No es necesario hacer mucho esfuerzo para detectar cómo el inconsciente colectivo venezolano fabrica las relaciones sociales. Si se considera a éstas en el escenario político, todavía se puede ver mejor su fabricación porque son las relaciones que afloran más en la superficie social; su detección se torna más directa obteniéndose “in medias res” la estructura de sentido. Cualquier acontecimiento político puede revelar dicha estructura, pero hay algunos que lo hacen de un modo tan claro, que los actores políticos mismos se encargan de, al decirlos, jugar interpretando la acción. No de otra forma asistimos a su representación al escuchar: “Según Albornoz, en el Congresillo1 existe , es decir, se toman las decisiones y luego se participan”. Lo dijo en TV, el miércoles 21 de junio y lo recogió el tabloide “Tal Cual”, el 22. La sorna con que lo dijo hacía de clave interpretativa de la inaugurada revolución democrática venezolana.
El Taita o La Comunidad del Falso Amor.
¿Dónde reside la carga de esta clave de la política venezolana? En el modelo del “taita”, que re-figuramos como un tótem (Freud, 1975). En éste los desplazamientos en el tiempo y espacio se producen sin cambiar el eje del desplazamiento. “No me dejó usted concluir. Pienso que la guerra no es solución eficaz, porque guerras ha habido siempre; pero que yo sepa, de ninguna de ellas ha salido el estado de orden y progreso que sea. Y no ha podido salir, porque la revuelta armada ha sido entre nosotros una forma violenta de evolución democrática” (R. Gallegos, ‘Reinaldo Solá’). Los actores se mueven y las estructuras se desplazan de acuerdo a la orientación que le da el sentido originado en la cultura del colectivo. El acontecimiento de la evolución democrática actual proviene de los intentos fallidos de los golpes de estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992, pero el eje estructural persistente se encuentra en el ethos cultural ubicado en la pulsión o demanda del taita en el colectivo venezolano. La persistencia de dicho mito o eje produce la ambigüedad interpretativa que sin embargo nos lleva a la precisión explicativa de la institución venezolana “El taita es un demócrata”. “Cuando Juan Vicente González, lo (Boves2) llamó el primer Jefe de la Democracia Venezolana, penetró hondo en las entrañas de nuestra revolución” (Vallenilla, 56). El mismo choque del(os) sentido(s) instituido(s) antropológicamente, se puede detectar en El Magistrado de “Tal Cual” (26/05/2000): “Estando tan cerca de las megaelecciones queremos saber ¿por quién de los candidatos tendrá el favor de su voto? Claro, mi voto será por el comandante” Cada género literario utiliza la clave antropológica para provocar que el choque de sentidos termine en una resolución contradictoria de otro sentido totalizador, y así crear una explicación o un chiste, porque los dos candidatos en liza electoral son comandantes. Cuando el “último venezolano”3 interpretaba a Boves, su pensamiento podía aplicarse a todo jefe (dictador o demócrata) de la política venezolana y su “revolución”.
En la institución política “el taita es un demócrata”, lo ‘demócrata’ amplifica la institución dándole el ‘marco’, pero es el término ‘taita’ el que como ‘palabra focal’ le da el sentido y proyecta las consecuencias institucionales. En la relación del ‘taita’, y no en la de ‘demócrata’, se observa que el “taita democrático” quiere mucho a su pueblo; de suerte que el ‘pathos’ de su autoridad se concentra en la asociación profunda del jefe con su pueblo, con el propósito de alcanzar una comunidad personal. Ya no es ni la iglesia, ni aún el ejército el recurso, sino la relación del noviazgo, como el lugar previo a la constitución de la familia. El trabajo del taita consiste en ‘enamorar’ al pueblo, es la dicción del presidente Hugo Chávez, y el pueblo debe caer en las redes del enamorado jefe. Su pueblo es el más hermoso del mundo. Los límites de la lisonja amorosa del jefe se sitúan en la amenaza contra el pueblo, si éste no se le somete. El pueblo se convierte en un subordinado que no podrá trascender –entre el amor y la amenaza- los términos del poder manoseado por el jefe o “autoridad del falso amor” (Sennett, 55). Actuar con criterio propio significará una ‘deslealtad’. En términos del taita, los gobernadores que exigen sus derechos estadales son calificados de ‘malagradecidos’, como los llamó el jefe de El Congresillo, L. Miquilena, en entrevista de Globovisión, jueves 22 de junio.
El taita no consulta. Eso sería una debilidad del hombre fuerte. La ‘comunidad de amor’ se refiere a una expresión del igualismo del jefe con los suyos. Pero si participa en la ‘comunidad’ como uno de tantos (‘inter pares’), el jefe no decide en asamblea de comunidad, como posible expresión de libertad; sus decisiones se canalizan en la lógica de la ‘información’ unidireccional. Desencadenada, se impone como un hecho dado. “Se participa” tiene el significado jerárquico del mandato y no puede dejar de acatarse; de lo contrario automáticamente se genera el desacato a la estructura jerárquica.
El resultado es que el “súbdito”, al que el taita pretende “dignificar” diciéndole “soberano”, se siente “participado”. Este participio es pasivo gramaticalmente, pero primero lo es socialmente. Si tiene cierta actividad, ésta se limita al “recibido y en cuenta”. Así se consignan las participaciones de la vida social, como las tarjetas de invitación a una celebración o fiesta, las esquelas para notificar la muerte de fulano, los carteles de amonestaciones para anunciar los matrimonios, etc. Estos ofrecimientos son, como información ya procesada, decisiones tomadas de antemano. Identifican relaciones sociales que se fabrican según la economía del don (Cf. Mauss, 1971). La estructura de esta lógica es la del sistema de reciprocidad, cuyos tramos estructurales detentan una obligatoriedad de tipo primario: 1) la obligación de dar (de comunicar la decisión, en nuestro caso político); 2) la obligación de recibir (la de sentirse participado o darse por enterado de la decisión); 3) la obligación de devolver (la de consentir en la decisión mediante la retribución del agradecimiento o lealtad total). Si se rompe de alguna forma el curso de este sistema “lleno de gracia” (dones) inoculada por el espíritu del taita, se puede llegar a ser un “malagradecido”, por no decir que se llega a ser políticamente un traidor o enemigo, según la lógica tribalesca.
En el modelo del taita, se inscribe la lógica del caudillismo. Nuestro caudillo o cacique no es producto de una soledad romántica, y, por lo tanto, no tendrá ni siquiera una concepción romántica de la política, según pretende Viana (en Blanco, 2000); pertenece a una elaboración cultural, que nosotros venimos caracterizando como matrisocial (Hurtado, 1999). Si el caudillo resulta un solitario, es porque es producto de una soledad machista, originada por una excesiva proyección libidinal maternal sobre la psique y sentido varoniles. Dicho proceso deja al hombre (y a la mujer, hembrismo) sin crecimiento personal, expuesto a las necesidades de la supervivencia sociocultural. Esta figura elemental genera contratransferencias con un colectivo gregario regresivo. En esta relación del caudillo con su masa gregaria se juega lo político del colectivo social.
