Desde el páramo vista de Paredes de Nava, la villa de las cuatro torres. |
Esta
línea de planteamiento rechaza por completo la tesis dualista muy
vulgarizada (7) de una España
industriosa y burguesa en el este (Cataluña) y una España guerrera y
feudal en el centro (Castilla). Lo
guerrero tiene sus límites en la defensa del territorio nacional y su
recuperación, que Castilla toma más en serio y como problema nacional, de rehacer una España europea y cristiana,
que Cataluña; ésta, más bien, se desvía
hacia el negocio mercantil mediterráneo que era de inmediato más lucrativo.
Mientras, lo industrioso inicia su auge como proyecto en Castilla bajo el
proteccionismo de Alfonso X, en la medida en que se soluciona territorialmente
el problema nacional que distraía abundantes recursos del Estado (Sánchez Albornoz,
2, 113).
Como
consecuencia o comprobación, Castilla es el primer proyecto de estado
nacional moderno, no sólo en el tiempo, sino desdichadamente en sufrir las
contradicciones económicas y sucumbir a ellas. Estas contradicciones operan
entre el capital mercantil (muy desarrollado en Cataluña, por su parte) y el capital
productivo o mercantilista. Ambos coinciden en aspirar al centralismo político,
pero divergen en la manera en que imponen los diversos objetivos económicos
de uno y otro. El capital mercantil
europeo (alemán e italiano) se dirige a Castilla para ofrecer sus servicios de
financiamiento en la empresa americana; proceso violento y aventurero. En cambio,
las ciudades comuneras de Castilla representan al capital mercantilista que
enfatiza el proyecto nacional castellano, diseñado plenamente por los Reyes
Católicos, de un modo más largo y lento
a través del trabajo productivo y la
creación de un mercado interno. A fines del siglo XV, Castilla era la
nacionalidad más pujante de Europa en población, en potencialidad cultural y productiva, en territorio y geopolítica,
además de un fuerte nacionalismo alcanzado en la culminación con éxito de la
lucha y cruzada secular, como europeos y cristianos contra las hordas musulmanas.
Gracias a la convergencia peninsular con este proyecto, los pueblos ibéricos
lograron protagonismo y peso en la Historia Universal (Sánchez Albornoz, 2, 675
y ss; Castro, 53).
Desde
los amplios horizontes del páramo
castellano no se puede retomar el modelo colonial de las ciudades marítimas
fenicias, como Cartagena, Barcelona, Valencia, sino el modelo provincial de las
ciudades romanas de tierra adentro, de penetración social y económica, de asimilación cultural. Es más difícil
probar la vocación salvacionista (mística) del español en América, que según
Darcy Ribeiro (1973, 104-105) contiene un rasgo cultural árabe (Cf. el concepto de aculturación antagonista:
se aceptan en préstamo los medios, no los fines); y más fácil comprobar la
organización institucional (política) de carácter ibérico con influencias
romanas. Es más coherente la proyección de una tradición local y europea que una foránea y asiática, no asimilada
esencialmente a pesar de las tesis no comprobadas de A. Castro.
El modelo romano resulta a la larga más creativo;
en él se retoman elementos locales y éstos se hacen universales. Los españoles
en América reproducen reelaborándolo el modelo
provincial romano: tanto en la metrópoli nacional como base del estado,
ya en las tierras ultramarinas, o expansión de la dominación, la organización
social se estructura políticamente en provincias. La provincia romana frente a
la colonia fenicia se expresa como una
dominación territorial directa políticamente, basada en la configuración
de una red de ciudades con jerarquía interactiva, donde se reproducen los procesos institucionales
metropolitanos de la organización social, política y económica. En el caso de
España estos procesos son: el virreinato, la gobernación, el obispado, la
universidad, el ejército, la urbanización con su plaza mayor, el concejo municipal, la catedral y palacios de las
instituciones políticas y de justicia. Por consiguiente, el ‘cuadro’ administrativo de
tipo de estado se recrea en todos los dominios del imperio, y va creciendo en
volumen y complejidad de acuerdo al establecimiento
de la sociedad provincial. A ello se une el enramado legal y de pertenencia que
explicita Levene (1951).
