Cuando yo estudiaba el griego como materia de bachillerato, allá cuando
tenía de 13 a 15 años en la ciudad de Burgos, el profesor nos contaba el chiste
aquél de Aristófanes: “Un hombre hizo que su caballo aprendiera a no comer y
cuando lo aprendió, se murió”.
Parece que la situación del país venezolano está planteada para que
aprendamos a no comer. Nuestras mañanas pasan viéndonos “zanquear” de
supermercado en supermercado de la Parroquia San Pedro de Caracas; también
merodeamos mercaditos de Los Teques los fines de semana, y hasta nos asomamos a
bodegas, expendios de comida de los barrios marginales.
Esta dinámica me lleva a pensar en el movimiento acompasado de las
guacharacas que se la pasan buscando comida en los bosquecillos de las casas
montañeras: pasan y se van, y al día siguiente hacen lo mismo campechanamente,
sin espantarse porque se les acerque nuestra presencia. Siempre pican alguna
brizna de monte o brote en la guayaba, mandarina o limonero.
La escasez de monte que rodea a los morrocoyes, aislados en el jardín, les
hace pasar hambre, porque ésta depende de los recursos naturales agotados. Su
manutención no puede estar sino vinculada al cuidado de una voluntad humana que
les proporcione la flor de cayena, las mondas de cambur y de papaya, de pepino
o e bagazo de la naranja, etc.
Así veo a la sociedad venezolana en dependencia azarosa de la llegada
de un camión con algún producto, del arbitrio voluntarioso del funcionario, del
sometimiento por parte de la guardia nacional en las colas de los mercados.
Cada vez más las escaseces devoran nuestro tiempo y nuestras alegrías, pero
sobre todo que alguien, más allá de nuestra mirada, alguien que ya parece
mandar en nuestra hambre, lo haga también en los miedos del hambre. Entonces
los miedos se mezclan con las ansiedades, lo que hace se perpetúe la
posibilidad del hambre.
Como estos sentimientos de miedo
y ansiedad tienen conexión con el alma, lo que le queda al mandamás es su
pretensión de doblegar nuestra alma. Aspiración de todo jefe totalitario.
Si no podemos retroceder a la vida animal, porque somos humanos, se nos
quiere condenarnos al Antiguo Régimen, al despotismo: allí no habría otra
alternativa que lograr una vida a nivel de la solución de las necesidades
perentorias para sobrevivir; así se esfuman la idea y realidad de la libertad y,
por lo tanto, las soluciones que permite la vida en libertad y el propio
esfuerzo. Sin las garantías de obtener la solución de las necesidades, entonces
no podemos imaginar sino las escaseces de todo tipo; no sólo la existencia
sería precaria, sino la de un anonadamiento feroz: la muerte en vida, como se
dice pero sin retórica o imaginación alguna. Las señales en el camino no
faltan:
-La Cámara de Comercio de Caracas apunta que ya el 40% de la población
sólo hace dos comidas al día y aún menos. Deja ver la deficiencia de la
alimentación así como los costes inalcanzables de la misma (El Universal, 21 de
junio de 2016).
-Además se ha politizado el acceso a la obtención de los productos
alimenticios. Sólo tienen la oportunidad los grupos de lealtad dura al
gobierno: “Ahora toda la comida para los
CLAP”[1].
Consigna que prolonga como resonancia a aquella histórica por excelencia de
“Todo el poder para los soviets”. Dichos grupos que organiza el partido de
gobierno PSUV[2],
primero como asociación vecinal, llamados “consejos comunales”, después se
pretende que se reagrupen como “comuna” distrital, según la lógica comunista,
con toda su capacidad política. Tal politización desequilibra a la estructura
poblacional: sólo los grupos leales al gobierno tienen la oportunidad de
acceder a la obtención de los productos alimenticios. “CLAP para controlar cada bocado” (Tal Cual, 17 al 23 de junio de
2016, reporte, p. 9-11).
-Las protestas y los saqueos van en ascenso tanto en volumen de hechos
como en peligrosidad social. Ambas atmósferas creadas por el desequilibrio económico
con objetivos sociopolíticos son un terreno fértil, abonando para la siembra de
muertes, inseguridades, robos y hasta linchamientos (El Nacional, 17 de abril
de 2016, Siete Días: Cruzar la Línea de
víctimas a victimarios, p. 1).
“El hambre –dice Cervantes, autor
del Quijote- hace echar a los ingenios por caminos que no están en el mapa”[3].
