“Ahora
sí que estamos abandonados de Dios, se lo he perjurado a mi mamá. –No digas
eso, Dios no puede fallar, me replicaba ella con lágrimas”. Se debatía
consigo misma la secretaria intentando convencerme, mientras apenas yo le
balbuceaba: “más bien somos nosotros los
dejados de nosotros mismos” [(lo de la tierra son cosas de hombres, sin
descuidar lo del cielo que son las cosas de Dios)].
La gente en Venezuela estamos
experimentando a fondo la banalidad del mal. Aquél se asocia a la muerte. Una
muerte que, más allá del hambre, de la violencia y el crimen y hasta de la
indignidad, se concentra en la destrucción persistente del país. Nos ha salido
nuestra caverna como a todo pueblo que se deja como abandonante de su realidad.
¿Acaso
está derrotada la sociedad venezolana?
En los tiempos antiguos nuestro clamor
total se dirigía a Dios.
En los tiempos modernos no es suficiente
esa dirección a lo divinal. Es necesario mirar hacia nosotros mismos, los
humanos, para considerar cómo podemos ayudar al mismo Dios a que colabore en
nuestra salvación. Parece que esa debilidad en la que colocamos a Dios está
sujeta a los que son testigos de la
sociedad sufriente.
La resistencia a la derrota (y negarse a
ésta) se encuentra en una ética de la resilencia. La salvación que debemos
darnos parte de nuestra misma situación de destrucción en la que nos han
colocado (y nos hemos dejado
colocar). Es un desafío ético que nos lleva a cambiar nuestra “mala suerte” (W.
Benjamín), mediante el esfuerzo de aprovechar los recursos que tenemos a mano
con el fin de levantarnos sobre los hombros de nuestras miserias y sufrimientos.
Así de nuestras debilidades, sacamos muestras fuerzas, y aún nuestras mejores
fuerzas.
¿Cómo?
Tenemos testigos que indican que todavía conservamos
en lo hondo de la identidad social, nuestro señorío: el autóctono de
Guaicaipuro y del resto de los caciques, al que se suma el señorío histórico de
los fundadores de la nación que culmina en los libertadores (Simón Bolívar,
José Antonio Páez). Briceño Guerrero[1]
ubica el foco de este señorío en el discurso
mantuano por lo que se refiere a nuestra paideia. Finalmente, pretende
culminar nuestro señorío con el deseo de crecer culturalmente como sociedad en
lo que significa vivir en democracia.
La identidad cultural matrisocial[2]
que suele trabajar negativamente en ese deseo, no debemos sobre-fijarla
como un sentido absoluto, ni situarla como devoradora de otras identidades como
la social, ni ser un parásito en nuestros pensamientos y acciones (históricos).
Nos queda movilizar la cultura matrisocial
hacia la identidad social que queremos y por la que debemos luchar, y desde
ésta interpelar a aquélla para que se actualice en lo que le corresponde como
producto histórico.
Por eso nos preguntamos por la capacidad de
identidad social que debe expresarse en conjuntos de liderazgos, minorías
activas[3],
y gente preocupada por la destrucción del país, es decir, por su medio vital. Conseguir
a estos actores y observar sus visiones y actuaciones nos coloca en el camino
de obtener los lugares del señorío social, que se esconde a nuestra experiencia
dolorosa del país actual. Para inmiscuirse, Dios espera por estos actores como
testigos esforzados de la destrucción. Aún
en tiempos de obscuridad tenemos el derecho de esperar cierta iluminación que
puede provenir menos de teorías y conceptos, y más del pensamiento[4].
El pensamiento en la acción de verdaderos testigos no puede menos que ser
creador no sólo de explicaciones sino sobre todo de invención de caminos para el
aprendizaje social de los grupos y de las mayorías. No se trata de que nos
cuenten la historia, sino que nos señalen al ser constituyente de lo venezolano
en su proyección al futuro. La luz del culto
al héroe[5]
(Bolívar) ensombrece todo, lo mismo la claraboya que pretende la narrativa de
lo público, que junto con el mediodía
de la cultura matrisocial, terminan
por encaminarnos al claroscuro del sentido social. Al fin, la noche de la “mala
suerte” la achacaremos a que Dios nos ha
abandonado.
