domingo, 15 de septiembre de 2024

LA MATRISOCIALIDAD EN SU MOVIMIENTO APLICATIVO

Monición: este texto es la presentación de nuestro Opúsculo/10 que trata de las aplicaciones matrisociales. Consiste en una selección temática que al mismo tiempo que expone el concepto de matrisocialidad, su idea es mostrar sus aplicaciones a la organización social venezolana, importante para todo aquél que pretenda introducirse con sus trabajos sobre en la realidad social venezolana.  

No termina uno de meterse en el pozo de un país, y siempre, cada vez que nos metemos, se hace más hondo y se llena de agua dificultando la bajada a mayor profundidad. Entonces se requiere asumir conjeturas para pensar elementos de estrategia y salvar las dificultades en que puede encontrarse la existencia de un país. ¡Cómo andaríamos el camino que nos permitiera avistar esa existencia y que al mismo tiempo la autenticara…! 

María Zambrano (1988) nos ilumina esa andadura en la medida en que actualizamos su propósito de historia sacrificial, y lo elevamos a ausencias de anonadamiento de país; es un esfuerzo dual que indica la búsqueda de lo radical de un país, suponiendo en el intento, el jaque a su posible demolición, como las traídas y llevadas de lo que en su ser el humano tiene la capacidad de crear y destruir al mismo tiempo. 

Pero más allá del sacrificio como crisis, la historia, madre del quehacer de las sociedades, nos debe orientar hacia lo presocial para establecer la infraestructura con que debe contar la construcción de un país, y, de paso, las tentaciones de lo destruible de su ser. La reflexión de ubicar los contenidos de un país nos vienen también de la hipótesis de María Zambrano cuando aquilata que una sociedad se hace perfecta cuando coincide con el contenido de pueblo, y por lo tanto muestra el rostro de la democracia . La auténtica existencia de un país consistiría en esa profunda relación de lo social y lo político, marcos del supuesto de Zambrano con que formularía una ‘sociedad popular’. 

En Venezuela, todo eso está por hacerse, también el país, aún con los elementos de su infraestructura, todos en agraz y dispersos; lo que no quiere decir que estemos ayunos de los elementos para construirlo como estructura. Sabemos que tenemos todos los elementos, pero el problema es que están emborronados en nuestro pensamiento y, por supuesto, en nuestra acción: el elemento de pueblo que debe llenar la vida de un país, como realidad humana, de personas, con la anuencia política; los grupos originarios que dibujan todavía el elemento con expresión tribal según su comunidad virginal (bárbara); la nación que aparece como sociedad formalmente revestida con los poderes legales del estado; la economía a la boca de abundantes recursos naturales y demostrando una estructura social donde el ápice es el de una clase dominante aunque sin capacidad ni pretensiones de dirigente; y el llamado país que se muestra y se señala como circunscrito a un territorio donde los individuos se encuentran, dentro de una geografía demográfica, como habitantes. 

¿Por qué ese borrón en el entendimiento de las relaciones de esos elementos para dibujar un país? 

Porque no se tiene el equilibrio de pensar el movimiento de los mismos en un orden de funciones de realidad; sumando que el pensamiento carece del punto de apoyo para ya mover el mundo de esos elementos, al mismo tiempo que no acude ni atina a dar con la energía como instrumento impulsor de ese movimiento; tal es el representado y requerido por la palanca que supone involucrar a dichos elementos como totalidad de un mundo, el de un país . 

Por su parte, suelen esclarecerse los entendimientos de las cosas cuando se las pone en relación y se las distribuye en un orden que puede suponer lo desigual de los elementos debido a su originalidad asimétrica. Es un modo de entender como representación en cierta alegoría a partir de su movimiento, que nos haga desteñir desde su función su realidad específica en cuanto aporte para organizar la problemática del país venezolano. 

El punto de apoyo no sería sino el de un proyecto de país, cónsono con el proyecto de sociedad, en el que se incluyera la forma del proyecto nacional. La energía que moviera esa barra o palanca del pensamiento, lo constituye la cultura, en la que se jugará el papel de la ética en su objetividad social frente al posible litigio con la moral en su semantización cultural. El exceso de negativismo social que detenta lo cultural étnico en Venezuela dificulta la societalización , cuya consecuencia constituye una disminución de lo ético en la cultura socializada. 

Si la energía deflagra como cultura particular con su moral antisocial la realidad del país pierde el sentido de coherencia y se extingue en su desorden social. Es lo que observamos, por ejemplo, en el proceso educativo (Hurtado, 2006: 55-63). La cultura desde su etnicidad se muestra como el sentido que una población tiene en cuanto acopio de su instalación natural y que ejercita al obrar con la realidad; a su vez ésta adquiere las dimensiones y el carácter de ese sentido. Si ya la etnicidad contiene un impulso decisivo en el “actuar de un grupo en función de su situación y de sus orígenes étnicos” (Touraine, 215) , qué podemos decir de una cultura tan primaria como la matrisocial en Venezuela, que opera desde sus orígenes de apetencia étnica, y desde la cual se definen las dinámicas de las relaciones sociales en una sociedad compleja, cuya acción entra en contratiempos con la lógica societal. 

