“Un mismo efecto de
reforzamiento de la regla
y del poder, ligado con una afirmación de la
necesidad y la inocencia de
la función soberana,
se revela con ocasión de la práctica de los
‘actos al revés’
y del recurso a los rituales de
inversión o de rebelión
dramatizada”
(Balandier, 1969,131)[1]
“Una vez que hayáis jurado
las Cortes os jurarán
Soberano de Castilla
sin deciros Majestad
que es título extranjero
que Castilla no ha de dar”
(López Álvarez: LOS COMUNEROS)[2]
Lo comunitario define un
momento del colectivo popular. Pretende recoger los resultados de un tema más
amplio como es la fiesta. Los
ingredientes delimitativos de lo comunal se identifican con el potlacht y la fratría.
Mauss (1971) en el ENSAYO
SOBRE LOS DONES[3]
proporciona los elementos de la dinámica del potlacht. Hay pueblos que desarrollan su existencia en un potlacht incesante, esto es, en una fiesta permanente con base en festines, mercados y diversiones
sin interrupción, orgías que son al mismo tiempo encuentros hieráticos del
colectivo popular. Otra dinámica de esta estructura de prestaciones y
contraprestaciones consiste en la competencia o rivalidad. Todo es agonístico,
tanto en el momento de ofrecer el
presente, como en la destrucción derrochadora de los bienes recibidos como
presente. Se trata de demostrar siempre superioridad frente al otro. Con esta
lucha competitiva a nivel de la igualdad, los jefes de cada grupo pugnan por mantener dentro del pueblo la
jerarquía de sus propios grupos. Finalmente, junto a la obligación de recibir, existe la obligación
de devolver un contra-don en la forma de un don equivalente del don recibido.
Si no es posible corresponder, es decir, si uno se declara insolvente, el
resultado es la pérdida del honor, del prestigio,
del nombre, hasta de la libertad y con
eso convertirse en siervo por ser
deudor. El don forma parte de la persona que originó ese don; por lo que el don
tiende a circular con tendencias a regresar a su productor original. Con el don
la persona da también algo de sí, que el que recibe el don también percibe como
un ánimo imaginario. En consecuencia retener la circulación de los dones es
peligroso. Todo acaparador tiende a ser mal visto por el colectivo, y algo malo
le puede pasar. Para evitar este inconveniente, es necesario restituir un
equivalente.
Todo debe ocurrir o estar
en la existencia a través de un permanente intercambio. No hay libertad de
elección en este caso. Todo está prescrito, de suerte que las tres obligaciones
de dar, recibir y devolver configuran la estructura significativa de lo comunitario.
Si se utiliza esta
estructura para entender el mundo
imaginario de los dioses, obtenemos un proceso similar. Se observa la correlación dinámica de la inmolación u
holocausto, de la ofrenda o donación y la gracia como equivalente o exvoto. La
participación en el sacrificio de dioses y hombres configura también lo
comunitario en sentido imaginariamente vertical, pero con resultados
horizontales. Los hombres y los dioses pueden formar también comunidad.
Pero el don que idealmente
tiende a impulsar las relaciones comunales (de recíprocos), en realidad puede
engendrar desigualdades, si sus relaciones no cumplen de un modo homogéneo los
procesos asociados a los circuitos recíprocos. Mauss apunta a las diferencias
socio-políticas que produce la dinámica socialmente desigual del don:
1) el don no correspondido hace inferior al que lo ha
aceptado.
2) la invitación debe ser devuelta, aunque sea por
cortesía; de
lo contrario expresa un conflicto, al menos
potencial.
3) las pérdidas
o el derroche económico generan gloria, honor,
prestigio;
es necesario mostrarse como un gran señor, y en
aquellos
atributos consiste el señorío.
El proceso social contiene
sintéticamente dos consecuencias donde los elementos se presumen antagónicos:
1) El don se opone al contra-don como violencia
socialmente
agonística;
allí se juegan constantemente las relaciones de
señor y
siervo, en sentido amplio.
