lunes, 17 de noviembre de 2025

DUELO DE LA MEMORIA parte 1a.

 

¿Acaso existe algo llamado país? ¿Más allá de decirlo, será posible hacer país como invención creativa? ¿Cómo se sitúa el entendimiento ante el muro de perplejidad que supone saber lo que es y/o debe ser un país para acometer su desafío pro-activo? Ya el uso múltiple del vocablo indica la confusión y también la pérdida de orientación en el peso y medida del ser de ese algo para que el entendimiento lo precise y comenzar a saber. Se percibe que en los diferentes usos se juegan los sentidos geosociales en que se inserta la noción de país, según los colectivos humanos y sus modos de organización, con referencia a la historia y la política, el territorio y la cultura, la emoción y la memoria.

Son usos de aplicación unas veces ubicados en niveles etno-políticos, otras veces geo-espaciales, y a veces se llega a un proceso de interiorización social y ético frente a los niveles superficiales de lo político y lo étnico identitario; dicha interiorización aparece como problema cuando se cruza con vivencias que tienen que ver con la proyección de lo social donde la memoria se juega su capacidad simbólica-real en hacer país y constituirlo. En seguida emergen las dificultades de hacer país según los datos que hemos develado en el trascurso de nuestra investigación diseñada respecto de las primeras décadas del siglo XXI relativas al país especificado como Venezuela.

En los traqueteos de cambio que han afectado a este país por parte de su población se han encontrado vaivenes profundos en su sentimiento, que llevan a una complejidad de saber el país, combinándose a veces con el saberse del país; del país que duele con la entrada a sentir y formular el duelo de país; del país que se va con tal fuerza que obliga al que se queda a introducir al país a su animosidad y sentirse con el país arrojado a un exilio interior; del país en desesperanza se pasa a un país migrante de sí mismo; del país soñado en diáspora, el pensamiento se esfuerza por mantener la esperanza sumergiéndose en desvelo de país. Son textos colocados en otros libros, especialmente el de Hurtado, Duelo de País en Contramarcha, 2023.

En dicha cornisa histórica, el pensamiento debe sortear el contratiempo que genera el encuentro de los conceptos con función dispareja de cultura y sociedad: el ser de la cultura actúa con un sentido contraindicado respecto del deber ser de la sociedad; en esta encrucijada el hacer país se halla contrariado de sí mismo a partir de permanentes contramarchas de la política, la economía, la educación, hasta de su misma identidad étnica e histórica. No es extraño que el pensamiento llegara en sus pesquisas hasta la averiguación del país como ausente aunque formal, la de un no-país real en Venezuela, de algo nunca hecho o acontecido aunque pendiente en una memoria enajenada de sí misma; por oposición a la propuesta de un ex-país pensado en el salto negativista de “antes sí ahora no”, anunciando una existencia precaria de país[1]. 

Pese a todos los cuadros de país anteriores, cuando se pretende por depresión social desentenderse del país, y lanzarlo al olvido, surge la esperanza que no cesa de perseguirnos cada día como nostalgia, aunque se sienta como apesadumbrado guayabo de país; también emerge la valentía a partir del testimonio y de ofrecerse el país como algo valioso sea en su movimiento hacia fuera sea en su sentimiento hacia adentro. Aún en esa posible derrota en ambas direcciones, aparece aquello de levantar el ánimo, y decir aún existimos como país ya en la diáspora exterior ya en una diáspora interiorizada. Siempre quedan los rescoldos de país a punto de prender de nuevo la llama viva de país, aunque sea en sobrevivencia. Por eso duele su memoria como asunto de vida total referida a una realidad que se siente más allá de los tiempos y espacios de la historia; entonces hacemos valer el mito de país, es decir, de sonsacar el sentido de lo que hemos sido (pero que no hemos hecho), y la pretensión de volver a seguir siendo. Es cuando la memoria llama al pensamiento a retomar la capacidad de imaginar y empujar a la realidad para soportar aún el duelo como un asunto de afirmación de país.

¿Pero qué es un país para poder sustentar el desafío de hacerlo?