¿Por
dónde anda nuestro pensamiento sobre el país en este momento de destrucción? ¿Acaso
necesitamos que de nuevo nos descubran otros para sumar extraños señoríos que
nos desvíen de los señoríos que nos dimos en nuestra historia social?
Para que no ocurran desvíos, además
inciertos y oscuros, necesitamos testigos de lo nuestro, de lo que queremos ser
y que vayan identificando nuestra “buena suerte”. Porque hemos de confesar que
tenemos vacíos sociales, ante los
cuales no podemos taparnos los ojos (o excusarnos) acudiendo a Dios. Falta un funcionamiento del orden básico que nos soporte como sociedad; falta compromiso
para el cumplimiento de las normas
fundamentales que nos constituyen
como país; falta una idea de proyecto de
sociedad que nos garantice
nuestra existencia vital.
El papel de los testigos es profundamente
ético. Porque nos deben orientar sobre el modo de hacer funcionar el ordenamiento de nuestra vida colectiva: que no se
atraviese la economía con la política, y viceversa, para que tenga lugar el respeto mutuo, y a su
vez que existan los servicios públicos adecuados como clamor de la fase reivindicativa más elemental. Las
ONGs (PROVEA) contabilizan 214 protestas para 2014, y para en este momento de
2015 ya llevamos 321, y anotan que su frecuencia va en ascenso.
El nivel reivindicativo congenia
suficientemente con nuestro ser cultural: bravo, díscolo, indolente, desdeñoso,
irreverente…Pero se muestra como herramienta insuficiente para pasar más allá
de sí. Con él sólo no es posible que se sostengan las instituciones (modernas).
No quiere decir que no haya gente en Venezuela que impulse lo societario
constitucional con carácter institucionalista, y con el mismo esfuerzo que
demande la organización de lo formal y jurídico. Pero este nivel del negociar las
leyes suele llevarse a cabo sin una lucha social que lo respalde y soporte la
negociación. Más bien la cultura matrisocial, cuya complacencia antisocietaria
describe Briceño Guerrero en el discurso
salvaje[6],
deniega el esfuerzo societario de la gente ilustrada y las formalidades
legales.
Tenemos que admitir que nuestro impulso
societario (nuestra paideia, según
Briceño Guerrero) nos viene siempre de fuera y se condensa en las formalidades,
nunca en nuestro funcionamiento posible ni en nuestro proyecto deseable. Lo que
no quiere decir que no tengamos recursos de pensamiento y acción para que nos
esforcemos en redescubrirnos a nosotros mismos y utilizar en la difusión
cultural aquella herramienta de la aculturación
antagonista[7]:
asumir los medios ajenos y hacer que funcionen según nuestros fines, es como se
hacen propios, de nosotros.
Preguntarse ahora por qué Venezuela no
funciona como país (ordenado) es un asunto que se le presenta a todo aquél que
se detenga a pensar un poco. Permanentemente los actores que se presentan por
la televisión, hablan por la radio y escriben en los periódicos, constatan la
baja calidad de nuestra cultura política; tanto es así que sus tertulias,
programas, artículos están dedicados a elevar ese nivel cultural en el pueblo
venezolano[8].
¿Qué
hacer ante este panorama de país?
En este panorama parece que todo está por
hacer. Los líderes y minorías activas tienen un ancho campo, vertical y
horizontal, para la acción, conducida por el pensamiento. Hay que saber pensar,
a lo que va asociado el aprendizaje del saber pensar un país: observación,
intuición, comprensión, todo ello referido a una idea, idea que se tiene que ir
refinando sobre lo que debe ser un país moderno: su funcionamiento, su
constitución y su proyecto. Apropiarse de todo este proceso lleva a los actores
sociales (líderes y minorías) a ser testigos de los faltantes de país en
Venezuela.
