DE LA NECESIDAD DE PUEBLO PARA QUE HAYA ÉLITE (DIRIGENCIA)
“No es una falla intelectual sino moral: el
valor de un espíritu, decía Nietzsche, se mide por su capacidad para soportar
la verdad. Una de las razones de nuestra incapacidad para la democracia es
nuestra correlativa
Incapacidad crítica” (Octavio Paz, 239).
“Nosotros más que demócratas somos
igualitarios, parejeros” (Ramón J.
Velásquez, 1-20).
DIRIGENCIA Y MOMENTO
POOPULAR.
“Y en esta democracia que ha ido alboreando con tantos trabajos en
Occidente, lo más característico hoy es la función de las minorías y su
articulación con el pueblo. Y el cambio en la figura y en la función del
pueblo.
“El que existan minorías depende de que exista el pueblo, no de que lo haya;
sino de que el pueblo se encuentre en un cierto momento de su historia: de que
comience a contar más que las otras clases. De que el pueblo mismo, como clase,
esté cediendo terreno al pueblo como unidad de todos. Las minorías son
necesarias y ejercen un influjo precisamente cuando el pueblo, por su evolución o por la decadencia de las
clases dominantes, se encuentra solo.
“Y como este momento en que el pueblo se encuentra solo es el momento
en que puede convertirse en masa, he aquí el hecho curioso de que las minorías
se encuentran rápidamente ante sí, no con el pueblo ante el cual comenzaron a
nacer, sino ante la masa.
“Pues hubieran tenido que actuar las minorías rapidísimamente y
eficazmente para que el pueblo no se convirtiera en masa. Y el pueblo a su vez,
hubiera tenido que encontrar satisfacción a todas sus hambres ancestrales” (María
Zambrano, 153).
“La Democracia como régimen ha de ser la expresión, la resultante de la
sociedad democrática. Sociedad que se irá logrando en la medida en que la
visión del hombre vaya adquiriendo una visión más justa de su propia realidad
y, a través de ella, de la realidad toda; le vaya perdiendo temor. Pues se
diría que la necesidad de descubrir lo real y de enfrentarse con ello, ha
tenido que luchar desde siempre con un pánico a la realidad. En todo hombre se
libra esa batalla y en toda sociedad también. Hasta ahora el proyecto de vida
democrática es el que entre todos aparece más libre de este temor ancestral a
la realidad"… “La confusión del orden con la quietud hunde sus raíces en un
terror primario. Y es uno de sus aspectos
más peligrosos de ese estatismo que aún subsiste en la mente occidental” (María
Zambrano, 163)
En nuestra realidad sociopolítica venezolana tenemos tres niveles
paradigmáticos de consideración: el pueblo, la sociedad y la democracia. El
paradigma de la sociedad es fundamental para aclarar lo que pueden aglutinar
formulaciones como “sociedad popular” y “sociedad democrática”; asimismo el
paradigma de pueblo nos enfrenta a un tipo de consistencia de lo societal en
cuanto a la dureza de lo sociopolítico, como a un tipo de contextura de la cultura en cuanto dureza
de la matriz sociocultural (lo matrisocial). Finalmente, el paradigma de la
democracia evalúa lo que de popular tiene una sociedad (cultura política) o lo
que de sociedad tiene un pueblo, una persona, una institución. Mientras que nosotros
vamos a evaluar el primer aspecto para Venezuela, María Zambrano tiende a
desarrollar el segundo aspecto para Occidente en general.
De partida, Zambrano nos permite subrayar cuatro premisas o
problemáticas:
1)
1) La
cuestión de la democracia depende del momento histórico en que se sitúe el
pueblo. Para saber de ese momento en cuanto historia, ésta no puede como
diacronía distraernos de análisis de la estructura o sincronía del fenómeno
(pueblo). Más bien ahora hay que saber de él, definirlo, para saber de su
contextura diacrónica o histórica (Touraine, 1978; Levi-Strauss, 1972).
2) La
existencia de minorías sabedoras o sapientes (élites) es fundamental para la
existencia no sólo da la sociedad, también del pueblo. Como función conductora,
las minorías pertenecen metafóricamente al pueblo y como tal y para cumplir sus
funciones –la principal, el ejercicio del poder (colectivo)- deben
identificarse con él (Fericgla, 1989). Lo demás es abuso de poder y excluirse
del pueblo como “unidad de todos”.
