cambio político de 1945 y se consolidó como ejemplo latinoamericano con el
Pacto de Punto Fijo; pero sin sinceración sociocultural, se enterraron los
municipios a favor de los distritos, los prohombres ilustrados como Andrés
Bello, José María Vargas, Simón Rodríguez, Simón Bolívar, Francisco de Miranda,
etc. fueron sucedidos por caudillos despóticos decimonónicos, y la república
democrática tuvo, y ha tenido que retroceder, ante el nuevo militarismo y
pro-tiranías de la revolución bolivariana, inscrita en nuestro excesivo talante
étnico tribalesco.
El complejo cultural matrisocial nos hace jugar mal en la sociedad como
proyecto y en la historia como desafío de la acción para mejorar nuestra maltratada
situación vital. Así creemos ser un país serio y lo que actuamos es un país de
histrionismo farsesco; nos creemos revolucionarios, transformadores, con
talante de cambiar a mejor, y resulta que todo lo más y sólo somos rebeldes (y
muchas veces sin causa). Con solo la rebeldía, y sin sustento orientador de lo
que se quiere, el pueblo venezolano se expone a ser presa fácil para ser
sometido. Porque el techo de la rebeldía venezolana acaba en la magia, en el
milagro, que debe hacer un dios (o diosa), un mesías, un líder atrevido al que
después se le deja solo o abandonado.
El milagro fácil o magia alterna, que no compromete (a no ser con
complicidades) nos devuelve siempre al pasado. Aunque nuestro pasado no fue
feliz, pero como regresión lo queremos imaginar feliz para así crearnos nuestro
autoengaño y vivir, no mejor o peor (acaso peor como efecto) sino de vivir a
gusto y creerlo así.
Frente a un estado firme y a un país serio, nuestra vivencia es la de
un estado mágico y a un país consentidor, donde no cuenta el tiempo ni el
trabajo como ocurre en todo país paradisíaco: allí donde anida el sentido del
cacique (el mandón) y el conuco recolector. El despilfarro del conuquero
importador que atenta contra el desarrollo y sentido de la fiesta larga
decembrina y de año nuevo, la del descanso vacacional anual para recuperar
fuerzas para el trabajo de país que necesitamos, y no tanto decir con
autoengaño: el país que merecemos sin haberlo trabajado. Lo mereceríamos, si es
que lo hemos trabajado como sociedad, y no como merecimiento de naturaleza no
trabajada. ¡Ay, de los países que pretenden vivir del estado de naturaleza!
Porque pasarán mucho sufrimiento si retornos.
La fiesta larga, el potlacht
de diciembre-enero, nos coloca como estampida de gozo, ante nuestra realidad
más auténtica. Y nos coloca con más efectividad que el mismo trabajo, que es el
que la refiere como consecuencia de él: sin trabajo (previo) no es posible una
fiesta auténtica, de verdad ¿Desaparecerá este mito cultural, la fiesta larga,
que preside el día del beso a la madre en Venezuela?
Si se logra que desaparezca, implotará la cultura venezolana condenada
a muerte. Pero vuelta añicos, como toda
cultura tiene los resortes para que su duelo permita su propia resurrección. Y
ojalá resucite con más vigor, el vigor societal que necesita. Este vigor lo
obtendrá del trabajo libre, creador, como referencia a la fiesta. La fiesta
procede de la sociedad, no de la naturaleza: fiesta y trabajo de sociedad es lo
que hace a un país ser fabricado.
Si nos empeñamos en prolongar la naturaleza como paraíso en la fiesta,
y no en construir la fiesta como vivencia de sociedad, la fiesta no tendrá la garantía del desarrollo de la
imaginación y de la responsabilidad. Porque nuestra crítica inmanente del país, respecto de que nos vaya mal, se
justifica como valor de querer al país.
Es necesario que esa crítica inmanente sirva para superarnos éticamente, es
decir, que lo que hacemos (o no hacemos) por el país y como país, lo observemos
críticamente desde dentro. En esta perspectiva nuestra tradición festiva
cobrará su propio movimiento interno y se obvie así nuestro destino de miseria.
No tenemos alternativa alguna sino la de trabajar al país para que nuestra
fiesta tenga el sentido de verdad auténtica, como juego de vivir juntos el
anhelo de ser un país con una sociedad que le habite dentro.
Referencias:
Briceño I., Mario: Mensaje sin
destino. Ensayo sobre
nuestra
crisis de pueblo. Caracas: Monte Ávila,
1972.
Marina, José Antonio: Las
culturas fracasadas.
Barcelona:
Ed. Anagrama, 2011.
Mijares, Augusto: Lo afirmativo
venezolano. Caracas:
Ministerio de
Educación, 1970.
Rodríguez, Simón: Defensa de
Bolívar. Caracas:
Imprenta
Bolívar, 1916.
Savater, Fernando: La tarea del
héroe. Barcelona:
Ed. Destino,
2000.
Vethencourt, José Luis: “En
torno a la psicología del
venezolano”.
Nuevo Mundo. Caracas,
marzo-abril,
n° 145, 1990: 115-134.
[1]
“Se trata de un país pequeño al cual le entró –en los tres últimos períodos
constitucionales- una cantidad de dinero equivalente a diez planes Marschall y
cuyos resultados son los siguientes: a) no resuelve ninguno de sus
tradicionales problemas; b) aparecen problemas nuevos y se intensifican los
antiguos; y c) termina con una deuda externa colosal” (Vethencourt, 115).
Cualquier parecido histórico con la realidad del período revolucionario está
por demás señalarlo, a no ser que todos los caracteres se han
super-profundizado de un modo negativo. Prosigue el médico psiquiatra: “Una
cosa así induce -como dije antes- a hacerse muchas preguntas y entre ellas,
necesariamente, la que se refiere al lado negativo de la psicología de los
venezolanos” (P. 116). Cuantas veces no debatíamos esas preguntas con
Vethencourt, Alberto Gruson y Alejandro Moreno y nosotros desde la ciencia
social, en especial la etnopsiquiatría, en aquellos foros de los años 1990.
[2]
CLAP: Comités Locales de Abastecimiento y Producción.
Ud expresa muchas cosas q pasan por mi mente como madre, abuela y cuidadana! Ojala este msj pueda llegar donde tenga q llegar para q el cambio ocurra. Un pueblo no debe conformarse con dadivas y mucho menos agacharse ante el que pretende controlar nuestras vidas y perpetuarse.
ResponderEliminarMe deprime leer tan brillantes trabajos que no repercutirán lo suficiente en la gente para lograr salir del pantano... Sin embargo, mis felicitaciones...
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