Democracia con Imposición.
Si el caudillo hace a la masa popular al expresarla simbólicamente, con una homología más firme se puede decir que la masa popular, como proceso productivo, hace o crea al caudillo. Se acceda por un lado o por otro, la configuración del proceso sociopolítico de acuerdo al sistema de reciprocidad se caracteriza por contener unas relaciones de imposición. Se suele ver sólo la superficie de la configuración: el caudillo se impone a la masa y le impone su talante personalista, pero la homología reversiva de la masa que se impone al caudillo y le impone sus deseos colectivos, es más profunda, por ello no suele ser atendida por los científicos sociales. Su importancia se debe a que es ella la que “cierra” la estructura del proceso, aunque la desencadena el caudillo. La “relación de imposición” significa urgencias profundas, que implican la lógica del todo o nada. La masa demanda un caudillo para su enmascarar su miedo, un taita que la consienta (la lisonjee) y que la reprima (abuse de ella) para demostrar por un lado, el poder (hombría, machura en términos etnopsicoanalíticos), y, por otro lado, supeditación (afeminamiento popular, cf. Mujica, 2000). Todo ello representa una misma estructura con dos segmentos homólogos, aparentemente contradictorios.
Si bien Boves y Páez, dos figuras representativas de aquellas relaciones llaneras primarias en rebelión (Vallenilla, 65-66), fueron los paradigmas iniciales de la realidad del taita en Venezuela con miras a la “democratización”4 frente a la oligarquía, empero, el paradigma histórico venezolano, que hace de referencia histórica común a “dictaduras” y “democracias”, es el General Juan Vicente Gómez. Mucho más que el autócrata civilizador, Guzmán Blanco, y moldeando la figura del llamado “padre de la democracia” (moderna), R. Betancourt como jefe del gran partido acciondemocratista, J. V. Gómez es el hito mejor elaborado de la relación de “imposición” en Venezuela. No sólo es la medida de los caudillos históricos que, al derrotarlos se alza como el caudillo único y monopolizador del poder, sino también como la “perspectiva de imposición democrática” en los partidos políticos (modernos)5, más allá de su carácter jerárquico general calificado como “stalinista”.
En nuestra experiencia etnográfica, inquiriendo sobre la élite venezolana, la figura de J. V. Gómez se asoma por todos los lados, dibujando el modelo de imposición: que reclama el pueblo venezolano, así como está actuando la suerte o la magia, está siempre actuando un “J. V. Gómez” para que le imponga un orden. Se pro-actúa como un anhelo de que venga ya el autócrata, solo que debería esperar un poco, o lo que es lo mismo: se rechaza ya la presencia del presidente en ejercicio, pero mejor que espere un poco y se vaya mañana. Es el comportamiento adversivo (o contrariado) de la comunidad del falso amor, que contiene como tal, una insuficiencia anarcoide6.
En la estructura del taita, el primero es el jefe, del segundo para abajo todos son iguales. Se acude siempre al primero como jefe supremo porque es el único eficaz para otorgar mercedes. Los demás son subalternos y representan peldaños para llegar al poder supremo, único al que se soporta o tolera. En este marco, la perspectiva democrática la ofrece el historiador Velásquez en una entrevista que le hacen en EL UNIVERSAL, el 23 de octubre de 1995. Afirma: “Nosotros más que demócratas, somos igualitarios, parejeros”. Si lo hacemos en términos benévolamente “democráticos”, el modelo émico de “parejeros” interpreta el igualismo. No es el igualitarismo secundario que caracteriza el proceso de lucha por la democracia en Europa desde la revolución francesa hasta el actual sistema italiano (Bobbio, 1993), sino un igualitarismo primario, que nosotros nombramos “igualismo”. El modelo cultural matrisocial no acepta al otro como superior, distante y distinto de mí (Cf. Barroso, 40)7. Al que acepto y sólo hasta la mitad es al taita, porque es como puedo soportar un orden que me permita atemperar mis pánicos.
En el capital cultural del colectivo no se genera la lucha por lograr las relaciones de sociedad. Si existe una reacción de la “sociedad civil organizada” no se resuelve sino como enclave con el sentido de fuerte vicariedad en la que el colectivo absolutamente delega todo su esfuerzo: no asume, ni procesa, si es que se requiere algún empeño, dicha reacción8. Sin resonancia en el colectivo, que permanece en la inercia como destino cultural, está afectada la posibilidad de la existencia de la sociedad civil. Aquí se significa ‘civil’ como asunto de hacer sociedad, que resulta un pleonasmo necesario (De Miguel, 1997) para significar lo opuesto a sociedad natural o comunidad. En este año electoral del 2000 podemos observar tres procesos del enclave:
1) Enclave sin efecto: la reacción de la sociedad civil organizada (SCO) comienza desde enero, días después de anunciar el día de los comicios. Dicha reacción no incide en la marcha del proceso electoral.
2) Enclave con efecto retardado: a partir del 22 de mayo, en vísperas de los comicios, se produce una primera consulta a la sociedad civil organizada con motivo del anuncio de la inviabilidad del acto comicial.
3) Regreso al enclave sin efecto: Reacomodada la dirigencia política oficial en la “normalidad” del proceso abortado, la segunda consulta a la sociedad civil organizada a primeros del mes de junio interrumpe su actividad sin llegar a conclusiones efectivas, por lo que regresa al proceso que se reinicia con el próximo anuncio de la nueva campaña electoral, cuyo acto comicial parece ser el 30 de junio.
Si no ocurre el ‘efecto’ podríamos decir que no existe el problema, cuando ello es el verdadero problema. Cuando el ‘efecto’ ocurre retardado emerge el problema en la punta de su ‘iceberg’. Nos quedamos ahora en este problema de superficie; porque el problema de fondo lo hemos explicado reiteradamente en nuestras investigaciones.
Los sectores que apoyaron al “taita” (Hugo Chávez, cuyo mito del “maisanta” llanero quiso él revivir) en 1998 y que pretendieron participar aportando conocimientos y compromisos, se fueron desgajando del entorno del “taita” en, al menos, tres grandes bloques: los primeros fueron intelectuales, académicos, altos funcionarios, profesionales del derecho, historia y comunicación social. Los segundos expresan todo el conjunto de comandantes pares del presidente, que se alzaron con éste en los intentos de los golpes de estado del año 1992. Los terceros se vinculan con el pequeño partido Patria Para Todos (PPT); el llamado “polo patriótico”, que cada vez más capitaliza Chávez y su amorfo partido Movimiento de Quinta República (MVR), se va limpiando de aliados camino del monopolio político de la ideología patriota. Según analistas políticos como García Mora del periódico El Nacional, el PPT demuestra para este momento la mejor disciplina partidista con vocación democrática. El taita no tiene capacidad de debate porque el suyo es un discurso único construido cada vez más con base en un monólogo; no admite señalamientos que no le gustan aunque les oiga, ni oposición a la que no sólo no tolera sino respecto de la cual detenta una incapacidad cultural para decir que existe.
