No es necesario hacer mucho esfuerzo para detectar cómo el
inconsciente colectivo venezolano fabrica las relaciones sociales. Si se
consideran a éstas en el escenario político, todavía se puede ver mejor su
fabricación porque son las relaciones que afloran más en la superficie social;
su detección se torna más directa obteniéndose “in medias res” la estructura de
sentido. Cualquier acontecimiento político puede revelar dicha estructura, pero
hay algunos que lo hacen de un modo tan claro, que los actores políticos mismos
se encargan de, al decirlos, jugar interpretando la acción protagonizada. No de
otra forma asistimos a su representación al escuchar: “Según Albornoz, en el
Congresillo1 existe , es decir, se toman las decisiones y luego se participan”. Lo
dijo en TV, el miércoles 21 de junio de 2000 y lo recogió el tabloide “Tal
Cual”, el 22. La sorna con que lo dijo hacía de clave interpretativa de la
inaugurada revolución democrática
venezolana.
El Taita o La Comunidad del Falso Amor.
¿Dónde reside la carga
de esta clave de la política venezolana? En el modelo del
“taita”,
que podemos re-figurar como un tótem. En éste los desplazamientos en el tiempo
y espacio se producen sin cambiar el eje del desplazamiento. “No me dejó usted
concluir. Pienso que la guerra no es solución eficaz, porque guerras ha habido
siempre; pero que yo sepa, de ninguna de ellas ha salido el estado de orden y
progreso que sea. Y no ha podido salir, porque la revuelta armada ha sido entre
nosotros una forma violenta de evolución democrática” (R. Gallegos[1],
‘Reinaldo Solá’). Los actores se mueven y las estructuras se desplazan de
acuerdo a la orientación que le da el sentido originado en la cultura
(antropológica) del colectivo.
El
acontecimiento de la evolución democrática actual proviene de los intentos
fallidos de los golpes de estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de
1992, pero el eje estructural persistente se encuentra en el ethos cultural
expresado en la compulsión o demanda del taita en el colectivo venezolano. La
persistencia de dicho mito o eje produce la ambigüedad interpretativa que sin
embargo nos lleva a la precisión explicativa de la institución venezolana “El
taita es un demócrata”. “Cuando Juan Vicente González, llamó (a Boves2) el primer Jefe de la Democracia
Venezolana, penetró hondo en las entrañas de nuestra revolución” (Vallenilla,
56).
El mismo
choque del(os) sentido(s) instituido(s) antropológicamente, se puede detectar
en El Magistrado de “Tal Cual” (26/05/2000): “Estando tan cerca de las
megaelecciones queremos saber ¿por quién
de los candidatos tendrá el favor de su voto? Claro, mi voto será por el
comandante...?” Cada género literario aprovecha la utilización de la clave
antropológica para provocar que el
choque de los sentidos termine en una resolución contradictoria de otro sentido
totalizador, y así crear una explicación o un chiste, porque los dos candidatos
en liza electoral son comandantes. Cuando el “último venezolano”3 interpretaba a Boves, su pensamiento
podía aplicarse a todo jefe (dictador o demócrata) de la política venezolana y
su “revolución”.
En la institución sociopolítica “el taita es un demócrata”,
lo ‘demócrata’ amplifica la institución dándole el ‘marco’, pero es el término
‘taita’ el que como ‘palabra focal’ le da el sentido y proyecta las
consecuencias institucionales. En la relación del ‘taita’, y no en la de
‘demócrata’, se observa que el “taita democrático” quiere mucho a su pueblo; de
suerte que el ‘pathos’ de su autoridad se concentra en la asociación profunda
del jefe con su pueblo, con el propósito de alcanzar una comunidad personal. Ya
no es ni la iglesia, ni aún el ejército el recurso, sino la relación del
noviazgo, como el lugar previo a la constitución de la familia.
El trabajo del taita consiste en ‘enamorar’ al pueblo, es la
dicción del presidente Hugo Chávez, y el pueblo debe caer en las redes del
enamorado jefe. Su pueblo es el más hermoso del mundo. Los límites de la
lisonja amorosa del jefe/pueblo se sitúan
en la amenaza contra el pueblo, si no se somete a las carantoñas del
jefe. El pueblo se convierte en un subordinado que nunca podrá transcender
–entre el amor y la amenaza- los términos del poder manoseado por el jefe o
“autoridad del falso amor” (Sennett, 55). Actuar con criterio propio o
individual significará una ‘desobediencia’ o ‘deslealtad’ en dicha ‘comunidad
de amor’. La defensa de los derechos sociales y políticos puede contaminarse
con una ‘traición a la soberanía del pueblo’. En términos del taita, los
gobernadores que exigen sus derechos estadales son calificados de
‘malagradecidos’, como los llamó el jefe de El Congresillo, L. Miquilena, en
entrevista de Globovisión, jueves 22 de junio.
El taita no consulta.