La acción implica que los líderes tienen
que mirarse a sí mismos: primero para ver cómo está el país en su vida
personal, para poder medir fuerzas internas y que su acción surta efecto en las
mayorías y los grupos. Porque primero se siembra en uno para que la cosecha se
multiplique en muchos. Este efecto proyectado debe soportarse en el
desprendimiento personal, grupal, minoritario (siempre la unidad de la acción
es particular, de iniciativa propia) para que los líderes sean reconocidos por
los grupos amplios y las mayorías. Es el nivel de la gratuidad y de la esperanza.
De lo contrario, se asomarán pronto los
aprovechados, carentes de la gracia del liderazgo y de futuro esperanzador. La
gente venezolana pronto sospecha (por cultura es desconfiada) de las intenciones de los que proponen soluciones, y,
por otra parte, muy confiada (también por cultura es confianzuda), por lo que termina siendo una abandonante o dejada,
de suerte que descarga en el líder o minoría activa la solución de los problemas.
Sincerar este proceso supone escuchar al otro, al que se pretende orientar
(grupos amplios y mayorías) y encarnar la escucha en iniciativas, de suerte que
comprometan al otro en la tarea de cambiar la situación, negativa para todos.
El papel de los testigos (líderes y
minorías activas) consiste en canalizar la norma social. Frente a ellos, el
poder de dominación dirigirá toda una propaganda de desprestigio para disminuir
su reconocimiento público. En Venezuela este proceso de descrédito se
caracteriza por el trabajo fácil de motejar, por lo más bajo, a su contrario
político: el motivo sexualizante es el más cómodo pensado además como el más
mortífero. Los testigos están expuestos también a la amenaza para conseguir el
miedo e inculcarlo en los grupos y mayorías.
Los líderes y minorías activas, impulsados
a ayudar a la colectividad venezolana, deben revestirse de una coraza
resistente, porque siendo los testigos
del señorío nacional están llamados a afrontar al poder de dominación
enajenante, pero también a la situación de pasividad de los grupos y mayorías.
Los pueblos suelen ser conservadores, es decir, acomodados a su situación; la
gente, y precisamente por su baja calidad política, se acostumbra más
fácilmente al desmedro de su situación. Sólo minorías o líderes ilustrados son
los que intuyen los peligros o tienen visiones de las mejoras para todos; pero la activación de esas intuiciones y
visiones tienen que ir acompañadas de favorecimientos
en las condiciones vitales de la gente, aunque sea como promesas de futuro
viables.
¿Cómo
reconducir la ruptura, que suponen las iniciativas sociales, con la
correspondencia del ser cultural en la Venezuela matrisocial?
El liderazgo tiene como meta el trabajo de
las relaciones sociales del grupo, que a la larga se condensará en la
organización de la sociedad. En Venezuela hay que contar que, por cultura
matrisocial, la gente no acata a nadie: no sigue a nadie con conciencia, si lo
hace es por automatismo con miras a obtener un privilegio, que puede ser una
dádiva. Dicho trabajo de la sociedad prosigue en la ampliación de la acción
colectiva. Histórica y culturalmente se trata de desencadenar la experiencia de
un intercambio social del que Venezuela adolece desde el día siguiente de la
batalla de la independencia política en 1821.
En la idea de indicar hacia dónde vamos
como país, y a dónde podemos llegar, se encuentra el llamado a la
responsabilidad de los grupos y mayorías por el cumplimiento de las leyes que
nos vamos otorgando. Esta siembra es la de la esperanza. Como toda
consideración política tiene la medida forzosamente nacional, sus efectos no
tendrán otra eficiencia que la nacional. Hay cosas que preocupan
individualmente, pero terminan sólo como un sentimiento desagradable, no más: me
preocupan únicamente a mí, por mi información o por mi sensibilidad. Son los
mecanismos de la distancia, de los otros (grupos amplios y mayorías), y de la
convivencia social los que tienen que actuar.
Los líderes y las minorías juegan el papel clave
de lograr la convocación de las asambleas
de sociedad (de ciudadanos) que son
las que deben decidir la acción. El conjunto del liderazgo, las minorías
activas y grupos de gente preocupada en acción, son sólo mediadores, puntos nodales, para que el verdadero protagonista del señoría nacional sea la asamblea de
sociedad. Aquéllos detentan la fuerza y la gracia de ser testigos. El
testimonio significa aquí exponer, en la situación de la destrucción actual del
país venezolano, que los deberes cívicos tradicionales han dejado de contar
como obligaciones por remitir a una moral anterior, para pasar a ejercerse como
derechos en cuanto poder libre del que cada uno es responsable y que le
compromete completamente[9].