El problema se torna complejo cuando con relación al estado tanto el individuo como el colectivo no encuentran mediaciones. Sin “asociación” no puede constituirse la “relación de la sociedad civil”, y sin grupos intermedios como notables o corporaciones comunitarias, el individuo no puede establecer su “relación de ciudadano”. Sin estas intermediaciones, el estado se apodera de todo el colectivo no dejando originarse ni crecer las relaciones de ciudadanía ni de sociedad civil. Tal es lo que, en Venezuela, sucede. Como excepción podemos decir que si estas relaciones existen, es solo posible dentro de enclaves o como islas, desde donde se defienden de la tiranía y abusos del estado. Sólo la voluntad de querernos como somos e inventarnos mediante el esfuerzo productivo puede conducirnos a un proceso de crecimiento donde el cambio cultural puede acontecer desde la cultura misma, sabiendo de la difusión cultural (Cf. Devereux, 1975). No puede acontecer desde el esquema del privilegio que brinda con exclusión el taita, sino desde la obra que ofrece con inclusión el emprendedor social.
Enclave Organizativo y el Sesgo del Enmascaramiento del Abuso.
En la inflexión de la suspensión de los comicios del 28 de mayo, el eje del desplazamiento del ethos matrisocial se correspondió con el desplazamiento en el tiempo y espacio sociales del taita. Pero fueron interceptadas por escritores de artículos de fondo en la prensa nacional, por entrevistados en tertulias de radio y televisión, y al fin por la acción de la “sociedad civil organizada”: COFAVIC, Red de Veedores de la UCAB y Queremos Elegir9. Desde su situación de enclave, en el cual logra subsistir su el tejido social, estas organizaciones provocan un proceso de intercambios con el estado, cuyos efectos se resuelven como “cortina de humo” que a su vez enmascara la acción abusiva del taita. Si dicha pro-vocación se originó como efecto retardado, uno de sus resultados termina siendo un “efecto perverso”. Tal “efecto perverso”(Boudon, 1982) lo vamos a interpretar desde una antropología política teniendo como datos las evaluaciones realizadas por analistas en los artículos de fondo del periódico El Universal de los fines de semana próximos al 28 de mayo.
El pensamiento del fundamentalismo étnico se dibuja su tramo estructural homólogo: la ineficacia de las instituciones. Si el fundamentalismo busca la eficacia no es otra que la mágica, para proclamar las formalidades de las instituciones, pero cuyo funcionamiento real a favor del colectivo no entra en sus intereses ni en sus esfuerzos. El fundamentalismo étnico adquiere un cariz utopista expandido por todos los escenarios (liderazgo, partidos políticos, escaramuzas sociales), pero con ello no va a solucionar los problemas sociales, sino a montar teatros políticos, para dejar que el simulacro también histriónico del mandatario pudiera albergar un espejismo de esperanza10
La soberanía absoluta de la nación frente a otros derechos más fundamentales del individuo como el derecho a la vida, la libertad, la moral., se ha levantado como una coartada que permite mantener la figura del taita crecida al tiempo que explota lo más perverso del etnicismo nacionalista: el diferencialismo de la cultura como motivo para la confrontación social y política internos. De la historia heroica al halago al pueblo se orillan el trabajo y la convivencia esforzada del ciudadano. Detrás del soberanismo nacionalista emerge la verdadera sombra de la soberanía del estado como tiranía contra la nación y la centralidad de la persona humana. El tiempo histórico se encamina cada vez más hacia el respeto de la persona humana como sujeto de derecho a la libertad individual, mientras que la “revolución bolivariana” del taita parece involucionar hacia un tiempo de tiranía estatal de tipo totémico ¿Es posible en esta involución que emerja una sociedad civil? La ley del más fuerte supone un desequilibrio tal de las condiciones de los poderes, que al no poderse negociar éstos, la estructura democrática carece de realidad. Un diagnóstico de existencia de una democracia conlleva forzosamente el de una sociedad civil, según lo cual el pueblo para que sea verdadero tiene que llegar a ser sociedad (Cf. Zambrano, 1988). En el modelo del taita conceptos y realidades se encuentran en contradicción: hay “mucho pueblo” y “poca sociedad”. Implicará que las “hambres ancestrales del pueblo” (Zambrano, 1988) no podrán satisfacerse; como sustituto, quedará el esfuerzo del taita por mantener al pueblo con sus ilusionismos11.
En este marco situamos las interpretaciones sobre la suspensión de los comicios del 28 de mayo. Mientras el presidente de la República, sin las estridencias que suelen contener sus discursos, interpreta que el hecho ocurre gracias al funcionamiento de las instituciones emergentes, y ello dentro de la temeridad mostrada por los funcionarios del Consejo Nacional Electoral (CNE), los artículos de fondo de la prensa razonan una postura opuesta. Con enormes recursos dedicados al proceso electoral, el estado muestra una enorme incapacidad para gerenciarlos. Sin esta capacidad, no se sabe cómo es posible originar un verdadero cambio (revolución), que se supone debe beneficiar a las grandes mayorías. Ya no se trata solo de montar un teatro político; ahora se pasa además a darle un contenido veraz con base en el cuento de que las instituciones emergentes se hallan en pleno funcionamiento. Los marcos de este cuento se sitúan en los cielos de la supra-constitucionalidad del Congresillo. La supraconstitucionalilad y la transitoriedad de los poderes constituyen las condiciones propicias para manejar éstos con harta arbitrariedad, inmiscuyéndose en los ámbitos de los otros, y aún interviniéndoles. Así el Congresillo y su taita, manipula los procesos electorales, las fechas, las decisiones, a costa de la independencia institucional del Consejo Nacional Electoral. “El único complot posible fue el autocomplot de la irresponsabilidad e ineficacia. Todos los protagonistas de esta humillante comedia pertenecen a la V República: CNE, TSJ, Fiscalía, Defensoría del Pueblo, Congresillo, Contraloría y el propio Presidente, son los únicos con acceso a las instituciones que manejaron el fracasado proceso eleccionario. La pantomima se asemeja a una de Cantinflas... Los directivos del CNE querían llegar al 28 para demostrarnos que no era posible efectuar las elecciones. Más allá de una incidencia cantinflérica, para el país significa frustración, engaño, fraude moral, y pérdidas que muchos estiman por encima de los 700 millardos de bolívares, si consideramos el costo de la incertidumbre económica, política y social”12.
En resumen, el fundamentalismo etnicista y la soberanía absoluta del estado sobre la nación, determinan la dinámica farsesca de las instituciones, de suerte que cualquier elemento positivo para desenmascarar el entuerto de la tiranía o imposición del estado es aprovechado como “efecto perverso” para hacer sinuosa la democracia y aparentar que se participa en las grandes decisiones del estado.
Conclusión: El Tótem y el Complejo Cultural.