Debemos situarnos en el ser como deber, para poder contestar con justeza conceptual, a aquel nivel de referencia que decimos arriba de ética y su objetividad societal como proyecto. No son suficientes los criterios de la sola territorialidad, por su simpleza, ni de su identidad de conciencia regresiva, sea por natividad (nacionalidad), por originariedad (etnicidad), por autonomía de política regional (etnicidad tribalesca o de localidad indigenista)[2]

Un país es una institución con principio de entendimiento para indicar su soberanía social, institución que tiene que desarrollarse, para que encaje bien su autenticidad dentro del concierto con otros países, y ello con la adultez social que supone pasar del familismo semi-clánico, y trascenderse hasta llegar a asomarse a los márgenes o fronteras ajenas y reconocer a los otros países iguales en su dignidad; para finalmente lograr alcanzar al mundo entero que siendo ajeno, sentirlo como propio. Para ello es preciso integrar sus recursos y su historia para que adquiera peso y medida universales para mostrar su autenticidad seria de país. Nos inspira en este argumento Hugo de San Víctor: en el último despegue, el de la universalidad, la realidad de país consigue el lado perfecto en que llega su ser social. Nosotros indicamos la manifestación en lo que formulamos como la autenticidad de un país serio. A este planteamiento se acercan en sus remates las investigaciones de Levi-Strauss al concluir los “principios del parentesco” y Richard Sennett también en su conclusión de “cuerpos cívicos”[3].

Ciñéndonos al contenido estructural de un país en su nivel de dignidad ética tenemos que hablar de su equilibrio social donde la justicia en las relaciones sociales y su equidad avalan la seriedad de un país. Dicha inspiración la otorga Pablo de Tarso cuando escribe a los Romanos sobre el reino de Dios como paradigma de una sociedad; y el poeta Antonio Gamoneda cuando se encuentra en la estación ferroviaria como punto de llegada de los obreros al trabajo en la mina; es el punto de final del poema, donde apura la imaginación poética para indicar que sin país no hay patria auténtica; ¿dónde se alcanza a ver la realidad de país? Allí donde las relaciones sociales contienen las virtudes de la justicia y la paz[4].

En este marco del modelo ideal, comienza el juego de pensar a fondo la experiencia etnopsiquiátrica del entrar y salir de ser país. Así conseguimos en un capítulo que se dice: Cuanto más lejos estoy del país por hacer, éste se me hace más presente en su posibilidad de hacerse desde dentro de mí. No puedo evitarlo como energía de agua que rebrota. Como un mito me monitorea en cada esquina de mi vida y permanece en mi memoria ¿Será esa memoria que lleva a refugiarse en las alcándaras de la imaginación donde ya sólo quedan el hueco del “recordar es vivir”, o la posibilidad de la memoria organice una sublimación creativa donde sólo el pensamiento  conduzca la activación del país como un “nuevo comenzar”[5], o el intento de creación sociológica de “hacerlo de verdad”? Es desde esta tricotomía planteada donde debemos, de entre los espejismos mezclados, entresacar el auténtico ‘hacer’ país.

¿La memoria puede ayudar a re-hacer país? ¿O se limita a desempeñar la función de una carga de energía que tiene como fin el descargar y desaparecer, o es una energía acumulada que se descarga y su función de vida es activar la conmemoración de lo real en su porvenir?    

Ya la memoria misma es una realidad, que pensada como realidad energética puede activar desde sí a otra realidad trascendente como hacer presente al país reprimido. Su complejidad es mayor, porque puede concebirse cómo la memoria como principio de otra carga energética como es el país en su realidad reprimida. La concepción de la “crisis de pueblo” que plantea Briceño (1971) referida al país venezolano puede indicar la represión en que éste se halla respecto a su propia ausencia de realidad. Es importante plantear a la memoria como aparato en que se represa la energía de un país, energía que pide ser reintegrada en el proceso histórico del país, en la realidad de su porvenir.

Como avance, necesitamos una actualización del país en su historia; el despegue de ese proceso requiere un salto con sufrimiento con el fin de autenticar la verdad del país por hacer. En Venezuela estamos por este motivo en el frontis de celebración que indique el duelo de la memoria. El duelo implica enfrentar la realidad para sanar de verdad las heridas. Sin san(e)ar al país de las mismas, aclimatadas por años, aún por siglos, de cultura antisocial[6], no es posible poner manos a la obra acudiendo sólo a los recursos y vivencias sociales a reactualizar como simbólica sublimación creadora. Porque todavía en nuestra historia con siglos de dicha etnocultura, todo ello revuelto en la fuerza mítica de la que hemos llegado a ser y a actuar el problema de ‘hacer’ país sigue pensado y actuado desde dicha cultura.

