soledad de la Gran Sabana y sus tepuyes (Guayana venezolana) |
CORIFEO
Vengo de un reino extraño,
vengo de una isla iluminada,
vengo de los ojos de una mujer.
Desciendo por el día
pesadamente.
Música perdida me acompaña.
Una pupila cargadora
se adentra en lo que ve.
Mi fortaleza,
mi última línea,
mi frontera en el vacío
ha caído hoy.
Rafael CADENAS: “Una isla”. Poemas Selectos, bid & co. Editor,
Caracas, 2004.
Retumba el
valle de Santiago de León de Caracas. Truenos y relámpagos se asoman por todas
las cumbres. Segunda quincena de abril. Es el pregón de la primavera del
invierno[1].
Estamos a disposición del cielo, y aún de los dioses de arriba.
La tormenta pregonera sobrecoge y encierra a uno en su soledad.
Con el cataclismo social que nos
rodea, el país también siente que se
queda solo.
Se imagina
uno entonces que habita un fantasma, esperando que esas fuerzas de la
imaginación no terminen siendo realidades. Pensar en soledad[2]
lleva a entregarse a impulsos de alma que al llegar a su clímax terminan por
ser tu verdad.
Así comienza
la lucha de las imaginaciones: me gusta estar solo para acopiar recursos útiles
al servicio del país, pero no ser un como
un solo aislado que expresaría a un cierre del país. Macondo lucha contra las 100 soledades del
aislamiento, para que Macondo como país no se quede en solitario dentro de la
carrera (tour) de las sociedades.
Al cerrar el
país, se magnifican las particularidades como cosas endógenas: la música
llanera, el paisaje de aventura, la gastronomía local, la cultura propia. Se
ofusca la inteligencia para tapar complejos de inferioridad haciendo creer que
el país está feliz porque se le acabó la historia de sus afanes y trabajo.
Larga
tradición cultural tenemos en esa lucha de las imaginaciones por alcanzar la
soledad como ensenada fértil para el río crecido del país o por desvirtuarla
como aislamiento de tormenta destructora. En Bruselas quedó el lábaro de los
tercios (militares) con la dedicación de la Virgen de la Soledad. Por aquél
entonces (siglo XVI), el desarrollo humano comenzó a pensarse desde las
soledades poéticas y a fructificar en experiencias humanas en crecimiento. Los
individuos, las instituciones, las naciones comenzaron a desplegarse con vida
autónoma. Garcilaso de la Vega escudriñaba la soledad a las orillas del río
Tajo. San Juan de la Cruz en su soledad
sonora buscaba la verdad de su unión mística con Dios, la máxima Soledad.
Otros poetas
comenzaron a titular sus poemarios con la palabra en plural SOLEDADES: Góngora
lo hizo en su siglo de arte tenebrista (siglo XVII) y Antonio Machado en la
curva del tiempo del modernismo representado por Rubén Darío. Góngora y Machado
pretendieron cantarse a sí mismos, o, cuando más, el humor de su pueblo. Tal
sofística, aunque era un “buen antídoto para el culto sin fe de los viejos dioses”[3],
no era suficiente para el sueño de nuevas restauraciones con cuentas herrumbrosas:
se innova o se perece (o inventamos o erramos, diría Simón Rodríguez el maestro
del Libertador Simón Bolívar).
El Quijote,
su autor, que presionó con fuerza para que lo dejaran venir a América, y el
Macondo que floreció en estas tierras, denunciaron, con todas las armas de su
imaginación, los desvíos malsanos de colocar a nuestros países unas puertas
cerradas. Fueron dos grandes poemas que encabezaron la lucha por la libertad,
la política y sobre todo lo social.
“Si, al héroe de Cervantes y a los lectores
tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la
existencia de un mundo aquejado por el paro, corrupción, precariedad, creciente
desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que
actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará
siempre un refrán para defenderla.
“Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad
y lo ilusorio de nuestras vidas, esa exquisita mierda de gloria de la que habla Gabriel García Márquez al
referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los
sufridos luchadores de Macondo.
“Como dije hace ya bastantes años, la locura
de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a Cervantes y asumir
la locura de su personaje como una forma superior de locura[4].
Pero
llegaron los impostores del Quijote y de Macondo que recluyeron la libertad en
una soledad de laberinto. Así desviaron la libertad a vivir entre enredos
políticos y la pretendida incapacidad de la economía: solucionar los problemas
fundamentales del país se entendió como una quijotada o un realismo maravilloso
de Macondo.