Eso sería una debilidad del hombre fuerte. La ‘comunidad de amor’ se refiere a
una expresión del igualismo del jefe con los suyos. Pero si participa en la
‘comunidad’ como uno de tantos (‘inter
pares’), el jefe no decide en asamblea de comunidad, como posible expresión de
libertad; sus decisiones se canalizan en la lógica de la ‘información’
unidireccional. Esta, desencadenada, se impone como tal, como un hecho dado. Es
la prescripción la que domina el proceso ‘informativo’. “Se participa” tiene el
significado jerárquico de la prescripción, la cual no puede dejar de acatarse,
pues de lo contrario automáticamente se genera el desacato a la estructura
jerárquica.
El resultado es que el “súbdito”, al que el taita dice
dignificadamente “soberano”, se siente “participado”. Este participio es pasivo
gramaticalmente, porque primero lo es socialmente. Si tiene cierta actividad,
ésta se limita al “recibido y en cuenta”. Así se consignan las participaciones
de la vida social, como las tarjetas de invitación a una celebración o fiesta,
las esquelas para notificar la muerte de fulano, los carteles de amonestaciones
para anunciar los matrimonios, etc. Estos ofrecimientos son, como la
información ya procesada, decisiones tomadas de antemano. Identifican
relaciones sociales que se fabrican según la economía del don (Cf. Mauss,
1971).
La estructura de esta lógica es la del sistema de
reciprocidad, cuyos órdenes o tramos estructurales detentan una obligatoriedad
de tipo primario: 1) la obligación de dar (de comunicar la decisión, en nuestro
caso político); 2) la obligación de recibir (la de sentirse participado o darse
por enterado de la decisión); 3) la obligación de devolver (la de consentir en
la decisión mediante la retribución del agradecimiento o lealtad total). Si se
rompe de alguna forma el curso de este sistema “lleno de gracia” (dones)
inoculada por el espíritu del taita, se puede llegar a ser un “malagradecido”,
por no decir que se llega a ser políticamente un traidor o enemigo, según la
lógica tribalesca.
En el modelo del taita,
se inscribe el protagonista de nuestro caudillismo. Nuestro caudillo o cacique
no es un producto de una soledad romántica, y, por lo tanto, no tendrá ni
siquiera una concepción romántica de la política, según Viana (en Blanco,
2000); pertenece a otro tipo de elaboración cultural, que nosotros venimos
caracterizando con el concepto de matrisocial (Hurtado, 1998). Si el caudillo
resulta un solitario, es porque es producto de una soledad machista, originada
en y por una excesiva proyección libidinal maternal sobre la psiquis y significaciones
varoniles con respecto a las relaciones sociales y mundanas; dicho proceso deja
al hombre (y a la mujer, hembrismo) sin crecimiento individual y expuesto a las
necesidades básicas de la supervivencia personalista primaria. Esta figura del
igualismo elemental genera contratransferencias con un colectivo gregario
regresivo. En esta relación del caudillo con su masa gregaria se juega el
porvenir político del colectivo social.
Referencias
Blanco, Carlos. “El
cuento de la Caperucita institucional”. El Universal,
Caracas, 3 de junio de2000.
Hurtado, Samuel.
Matrisocialidad. Exploración en la estructura
psicodinámica básica de la
familiavenezolana.
Caracas:
Ed. FACES-EBUC, 1998.
Mauss, Marcel. Sociología y antropología. Madrid:
Editorial Tecnos, 1971.
Sennett, Richard. La autoridad. Madrid: Editorial
Alianza, 1982.
Vallenilla, Laureano. El cesarismo democrático.
Estudio sobre las bases
sociológicas de laConstitución efectiva de
Venezuela. Caracas:
Bloque de Armas – Revista Bohemia, s/f.
En presente texto es el fragmento inicial de Samuel
Hurtado S.: “La democracia furtiva y el falso míto de la participación”.
INTENTO, Revista del Doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Central de
Venezuela, Caracas, n° 1, 2001: 53-75.
1 Es el término coloquial con que se designa a la “Comisión
Legislativa Nacional”(CLN) que hace las veces de la Asamblea Nacional en el
período de transición.
[1] Novelista venezolano
que llegó a presidente de la República en 1945, como el primer civil en el
siglo XX.
2 José Tomás Rodríguez Boves fue un marino
asturiano de Gijón que fue confinado por la autoridad española en la población
de Calabozo, en Los Llanos centrales de Venezuela. Surgida la revuelta
independentista, logra que un ejército de gente de color negro, mulato,
mestizo, zambo, etc. le siga para enfrentar a la clase alta oligárquica y a las
ciudades ricas del norte que habitaba. Derrotado y muerto en Urica (Estado
Monagas), su mesnada pasa a la causa patriótica por otro caudillo llanero, José
Antonio Páez. En el imaginario venezolano, Boves representa el antihéroe frente
a Bolívar que es el gran héroe.
3 Así se auto-calificaba en sus “catilinarias”, Juan Vicente
González, escritor venezolano y vocero del partido conservador en la diatriba
política en torno a 1850.
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