Algo debe hacer echar para
adelante al ingenio criollo, cargado de picaresca, vivacidad (“pilas”),
permisividades hasta de aceptar lo aberrante, de lo “me-da-gana” sin control,
en una sociedad donde su orden es el desorden. No es extraño que ladrones y
asesinos tengan su propio terreno de resguardo, las llamadas zonas de paz, y
que las cárceles con sus pranes (líderes de banda) cumplan un rol político en
la estructura del poder.
La dificultad de que se genere un ingenio creativo, o como se dice
ahora, de emprendedores que originen bienes a la sociedad, está presente en el
negativismo social hecho política de estado. La superación de esta dificultad
depende de las potencialidades que la gente venezolana otorgue a las cosas, a
los acontecimientos, a los sentidos de su vida social, y en consecuencia, a su
padecer y disfrutar de los mismos. O se hunde en el miedo, padeciendo la
dictadura al estilo despótico del Antiguo Régimen, o se levante sobre sus
propios hombros, y el hambre hará echar a los venezolanos por los caminos de la
historia, es decir, de la libertad.
¿Habrá duelo por este tránsito
hambreador, símbolo de la muerte[4],
duelo que sea germen de resurrección?
Muchos grupos y la historia de todos los pueblos han pasado por este
trance, que constituye la ocasión, mejor el principio, para la evaluación de
las capacidades con que se ejercita la gente venezolana para solucionar los
problemas “en el viaje a la sociedad”[5].
Como pueblo perseguido de muerte (hambre y enfermedades) tiene que
adoptar un pensamiento de carácter salvador. Un grupo que, con originalidad, se
abría camino a la mundialidad de todas las gentes y su líder que le orientaba,
nos ofrece un esquema de comportamiento consolador (=esperanzado):
“Estamos afligidos en todo, pero
no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados;
derribados, pero no destruidos”[6].
Han derruido nuestro aparato productivo, fuente de nuestra
alimentación; no hay dólares ni para importar bienes, ni los insumos para la
producción; no permiten la ayuda humanitaria internacional (cuando en situaciones foráneas la ayuda
venezolana era tan generosa). Nos han cercado en nuestras casas con el despegue
de la inseguridad, del ladronismo y el crimen, sin que el gobierno haga nada,
más bien esa ausencia huele a política de estado.
Se acaban nuestros ahorros, las pocas reservas de todo recurso, las
alternativas y los planes B y C, etc. ¿Podemos
aún invocar el nombre de Dios? ¿Por qué meter a Dios en los asuntos humanos
nuestros? Porque aún su gente (la de Dios), la que sabe ver, nos da pistas
para alcanzar el comportamiento que nos apunta a la ética societal, y porque,
desde nuestra humanidad, ciertamente se ha ido derrumbando la alegría de
nuestra gente venezolana.
Siempre me ha hecho remusguillo el Cántico de Habacuc, recitado el
Viernes Santo; si del remusguillo paso a pensar en lo que me ocurre hoy, me
esfuerzo en que se produzca en mí un cortocircuito consolador, según los desterrados en Babilonia en tiempos del
Segundo Isaías, de que la esperanza del regreso los consuela, o como síntoma,
el consuelo produzca un principio de esperanza salvadora[7].
El Cántico de un profeta menor, como Habacuc, nos acerca a la
conciencia de las condiciones de muerte que cercan al pueblo, pero su visión le
da la capacidad de la solución trascendente:
“Aunque la higuera no eche
brotes, ni haya fruto en las viñas, aunque falte el producto del olivo, y los
campos no produzcan alimento, aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya
vacas en el establo, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el
Dios de mi salvación”[8].
La situación no arredra al profeta para subirse sobre sus hombros y festejar
su fe en el presente. Éste le ofrece con contundencia lo mejor que él tiene y
que como don permanente hace obrar su
salvación. Lo refiere al nombre de su Dios, no a cualquier diosecito.
¿A qué podemos referirlo nosotros
en el mundo de hoy?
A la confianza en nosotros mismos como la condición unánime de la
fidelidad a lo que somos, y que a su vez reconfirme la auto-confianza.
Nosotros, los venezolanos, necesitamos producir la estima[9]
de nosotros mismos (afirmación de ser social), lo que significa que estamos
necesitados de crecer en la autoestima.
Porque la autoestima, de la que es prueba la fidelidad perseverante a lo nuestro,
da a la confianza su plenitud. Es una estima que tiene que doler, condolernos,
sufrirse como pueblo, porque se trata de encararnos con nosotros mismos, y así
aprender a sernos (ser para nosotros). Es el proceso del duelo social.