Una colonia es sólo una factoría para la
explotación económica de un hinterland
o de un territorio-adentro: la obtención de minerales y de mano de obra para
venderlos en el mercado mundial. En cuanto a lo institucional, la organización
colonial no expresa el desarrollo de la burocracia metropolitana; se reduce a
un grupo económico mercantil y a una suficiente burocracia militar para la
defensa del asentamiento, portuario generalmente, y del proceso económico. El
modelo colonial no exige la ocupación organizativamente del dominio
territorial, aunque reclamará el monopolio soberano y el dominio legal sobre él
para garantizar la explotación económica. Culturalmente, no se propone la
recreación de lo social institucional in
situ de acuerdo a las pautas de asimilación metropolitana. La dominación se
basa más en los procesos económicos que sociales y políticos.
El proceso provincial conlleva altos costos
económicos, que serán asumidos por el
aparato político; la dominación legal se garantiza directamente por los
procesos políticos y sociales a través
del cuadro administrativo que por ello
tiene un gran desarrollo. La continuidad del cuadro burocrático (oficio), y no personal,
sanciona permanentemente las lealtades al poder, pues éstas pasan por las
lealtades al cargo en que se funda de un modo inmediato. El costo económico se
solucionará mediante los sistemas fiscal
y tributario, que se atrincherarán en el monopolio comercial. Pero el
fiscalismo y el exceso impositivo
ahogarán respectivamente el desarrollo comercial y lo que la afluencia
de oro y plata había dejado en pie del aparato productivo en Castilla (Cf.
Sánchez Albornoz, 2, 299 ss).
En el modelo colonial, al requerir un mínimo
de ocupación territorial, los costos
económicos son menores, así como la economía se halla más libre para
asumir el negocio económico de un modo más autonómico respecto de la política.
De esta forma, la organización imperial española fue más compacta que la francesa, por ejemplo, y mucho más seria que
ésta al tomar en cuenta lo social (8).
Esta diversidad de modelos, de provincia y de colonia,
permite no sólo diferenciar la actuación de España respecto del resto de
Europa, incluso Portugal, sino también comprender el desarrollo de América
Latina bajo el imperio español y de lo que aquella realidad gravita en el ser
nacional latinoamericano hasta hoy. Véliz
trata de asimilar sin cuidado los dos procesos, el castellano
y el portugués, y no sin razón; pero él mismo les
otorga sus diferencias en términos del peso nacional que tiene la sociedad castellana, interior y paramera
esencialmente, así como también Véliz se extraña sin explicarse por qué la
fundación de la Universidad en Brasil es tan tardía (Véliz, 109). El traslado
de la corte portuguesa a Brasil (¿abandonando la metrópoli
a Napoleón?) significó la fundación de la sociedad brasileña, frente a
lo que era una sociedad parcial, colonial; la corte lleva consigo todas las
instituciones que
completarán esencialmente el cuadro administrativo. Ello significó, en
la coyuntura capitalista burguesa, la
creación política de Brasil, previa a la independencia nacional (Véase
Véliz, 116-117), cuando la creación política
del resto del mundo latino-americano era un hecho desde que comienza a fundarse la red de ciudades y
sus municipalidades en el siglo XVI. Es decir, en la América
castellana, la fundación de la sociedad ocurre desde los primeros días de la
ocupación territorial, que coincide con la constitución de las redes de ciudades
y de
su jerarquía urbana, se crean
metrópolis regionales, etc., pero entendida la ciudad como el lugar de la
expresión social y política aunada en el cabildo o concejo municipal.
Esta
argumentación sirve aún más para observar las diferencias con los
imperios inglés, francés y holandés; éste último el imperio colonial
socialmente más exclusivista. El mismo Véliz apunta que la burocracia de la
América española no tenía porqué formarse intelectualmente en Salamanca, Alcalá
o Sevilla, ya que ella disponía en
América de todos los recursos institucionales (Véliz, 76 ss). Desde el primer
momento, organizativa e intelectualmente América puede pensarse desde América
misma, y también, desde América puede ser pensada España misma y el mundo; tales son los casos más representativos como
el inca Garcilaso, Bello, Miranda, Bolívar, Simón Rodríguez, que representan la
floración provincial en América... (Véase Mijares, 32, 52
ss, 1710, 139 ss, 219 ss). El proceso sociopolítico español había creado
patrias en cualquier rincón del Imperio, y ello desde el principio, vinculado
por supuesto a conflictos personalistas y contradicciones estructurales, como
hemos señalado arriba. Las guerras de independencia nacional culminan la serie de rebeliones
rituales contra el centro del poder monárquico y su orden cada vez más
abusivo. El cambio cualitativo de la Formación Social Capitalista (revoluciones
industrial y política) quiebra la lógica de la rebelión ritual para
desencadenar la rebelión mítica e histórica irreversiblemente, es decir, para
repetir siempre lo mismo pero no de la misma manera, como argumenta
Dods la diferencia entre el ritual y la
historia (Cf. Devereux, 1975).
