Castillo de San Carlos Borromeo, Pampatar (Isla Margarita, Venezuela) |
En un foro que ocurría en la Universidad Central de Venezuela, 1976,
una funcionaria del Congo nos advertía de nuestra ignorancia (casi sentida como
estupidez) sobre lo que era no tener Estado. Todos los conflictos de África
eran de carácter étnico que se potenciaban debido a la falta de consolidación
del Estado. Nuestro criticismo venezolano anti-estatal se contuvo, aunque
seguimos rumiándolo contra un mal que parecía no tener remedio.
Años más tarde, el antropólogo anarquista, Pierre Clastres, nos
anunciaba con su libro La société contre
l’etat[1],
en lo que grupos étnicos del Amazonas brasileño pugnaban contra el surgimiento
del Estado.
Por su parte, Terry Cochran investiga en las sociedades complejas cómo
la producción del libro se propone como una lucha de la cultura contra el estado[2],
en cuanto poder hegemónico en la Nicaragua pre-sandinista.
La invención del Estado por la
sociedad ha supuesto siempre una verdad objetiva: organizarse para la
libertad y protegerse con ella a partir de la institución de la ley con
carácter universal. El resultado
histórico social contrajo esta verdad del Estado y la redujo a ser un
instrumento de la clase dominante. Ésta mezcló aviesamente la libertad con la
dominación, donde el desarrollo de ésta se hacía a costa de aquella. Este
proceso se pervierte en sumo grado cuando, además, el Estado es un producto fallido.
¿Logra Venezuela edificar un
estado en los tiempos de las naciones modernas?
En estos tiempos, no es posible tal edificación auténtica sin la
iniciativa y soporte de una clase social con industrias que aporte los recursos
al fisco, como base de la existencia y operatividad del Estado. En
consecuencia, el Estado coloca su poder político a la disposición favorable de
los intereses y libertades económicas de aquellas clases que propician la conformación
del Estado Nacional. El Estado no
tiene fundamento sin el trabajo
organizado de una población, ya no súbdita, sino como nación de ciudadanos[3].
En el caso venezolano, la emergencia de la economía petrolera y otros
minerales va a demostrar el camino de edificación de un estado, que surgiendo
del poder local de los cabildos y provincias como bases que venían organizando
la sociedad, va a operar en contra de ellos dañando el proceso de la paideia[4]
venezolana. La economía de exportación de materia prima petrolera presionará
para que todos los recursos de la nación se coloquen en manos del Estado. Así
el fisco estatal no va a depender de los aportes del trabajo de los formalmente
llamados ciudadanos. Estado y nación terminan por vivir, están viviendo de una renta, la petrolera, y además desorganizada, debido a la cultura recolectora[5]
portada por el colectivo venezolano.
Los grupos sociales que se apoderen del aparato del Estado pueden
imponer la marcha y el sentido de la
economía, y someter al resto de la población para, económica y políticamente,
ser explotada. El profesor de metodología en Sociología el año 1975, nos
planteaba esta posibilidad con el objetivo (era una escuela marxista la de la
UCV) que desde el estado, sin disparar un tiro, se podía orientar a Venezuela
según propósitos de un socialismo marxista. En
vista de lo cual lo fijé en mi memoria.
Aquel profesor marxista no contaba a su favor (más tarde lo hizo sin
saber mucho de ello) con la situación del ser cultural venezolano (su
populismo), ni con sus desvíos históricos que frustraban a Venezuela como
sociedad.
Por su ser cultural matrisocial, que supone desentenderse de su
realidad para dejarla en manos del Estado (raíz profunda del populismo), el
colectivo social venezolano se torna remiso al esfuerzo de constituirse como
una sociedad de la ley y la libertad. Le gustan las dádivas de un Estado al que
traspasa la responsabilidad de administrar los grandes problemas del país, a
cambio de que le redistribuya parte de la renta y el disfrute de privilegios.
Según ello, la historia da cuenta del aumento de la frustración
venezolana al verse acorralada por el militarismo entre caudillos y dictadores.
Sin embargo, siempre ha mantenido el fuego de su aspiración civilista y la
lucha por la igualdad. La oligarquía
liberal, de Monagas (1848) a Juan Vicente Gómez y aún Pérez Jiménez en el siglo
XX, representó un despegue de la acción del Estado contra la sociedad, del cual
a ésta le costó pagar con muchos presos, exiliados y muertos torturados, el
logro de mantener vivo el rescoldo de la libertad civilista.
