El camino del pueblo llano |
Con sonido de hambre en garganta vacía, pero con lucidez extrema, Pedro
Berroeta, paltó oscuro, cuello blanco tortuga, sentado con las piernas
cruzadas, como quedó en mi memoria aquel gran pedagogo venezolano de televisión
y radio, nos vuelve hablar desde 1990 con la voz del que paga.
Eran las consecuencias del caracazo[1],
aquél grito de repudio a las medidas de política liberal por parte del pueblo
venezolano acostumbrado a las políticas populistas. Aquel grito manifestado en
saqueos y destrucción, parecía que se acogía a un ritual de cargo cuyo objetivo es provocar la llegada inminente de
un futuro promisor.
El motivo de Pedro Berroeta lo incrusté en La ley o la vida (en este blog, febrero del presente año). En ese
texto, también “acudo a mi memoria, borrosamente” como teleaudiencia de tan
insigne pedagogo en los años de 1980 y algunos de 1990 en que ocurre su muerte.
Hoy, entre mis papeles de antaño, encontré el texto que escribió Pedro
Berroeta para el diario El Universal (de Caracas) el 28 de enero de 1990, a un
año de distancia del caracazo (28 de
febrero de 1989). No sé cómo puede hablar dicho texto en las circunstancias del
hambre general en los días actuales de Venezuela. Pero siempre el hambre tiene
un resonador que como doliente recoge y repica con “la voz del que paga”, el
pueblo, siempre el pueblo, nosotros.
Dicen que el mito se repite en la historia pero no exactamente, a
diferencia del ritual en el que se repite exactamente[2].
En el “caracazo” del 27-28 de febrero de 1989, hubo saqueos generalizados a
supermercados y bodegas donde había comida; hoy día se ha superado esta etapa
trágica ¿Por qué será? Porque el gobierno esta vez populista, autodenominado
revolucionario (comunista) acabó con la producción de alimentos; es decir, en
esta ocasión ni comida hay. La realidad del caracazo
se repite pero como farsa[3],
cuando, según informaciones desgranadas, la poblada asalta en carreteras,
autopistas y calles, a los camiones cargados con algún reglón alimenticio, y lo
saquea inmisericordemente.
He aquí el texto trascrito del viejo papel del periódico:
PEDRO BERROETA
Acude a mi memoria, borrosamente,
la respuesta que un campesino castellano dio al político conservador español,
Antonio Maura. Éste requería el voto de aquél para unas elecciones, y el
campesino se lo negó rotundamente, dando como justificación una soberbia frase:
“En mi hambre mando yo”.
Era su derecho. Es el derecho
inalienable de todos los pueblos: el derecho a mandar en su hambre y a
soportarla si les da la gana. De todas maneras pagan siempre, de todas maneras
sobre la gente común caen las responsabilidades de los errores cometidos allá
arriba. No hay costo que no se traslade al pueblo, no hay especulación que no
sea sufrida por él. Es el tradicional tonto de las comedias. Y cuando se
sacude, casi fatalmente escoge a los líderes que no debía designar. Digamos que
es su destino, pero como sólo él paga las consecuencias, tiene derecho a seguir
el camino que su hambre, su frustración y su dignidad le señalen. Aunque se
equivoque.
Por ello, ante una serie de
medidas económicas que le parecen inaceptables, su voluntad tiene que ser
respetada, aunque sea una voluntad equivocada, aunque sea una voluntad
manipulada, aunque le vaya a costar muy caro. El pueblo sabe que nunca podrá
escaparse a Miami, ni buscar refugio en las organizaciones internacionales. El
pueblo sabe que tiene que quedarse aquí…y pagar las consecuencias de esa
voluntad manifestada. De modo que es necesario que se le oiga, que se le
explique, que se trate de convencerle, pero de ninguna manera que se le imponga
nada, porque nadie tiene derecho a hablar en nombre de él, sino él mismo.
No es de Dios la voz del pueblo,
es del pueblo. Y con eso basta, pues es él quien paga. Es, quizás, el único
privilegio que todavía no le han quitado. Hay, eso sí, que hablarle claro, con
valentía, con honestidad y, entonces, él, el pueblo, es decir, nosotros,
decidiremos… y haremos frente a las consecuencias.
[1]
Una revuelta de clase popular y clase media que se definió por los saqueos de
todo tipo de renglones en los negocios de Caracas como protesta por iniciales
medidas liberales en la economía tomadas por el presidente Carlos Andrés Pérez
en su segundo período de gobierno. Significó no sólo saqueos sino también
destrucción de los negocios y por supuesto cientos de muertos. Por eso se dice
a la revuelta de Caracas, caracazo, como se mantiene en la memoria las
revueltas militares del “carupanazo” (ciudad de Carúpano), “barcelonazo” (de Barcelona)
y “porteñazo” (de Puerto Cabello).
[2] E.
R. Dodds, Eurípides: Bacchae, Oxford, 1963, p.27, citado en Georges Devereux,
Mujer y mito, FCE, México, 1989, p. 13.
[3]
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la
historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de
agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”, dice Karl Marx comenzando “El Dieciocho Brumario de
Luis Bonaparte”. En K. M. y F. Engels, Obras
Escogidas, ed. Moscú, s/f, p. 95.
[4] El
Universal, 28 de enero de 1990.
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