Pensándolo bien, un país lo construye una memoria a inventar(iar) con el propósito de liberarlo de la pesadumbre en que está sumido en sus lastres problemáticos de realidad. Lo que se plantea se refiere a la base por establecer desde la negociación política, el trabajo económico, y el cobro en obras de conocimiento. Si esta conjunción de realizaciones no deflagra, se está en disposición de solucionar las dificultades que se le presentan a un colectivo humano en su quehacer existencial para el logro de su justicia y paz.    

La memoria oscurece y al mismo tiempo alumbra. Es oscurana y nos obliga a mirar hacia atrás, a marchar en retroceso; es regresiva. Pero si la apuramos con calor de energía positiva nos lleva a inspirarnos hacia el futuro, a crearnos perspectivas, a proyectarnos. ¿La eliminamos de un soplo? ¿La mantenemos en duelo? Depende de nuestros trayectos históricos, donde el mito necesita ir más allá del ritual para no repetir como automatismo el mismo sentido de vida. La memoria nos ha traído desde el dolor hasta provocar nuestra valentía, pero hemos encallado siempre en el caos que nos ha mostrado nuestro desorden cultural y nuestra ninguneidad societal. Nuestra experiencia a que nos lleva la memoria ha sido el de un pensamiento oscurecido con el que la acción vaga en el vacío, o en la nada, ante el incumplimiento de la norma social con que irrumpe nuestro desorden vital.

¡Duelo de la memoria! Es necesario terminar con el duelo como destino cultural y entrar en un punto de inflexión como significación histórica que es importante merecer. Demasiado tiempo hemos pasado, casi toda la existencia como pueblo, siendo el negativismo social nuestra queja social, y lo hemos venido haciendo con el bosquejo de nuestra etnocultura, esa que nos mantiene en el regazo de la familia matrisocial, en el tiempo del consentimiento y de la desgana social. Es preciso clausurar ya de una vez por todas (apas) el duelo de país, con que nos carga nuestra memoria regresiva y/o negativa de crear país. La esperanza que contiene nuestro trasfondo de ser pueblo exige vigilar nuestra energía de dolientes para remontarnos con ella a las esferas del poder, y así hacer país en un drama de condiciones en que la misma etnocultura se vería compulsionado positivamente, esto es, a vencerse a sí misma. Una nueva constitución del poder respecto del sentido de realidad, reconfiguraría nuestro ‘hacer’ como creadores performativos del país imaginado en los estándares de los países del mundo.   

Un país lo construye una memoria inventada (=creadora) con base en la negociación política, el trabajo económico de sus pobladores con acuerdos de sociedad, y el cobro o pago en obras de conocimiento para alcanzar su independencia en la soberanía nacional[7]. Si este entramado de realizaciones no falla, estamos en disposición de solucionar las dificultades que se le presentan a una aglomeración humana o colectivo social en su qué hacer existencial para el logro de su justicia y paz. Si esto se obtiene, el colectivo ha creado como invención objetiva lo que propone como proyecto cuyo resultado es el de una sociedad[8]. Un país se configura con su territorio con el adentro de una sociedad, y este conjunto se valida con su permanente y serio proyecto de vida y salud (=salvación). El colectivo ya advenido societal que ha logrado la apropiación conveniente de sus recursos territoriales y su intercambio al interior como comunidad, está en situación de un deber para con su memoria. Por su parte, la memoria que está en trance de no saberse a sí misma, no puede responder a su misión de alertar a la sociedad sobre la falla existente en la constitución de su país. El resultado es el de un duelo de la memoria en el llamado que le hace la historia.