El otro desvío histórico lo establece el Estado populista en 1945, que
se prolonga en el período llamado democrático (civil) después de 1958. Es una
etapa de la que no hemos salido, y más bien hemos profundizado con los
gobiernos del siglo XXI de inspiración neomarxista.
Las etapas históricas ocurren como secuencias en las que se repiten los
problemas fundamentales sin resolver, las trasgresiones a las leyes sin
castigar, los aprovechamientos de los bienes públicos que, si llegan a ser
imputados, no llegan a ser penalizados. Se lee a Todo un Pueblo [1898] de Miguel Eduardo Pardo y parece que estamos
leyendo la misma situación de la destrucción y desmentidos de la patria que
ocurren en el siglo XXI. Se repasa Transición
[1937] de Ramón Díaz Sánchez sobre política y nos parece que nunca vamos a salir
de lo transicional en el país, siempre comenzando de nuevo. O si se ojea De una a otra Venezuela [1948] de Arturo
Uslar Pietri, su lectura sirve para pensar los problemas que como colectivo
Venezuela no soluciona, pese a tener en su organización social un Estado
petrolero de primera línea.
Nuestra historia sigue desviándose respecto a lo que nos demanda ella
con relación a lo que debemos ser como sociedad. Ya Mario Briceño Iragorri aboga con desazón por la Defensa de nuestra historia [1952]. Y ante lo regresivo, llevado a
cabo por la ideología neomarxista de hoy día, los mejores historiadores vienen
dando la alarma como Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Pino Iturrieta,
Inés Quintero, etc.
El desequilibrio profundo de la estructura económica en que el Estado
(neomarxista) nos puso a vivir radicalmente con relación a la renta petrolera,
no sólo conduce a la volatilidad de la economía sino también a la flacidez de
la sociedad. Significa que el Estado dispone de inmenso volumen de riqueza, a
costa de tener postrada a la sociedad en la pobreza. El resultado es la
terrible dependencia de la sociedad
cuya existencia se va a expresar en las relaciones sociales disgregadas de un gentío. En términos de pueblo, éste expresará su realidad
social como una plebe.
En tal situación, no podemos esperar sino que el (contenido del) país
se evapore, y hasta que pierda la forma de su existencia. Sin organizaciones,
ni instituciones sociales (las que existen son reconfiguradas como estatales:
consejos comunales y comunas), sin grupos de notabilidades (ausentes o
abandonantes de su responsabilidad en cuanto a la orientación del pueblo), el Estado
termina por capitalizar todo el tejido social. Apoderado de toda la sociedad,
el Estado profundiza el trayecto del populismo radical.
Así ocurrió en la revolución francesa, que eliminó toda organización
intermediaria: terratenientes, iglesia, comunidades, familia. El ciudadano
quedó solo ante el Estado. Hasta el que se alzó con todo como dictador
carismático, Robespierre, se expuso también al desamparo; de este modo sus
enemigos tuvieron la ocasión de llevarlo a la guillotina.
Sin mediaciones para dirigirse al Estado el individuo se encuentra con
la burocracia, que, como un aparato imponente, identifica por antonomasia a la
entelequia del Estado. Sin ropaje social que le asista, el individuo se
encuentra impotente y reducido a un ser presocial, en condición de solo e
íngrimo, ante el poderío absoluto, político y económico, del Estado.
¿Qué es lo que se propuso el
régimen venezolano desde el año 2000?
Disminuir, adelgazar y hasta eliminar las organizaciones que cumplen el
papel del ropaje mediador entre el individuo y el Estado: partidos políticos,
colegios profesionales, centrales sindicales, asociaciones de empresarios,
organizaciones de voluntariado.
¿Cómo lo ha venido haciendo?
Con una política proteiforme: Desconociendo sus identidades, retrasando
sus dinámicas electorales, negando las contrataciones colectivas, destruyendo
la libertad de expresión mediante la negativa de posibilitar los insumos para
la prensa, televisión, persiguiendo periodistas, intelectuales, congelando los
salarios a los profesores, y jamás dando lugar ni reconociendo a la opinión
pública, alma de la democracia. El régimen neomarxista que tanto alarde (alaraca) hizo y hace contra el
imperialismo y los monopolios, no hizo otra cosa que concentrar poder, hegemonías y despojar a
las sociedades locales, distritales y estadales de sus instancias organizativas
con sus correspondientes recursos. Pero no destruyó el sistema de privilegios,
cónsono con el sistema de la personalidad carismática del comandante o caudillo
y con la lógica de las lealtades del vasallaje corporativo.