Las dificultades culturales en Venezuela radican en su misma cultura: “no nos queremos como somos” y ello nos obliga a vernos al revés, de modo que no aceptamos problematizar nuestra cultura. Esto quiere decir que el problema no se encuentra sólo en el taita, en la cabeza, sino también en el colectivo, en el cuerpo social principalmente: no permite influencia alguna desde ningún enclave interior ni exterior.
Pero el taita de la V República en vez de los procedimientos progresivos, utiliza los regresivos. Las “llaves de Chávez” son un ‘kino de la suerte’ o lotería del voto, en un colectivo cuya cultura es jugar siempre a ganador, pues es malo correr riesgos. Las “llaves” conducen al colectivo a hundirse más en una masa gregaria regresiva. El asunto ya no es el procedimiento, sino que las “llaves de Chávez” funcionan y funcionan bien. Su “funcionamiento perfecto” indica más que una “democracia imperfecta”; en Venezuela por la psicodinámica cultural de doble estructura, dicho funcionamiento implica un permanente desplazamiento de los actores, que comienzan haciendo un trabajo “celestial” y terminan cayendo en un desplome “terráqueo” (Cf. Hurtado, 1999), o lo que es lo mismo no hacen un trabajo en la base social con respecto a una enseñanza/ aprendizaje de la participación en las comunidades locales (Cf. Villasante, 1995).
En una cultura fundamentalista, anclada en el eje paradigma de la dependencia materno-filial, lo que se cultiva como principio del placer es el mesianismo. No es un mesianismo vengador, que supone una elaboración compleja, sino la de un apocalipsis recolector, la del ritual de cargo o de la destrucción del presente para adelantar mágicamente el futuro, pensado como pleno de gracia y bienes. Es la compulsión del pecho bueno o abundante por el que se suspira sacramentalmente (=políticamente).
Si la ley se redescubre en los países de la supuesta “democracia perfecta”, es porque se ha estudiado a fondo la antropología política que encierra, antes de desarrollar su sociología. Si no se cuida o trabaja esa libertad, la muerte es la amenaza permanente por abandono. Los vacíos de ciudadanía automáticamente los llena el poder del estado. Si además la cultura colectiva decide por “imposición” las relaciones sociales, la tiranía del estado se hace primitiva, más brutal. Cuando el taita habla de que otorga la libertad de prensa, de religión, de caminar, de pensar, siempre se guarda el segmento homólogo de la amenaza a dichas libertades. Si el problema se localiza en el gusto o juicio de la voluntad personal, bajo reconocimiento de condiciones sociales mancomunadas, hablar de “democracia participativa” bajo condiciones de un estado autocrático resulta un sucedáneo espurio, porque la democracia no “se participa”, no se otorga como una gracia, no se impone con todo el poder enajenante.
En conclusión, nos hemos dejado a demoler en la clave de la “imposición”, el falso mito de la participación, así como el de la responsabilidad de los electores. Haciendo una mueca al taita Chávez, por traer una alusión de la pasión por la libertad de Don Quijote, hemos de concluir que Don Quijote enseñó la libertad al pobre Andresillo (cosa que no hace Chávez), lo que no hizo el viejo hidalgo fue enseñar a Andresillo (personificación del pueblo) a defenderse de su amo, el rico Juan Halduno, (que mucho menos hace Chávez). El tótem no ha sido muerto, ha sido animado. Lo que hemos hecho aquí con ocasión de la postergación de los comicios del 28 de mayo, ha sido denunciar la sinuosidad de la democracia venezolana y su falso mito de la participación, con el objeto de buscar un punto de partida firme y alcanzar el camino conducente, al fin, a nuestra libertad política. En este momento venezolano, el nacionalismo cultural y la política autoritaria se alían entre sí pero a costa de la democracia.
¿Dónde reside la carga de esta clave de la política venezolana? En el modelo del “taita”, que re-figuramos como un tótem (Freud, 1975). En éste los desplazamientos en el tiempo y espacio se producen sin cambiar el eje del desplazamiento. “No me dejó usted concluir. Pienso que la guerra no es solución eficaz, porque guerras ha habido siempre; pero que yo sepa, de ninguna de ellas ha salido el estado de orden y progreso que sea. Y no ha podido salir, porque la revuelta armada ha sido entre nosotros una forma violenta de evolución democrática” (R. Gallegos, ‘Reinaldo Solá’). Los actores se mueven y las estructuras se desplazan de acuerdo a la orientación que le da el sentido originado en la cultura del colectivo. El acontecimiento de la evolución democrática actual proviene de los intentos fallidos de los golpes de estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992, pero el eje estructural persistente se encuentra en el ethos cultural ubicado en la pulsión o demanda del taita en el colectivo venezolano. La persistencia de dicho mito o eje produce la ambigüedad interpretativa que sin embargo nos lleva a la precisión explicativa de la institución venezolana “El taita es un demócrata”. “Cuando Juan Vicente González, lo (Boves2) llamó el primer Jefe de la Democracia Venezolana, penetró hondo en las entrañas de nuestra revolución” (Vallenilla, 56). El mismo choque del(os) sentido(s) instituido(s) antropológicamente, se puede detectar en El Magistrado de “Tal Cual” (26/05/2000): “Estando tan cerca de las megaelecciones queremos saber ¿por quién de los candidatos tendrá el favor de su voto? Claro, mi voto será por el comandante” Cada género literario utiliza la clave antropológica para provocar que el choque de sentidos termine en una resolución contradictoria de otro sentido totalizador, y así crear una explicación o un chiste, porque los dos candidatos en liza electoral son comandantes. Cuando el “último venezolano”3 interpretaba a Boves, su pensamiento podía aplicarse a todo jefe (dictador o demócrata) de la política venezolana y su “revolución”.
En la institución política “el taita es un demócrata”, lo ‘demócrata’ amplifica la institución dándole el ‘marco’, pero es el término ‘taita’ el que como ‘palabra focal’ le da el sentido y proyecta las consecuencias institucionales. En la relación del ‘taita’, y no en la de ‘demócrata’, se observa que el “taita democrático” quiere mucho a su pueblo; de suerte que el ‘pathos’ de su autoridad se concentra en la asociación profunda del jefe con su pueblo, con el propósito de alcanzar una comunidad personal. Ya no es ni la iglesia, ni aún el ejército el recurso, sino la relación del noviazgo, como el lugar previo a la constitución de la familia. El trabajo del taita consiste en ‘enamorar’ al pueblo, es la dicción del presidente Hugo Chávez, y el pueblo debe caer en las redes del enamorado jefe. Su pueblo es el más hermoso del mundo. Los límites de la lisonja amorosa del jefe se sitúan en la amenaza contra el pueblo, si éste no se le somete. El pueblo se convierte en un subordinado que no podrá trascender –entre el amor y la amenaza- los términos del poder manoseado por el jefe o “autoridad del falso amor” (Sennett, 55). Actuar con criterio propio significará una ‘deslealtad’. En términos del taita, los gobernadores que exigen sus derechos estadales son calificados de ‘malagradecidos’, como los llamó el jefe de El Congresillo, L. Miquilena, en entrevista de Globovisión, jueves 22 de junio.