2) el derroche
económico en el sacrificio, fiestas y asambleas
(divertimento
sacro) engendra en réplica acumulación
de
poder
social; honor y prestigio (divertimento
político).
En el potlacht se resume un sentido de libertad profunda, consistente
en consumir hasta el derroche y donde el provecho o utilidad económica
es despreciado como nivel de servidumbre. Por lo tanto, hay una enorme
diferencia con la libertad económica que
proclama históricamente el capitalismo con el trabajador libre. En el potlacht, lo económico no está
autonomizado de lo social como en el capitalismo; todavía están subsumidas
dentro de los marcos de la fascinación mágica y del compromiso religioso para
con la comunidad fraterna, de los iguales. Lo político se desarrolla también y
es una prolongación del halo mágico-religioso
que obnubila lo social en las sociedades tribales. En sociedades con estado, en
que lo político se autonomiza primero y se seculariza después, lo político
intenta sobreponerse a la fascinación
mágica y a la entrega religiosa sin abandonar la dinámica ni la función
de las mismas, esto es, la de amalgamar
las contradicciones sociales.
La comunión mágico-religiosa
de la economía y la política en el potlacht
desemboca en la otra cara comunal que expresa lo igualitario de la organización
social y que tienen que ver con las asociaciones proféticas, militares,
religiosas, chamanísticas, sacerdotales, comerciales, políticas. Son las
fratrías. Estas se refieren a unidades sociales intermedias ubicadas entre la
base familiar (lo doméstico) y el gran grupo social (tribu, nación, pueblo).
Identifican a las hermandades (fraternidades), las afiliaciones (gremios), las
parcialidades (partidos políticos). Unidades menores pero de dinámica
condensada, son las que mueven el funcionamiento de la sociedad global, porque
representan la medida de la convivencia humana, mucho antes de encargarse de la
constitución societaria, que luce un papel más abstracto y de largo alcance
histórico. Allí lo político surge de su venero más puro, de su base igualitaria
y desinteresada, en cuanto compromiso para restar lo contradictorio, lo vacuo o
lo mermado de las relaciones sociales. Es el aporte más pleno que lo comunitario,
una vez colmado de sí, ofrece como instancia desbordante a la existencia de lo social, es decir, el carisma
de convivencia hermanada, que sin la búsqueda del beneficio, se desarrolla
transcendente a las relaciones de la sangre.
Aunque ha desaparecido la
importancia, la del primer plano, del sentido de la fratría en nuestra estructura
social, sin embargo, se restablece cuando el pueblo celebra sus fiestas.
Y ello ocurre como exigencia del orden social para el ordenamiento político, sobre todo de
implementación política. Esta difusión de lo fraternal a la organización sociopolítica
constituye la infraestructura de
realización del potlacht; ni la
multitud urbana, ni el pequeño grupo familiar, dan la talla de lo humano para
ello. Más allá de sus desviaciones y peligros, especialmente en sus procesos de
laicización, como las cadenas de la dependencia y las dictaduras de grupo, la fratría se propone como la posibilidad
(oportunidad y alternativa) de conjurar la emancipación y la libertad personales con la convivencia dentro
del sistema social.
Tomado de libro de Samuel Hurtado S.: Tierra nuestra que estás en el Cielo,
Ed. Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de
Venezuela, Caracas, 1999. 48-51.
[2] Se trata de un largo
poema dedicado al movimiento comunero de Castilla frente al rey Carlos I, de
Alemania V, cuya guerra se desarrolló entre 1519 y 1521. Fueron derrotados en
la batalla de Villalar de Campos (Provincia de Valladolid) por los realistas o
imperiales del rey y emperador. Es un poema de los años 1930 con ocasión de la
proclamación de la segunda república española.
[3] Marcel Mauss (1971): Sociología
y Antropología, Tecnos, Madrid.
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