Si no puede suprimir de un todo las organizaciones, ni sus autonomías,
las pone a un lado abandonándolas económica y políticamente. Su respuesta es construir
organizaciones paralelas pro-estatales. Crea milicias como un cuerpo de
ejército, funda guardias y policías nacionales, universidades bolivarianas y
convierte en tales a las no autonómicas, organiza estructuras financieras como
el FONDEN y CADIVI[6]
para reservarse y desviar para su provecho particular un volumen considerable
de capital financiero, al mismo tiempo que coloca bajo su control absoluto el
sistema cambiario de divisas; crea un orden hospitalario como el Barrio Adentro
y los CDI[7]
dejando marginados a los hospitales tradicionales de la ciudad; legaliza a
médicos comunitarios para desalojar a los médicos con experiencia y graduados con
postgrado por las universidades; con leyes laborales nuevas destruye la
vitalidad empresarial privada al disminuir las horas diarias de trabajo (de 8 a
6) y establecer que los trabajadores disfruten como no laborables dos días
continuos en la semana. Al sistema de distribución de alimentos le coloca una
organización paralela, MERCAL; genera escasez de la producción mediante la
expropiación de haciendas y empresas agroindustriales, y se reserva la
importación de alimentos con un porcentaje aproximado del 70%. El Estado se
hace más dependiente del exterior y más monopolizador de los recursos
nacionales. El resultado es un colectivo social cada vez más encerrado en su
geografía nacional, depauperado y desamparado, sometido a largas colas a las
puertas de los establecimientos, accediendo a éstos según el día que indique su
último número de cédula de identidad y sus huellas dactilares.
En este reducto social, se propicia desde la política de las altas
esferas el contrabando exterior e interior, una de cuyas expresiones es el
personaje identificado como bachaquero[8].
Por el acaparamiento ilegal de los productos que se lleva a cabo por esta
actividad mafiosa, los consumidores tienen que pagar, en calles y plazas, un quíntuple
y más del costo marcado y estipulado en el mercado normal por los productos.
Aliado con el sector malandro
de la sociedad, el Estado ha organizado zonas
de paz en torno a Caracas, paralelas al sistema carcelario. Ya éste sistema
está configurado por el liderazgo de PRANES[9],
que dirigen desde dentro de las cárceles las incursiones a las ciudades cuyo
objetivos son robos y, secuestros y aún muertes si se dificultan los objetivos
anteriores, por parte de las bandas de malandros. Las zonas de paz aparecen como áreas de reserva de malandros, con el objetivo político de área de despeje de las fuerzas de
seguridad del Estado. Con esta forma de organización malandrín, la sociedad se
encuentra cada vez más sitiada, colaborando ello con las políticas de
amedrentamiento a que está sometida la sociedad por el dominio y el control
represivo del Estado.
Las políticas públicas del Estado neomarxista presionan para que lo
poco que queda de sociedad civil esté condenado a extinguirse: el Estado no
reconoce a las organizaciones no gubernamentales (ONG) ya desde el principio,
por aquello de que el Ministro del Interior pronunció: ¡la sociedad civil! ¿Cómo se come eso? Convertido en sociófago, resulta que el Estado no sabe
cómo se come la sociedad.
Al actuar como un enclave de la sociedad, el Estado no modifica al país
positivamente, todo lo contrario, desde su posición de enclave puede saquear al
país y saquearlo impunemente. Si todo intento de revolución en los tiempos
modernos, se queda en una nostalgia del pasado, en América Latina, y aún más en
la Venezuela matrisocial todo ese intento de revolucionar al país es regresivo.
Es decir, la cultura que nos define como
seres sociales a partir de una lógica familista (materna) que nos da el
concepto de matrisocialidad, colabora como fagocitadora
de la sociedad; dicha colaboración le permite al Estado en Venezuela todas las
facilidades etnopolíticas para aplicarse a sus políticas de explotación
económica, y con ello seguir políticamente engullendo (fagocitando) a la sociedad
como un todo. Es la tentación totalitaria del Estado.
Todo comenzó con la aplicación de la
ley Cha al hato Piñero, la solicitud del millardito al Banco Central, siguieron los eufemismos del exprópiese de empresas,
haciendas, edificios, manzanas citadinas (todo venezolano entiende el contenido
cultural de recolección[10]
de tal política). La mayor destrucción de la sociedad siguió con la exportación (emigración por crisis
económica y social) del único pero de gran competencia, del producto elaborado
que preparan las universidades: el recurso humano de cientos de profesionales.