Si además dicha energía removedora antisocial no consigue la orientación del punto de apoyo del proyecto de sociedad, pronto entramos en la desorientación en las instituciones sociales y la desconfianza nos abruma en torno a sus organizaciones. La energía que impulsa la cultura se convierte en fracaso en la historia del país (Vethencourt, 1974). 

Por otra parte ¿qué y cómo pueden impulsar la energía cultural y el punto de apoyo con respecto a los elementos que pretenden caracterizar el país? 

Aquí exponemos brevemente la caracterización de la orientación de la acción de los elementos estructurales venezolanos que se conectarán con la función infraestructural que mostraremos en el opúsculo: el pueblo (lo popular), los grupos étnicos (tribales), la nación (y su sociedad), la economía, el país. Los autores venezolanos encuentran dificultades para identificar la orientación de acción del pueblo venezolano. No es fácil lograrlo a partir de Briceño Iragorri (1972) que apunta a la “crisis de pueblo” como un elemento de la historia en que el pueblo no ha madurado como debiera ser para una sociedad anhelante de historia. 

Al mismo tiempo Mijares y Briceño Guerrero encuentra la ambivalencia de la acción popular, encajonada ante alternativas no solucionadas según la falta o carencia de tener juicios sobre su papel social, debido a complejos culturales que no le han dejado deslastrarse históricamente (Mijares, 1970; Briceño Guerrero, 1984). La corriente de la antropología venezolana ha dado una reflexión más culturalista, lo cual coloca al pueblo en confrontación con los grupos étnicos, perdiendo como categoría la capacidad de análisis de cara a la sociedad nacional. 

Pero el vocablo de pueblo es en su ser un asunto político, en la tradición de la polis ateniense, nos lo hace ver Pitt-Rivers en su antropología del mediterráneo con el fin de hacerlo entender y ser explicable por oposición al Volk alemán o al people inglés, de carácter romántico (Pitt-Rivers, 1971 [1955]). Y aquí viene la posición de la ideología indigenista que siente que la categoría de lo popular, como proyección adjetivada obscurece el interés por los grupos étnicos tanto para la ciencia antropológica en cuanto objeto privilegiado de la misma, como el de ser clave del entendimiento nacional venezolano y la autenticidad de su porvenir (Hurtado, 1995). 

Pero aún esto es un asunto político que deben resolver los mismos grupos étnicos reacios a enfrentar el poder del estado al eludirlo alejándose de él, como postura anarquista (Cf. Clastres, 1984). A nosotros lo que nos queda en nuestra trayectoria de investigación es indagar cuánto de potencial cultural está incorporado de la etnicidad para-hispánica al concepto nacional de matrisocialidad. Aquí entra a jugar el papel de lo nacional despegándose de lo simple popular, para adquirir la forma de una sociedad en desarrollo de la modernidad en Venezuela. 

En ese despegue hay que preguntarse por la capacidad de las fuerzas sociales por proponerse un proyecto de sociedad sub specie nationale, y saber de problemas que enfrentan en su propuesta y la capacidad de impugnación de los grupos que lo adversan de un modo crítico. De la política a la economía, la historia nos da cuenta que desde la instalación ferroviaria (Hurtado, 1990) a la explotación del petróleo (Coronil, 2002) se ha ido todo al final en excrescencia de falsos desarrollos y al final en la crisis del pacto populista (Malavé Mata, 1987; Moreno León, 2018). 

La economía no ha levantado cabeza de su dinámica mercantil, que impidió ya la formulación de un proyecto nacional (Hurtado, 1990), al mismo tiempo que no destruía, más bien se combinaba con la lógica recolectora (del conuco) con que se han tratado los recursos del país, dando como hecho el sobredesarrollo de la importación de productos manufacturados, y exportando por nuestra parte la materia prima del petróleo, hierro y bauxita para beneficiar el trabajo en la industria internacional. Nuestra experiencia de pueblo aguas abajo se fue ahogándose en el río Orinoco sin llegar al mar. La conducta del ‘todero’ siempre tuvo buena salud (Hurtado, 2002). Se añaden a esta atrasada estructura económica, el comportamiento de la producción petrolera y del capital financiero organizado en enclaves, por lo tanto limitando con las pautas económicas tradicionales. 

Y ¿el país, por dónde anda ubicado en este juego social de la nación venezolana? 