Ahora se trata del derecho al emprendimiento
(empresa), al consumo (mercado), al conocimiento, al trabajo, a la sanidad,
etc. El deber pertenece a una moral particular, donde se contiene la obligación
y el cumplimiento de la ley a ciegas. En esta moral anterior, las cosas nos han
ido mal, y nos irán peor, porque además se nos niegan todos los derechos, y sin
derechos no habrá justicia civilizada (=universal). Todos los ciudadanos estamos llamados a ser testigos por iniciativa
e imaginación y a dar testimonio en lo mínimo y en lo máximo, en el gesto y en
el discurso de asamblea. Con más razón deben
ser testigos los responsables por su preparación en el conocimiento y en la
dirección de grupos económicos, culturales, políticos. Es como nos irá
mejor a todos. El testimonio es la semilla de la esperanza. Anímense unos a otros, nos dice San
Pablo, como buenos ciudadanos que son ustedes.
[1]
José Manuel Briceño Guerrero: El
laberinto de los tres minotauros, Caracas: Monte Ávila Editores, 1994.
[2]
Matrisocialidad: es el concepto que acuñamos para definir (explicar) la honda
dependencia materno-filial en la sociedad venezolana, y que orienta el sentido
general de las relaciones sociales. Dicho sentido muestra una dirección
negativista para con la realidad, expresada en el desdén e indolencia de la
colectividad social al considerar sus propios problemas, por lo que no termina
de solucionarlos, al revés los agranda (S. Hurtado: La sociedad tomada por la familia, Caracas: Ediciones de La
Biblioteca, Universidad Central de Venezuela, 1999).
[3]
Es el concepto de S. Moscovici: Psicología
de las minorías activas, Madrid: Morata, 1996, para explicar el concepto de
la influencia social. Es el autor también de La era de Las multitudes. Por su carácter de dinámica proactiva, se
diferencia del concepto de las minorías selectas o ilustradas de carácter más
socio-estructural que defiende José Ortega y Gasset, el autor de La rebelión de las masas.
[4]
Hanna Arendt: Hombres en tiempos de
oscuridad, Barcelona: Gedisa, 1992. Arendt toma el título de una obra de
Bertohl Brecht
[5]
Clarividente de nuestra historia, el economista Domingo Alberto Rangel escribe
en la idea de suspirar por los héroes: “Dejando a Chávez, quien no inventó el
culto a Bolívar, hay algo más inquietante. ¿El culto a los héroes no denota,
traduce o expresa un complejo de frustración nacional? No lo sostengo, apenas
lo sugiero” en “Chávez, la oposición y
el culto a los héroes” (Semanario Quinto
Día, Caracas 14 al 21 de noviembre
de 2003, 4 Opinión). El economista no tiene las herramientas para
culminar su problema, el antropólogo de carácter etnopsiquiátrico, lo sostiene
y lo ha apuntado por diversas obras sobre todo cuando desarrolla los desórdenes
étnicos matrisociales.
[6]
Remitimos al libro citado de JM. Briceño Guerrero.
[7]
Es el concepto inventado por el etnólogo y psicoanalista, G. Devereux, para
trabajar este proceso de la difusión cultural que puede aplicarse bien a nuestra situación de la política cultural.
(Cfr. Etnopsicoanálisis complementarista, Buenos Aires: Amorrortu, 1975.
[8]
Rafael Uzcátegui: “Hegemonía y banalidad”. Tal
cual, ArmandoInfo, 12 al 18 junio de 2015. En Radio Caracas Radio (RCR) el
programa “Doctor Político” de Luis Enrique Alcalá que comienza a las 12 m. los
días sábados está dedicado a elevar la
cultura política del venezolano. Estos autores representan sólo una muestra.
[9]
Véase sobre estas ideas a Maurice Blanchot, La
escritura del silencio, Barcelona: Revista Anthropos, n° 192/193, 2001,
37-38.
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