¿Qué quedará al fin de este
despojo de la sociedad venezolana, que se está haciendo desde el Estado, para
poder reconstituirse, como es su destino perentorio?
La Venezuela de hoy representa un buen caso de cómo la historia social
tiene que armarse éticamente en su moral para resistir su enajenación por el
Estado, y vencer al mito cultural, que la condenó mediante las políticas del
Estado, a desviarse de su quehacer y hasta de sí misma.
Sobreponerse y superarse a sí misma es la solución ética por excelencia.
Dicho de otro modo, es una exigencia de los Derechos Humanos, de la dignidad de
una sociedad.
[1]
Pierre Clastres: La société contre l’etat,
Les Editions de Minuit, París, 1974.
[2]
Terry Cochran: La cultura contra el
estado, Frónesis, Cátedra, Madrid, 1996.
[3]
Dominique Schnapper: La comunidad de los ciudadanos, Alianza, Madrid, 2001.
[4]
El tema problemático de José Manuel Briceño Guerrero en el libro El Laberinto de los tres minotauros,
Monte Ávila, Caracas, 1994, es precisamente la paideia. Se trata de una
complejidad humanizante donde la educación tiene el papel de llevar a mayor
plenitud lo humano. “No se trata de un sentido didascálico, sino de un gran
proceso de transculturización unificante y universalizante” (P. 129).
[5]
La cultura ancestral del venezolano en términos de la estructura social es de recolección. El sentido de su proceso
productivo está signado por las unidades del conuco y el hato. Se trata de
cosechar donde no se ha sembrado (trabajado). Todo nuestro sistema de
exportación de materias primas obedece a una lógica recolectora. Como la
práctica de la exportación del petróleo va teniendo un siglo de activación se
está logrando un poco de cultura rentista, pero no mucho porque sigue siendo desorganizada al revés de Noruega y los
Países Árabes. Si nos colocamos en términos antropológicos decimos que nuestra
cultura ancestral es matrisocial: el
sentido de familia orienta nuestras prácticas sociales.
[6]
FONDEN: Fondo Nacional para el Desarrollo Nacional
CADIVI:
Comisión de Administración de Divisas.
[7]
CDI: Centro de Diagnóstico Integral. Barrio Adentro es un programa social que se caracteriza por utilizar médicos
cubanos para ofrecer salud a las zonas pobres del país.
[8]
Bachaquero viene de la hormiga grande llamada bachaco, que porta sobre la
cabeza los alimentos que acarrea. La práctica originaria procede de Colombia
con relación al contrabando. En Venezuela ha tomado rótulo de popularidad
referida a un nuevo trabajador de la economía informal. Es un comercio ilícito
que se lleva a cabo por medio del contrabando de renglones económicos, cuyo
mecanismo es vaciar los anaqueles de productos regulados (bajo precio) de los
establecimientos; así los escasean al acapararlos y ésta es la oportunidad de venderlos en calles y plazas a un precio
muy superior. Es una práctica ilegal a la que el Estado no le pone remedio.
Esta práctica en el contrabando internacional es sumamente rentable.
[9]
PRAN: Preso, Rematado, Asesino, Nato. Indica el que se alzó con el liderazgo en la cárcel y dirige desde dentro las
fechorías en el exterior carcelario, y con ello adquieren un papel político de
vinculación con los funcionarios del gobierno.
Un malandro se refiere al
malandrín, que va del ladrón como ratero hasta el ladrón en grande, y puede
llegar en su carrera hasta asesino. El eufemismo de zona de paz funciona como una reserva
de población con objeto de preservarla. En Estados Unidos se aplica a la
localización de un grupo indígena. Como zona de despeje nos recuerda a las
zonas de despeje de la guerrilla en Colombia. El eufemismo de zona de paz indica ya su objetivo de
alianza política.
[10]
En perspectiva antropológica, la recolección
es una institución cultural: recoger lo
que está mal puesto es lo mismo que cosechar
donde no se ha trabajado. En la perspectiva sociológica, lo cultural suele
generar las malas mañas, pues en la sociedad sustraer lo que no es tuyo
definido por el trabajo, se refiere a
una institución social llamada robo.
El dicho muy popular: No me des, ponme
donde haiga, supone un umbral donde se confunden los límites de la
recolección y el robo. Sólo el trabajo de los conceptos aclara el umbral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario