Guernica de Pablo Picasso |
Semana Santa 2015. Estamos en la vía dolorosa del martirio de un pueblo.
Es el lado terrible de su Pascua. Lado que ha sido producto de nuestro
encantamiento mágico, resuelto como populismo. Dicho talante ha dado ocasión a
ensayistas, poetas y novelistas para imaginarnos siempre con los antifaces de la
fábula y lo real maravilloso.
Para colmo, la terca realidad nos conduce a
la trampa de vivir culturalmente en el paraíso cuando en serio no podemos
regresar a él como desearíamos según nuestra organización recolectora (conuco),
y aún de no poder pensar dicho deseo para salir de tal delirio (matrisocial).
Así de la nostalgia pasamos al
resentimiento, que nos impulsa a la búsqueda de una víctima propiciatoria, esta
vez desdoblada en la identificación de un culpable
exterior que cargue con nuestras penas, y un redentor interior para que él a su vez cargue con nuestras
responsabilidades. El paraíso debe seguir; es nuestra profecía cumplida
culturalmente según nuestros autoengaños, evasiones y complejos matrisociales
no resueltos.
Yo me propuse, con un pensamiento
compasivo, es decir, justo, acompañar a Venezuela para descubrir con ella sus
problemáticas, mediante un proyecto de vida asociado a un proyecto de
investigación antropológica a largo plazo. Desde las cumbres alcanzadas de
tesis de grado y en trabajos de ascenso en el escalafón universitario, miraba
en el espejo retrovisor para evaluar el camino andado. Y siempre me dirigía a
otra cumbre, hasta darme la posibilidad de llegar a la última cumbre, para
lograr como el poeta Gerardo Diego[1]
ver casi completa, desde el pico de Urbión, los horizontes de una realidad que
le competía.
Es
la cumbre, por fin, la última cumbre,
y
mis ojos en torno hacen la ronda,
y
cantan el perfil, a la redonda,
de media España y su fanal de lumbre.
Fue desde la cumbre de la tesis
doctoral (1992)[2]
sobre la hondura de la etnocultura venezolana observada en la estructura
familiar como matrisocial, a la que
conectaba (en sentido metódico) la tesis de maestría (1982)[3]
sobre lo profundo de la organización sociopolítica detectada en las barriadas
de Caracas como populista, cuando me
salió de mis entrañas comprometidas (Eureka) aquello de que Venezuela iría a ser un país más atrasado que
cualquiera de los de África. Fue en un foro acontecido en la Sala E de la
Universidad Central de Venezuela. Y lo hice como una interpretación del texto
que Kinsley Davis dirigía a los norteamericanos:
América del Sur es el continente negro,
sociológicamente hablando. Su
Organización
social es tan ininteligible para nosotros que la de los nativos
de
África.[4]
A mí me
esperaba la última cumbre para aclararme al fin lo ininteligible suramericano.
Ocurrió en el trabajo de ascenso a profesor titular, con el título: Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad
(1998)[5].
Era, por su parte, el último ascenso reglamentario del escalafón. El tutti final de aquella sinfonía
metodológica estaba presidido por el Populismo
y su contraindicación de la Verdad.
Su motivo clave era el Lazarillo de Tormes en la reflexión del alemán
Niewöhner, respondiendo al Precio de la
“invención” de América[6]:
solo con el autoengaño se vive a gusto (no significa mejor).
Después de
30 años exactos de esfuerzo vital y científico-social, doblo las páginas del
texto, y me quedo mirando a mi interior imaginario con los ojos perdidos entre
los anaqueles de mi biblioteca: ¡Es la última cumbre! ¡Mi Urbión! ¡Mi Pico
Naiguatá! ¡Por encimita de Caracas! ¡Todo
el hermosísimo valle al perfil total de mis ojos!
Desde aquel
año (1998) a estos años (1999-2015) del nuevo régimen político, como
radicalización adeca[7]
, que lleva a cabo el llamado Socialismo
del Siglo XXI, de inspiración castro-comunista, se ha acelerado el desgaste
y la explosión social de Venezuela, colocando
a ésta por detrás de cualquier país latinoamericano y aún de algunos de África.