Sin economía industrial firme y favoreciendo la importación bajo la bondad de la abundante materia prima se nos fue entre el derroche y la indigencia (Rivero, 1994), sin clase dirigente que oriente, ni intelectuales que se ocupen de ver para pensar el país (Hurtado, 2000). Un indicador del sentir la consistencia de ser país lo podemos ubicar en la dinámica de los servicios públicos: la deficiencia en el servicio de la luz, va acompañada de la degradación del agua, y la falta de garantía de la obtención del gas y del aseo urbano… 

¿Podríamos hablar de un país serio, aun con respecto a sus habitantes? 

Hay intelectuales como Gustavo Herrera para el que Venezuela no es un país, sino un gentío. Por supuesto, que los autoetnógrafos en nuestra investigación sobre la Élite venezolana y proyecto de modernidad (Hurtado, 2000), al preguntarles sobre la crisis del país la achacarán a la situación ecológica y geográfica como el de ser un país tropical, un país caribeño, quedándose sin palabras de una respuesta ulterior al no avanzar sobre la cultura y la sociedad, es decir, sobre su sentido de comportamiento y organización social. 

En breve, el ser de un país se constituye según las circunstancias concretas en que histórica y geográficamente vive (y se desvive) un pueblo como sociedad con su proyecto, si es que el colectivo social tiene proyecto de sociedad como tal. 

Aquí nos encontramos con la presentación de este opúsculo, donde se nos pide argumentar, con la seriedad científica pertinente, textos sobre la consistencia del país a partir de la aplicación matrisocial, es decir, con la cultura y la sociedad cara a cara confrontándose. En esta diatriba seleccionamos de nuestras investigaciones, conferencias individuales donde se identifica el concepto de matrisocialidad, un artículo de revista sobre una ‘cultura de la pobreza’, extractos de desarrollo teórico sobre la matri-socialidad en su implosión de sentido, y, al fin, una conclusión de investigación dura de nuestro trabajo doctoral sobre el edipo matrisocial. 

La referencia sintética y breve sobre los elementos estructurales sobre Venezuela en su deflagración permiten la referencia de reflexión sobre la ausencia del punto de apoyo (el proyecto de sociedad), y el carácter de la relación primaria que ostenta la palanca (la cultura matrisocial) que debería impulsar el movimiento del país venezolano como un mundo a ser movido y removido. 

Dicha referencia permite columbrar el corto alcance de impulso que puede tener la cultura matrisocial, para a su vez detectar que no tiene un posible apoyo para aún vencerse a sí misma, esto es, crecer en carácter de relación secundaria para transformarse y transformar al país. Por supuesto que el conjunto de los cuatro elementos pueden focalizarse en el ámbito de la sociedad. En este sentido podemos hablar de la estructura de lo societal como superficie, para oponerlo con el polo de la infraestructura de lo presocial que se hunde en las raigambres de su ser y que soporta endeblemente desde lo hondo radical (de raíz) el edificio de la sociedad, con su economía, su país, y sus etnicidades. 

He aquí por donde se expone, en los capítulos que siguen, una muestra de las investigaciones sobre matrisocialidad como aplicaciones para mostrar una infraestructura de baja calidad social, que no dejará de conectarse con el inconsciente cultural como aparato del sentido. Es una realidad que ostenta todo colectivo social y que debe tratarse con una subdisciplina especial como es la etnopsiquiatría. Entramos así pues a un movimiento del submundo social venezolano con la psicoanalización de la cultura etnotípica. 

En el acápite primero se comienza con la preocupación de la conceptualización de la problemática que representa la realidad venezolana. Para no distraernos con prehistorias del trayecto de investigación, entramos a exponer la génesis del concepto de matrisocialidad, cuya explicación puntual resulta un poco larga, para luego centrarnos en este acápite con el objetivo de su importancia para el desarrollo social. Este es un problema que apunta a las políticas públicas y que pasa por colocar a tales políticas en el inicio del ser o identidad de cómo somos los venezolanos. Antes de avanzar de un modo simple hacia el deber ser, con lo que nos estrella-ríamos, tenemos que preguntarnos por lo que puede ocurrir en el camino de un punto a otro, del ser al deber ser de un país. 

En el segundo acápite, aunque se repite mucha narrativa del primero, sin embargo, aquí preocupa identificar y precisar los niveles de análisis del concepto: cuando nos colocamos a nivel psicológico en la compulsión de madre-hijo, es preciso que pronto nos enrumbemos hacia el nivel antropo-lógico, debido que aquél sería insuficiente para elevarnos desde la raíz compulsiva a conectar con la superficie de lo societal. En este caso el nivel perentorio del sentido que ofrece la cultura en su naturaleza semántica, permite dicha conexión con el nivel de lo sociedad, y obtener que la sociedad no puede ser una madre (familia), pero la cultura matrisocial nos describe que las relaciones de sociedad están ‘familiadas’, de suerte que la sociedad está tomada por la familia (Hurtado, 1999). Esto es, la compulsión de la relación madre-hijo (materno-filial) se resuelve como conjuntos de sentido en los arquetipos de madre generatriz, madre virginal y madre mártir. En lo hondo de las relaciones sociales se halla el movimiento de sentido organizado desde estas representaciones antropo-lógicas. Como el objetivo a pergeñar es servir a la investigación social, se asienta al concepto de matrisocialidad como un concepto etnopsiquiátrico, es decir, que señala a una subdisciplina que se describe como una antropología psicoanalítica. 