Sólo el pueblo que permanece en su propia estima tendrá la plena
seguridad de que va a solucionar sus problemas económicos, políticos y
culturales. La estima perfecta destierra el miedo y todas sus ansiedades, pero
además hace obrar el camino del cambio del miedo a la alegría y al gozo. El
hambre puede llevar por caminos que nunca sabemos, pero pretendemos que sean
caminos de transformación, de los destinos que nos sumen en la tristeza, a las
suertes que nos fortalecen en las fragilidades (Rafael Cadenas)[10].
Se espera que la conciencia de nuestra
fragilidad rescate de nuevo nuestra ancestral generosidad como arma de la
propia salvación[11].
Doblan a duelo los acontecimientos como campanas, siempre pensando que
debe haber un muerto, esta vez la de un pueblo, el venezolano. Su resurrección
depende de la intensa celebración del duelo, es la que viene demostrándose en
el tránsito del Referendo Revocatorio, demostración de autoestima como
aprendizaje de responsabilidad y compromiso con el país. Las dificultades que
coloca el gobierno en el proceso de validación de las firmas representan un
desafío para el aprendizaje social. El pueblo ha respondido con firmeza.
Es
preciso que este acontecimiento no se reduzca a un acto extraordinario, al
heroísmo por motivo de una agonía. Debe calar en el tiempo cotidiano para que
no regrese más el abismo. Hoy, día 24 de junio debemos reconocernos en dos
acontecimientos de libertad alcanzada, las fiestas de San Juan Bautista, santo
patrimonial de las comunidades afro-venezolanas, y de la batalla de Carabobo,
la definitiva contra el despotismo real, el de nuestro Antiguo Régimen.
[1]
Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Antes eran las Unidades de
Batalla Bolívar-Chávez (UBCH).
[2]
Partido Socialista Unido de Venezuela.
[3]
Citado en Juan García Bacca, el brillante filósofo español de la Universidad
Central de Venezuela en su obra Ensayos y Estudios (II), Fundación de la
Cultura Urbana, Caracas, 2004, p. 59.
[4] La
muerte del sujeto pueblo está anunciada, y se está cumpliendo. Ya el pueblo es
tratado como una cosa, un objeto, un cachivache de hambre. Desaparecido el
sujeto queda la muerte como extinción. Tal como ocurrió con el pueblo soviético
y con el chino de Mao, y tal ocurre aún con el pueblo cubano, que no es dueño
de su hambre, enajenada como está por una oligarquía despótica comunista.
[5]
Claude Levi-Strauss, “La familia”, en C. Levi-Strauss, M. E. Spiro y K. Gough,
Polémica sobre el origen y la universalidad de la familia, Cuadernos Anagrama,
Barcelona, 1974, p. 49.
[6]
Pablo de Tarso (San Pablo): 2 Corintios, 4: 8-9.
[7]
Jesús Miguel Hurtado Salazar: El Consuelo
Fuente de Esperanza, Análisis exegético de Isaías 40: 1-10. Universidad
Pontificia de Comillas, Madrid, 1991 (tesis de maestría).
[8]
Habacuc, 3: 17-18.
[9]
Porque el pueblo venezolano no se estima, lo que hace es consentirse, es decir,
ser permisivo. Sólo somos libres con criterio de naturaleza, como los
pajaritos, no con criterio social referido a la norma o ley. Porque somos
consentidores, permitimos, por ejemplo, que nuestros funcionarios se porten
como asaltantes del poder del estado, y no como servidores de dicho poder. Si
nos percatamos de ello, sin embargo, no
los reclamamos; puede que nos excusamos a nosotros mismos y como mínima
retaliación negativa decimos: “en la bajadita te espero”.
[10]
Como Rafael Cadenas, cree Federico Vegas que la conciencia de fracaso, de fragilidad,
es clave. “Asumir tu fragilidad te fortalece, particularmente como sociedad, y
las novelas pueden ayudar a eso. Siento que hay un diálogo entre lo que voy
haciendo y la posibilidad de esa fragilidad”. (Federico Vegas “Hemos olvidado
el compromiso entre la palabra y los hechos” (El Nacional, 8 de enero de
2012. Siete Días, p. 3).
[11]
Federico Vegas considera que frente a nuestro hondo resentimiento observado en
la conducta de la ciudad, es nuestra generosidad la que puede librarnos de él.
“La ciudad existe para ser presentida. Si nuestra herencia caraqueña está
cargada de incertidumbre es precisamente por ser generosa, y puede convertirse
en un arma hermosa y efectiva para imaginar lo que merecemos, y para que nadie
pretenda estirar su presente manipulando nuestro pasado y futuro” (Federico
Vegas: “Ciudades presentidas”, El Nacional, 24 de julio de 2010, Papel
Literario, p. 3).
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