Empezaron
también las dificultades de aplicación del mito poético al sentir la verdad de
la brillante locura del Quijote y Buendía. Se cruzó con la soledad la actuación
de los sueños de la razón: sus utopías y sus pesadillas. Segismundo enhebró el
tejido en el Auto Sacramental en el siglo tenebrista:
“Y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son
aunque ninguno lo entiende.
………………………………………..
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño,
y los sueños sueños son.
En nuestro
mundo cultural, el sueño no representa sólo el trayecto del descanso biológico,
se infla también con los soplidos de la imaginación en lucha con la
trascendencia de la vida, conducente a la posible locura. Otra vez el siglo
tenebrista con Calderón de la Barca aportaba el insumo negativista, que
evaluamos al pasar a nuestro apesadumbrado siglo XX de la mano de Octavio Paz.
La deserción de los dioses aztecas ante el cumplimiento de su ciclo temporal
(esperarán su retorno según el mito) mantiene a los iberoamericanos en una
expectación en vilo[5],
causa del derrotismo, del cierre y hasta de entrega del país y aún del
continente. Nuestra imaginación es la de un soñar despiertos, donde los
espejismos que produce nuestra cultura, multiplican las tolvaneras que
obnubilan nuestro país real[6].
¿Cuál puede
ser la sustancia de nuestros sueños, esta vez con los ojos cerrados, que a su
vez pueden dar sentido a nuestro acto de soledad auténticamente productiva?
Persisten en
nuestro país venezolano el vacío o la esclerosis de los vínculos sociales, que,
como nostalgia del quehacer, encuentran de nuevo en nuestros poetas su mejor
habitación para ser remendados. Rafael Cadenas, Hanni Ossott, María Vázquez, y
nuestra mística por excelencia Patricia Guzmán con su poemario titulado SOLEDAD
INTACTA. De nuevo, nuestra poesía, como un refresco del pensamiento, bebe de la
tradición sufí y española, que a veces termina con su fogonazo místico en
silencio de contemplación pero pendiente de los problemas fundamentales del
país. Así rezuma Mario Benedetti sobre la soledad como un fuego mudo.
¿Qué insumos
culturales componen nuestros sueños que convierten nuestro campo fértil de
soledad en intrascendente ventana para quien mira solo en su aislamiento? ¿Cómo
revertir nuestro cierre de país a partir de una imaginación creadora, que
acompañe a nuestro compromiso de mantener puertas y ventanas, hasta habitar
casas sin techo para que nos llegue toda brisa y aún tormenta, ríos y
quebradas, abras de Catia y Petare, limpiando el cielo de Caracas como lo hacen
todos los días?
Antonio
Machado piensa que la misión del poeta es inventar nuevos poemas sobre lo
elemental humano, poemas que viviesen por sí mismos, porque han sido soñados en
la soledad de la vida, atenta a la trascendencia de los sentimientos
colectivos. No se trata solo de mostrar una intimidad personal, ni el contenido
psicológico es la meta. Hay que entrar en las Reglas del Juego[7],
en la ley que permite recorrer el laberinto del país, comprender su
descubrimiento y adivinar como trascenderlo hacia una gracia de salvación.
Porque
alguien inventó este país de Venezuela, y su autor modelo (su cultura) que nos
permite leerlo, aún con ficción, nos hace entrar en una apuesta con objeto de
detectar la estrategia de su hechura. Introducirnos así en este misterio de
país, y no perdernos en el intento, supone atinar con la competencia de que
dispone dicho país, que es su cultura misma. La cultura como texto y autor, y
su lector (el agente), debemos descubrir las Reglas del Juego (la ley pero
también antes en el mito) en el mismo acto que descubrimos que estamos en el
laberinto mismo del país en su soledad.