El taita no consulta. Eso sería una debilidad del hombre fuerte. La ‘comunidad de amor’ se refiere a una expresión del igualismo del jefe con los suyos. Pero si participa en la ‘comunidad’ como uno de tantos (‘inter pares’), el jefe no decide en asamblea de comunidad, como posible expresión de libertad; sus decisiones se canalizan en la lógica de la ‘información’ unidireccional. Desencadenada, se impone como un hecho dado. “Se participa” tiene el significado jerárquico del mandato y no puede dejar de acatarse; de lo contrario automáticamente se genera el desacato a la estructura jerárquica.
El resultado es que el “súbdito”, al que el taita pretende “dignificar” diciéndole “soberano”, se siente “participado”. Este participio es pasivo gramaticalmente, pero primero lo es socialmente. Si tiene cierta actividad, ésta se limita al “recibido y en cuenta”. Así se consignan las participaciones de la vida social, como las tarjetas de invitación a una celebración o fiesta, las esquelas para notificar la muerte de fulano, los carteles de amonestaciones para anunciar los matrimonios, etc. Estos ofrecimientos son, como información ya procesada, decisiones tomadas de antemano. Identifican relaciones sociales que se fabrican según la economía del don (Cf. Mauss, 1971). La estructura de esta lógica es la del sistema de reciprocidad, cuyos tramos estructurales detentan una obligatoriedad de tipo primario: 1) la obligación de dar (de comunicar la decisión, en nuestro caso político); 2) la obligación de recibir (la de sentirse participado o darse por enterado de la decisión); 3) la obligación de devolver (la de consentir en la decisión mediante la retribución del agradecimiento o lealtad total). Si se rompe de alguna forma el curso de este sistema “lleno de gracia” (dones) inoculada por el espíritu del taita, se puede llegar a ser un “malagradecido”, por no decir que se llega a ser políticamente un traidor o enemigo, según la lógica tribalesca.
En el modelo del taita, se inscribe la lógica del caudillismo. Nuestro caudillo o cacique no es producto de una soledad romántica, y, por lo tanto, no tendrá ni siquiera una concepción romántica de la política, según pretende Viana (en Blanco, 2000); pertenece a una elaboración cultural, que nosotros venimos caracterizando como matrisocial (Hurtado, 1999). Si el caudillo resulta un solitario, es porque es producto de una soledad machista, originada por una excesiva proyección libidinal maternal sobre la psique y sentido varoniles. Dicho proceso deja al hombre (y a la mujer, hembrismo) sin crecimiento personal, expuesto a las necesidades de la supervivencia sociocultural. Esta figura elemental genera contratransferencias con un colectivo gregario regresivo. En esta relación del caudillo con su masa gregaria se juega lo político del colectivo social.
Democracia con Imposición.
Si el caudillo hace a la masa popular al expresarla simbólicamente, con una homología más firme se puede decir que la masa popular, como proceso productivo, hace o crea al caudillo. Se acceda por un lado o por otro, la configuración del proceso sociopolítico de acuerdo al sistema de reciprocidad se caracteriza por contener unas relaciones de imposición. Se suele ver sólo la superficie de la configuración: el caudillo se impone a la masa y le impone su talante personalista, pero la homología reversiva de la masa que se impone al caudillo y le impone sus deseos colectivos, es más profunda, por ello no suele ser atendida por los científicos sociales. Su importancia se debe a que es ella la que “cierra” la estructura del proceso, aunque la desencadena el caudillo. La “relación de imposición” significa urgencias profundas, que implican la lógica del todo o nada. La masa demanda un caudillo para su enmascarar su miedo, un taita que la consienta (la lisonjee) y que la reprima (abuse de ella) para demostrar por un lado, el poder (hombría, machura en términos etnopsicoanalíticos), y, por otro lado, supeditación (afeminamiento popular, cf. Mujica, 2000). Todo ello representa una misma estructura con dos segmentos homólogos, aparentemente contradictorios.
Si bien Boves y Páez, dos figuras representativas de aquellas relaciones llaneras primarias en rebelión (Vallenilla, 65-66), fueron los paradigmas iniciales de la realidad del taita en Venezuela con miras a la “democratización”4 frente a la oligarquía, empero, el paradigma histórico venezolano, que hace de referencia histórica común a “dictaduras” y “democracias”, es el General Juan Vicente Gómez. Mucho más que el autócrata civilizador, Guzmán Blanco, y moldeando la figura del llamado “padre de la democracia” (moderna), R. Betancourt como jefe del gran partido acciondemocratista, J. V. Gómez es el hito mejor elaborado de la relación de “imposición” en Venezuela. No sólo es la medida de los caudillos históricos que, al derrotarlos se alza como el caudillo único y monopolizador del poder, sino también como la “perspectiva de imposición democrática” en los partidos políticos (modernos)5, más allá de su carácter jerárquico general calificado como “stalinista”.
En nuestra experiencia etnográfica, inquiriendo sobre la élite venezolana, la figura de J. V. Gómez se asoma por todos los lados, dibujando el modelo de imposición: que reclama el pueblo venezolano, así como está actuando la suerte o la magia, está siempre actuando un “J. V. Gómez” para que le imponga un orden. Se pro-actúa como un anhelo de que venga ya el autócrata, solo que debería esperar un poco, o lo que es lo mismo: se rechaza ya la presencia del presidente en ejercicio, pero mejor que espere un poco y se vaya mañana. Es el comportamiento adversivo (o contrariado) de la comunidad del falso amor, que contiene como tal, una insuficiencia anarcoide6.
En la estructura del taita, el primero es el jefe, del segundo para abajo todos son iguales. Se acude siempre al primero como jefe supremo porque es el único eficaz para otorgar mercedes. Los demás son subalternos y representan peldaños para llegar al poder supremo, único al que se soporta o tolera. En este marco, la perspectiva democrática la ofrece el historiador Velásquez en una entrevista que le hacen en EL UNIVERSAL, el 23 de octubre de 1995. Afirma: “Nosotros más que demócratas, somos igualitarios, parejeros”. Si lo hacemos en términos benévolamente “democráticos”, el modelo émico de “parejeros” interpreta el igualismo. No es el igualitarismo secundario que caracteriza el proceso de lucha por la democracia en Europa desde la revolución francesa hasta el actual sistema italiano (Bobbio, 1993), sino un igualitarismo primario, que nosotros nombramos “igualismo”. El modelo cultural matrisocial no acepta al otro como superior, distante y distinto de mí (Cf. Barroso, 40)7. Al que acepto y sólo hasta la mitad es al taita, porque es como puedo soportar un orden que me permita atemperar mis pánicos.
