CÓMO
AVANZA LA POLÍTICA EN VENEZUELA (4ª entrega)
Admonición: De “gomeros”
califica el gran historiador tachirense, Ramón José Velásquez a todos los
presidentes de la historia de Venezuela. “Gomero” proviene de “Gómez” (Juan
Vicente), el incomparable dictador venezolano del siglo XX. El presidencialismo
los convierte en “gomeros” (incluidos los llamados demócratas), pero sobre todo
los convierte en “gomeros” el estilo de trasfondo del ser venezolano, es decir,
su etnocultura: difícil de dirigir y fácil de dominar. Es el modo de ser
esquivo y rebelde, que despotrica del “gomero” pero lo añora y retiene para
sostenerse en su propio ser. Se trata de un rasgo del complejo de cultura
matrisocial, complejo que a su vez hace de reactivo regresivo el señorío heredado
de los conquistadores españoles, no maceradamente refinado aún en la saga
política venezolana.
Se
expone otro fragmento del artículo “Democracia furtiva y el falso mito de la
participación”. Revista INTENTO, Doctorado en Ciencias Sociales, Universidad
Central de Venezuela, Caracas, 2001 (fue escrito el año 2000).
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La
“relación de imposición” (caudillista) demanda, hemos apuntado, una expresión
de abuso; de lo contrario pareciera que no existe la “autoridad”, es decir, la
imposición requiere de autoritarismo, que es el abuso de poder. El abuso se
puede dar de mil formas: ocultar información, deformarla, exceso de retórica
locuaz, el halago o lisonja, la decisión personalista, arbitraria, aprovechar
la transitoriedad con patente de corso... Todo ello expresa unos permanentes
“golpecitos de estado”, un salirse de la norma constituyente o una
interpretación personal para obrar al margen de la ley. En ciertas situaciones
un general (español) solía decir: “Mando que no abusa, se desprestigia”
(Solana, El Mundo, 5/6/97, Madrid).
Las
políticas intervencionistas, y claramente, gobernar por decreto, ocultan
sencillamente (son la epifanía, mejor) del abuso de autoridad (=autoritarismo).
Pero la razón estratégica es que se abusa del mando o no se va a creer la gente
que el gobierno manda. El abuso se canaliza por una voluntad no instituida o
arbitraria. Lo que queremos recalcar es que en una sociedad dominada por una
“clase ociosa” (Veblen, 1995) como la venezolana, el caudillo está avezado a
mostrar el abuso coincidiendo con la demanda étnica de la imposición. Parece
como que la masa popular expresa su sumisión con más dignidad si la clave del
prestigio se sitúa en un hombre fuerte. Al fin y al cabo se trata de una
sumisión masoquista.
Pero
el abuso debe ser enmascarado no sólo a través de un pathos personalista, sino
también en las formas institucionales públicas. Las instituciones tienen que
estar en pie, lo que no significa que funcionen. El abuso puede tomar la vía
del “miedo a gobernar”, lo que hace de las instituciones parapetos o cascarones
por donde se pasea furtiva la autoridad (Escobar, 1994; Abrizo, 1998; Hurtado,
1999). Del miedo o pánico a la realidad surge la prepotencia del gobernante
(Cf. Zambrano, 1988) que no es lo mismo que competencia o capacidad. Lo que
termina de rematar el poder fuerte (el caudillismo) es su rol de garantizar por
las malas o por las buenas (siempre imponiendo) las formas de las
instituciones, esto es, el cascarón institucional.
Que
funcionen las instituciones u organismos del estado no tiene importancia, pero
si es necesario para seguir enmascarando el abuso, el estado caudillesco
implementará el funcionamiento con base en operativos o “batidas”, esto es,
acciones extraordinarias y puntuales
para alcanzar un objetivo concreto en el colectivo. El funcionamiento del
cascarón institucional se requiere para mantener y defender los privilegios,
así como el prestigio del poder. Dicho funcionamiento no tiene la lógica del
trabajo (capitalista); en el modelo del taita, la autoridad y su trabajo de
gobierno se encuentran ausentes (Cf. Hurtado, 1999). Para hacerlo posible se
originan las “movidas” reivindicativas de la población o los esfuerzos
titánicos del cliente para hacer que se mueva el armatoste burocrático. El cliente tiene que seguir como un calvario
los pasos administrativos de su solicitud; la reivindicación debe ser
estruendosa, sea trágica sea histriónica para que al fin la “autoridad” se
mueva y ejercite institucionalmente.
Referencias
ABRIZO,
M. (1998): “El Paltó está ahí”. EL UNIVERSAL, 22
de marzo.
ESCOBAR,
R. (1994): “El miedo a gobernar”. EL NACIONAL,
18 de julio.
HURTADO,
S. (1999): Tierra Nuestra que estás en el
Cielo, Consejo de DesarrolloCientífico y Humanístico, UCV, Caracas.
SOLANA,
N.: Mando que no abusa se desprestigia”. El Mundo.
Madrid, 05 de junio de1997.
VEBLEN,
Th. (1995): Teoría de la clase ociosa.
Fondo de
Cultura Económica, México.
ZAMBRANO,
M. (1988): Persona y democracia. La
historia
sacrificial. Anthropos,Barcelona.
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