3)
3) El
pueblo debe llegar a ser como paradigma pleno “sociedad democrática” ¿Qué ser o
acontecer de pueblo tenemos en Venezuela? Sociedad implica metodológicamente
hablando exterioridad (Devereux, 1975), esto es, objetividad por oposición a
subjetividad, interioridad. Para que exista una objetividad de pueblo, el
sujeto pueblo debe enfrentarse a esa exterioridad de sí, a su propia otredad,
que lo define como su base popular, esto es, a los actores social e
ideológicamente disminuidos que contradictoriamente tienen la mayor concentración
de poder porque están más en la base; por eso siempre se les invoca con mayor
justificación para el ejercicio del poder democrático. Todo ello se resuelve
como aprendizaje total de sí a partir del reconocimiento de esa otredad que
padece la estructura de la “unidad de todos” (Octavio Paz, 240).
La sociedad democrática representa la
referencia a un problema exterior societal. “La democracia es el régimen de la
unidad de la multiplicidad, del reconocimiento, por tanto, de todas las
diversidades, de todas las diferencias de situación” (Zambrano, 162). A
diferencia de una sociedad absolutista, la sociedad democrática implica su
establecimiento sobre una negociación o contrato social donde las ventajas
mutuas estén plenamente garantizadas desde fuera de las diferencias mismas,
desde la ley o factor común convenido. “El absolutismo y aún sus residuos
operatorios en el seno de un régimen democrático, tiene en cuenta solamente una
situación determinada” (Zambrano, 162).
4) La
cuestión de superar el pánico de la realidad, resistiendo la tentación y la
comodidad de
i identificar orden con equidad, y saltar del orden primario al
orden secundario o societal. Esto ha sido muy duro en la experiencia de las
sociedades occidentales. Por ejemplo, la sociedad que proclamó y teorizó sobre
el tiranicidio, la España de los siglo XVI y XVII nunca mató un rey; pareciera
que la teoría tuviera la función justificadora de la realidad, que amortiguaría
práxicamente enfrentarse con ella (Liévano Aguirre, 1974). Alemania que nunca tuvo
un poder mundial fuerte (un imperio) regresó al caos de lo primario desde donde
quiso levantar la democracia, pero su efecto fue llevar al mundo a la hecatombe
de la Segunda Guerra (Zambrano, 157-159).
Aquí hay que preguntarse sobre los fundamentos de esa universalidad por la que aboga Briceño Iragorri (1972) que
representaría la versión americana de las instituciones occidentales
importadas, como el caso de la democracia a una tierra virgen. Averiguar esto
más allá de unos esquemas dicotómicos como América tierra de libertad frente a
la Europa de las tiranías (siglo XIX) o América la del subdesarrollo y
expresión terdermundista (siglo XX) es incursionar sobre el tipo de pánico a la
realidad que acosa a esa versión de la universalidad democrática que expresan
las sociedades latinoamericanas frente a las europeas.
REFERENCIAS
Briceño Iragorri, Mario (1972 [1951].
Mensaje sin destino.
Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo.
Caracas:
Monte Ávila Editores.
Devereux, Georges (1975). Etnopsicoanálisis
complementarista.
Buenos Aires: Amorrotu.
Fericgla, Joseph (1989). El sistema dinámico
de la cultura y
los diversos
estados de la mente humana. Barcelona:
Anthropos.
Cuadernos de Antropología n° 9.
Levi-Strauss, Claude (1972). El pensamiento
salvaje.
México: Fondo de Cultura Económica.
Liévano A., Indalecio (1974). Los grandes
conflictos sociales
y económicos de nuestra historia. Bogotá:
Tercer
Mundo. 2 tomos.
Paz, Octavio (1993). El laberinto de la
soledad. México:
Fondo de Cultura Económica.
Touraine, Alain (1978). Las sociedades
dependientes.
México: Siglo XXI.
Velásquez, Ramón José (1994). “Acepté la
presidencia ante
el peligro de golpe”. Confesiones con
Carlos Croes.
El Universal, Caracas, 23 de octubre: 1-19
y 20.
Zambrano, María (1988). Persona y
democracia. La
historia sacrificial. Barcelona: Anthropos.
Tomado de Samuel Hurtado S. “Democracia y
Matrisocialidad”. En Cultura matrisocial y sociedad popular de América Latina”.
Caracas: Fondo Editorial Trópikos, 1995: 167-170.
No hay comentarios:
Publicar un comentario