En el capital cultural del colectivo no se genera la lucha por lograr las relaciones de sociedad. Si existe una reacción de la “sociedad civil organizada” no se resuelve sino como enclave con el sentido de fuerte vicariedad en la que el colectivo absolutamente delega todo su esfuerzo: no asume, ni procesa, si es que se requiere algún empeño, dicha reacción8. Sin resonancia en el colectivo, que permanece en la inercia como destino cultural, está afectada la posibilidad de la existencia de la sociedad civil. Aquí se significa ‘civil’ como asunto de hacer sociedad, que resulta un pleonasmo necesario (De Miguel, 1997) para significar lo opuesto a sociedad natural o comunidad. En este año electoral del 2000 podemos observar tres procesos del enclave:
1) Enclave sin efecto: la reacción de la sociedad civil organizada (SCO) comienza desde enero, días después de anunciar el día de los comicios. Dicha reacción no incide en la marcha del proceso electoral.
2) Enclave con efecto retardado: a partir del 22 de mayo, en vísperas de los comicios, se produce una primera consulta a la sociedad civil organizada con motivo del anuncio de la inviabilidad del acto comicial.
3) Regreso al enclave sin efecto: Reacomodada la dirigencia política oficial en la “normalidad” del proceso abortado, la segunda consulta a la sociedad civil organizada a primeros del mes de junio interrumpe su actividad sin llegar a conclusiones efectivas, por lo que regresa al proceso que se reinicia con el próximo anuncio de la nueva campaña electoral, cuyo acto comicial parece ser el 30 de junio.
Si no ocurre el ‘efecto’ podríamos decir que no existe el problema, cuando ello es el verdadero problema. Cuando el ‘efecto’ ocurre retardado emerge el problema en la punta de su ‘iceberg’. Nos quedamos ahora en este problema de superficie; porque el problema de fondo lo hemos explicado reiteradamente en nuestras investigaciones.
Los sectores que apoyaron al “taita” (Hugo Chávez, cuyo mito del “maisanta” llanero quiso él revivir) en 1998 y que pretendieron participar aportando conocimientos y compromisos, se fueron desgajando del entorno del “taita” en, al menos, tres grandes bloques: los primeros fueron intelectuales, académicos, altos funcionarios, profesionales del derecho, historia y comunicación social. Los segundos expresan todo el conjunto de comandantes pares del presidente, que se alzaron con éste en los intentos de los golpes de estado del año 1992. Los terceros se vinculan con el pequeño partido Patria Para Todos (PPT); el llamado “polo patriótico”, que cada vez más capitaliza Chávez y su amorfo partido Movimiento de Quinta República (MVR), se va limpiando de aliados camino del monopolio político de la ideología patriota. Según analistas políticos como García Mora del periódico El Nacional, el PPT demuestra para este momento la mejor disciplina partidista con vocación democrática. El taita no tiene capacidad de debate porque el suyo es un discurso único construido cada vez más con base en un monólogo; no admite señalamientos que no le gustan aunque les oiga, ni oposición a la que no sólo no tolera sino respecto de la cual detenta una incapacidad cultural para decir que existe.
El problema se torna complejo cuando con relación al estado tanto el individuo como el colectivo no encuentran mediaciones. Sin “asociación” no puede constituirse la “relación de la sociedad civil”, y sin grupos intermedios como notables o corporaciones comunitarias, el individuo no puede establecer su “relación de ciudadano”. Sin estas intermediaciones, el estado se apodera de todo el colectivo no dejando originarse ni crecer las relaciones de ciudadanía ni de sociedad civil. Tal es lo que, en Venezuela, sucede. Como excepción podemos decir que si estas relaciones existen, es solo posible dentro de enclaves o como islas, desde donde se defienden de la tiranía y abusos del estado. Sólo la voluntad de querernos como somos e inventarnos mediante el esfuerzo productivo puede conducirnos a un proceso de crecimiento donde el cambio cultural puede acontecer desde la cultura misma, sabiendo de la difusión cultural (Cf. Devereux, 1975). No puede acontecer desde el esquema del privilegio que brinda con exclusión el taita, sino desde la obra que ofrece con inclusión el emprendedor social.
Enclave Organizativo y el Sesgo del Enmascaramiento del Abuso.
En la inflexión de la suspensión de los comicios del 28 de mayo, el eje del desplazamiento del ethos matrisocial se correspondió con el desplazamiento en el tiempo y espacio sociales del taita. Pero fueron interceptadas por escritores de artículos de fondo en la prensa nacional, por entrevistados en tertulias de radio y televisión, y al fin por la acción de la “sociedad civil organizada”: COFAVIC, Red de Veedores de la UCAB y Queremos Elegir9. Desde su situación de enclave, en el cual logra subsistir su el tejido social, estas organizaciones provocan un proceso de intercambios con el estado, cuyos efectos se resuelven como “cortina de humo” que a su vez enmascara la acción abusiva del taita. Si dicha pro-vocación se originó como efecto retardado, uno de sus resultados termina siendo un “efecto perverso”. Tal “efecto perverso”(Boudon, 1982) lo vamos a interpretar desde una antropología política teniendo como datos las evaluaciones realizadas por analistas en los artículos de fondo del periódico El Universal de los fines de semana próximos al 28 de mayo.
El pensamiento del fundamentalismo étnico se dibuja su tramo estructural homólogo: la ineficacia de las instituciones. Si el fundamentalismo busca la eficacia no es otra que la mágica, para proclamar las formalidades de las instituciones, pero cuyo funcionamiento real a favor del colectivo no entra en sus intereses ni en sus esfuerzos. El fundamentalismo étnico adquiere un cariz utopista expandido por todos los escenarios (liderazgo, partidos políticos, escaramuzas sociales), pero con ello no va a solucionar los problemas sociales, sino a montar teatros políticos, para dejar que el simulacro también histriónico del mandatario pudiera albergar un espejismo de esperanza10
La soberanía absoluta de la nación frente a otros derechos más fundamentales del individuo como el derecho a la vida, la libertad, la moral., se ha levantado como una coartada que permite mantener la figura del taita crecida al tiempo que explota lo más perverso del etnicismo nacionalista: el diferencialismo de la cultura como motivo para la confrontación social y política internos. De la historia heroica al halago al pueblo se orillan el trabajo y la convivencia esforzada del ciudadano. Detrás del soberanismo nacionalista emerge la verdadera sombra de la soberanía del estado como tiranía contra la nación y la centralidad de la persona humana. El tiempo histórico se encamina cada vez más hacia el respeto de la persona humana como sujeto de derecho a la libertad individual, mientras que la “revolución bolivariana” del taita parece involucionar hacia un tiempo de tiranía estatal de tipo totémico ¿Es posible en esta involución que emerja una sociedad civil? La ley del más fuerte supone un desequilibrio tal de las condiciones de los poderes, que al no poderse negociar éstos, la estructura democrática carece de realidad. Un diagnóstico de existencia de una democracia conlleva forzosamente el de una sociedad civil, según lo cual el pueblo para que sea verdadero tiene que llegar a ser sociedad (Cf. Zambrano, 1988). En el modelo del taita conceptos y realidades se encuentran en contradicción: hay “mucho pueblo” y “poca sociedad”. Implicará que las “hambres ancestrales del pueblo” (Zambrano, 1988) no podrán satisfacerse; como sustituto, quedará el esfuerzo del taita por mantener al pueblo con sus ilusionismos11.