[1] Los autores se encuentran con la pregunta sobre la existencia de país en Venezuela. Nosotros lo manejamos como el problema como de ausencia de país, ya en nuestra primera investigación sobre los ferrocarriles y el proyecto nacional en Venezuela en 1980, problema que se profundiza en los años 1998 y 2015. El criterio es la ausencia de proyecto de sociedad como contenido faltante en la forma de país en Venezuela; el vaciado de dicha forma es clave para indicar la ausencia crítica del ser de un país (Hurtado 1990; 2000; 2017). Agustín Blanco Muñoz, director de la cátedra ‘Pío Tamayo’ del Instituto de Investigaciones en la Facultad de Economía de la Universidad Central de Venezuela, persiste en la formulación del ex-país, a partir del planteamiento del conflicto de clases en la estructura social y desequilibrio en la estructura social (Blanco Muñoz, 2000).

[2] En este punto nos referimos a los niveles que asume la medida y peso del uso del vocablo. Así tenemos país nacional, referido a la nación moderna, donde a veces se integran o deben integrarse otros países de menor medida y peso social y político. Por ejemplo, dentro de España, como país nacional, existen otros países  como el país vasco, país valenciano, países catalanes… y con motivos económicos y culturales se habla de país de las espacias, del país de la plata, et… así dichos, con criterios de etnicidad, localidad, superioridad social, economía o cultural… que se inspiraron en la época romántica y se mantienen en el criterio de lo múltiple en la postmodernidad; surgen así sus objetivos de identidad cultural con la pretensión política del nacionalismo, independentismo, hasta la justificación del terrorismo, y por otra parte como motivos de dominio económico y/o cultural,  etc. El criterio geosocial es el de uso más común sin mayor pretensión y referido al criterio de territorialidad como cotidianamente sensible.

[3] “El hombre que encuentra su patria dulce es todavía un tierno principiante; aquél para el que cualquier tierra es su tierra natal es ya fuerte; pero quien es perfecto es aquel para quien el mundo entero es como un país extranjero” (Hugo de San Víctor, Didascalicon, citado en Edward W. Said, Orientalismo, 344). Lévi-Strauss concluye su investigación: “Hasta hoy la humanidad soñó con captar y fijar ese instante fugitivo en el que fue permitido creer que se podía engañar la ley de intercambio, ganar sin perder, gozar sin compartir. En los dos extremos del mundo, en los dos extremos del tiempo, el mito sumerio de la edad de oro y el mito andamán de la vida futura se contestan: uno, al situar el fin de la felicidad primitiva en el momento en que la confusión de lenguas transformó las palabras en la cosa de todos; el otro, al describir la beatitud del más allá como un cielo en que las mujeres ya no se cambiarán” (Lévi-Strauss, 575); y trascendiendo la inicial del parentesco para llegar a la civilidad, Sennett también concluye su investigación: “Pero el cuerpo sólo puede seguir esta trayectoria si reconoce que los logros de la sociedad no aportan un remedio a su sufrimiento, que su infelicidad tiene otro origen, que su dolor deriva del mandato divino de que vivamos  juntos como exiliados” (Sennett, 401). El mito nos persigue para indicarnos la meta imposible por ahora cuando lo impensable está en juego: la conformación de un verdadero país que necesita de un fondo consistente como es el de una sociedad como proyecto para que se genere y se asegure una patria de convivencia y de solución de problemas. La reflexión llega al súmmum de proponer la perfección como meta a alcanzar en su desarrollo; esta modelística resulta importante por sus criterios de orientación, con lo que se refresca el pensamiento para mejorar su labor en precisar el entendimiento sobre las organizaciones de país, de sociedad y aún de patria. 

[4] “El reino de Dios no es una comida ni bebida, sino justicia y paz, y gozo en el Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres. Por tanto trabajemos por la paz y nuestra mutua edificación” (Tarso en Rom 14: 17-19).

“Esto es un pueblo; se construye a base

de paciencia y tierra.

………………………..

España es también una tierra,

pero una tierra sólo no es un país;

un país es la tierra y sus hombres.

Y un país sólo no es una patria;

una patria es, amigos, un país con justicia”.

(Gamoneda, 35-36).