El populismo como organización recolectora (redistribución donde no se ha
trabajado), lleva a que el salario mínimo en Venezuela sea de 32 dólares, y que
a un profesor titular en una universidad venezolana se reduzca a 85 dólares.
En estos
años he venido comprobando aquella visión de la última cumbre. En Contratiempos entre Cultura y Sociedad,
(2013)[8]
se van rematando las ideas en torno a diversos tópicos interpretados en las
categorías que presiden la introducción y la conclusión: Del robo de los bienes
culturales a las ruinas de la sociedad.
Asomarse a
las páginas de la prensa, oír las tertulias de opinión en la radio, repasar los
noticieros en la web, nos dan cuenta, desde la otra acera contrapuesta (por supuesto de pensamiento) al poder de
dominación, de la destrucción sistemática de la sociedad venezolana. La ruina
de la política motoriza la ruina del aparato productivo. Los sueldos cada vez
más lejos de su capacidad para responder a la oferta de productos y servicios.
El 15% de incremento del salario muere al nacer tragado por el aumento de la
gasolina (donde el gobierno no habla del petróleo regalado a Petrocaribe y
Cuba), y la ingente devaluación del 68% (en alimentación el 110%).
¿Cómo,
además, llenar las ollas con la escasez de los alimentos, aguantar las colas al
sol tropical frente a las puertas de los supermercados para conseguir lo que
haya de esencial (harina, arroz, pan, carne, pollo, pescado, café, azúcar,
jabón, pañales), esperar al día de semana que te toque ir a hacer cola de
acuerdo al número que termine la cédula de identidad, cómo esperar a la muerte
por la escasez de medicinas urgentes (70%), quién nos restituye el tiempo
perdido, tiempo que constituye nuestra dignidad de seres humanos?
¿Quién nos
compensa los apagones de luz, el racionamiento de agua, la muerte impune de un
familiar (de 50 a 60 muertos todos los fines de semana sólo en Caracas durante
el ya largo período del Socialismo del Siglo XXI), cómo pagar un secuestro,
volver a restablecer lo que me robaron en el asalto al autobús?
Pierden
mucho los que se van (emigran); pierden todo el país con su paisaje donde
crecieron, con la calidez de la vida familiar, las emociones con los amigos. Pero
pueden llevarse la nostalgia, cosa que los que nos quedamos resistiendo, no
podemos sembrarla, ni auparla a nuestra emotividad en ruinas.
Perder el
país estando dentro del “país”, es vaciarse en la nada, quedarse sin señoría y
sin sueños. Todos, Venezuela adentro, estamos a merced del secuestro, del robo
en el automóvil y del automóvil mismo, del despojo de todo lo que llevas en la
calle, oficina, aula de clase; hasta la muerte te ronda como un toque de suerte.
¿Quién nos
libra de los narcos, de la violencia de grupos armados progubernamentales que
tratan de poner un toque de queda a la protesta ciudadana?: sólo en el mes de
enero de este año las protestas fueron 518. Un aumento del 17% respecto del
enero del año pasado. La tendencia es hacia el aumento de las tensiones
sociales: en 2014 esas protestas aumentaron el 111% con relación al año 2013[9].
¿Y quién sale a detener los insultos contra la población desde la alta esfera
del poder y el trato de enemigos que se endilga a los adversarios? En esta situación
de violencia generalizada (expresa,
no latente), al enemigo se le saca el relieve del rostro, no existe para el
beneficio posible de la política pública; si aún se hace sentir es para
restarle existencia política, económica, social y cultural. Todos los derechos de la segunda y tercera
generación.
En un ambiente de inseguridad total, todo se
resuelve como pérdidas.
¿Acaso
Venezuela tiene en su destino el jugar a perder? ¿Se ha entregado la sociedad o
lo que queda de ella, al poder taimado del totalitarismo? Así lo cree el poder
cuando nos lanza la solución del “Dios proveerá”. Pretende condenarnos al
eclipse de Dios, porque el desahucio social programado por dicho verdugo lo
decreta para que ni Dios pueda responder, ni siquiera salvarse. Acudir a “Dios
proveerá” por parte del poder condensa la
mayor amenaza a las víctimas (los enemigos), porque muestra hasta donde de
infinito puede llegar nuestra tortura. La eliminación de Dios, con esta
forma de jerga carbonera, es el remate de los procesados por condena injusta.