En este marco situamos las interpretaciones sobre la suspensión de los comicios del 28 de mayo. Mientras el presidente de la República, sin las estridencias que suelen contener sus discursos, interpreta que el hecho ocurre gracias al funcionamiento de las instituciones emergentes, y ello dentro de la temeridad mostrada por los funcionarios del Consejo Nacional Electoral (CNE), los artículos de fondo de la prensa razonan una postura opuesta. Con enormes recursos dedicados al proceso electoral, el estado muestra una enorme incapacidad para gerenciarlos. Sin esta capacidad, no se sabe cómo es posible originar un verdadero cambio (revolución), que se supone debe beneficiar a las grandes mayorías. Ya no se trata solo de montar un teatro político; ahora se pasa además a darle un contenido veraz con base en el cuento de que las instituciones emergentes se hallan en pleno funcionamiento. Los marcos de este cuento se sitúan en los cielos de la supra-constitucionalidad del Congresillo. La supraconstitucionalilad y la transitoriedad de los poderes constituyen las condiciones propicias para manejar éstos con harta arbitrariedad, inmiscuyéndose en los ámbitos de los otros, y aún interviniéndoles. Así el Congresillo y su taita, manipula los procesos electorales, las fechas, las decisiones, a costa de la independencia institucional del Consejo Nacional Electoral. “El único complot posible fue el autocomplot de la irresponsabilidad e ineficacia. Todos los protagonistas de esta humillante comedia pertenecen a la V República: CNE, TSJ, Fiscalía, Defensoría del Pueblo, Congresillo, Contraloría y el propio Presidente, son los únicos con acceso a las instituciones que manejaron el fracasado proceso eleccionario. La pantomima se asemeja a una de Cantinflas... Los directivos del CNE querían llegar al 28 para demostrarnos que no era posible efectuar las elecciones. Más allá de una incidencia cantinflérica, para el país significa frustración, engaño, fraude moral, y pérdidas que muchos estiman por encima de los 700 millardos de bolívares, si consideramos el costo de la incertidumbre económica, política y social”12.
En resumen, el fundamentalismo etnicista y la soberanía absoluta del estado sobre la nación, determinan la dinámica farsesca de las instituciones, de suerte que cualquier elemento positivo para desenmascarar el entuerto de la tiranía o imposición del estado es aprovechado como “efecto perverso” para hacer sinuosa la democracia y aparentar que se participa en las grandes decisiones del estado.
Conclusión: El Tótem y el Complejo Cultural.
Las dificultades culturales en Venezuela radican en su misma cultura: “no nos queremos como somos” y ello nos obliga a vernos al revés, de modo que no aceptamos problematizar nuestra cultura. Esto quiere decir que el problema no se encuentra sólo en el taita, en la cabeza, sino también en el colectivo, en el cuerpo social principalmente: no permite influencia alguna desde ningún enclave interior ni exterior.
Pero el taita de la V República en vez de los procedimientos progresivos, utiliza los regresivos. Las “llaves de Chávez” son un ‘kino de la suerte’ o lotería del voto, en un colectivo cuya cultura es jugar siempre a ganador, pues es malo correr riesgos. Las “llaves” conducen al colectivo a hundirse más en una masa gregaria regresiva. El asunto ya no es el procedimiento, sino que las “llaves de Chávez” funcionan y funcionan bien. Su “funcionamiento perfecto” indica más que una “democracia imperfecta”; en Venezuela por la psicodinámica cultural de doble estructura, dicho funcionamiento implica un permanente desplazamiento de los actores, que comienzan haciendo un trabajo “celestial” y terminan cayendo en un desplome “terráqueo” (Cf. Hurtado, 1999), o lo que es lo mismo no hacen un trabajo en la base social con respecto a una enseñanza/ aprendizaje de la participación en las comunidades locales (Cf. Villasante, 1995).
En una cultura fundamentalista, anclada en el eje paradigma de la dependencia materno-filial, lo que se cultiva como principio del placer es el mesianismo. No es un mesianismo vengador, que supone una elaboración compleja, sino la de un apocalipsis recolector, la del ritual de cargo o de la destrucción del presente para adelantar mágicamente el futuro, pensado como pleno de gracia y bienes. Es la compulsión del pecho bueno o abundante por el que se suspira sacramentalmente (=políticamente).
Si la ley se redescubre en los países de la supuesta “democracia perfecta”, es porque se ha estudiado a fondo la antropología política que encierra, antes de desarrollar su sociología. Si no se cuida o trabaja esa libertad, la muerte es la amenaza permanente por abandono. Los vacíos de ciudadanía automáticamente los llena el poder del estado. Si además la cultura colectiva decide por “imposición” las relaciones sociales, la tiranía del estado se hace primitiva, más brutal. Cuando el taita habla de que otorga la libertad de prensa, de religión, de caminar, de pensar, siempre se guarda el segmento homólogo de la amenaza a dichas libertades. Si el problema se localiza en el gusto o juicio de la voluntad personal, bajo reconocimiento de condiciones sociales mancomunadas, hablar de “democracia participativa” bajo condiciones de un estado autocrático resulta un sucedáneo espurio, porque la democracia no “se participa”, no se otorga como una gracia, no se impone con todo el poder enajenante.
En conclusión, nos hemos dejado a demoler en la clave de la “imposición”, el falso mito de la participación, así como el de la responsabilidad de los electores. Haciendo una mueca al taita Chávez, por traer una alusión de la pasión por la libertad de Don Quijote, hemos de concluir que Don Quijote enseñó la libertad al pobre Andresillo (cosa que no hace Chávez), lo que no hizo el viejo hidalgo fue enseñar a Andresillo (personificación del pueblo) a defenderse de su amo, el rico Juan Halduno, (que mucho menos hace Chávez). El tótem no ha sido muerto, ha sido animado. Lo que hemos hecho aquí con ocasión de la postergación de los comicios del 28 de mayo, ha sido denunciar la sinuosidad de la democracia venezolana y su falso mito de la participación, con el objeto de buscar un punto de partida firme y alcanzar el camino conducente, al fin, a nuestra libertad política. En este momento venezolano, el nacionalismo cultural y la política autoritaria se alían entre sí pero a costa de la democracia.
BIBLIOGRAFIA.
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Publicado en Ángel Baldomero Espina Barrio (ed.): Conflicto y Cooperación. Antropología en Castilla y León e Iberoamérica, VIII, ediciones de la Diputación de Salamanca y del Instituto de Investigaciones Antropológicas de Castilla y León, Salamanca, 2005, 327-336.
notas a pie de página:
1 Es el término coloquial con que se designa a la “Comisión Legislativa Nacional” (CLN) que hace las veces de la Asamblea Nacional en el período de transición.