[5] Se trata de que la memoria recoja los materiales antiguos reprimidos en el inconsciente colectivo y los  trascienda más allá de la historia acontecida. Se define como un duelo creador, donde la ansiedad de la ausencia, símbolo de la oquedad que espera en el cumplimento del deseo, se piense como un momento o tiempo de creatividad en advenir, para señalar el comienzo de la realidad nueva. Se trata de una nueva reconfiguración transcendente de la historia de Venezuela aspirando a ser un país bien macerado y vertebrado. Esta versión psicoanalista puede ayudarnos a imaginar las posibilidades de la memoria en el colectivo social a partir de la metáfora del envejecimiento, pero que en nuestro caso se trata de una nueva creación, no desde la ansiedad de la muerte, sino desde la represión de la ausencia (Cf. El Faro Interior, 2025). 

[6] Nos referimos a la cultura conceptualizada como matrisocial. La matrisocialidad es un concepto general, organizado a partir de la estructura psicodinámica básica de la familia venezolana en la que la figura materna contiene la clave significativa. Está constituida por la fuerte dependencia materno-filial, tan invertebrada que orienta también los asuntos sociales del país. La sociedad no es una familia, pero en Venezuela la sociedad se proyecta con los valores  familistas fundados no en la alianza matrimonial sino la alianza sororal en la que la familia consiste en el conjunto de las hermanas con sus hijos. El problema comienza con el mito de la sobreprotección materna que impide al hijo, siempre un niño, confrontarse con la realidad, cuyo resultado es considerarla como una cosa de poco valor. Se conforma así una cultura de la desidia o abandono de la realidad cristalizada en un complejo cultural, el matrisocial. Dicho complejo genera un sentido negativo sobre la sociedad y el país, es decir, de no tematizarlo bien, por lo que se instala en una idea endeble sobre la realidad, en este caso, el país (Cf. Hurtado, 2001: 109-110).

[7] “Recordemos de paso que ningún país puede aspirar a una vida científica independiente si no tiene investigadores puros: y el país que no tenga una vida científica independiente tampoco podrá aspirar a una auténtica independencia política o económica o social. La historia de la ciencia demuestra la utilización inesperada de muchas investigaciones puras en trabajos posteriores donde fueron utilizados esos estudios” (Pardinas, 125, cursiva nuestra).

[8] Cuando hablamos de elaborar ‘sociedad’, base de la vida existencial de un país, nos encontramos dentro del criterio de pertenencia de lo que hablamos. La sociedad se inscribe dentro de una realidad objetivable. Para acercarse a ello, hay que colocarse en un trasfondo ético de comunicación auténtica, como regla del pensar. Los asuntos societales y su ética no son alcanzables por la ‘community’ o ‘gemeinschaft’, ni por una mera convivialidad interactiva. Lo societario en cuanto material, objetivable, demanda fundamentalmente un proyecto, un laborioso esfuerzo por crear relaciones sociales instituidas. Si hablamos de ‘proyecto’ no quiere decir que hablemos de capacidad de maniobra para adaptarse (sin voz, ni discusión) o sólo para impugnar (criticar por criticar sin dar soluciones) al proyecto. Tampoco podemos hablar sólo de cultura, como si el hombre no existiera o como si la sociedad fuera únicamente una ampliación de la cultura (comunidad). Un proyecto exige siempre tanto la existencia de un sujeto que lo produzca o diseñe, como responsable de la obra hecha, como de la constitución de racionalidades en cuanto un ’stock’ de recursos o existencias para llevar a cabo la obra ideada. Más allá de esto, debemos contar con la dinámica social, principalmente conflictiva, porque en ello se juegan diversas orientaciones del hacer, y en términos hermenéuticos coherentes pensar la sociedad como ‘proyecto’ en cuanto refiguración de lo social permite pensar que la sociedad no está hecha por ‘héroes culturales’ o prohombres (sabios, exploradores) como idea historicista, sino por el conjunto de las relaciones sociales a las que se quiere asistir y ser interpelado por ellas. Contar con la hechura de una sociedad apropiada indica la seriedad que estamos dando a la posibilidad de pensar país cuando pretendemos o nos dirigimos exactamente a cómo ‘hacer país’ (Cf. Hurtado, 2000: 20-23).

---------------

 Presentación del libro de Samuel Hurtado Salazar: ¿Podremos hacer país? La sobrecarga de la cultura matrisocial anubla el pensamiento de país. Caracas: Doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Central de Venezuela, octubre 2025, parte 1a.(por publicar).

No hay comentarios:

Publicar un comentario