¿Cómo salvar a Dios?
La Semana
Santa, en su lado sufriente, nos coloca a Dios en su suprema debilidad. Viernes
Santo y crucifixión. Pero no para expresar el poder del sistema de dominación
(Roma y Poncio Pilatos), sino para realizar
la fuerza de nuestro testimonio del sufrimiento. Al final, la salvación que
Dios puede proporcionarnos depende de los testigos dolientes, es decir, de los
humanos que la procuran con su verdad de justicia.
Estos
testigos son los que se harán cargo
de Dios, a que realmente exista de parte de los oprimidos, excluidos,
expulsados del país. Dios necesita testigos que tengan la osadía de hacer
preguntas en torno a la responsabilidad por el sufrimiento de los venezolanos.
Porque este sufrimiento no puede dejar de incidir en la consistencia moral del
ser humano, que es a su vez la posibilidad de que veamos la justicia de
salvación a otorgar al Dios necesitado del Viernes Santo.
Dios no
puede hacer nada sin nuestro permiso. Por eso nos creó libres. Ese Dios, el de
la justicia plena, que todos buscamos, se ha consumado en nuestra historia
vital. El Dios de Jesucristo se hizo ya esa historia para acompañarnos, y
demostrar así lo que somos: ruina y miseria, si nosotros no contamos con su
referencia. Él se nos adelantó en el camino, para darnos seguridad, mediante el
aprendizaje de la fe revelada, de que llegará nuestra realización como humanos.
Desde la
última cumbre veo que salvar a Dios en Venezuela no puede consistir en el
milagro o encantamiento mágico con el que acertemos a toparnos, como es el
petróleo y su renta, sino el trabajo de nuestra realidad, mediante el cual nos
encontremos también a nosotros mismos de un modo trasparente, y concluir que no
se puede tener ni patria, ni país, sólo con base en una renta. De no tener
país, Dios no es el culpable y por ello ser reducido a la impotencia dentro de
un Viernes Santo ateo. La tenencia de país depende sólo de la responsabilidad
de los hombres, que de ese modo es que pueden salvar al Dios de los que sufren
injusticias, y hacer de la religión un perfil de la ética.
CODA: ¿Salvar a Dios? El momento doloroso de
Venezuela, me permite trascender el sueño, durante mis estudios salmantinos,
aquel sueño intelectual de mantenerme en el tour
(ida y vuelta) de Atenas a Jerusalén, y comprender (realizar) la fecundación
recíproca de la fe revelada y la razón lúcida.
[1]
Poeta nacido en Santader (España) en 1896. Ha pasado a la historia por sus
obras de tendencia lírica, como Soria,
Romance del Duero, El Ciprés de Silos, Cumbre de Urbión.
[2] Matrisocialidad. Exploración en la
estructura psicodinámica de la familia venezolana, ed. FACES, UCV, Caracas,
1998.
[3]
Dinámicas comunales y procesos de
articulación social: las organizaciones populares, ed. Trópikos, Caracas,
1991.
[4]
Citado en Mayone Stycos, Familia y
fecundidad en Puerto Rico, FCE, México, 1958.
[5] Élite venezolana y proyecto de modernidad,
Ed. del Rectorado, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2000.
[6] F.
Niewönher: “El Emperador y su último sirviente. O bien: Sólo el que se engaña a
sí mismo vive a gusto”. En Mate y Niewönher (eds.), El Precio de la “invención de América, Anthropos, Barcelona, 29-41.
[7] Es
el argot vulgar de accióndemocratista. Se refiere al miembro o cualidad
perteneciente al partido Acción Democrática, ubicado en la socialdemocracia o
socialismo general. Es el partido del pueblo en Venezuela. Dicho partido inició
y desarrolló el populismo en el sistema político venezolano, contaminando el
período democrático de dicha lógica.
[8] Contratiempos entre cultura y sociedad,
Ediciones FACES, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013.
[9]
Datos recogidos en Emilio Cárdenas: “La pobreza en Venezuela”. El Nacional, 15
de marzo de 2015. Artículo basado en investigaciones de tres universidades
venezolanas independientes: Universidad Central de Venezuela, Universidad
Católica Andrés Bello y Universidad Simón Bolívar.
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