2 José Tomás Rodríguez Boves fue un marino asturiano de Gijón que fue confinado por la autoridad española en la población de Calabozo, en Los Llanos centrales de Venezuela. Surgida la revuelta independentista, logra que un ejército de gente de color negro, mulato, mestizo, zambo, etc le siga para enfrentar a la clase alta oligárquica y a las ciudades ricas del norte que habitaba. Derrotado y muerto en Urica (Estado Monagas), su mesnada pasa a la causa patriótica por otro caudillo llanero, José Antonio Páez. En el imaginario venezolano, Boves representa el antihéroe frente a Bolívar que es el gran héroe.
3 Así se auto-calificaba en sus “catilinarias”, Juan Vicente González, escritor venezolano y vocero del partido conservador en la diatriba política en torno a 1850.
4 No parece que sea ésta la vía hacia la construcción de la democracia, pues lo que se hace es configurar una masa gregaria. Si algo es antidemocrático es el gregarismo y la masa. Lo utilizamos así debido al uso.
5 Nosotros (Hurtado, 2000) hemos mostrado los antídotos culturales de la modernidad en Venezuela hasta el día de hoy, pero decimos ahora “moderno” por convención a partir del criterio de Adriani para quién la modernidad (modernización) en Venezuela comienza en 1936, año en que muere J. V. Gómez.
6 Este comportamiento no se recoge en el modelo general de la escuela sociológica de Jesús Ibáñez, cuyos cuatro polos analíticos son los comportamientos: conversivo, perversivo, subversivo y reversivo. No es un comportamiento serio como los dos primeros, ni divertido como los dos últimos. Participa de las dos dimensiones como una farsa seria, para no encuadrarse en ninguno (Cf. Villasante, 1991, 31). A los productos sociales originados en la cultura matrisocial hay que buscarles nuevas categorías y tipologías
7A partir del texto de R. J. Velásquez, cuando hablamos de democracia es un decir; se le llama así. Metiendo en un mismo saco los términos de democracia, igualdad, libertad, masa, pueblo, líder, organización, etc. Pero conceptualmente no son lo mismo y analíticamente se pueden contraponer en modelos analíticos como igualdad y libertad, masa y pueblo, democracia y demagogia, etc. En nuestra cultura los venezolanos llamamos democracia a lo que es igualismo, a la parejería, a la masa social primaria. Pero eso no es ni un concepto, ni realmente democracia (moderna).
8 Nosotros (Hurtado, 2000) hemos detectado el fenómeno y lo hemos conceptuado como enclave. Más tarde hemos encontrado que Pérez Oramas lo conceptúa como isla (El Universal, 25/03/2000).
9 Comité de Familiares de las Víctimas. Se refiere a las víctimas del llamado “sacudón” o “caracazo”, una explosión social en Caracas durante los días 27 y 28 de febrero de 1989.
10 Cf. S. Caula: “Pablo o el desengaño” y Pérez Oramas: “El Bochorno”, en EL UNIVERSAL, 27/05/2000.
11 Gavarini Di Turno: “Soberanía y Humanismo” EL UNIVERSAL, 15/05/2000. Brassesco: “La Soberanía como coartada”; Pérez Oramas: “El Pueblo y los expertos”; Bahachille: “Rehén del Subdesarrollo”, en EL UNIVERSAL, 17/06/2000.
12 Bahachille: “La estupidez ilustrada”, EL UNIVERSAL, 03/06/2000.
1 Es el término coloquial con que se designa a la “Comisión Legislativa Nacional” (CLN) que hace las veces de la Asamblea Nacional en el período de transición.
2 José Tomás Rodríguez Boves fue un marino asturiano de Gijón que fue confinado por la autoridad española en la población de Calabozo, en Los Llanos centrales de Venezuela. Surgida la revuelta independentista, logra que un ejército de gente de color negro, mulato, mestizo, zambo, etc le siga para enfrentar a la clase alta oligárquica y a las ciudades ricas del norte que habitaba. Derrotado y muerto en Urica (Estado Monagas), su mesnada pasa a la causa patriótica por otro caudillo llanero, José Antonio Páez. En el imaginario venezolano, Boves representa el antihéroe frente a Bolívar que es el gran héroe.
3 Así se auto-calificaba en sus “catilinarias”, Juan Vicente González, escritor venezolano y vocero del partido conservador en la diatriba política en torno a 1850.
4 No parece que sea ésta la vía hacia la construcción de la democracia, pues lo que se hace es configurar una masa gregaria. Si algo es antidemocrático es el gregarismo y la masa. Lo utilizamos así debido al uso.
5 Nosotros (Hurtado, 2000) hemos mostrado los antídotos culturales de la modernidad en Venezuela hasta el día de hoy, pero decimos ahora “moderno” por convención a partir del criterio de Adriani para quién la modernidad (modernización) en Venezuela comienza en 1936, año en que muere J. V. Gómez.
6 Este comportamiento no se recoge en el modelo general de la escuela sociológica de Jesús Ibáñez, cuyos cuatro polos analíticos son los comportamientos: conversivo, perversivo, subversivo y reversivo. No es un comportamiento serio como los dos primeros, ni divertido como los dos últimos. Participa de las dos dimensiones como una farsa seria, para no encuadrarse en ninguno (Cf. Villasante, 1991, 31). A los productos sociales originados en la cultura matrisocial hay que buscarles nuevas categorías y tipologías
7A partir del texto de R. J. Velásquez, cuando hablamos de democracia es un decir; se le llama así. Metiendo en un mismo saco los términos de democracia, igualdad, libertad, masa, pueblo, líder, organización, etc. Pero conceptualmente no son lo mismo y analíticamente se pueden contraponer en modelos analíticos como igualdad y libertad, masa y pueblo, democracia y demagogia, etc. En nuestra cultura los venezolanos llamamos democracia a lo que es igualismo, a la parejería, a la masa social primaria. Pero eso no es ni un concepto, ni realmente democracia (moderna).
8 Nosotros (Hurtado, 2000) hemos detectado el fenómeno y lo hemos conceptuado como enclave. Más tarde hemos encontrado que Pérez Oramas lo conceptúa como isla (El Universal, 25/03/2000).
9 Comité de Familiares de las Víctimas. Se refiere a las víctimas del llamado “sacudón” o “caracazo”, una explosión social en Caracas durante los días 27 y 28 de febrero de 1989.
10 Cf. S. Caula: “Pablo o el desengaño” y Pérez Oramas: “El Bochorno”, en EL UNIVERSAL, 27/05/2000.
11 Gavarini Di Turno: “Soberanía y Humanismo” EL UNIVERSAL, 15/05/2000. Brassesco: “La Soberanía como coartada”; Pérez Oramas: “El Pueblo y los expertos”; Bahachille: “Rehén del Subdesarrollo”, en EL UNIVERSAL, 17/06/2000.
12 Bahachille: “La estupidez ilustrada”, EL UNIVERSAL, 03/06/2000.
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