En el tercer acápite, el concepto de matrisocialidad se analiza como una metáfora conceptual que supone su propia explosión para iniciar la representación de un drama social, el de los venezolanos cuando operan a fondo con su etnicidad en la sociedad. Se remata con que esa explosión ocurre hacia adentro, es decir, es una implosión correspondiente con la especie de matrisocialidad, no es referida a un cualquier contenido de sentido cultural. La descripción del sentido raya en la minuciosidad en los modelos de análisis que se diagraman. 

En el cuarto acápite nos conseguimos con el edipo cultural, en su especie de matrisocial. Pendientes de que no se debe confundir con el edipo psíquico freudiano. La implosión matrisocial lleva a describirse en su plena raíz, con sus consecuencias de sentido en la sociedad. El texto está vinculado a la investigación dura de la tesis doctoral sobre la familia venezolana, y, por lo tanto tiene de soporte la larga y detenida descripción y conceptualización de dicha institución social. Tal texto está remodelado como 4ª conclusión en la segunda edición de la obra, recogiendo también reflexiones posteriores de nuestra investigaciones de 1995. 

El quinto acápite representa un caso, como ejemplo, de la relación de economía y cultura. Se precisan términos que se tradujeron del texto de 2002, como es la idea más clarividente de caracterizar a la cultura como un proceso de desidia con respecto a la realidad, muy cónsona con su polo simétricamente inconsciente del pánico a la realidad. Allí se sigue analizando en su aplicación el concepto de matrisocialidad tanto en su mito de la madre generatriz como en sus consecuencias para la economía que tiene consecuencias en la elaboración de una específica concepción de ‘cultura de la pobreza’. 

En breve, colocándonos ahora en nuestro método demostrativo, siguiendo la técnica de investigación que hemos expuesto en esta presentación, sírvanos el conjunto de elementos teóricos referenciales en torno a la sociedad como punto de apoyo recursivo para nuestro propio haber teórico referencial, y el concepto de matrisocialidad como palanca de trabajo para operar en nuestra acción científica, con el fin de mostrar nuestro modo de investigar en la explicación de cómo puede ser el país venezolano. 

Bibliografía 

Briceño Iragorri, Mario (1972). Mensaje sin destino. Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo.             Caracas: Monte Ávila. 

Briceño Guerrero, José Miguel (1984). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila. 

Casares, Julio (1977): Diccionario ideológico de la lengua española. Barcelona: Ed Gustavo Gili 

“Clastres, Pierre” (1984): en Civilización. Configuraciones de la diversidad. México: CADAL,          205-239 (entrevistado) 

Coronil, Fernando (2002). El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela.         Caracas: Nueva Sociedad. 

Hurtado, Samuel (1990): Ferrocarriles y proyecto nacional en Venezuela, 1870-1925. Caracas:         Ediciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, UCV. 

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Hurtado, Samuel (1999). La sociedad tomada por la familia. Caracas: Ediciones de La Biblioteca    de la Universidad Central (EBUC). 

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Hurtado, Samuel (2023): Duelo de país en contramarcha. De la ilusión de la ‘tierra de gracia’ al     retroceso del ‘golfo triste’. Saarbrücken (Alemania): Editorial Académica Española. 

Hurtado, Samuel (2024): La fiesta interminable. Crítica a tres golpes al concepto de matrisocia-lidad. Caracas: inédito. 

Malavé Mata, Héctor (1987): Los extravíos del poder. Euforia y crisis del populismo en        Venezuela. Caracas: Ediciones de La Biblioteca, UCV. 

Mijares, Augusto (1970). Lo afirmativo venezolano. Caracas: Ministerio de Educación. 

Moreno León, José Ignacio (2018): La perversión populista y sus secuelas. El drama venezolano.    Caracas: CELAUP – UM. 

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Rivero, Manuel Rafael (1994): Del derroche a la indigencia. Una fábula venezolana. Caracas:         Centauro. 

Touraine, Alain (2005): Un nuevo paradigma. Para comprender el mundo de hoy. Barcelona:   Paidós. 

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Zambrano, María (1988): Persona y democracia. Una historia sacrificial. Barcelona: Anthropos.

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