No se
pretende descubrir nuestra estadía en dicho laberinto contando con su
ontología, o su filosofía, ni siquiera su psicología, a no ser como apoyo a una
crítica de la (etno)cultura. Aquí convergen la historia y la poesía. La ciencia
de la cultura (la antropología) puede penetrar y fundar tanto las visiones del
historiador como las visiones del poeta. La buena historia es un relato de conjeturas y la poesía es una ventana
abierta a las apuestas. Ya no se
trata sólo de estar en el laberinto
del país, sino de obtener una sabiduría
del país
Nosotros
apenas hemos logrado llegar a la soledad del país, a sensibilizar y a saber de
sus sueños vivos y sus anhelos trepidantes, de sus hambres ancentrales y sus
apetitos insepultos. Porque otra vez la lucha es cuerpo a cuerpo con el
laberinto mismo: los discursos de sabernos dentro son contradictorios; lucha
feroz a veces como la de tres minotauros en disputa, con ansias de liquidar al
adversario o para resucitar con él. Lucha difícil porque el ser cultural está
amasado con odios agrestes como son los resentimientos.
“En cuanto a mi residencia, me jacto de
tener muchas moradas. No sólo habito los “indios” y “negros”, y a los pardos de
toda graduación, sino también a los europeos segundos y primeros de América y,
muy especialmente, a los que me odian y persiguen en los otros grupos porque no
pueden expulsarme de su propio corazón”[8].
El país en
su soledad agonística es empujado a desplazarse hacia una situación de
aislamiento. La tentación mafiosa[9]
es llegar a cerrar su última puerta. Un país aislado es un país de muerte. Nos
queda un postrer esfuerzo por conectar las soledades (las almas) de cada
individuo para orientar con exactitud la acción para la resistencia de
sociedad. En Venezuela venimos retrocediendo abismalmente, cuando todos los
países están ya “inmersos en el paso que
lleva de una sociedad basada en ella misma, a la producción de sí por los
individuos”[10].
Ahora no
consideramos el tipo de soledad que lleva a la depresión, sino a la soledad que
conduce al individuo moral (al país) a encontrarse consigo mismo y a
reconocerse en sus actos de libertad. Tal es la Regla de Juego, donde el autor
(la cultura) que diseña esa soledad necesita con urgencia comunicarse con el
lector, para someter a la crítica el valor de los vínculos sociales, necesarios
para restablecer el tejido social en su autenticidad originaria (en su
soledad).
Si un dios
envidioso deshizo nuestra estameña social, es preciso que el hombre creador
(venezolano) lo desafíe y reconstituya la soledad dañada del país. Nuestra
ciencia de la cultura, como compromiso de lealtad, vela por ese trabajo, aunque
como confidente del país, el lector (antropólogo) tenga que alejarse,
objetivamente, con respeto[11].
[1]
En el trópico sólo se tienen dos estaciones: la estación lluviosa (invierno) de
mayo a noviembre y la estación seca (verano) de diciembre a abril. Comenzando
el período de lluvias y el de verano, pero también entre medias de las
estaciones como febrero y septiembre suele haber períodos de floración de
árboles y arbustos, a los que podemos identificar como primaveras cortas.
[2] La
poetisa Ossott incentiva sus poema con motivos de soledad:
“Y al fondo una ventana
para quien mira
solo”
……………………………………………
“Y después la soledad se
acrecentó
infinitamente…
Para ese tiempo se empieza a escuchar
desde lo
solo”
(H. Ossott: Poemas
Selectos, bid & co. Editor, Caracas, 2004 62 y 119)
[3] A.
Machado: Poesía completas, Colección
Austral, 1962, 20).
[4][4]
Fragmentos del Discurso de Juan Goytisolo, Ceremonia de entrega del Premio
Cervantes, 23 de abril de 2015.
[5]
Octavio Paz: El laberinto de la soledad,
FCE, México, 1993, 306-309.
[6] Se inspira la idea en la novela Doña Bárbara de Rómulo Gallegos cuando
el llanero piensa que la tolvanera es el humo del tren del ferrocarril que
llega a civilizar los Llanos de Venezuela.
[7]
Umberto Eco: “Personajes imaginarios y ciudades reales”. En T. Hernández
(comp.), Ciudad, espacio público y
cultura urbana, Fundación para la Cultura Urbana, Caracas, 2010, 64.
[8]
José Manuel Briceño Guerrero: El
laberinto de los tres minotauros, Monte Ávila, Caracas, 1994,307.
[9]
Alberto Gruson y Verónica Zubillaga: Venezuela:
la tentación mafiosa, CISOR, 2001.
[10]
Alain Touraine: Un nuevo paradigma.
Para comprender el mundo de hoy, Paidós, Buenos Aires, 2005, 91.
[11]
Véase Fernando Savater “La soledad solidaria del poeta”. En La tarea del héroe, Elementos para una
ética trágica, Destino, Barcelona, 379-388.
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