No ocurría lo mismo en Portugal, ni ocurrió
en Inglaterra y Francia; su política consistía en rebautizar a la disminuida inteligencia colonial mediante el
estudio necesariamente realizado tardíamente en Lisboa, Londres o París (Véliz,
109). Resultaba una burocracia enajenada y enajenante de su país natal. El mecanismo
era simple por su carácter de extrañamiento colonial. En cambio, la dimensión
provincial intensificó el carácter de la dominación legal, debido al proceso
impersonal de la administración burocrática, pero también creó las permanentes situaciones
límites en que se encontraban las
burocracias americanas (casi como las peninsulares
en ciertos momentos) de transgredir las normas
reales (los medios) manteniendo las lealtades formales (los fines): se acata pero no se cumple. La
experiencia americana sobre todo coloca a la
sociedad española constantemente
al borde de la rebelión, desde los alzados contra Colón en la
Santa María, hasta las asambleas municipales
que coyunturalmente se declaran
en rebeldía contra el rey intruso o contra el rey legítimo que abdica se torna
veleidoso y extranjeramente
absolutista. En el centro del poder es
donde se rompe la legalidad,
originando la rebelión (ritual-legal). Bolívar expone este argumento con suma
claridad en la Carta de Jamaica (Cf. Mijares, 56-57).
En suma, la organización provincial del
imperio español deja entrever una diferenciación específica de la tradición centralista de América Latina con
mayor consistencia que el resto de Occidente, al mismo tiempo que la distingue
de éste la aportación de elementos propios que se reelaboran para su
profundidad y trascendencia histórica en las repúblicas latinoamericanas.
NOTAS
(7)
Rodolfo Puiggrós en su libro ‘La España que conquistó el Nuevo Mundo’ se hace
eco de esta tesis liberal y la aplica a fondo sobre la heterogeneidad y
dualismo del desarrollo español: la
Castilla feudal y Cataluña burguesa. Según esta tesis, el descubrimiento
y la invención Americana no tiene una explicación teórica e histórica
congruente; se hacen a partir de la
formación social más atrasada en Europa occidental. La historia caminaría
al revés o hacia atrás, precisamente en el hecho de la inauguración de la
historia como moderna y universal. Esto es teóricamente contradictorio, y no
fue "de facto". Es necesario investigar mejor este hecho crucial de
la historia.
(8) Véase
Depons, ‘Viaje a la parte oriental de Tierra Firme’, citado en Mijares,
53-55.
BIBLIOGRAFIA
CASTRO, A. (1983): España en su Historia, Cristianos, moros y
judíos,
ed.
Crítica, Barcelona.
DEVEREUX, G. (1975): Etnopsicoanálisis Complementarista,
Amorrortu,
Buenos Aires.
LEVENE, R. (1951): Las Indias no eran colonias, Espasa-Calpe,
Madrid.
MIJARES, A. (s/f): La interpretación pesimista de la Sociología
Hispanoamericana, Revista Bohemia, Caracas.
RIBEIRO, D. (1973): El
Proceso Civilizatorio, La
Biblioteca de la
Universidad Central de Venezuela, Caracas.
SANCHEZ ALBORNOZ, C. (1981): España, un enigma histórico,
Ed.
Hispano Americana S.A. (EDHASA),
Barcelona 1981,
Dos
Tomos.
VELIZ, C. (1984): La
tradición centralista de América Latina,
Ariel,
Barcelona.
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Tomado de Samuel
Hurtado Salazar: “Tradición centralista y rebelión popular” del libro Tierra Nuestra que están en el cielo,
Consejo de Desarrollo Científico y humanístico, Universidad Central de
Venezuela, 1999.
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