Torres del Silencio (ícono de Caracas) |
En honor a Luis Zambrano
nuestro querido reflexólogo
en la celebración de su cumpleaños
En el baldío,
no lejos de las casas
hay un diario
lleno de hechos olvidado hace meses.
Se envejece a
través de las noches y días a la lluvia y al sol,
va
volviéndose planta, una col, va uniéndose al suelo.
Así como,
lentamente, un recuerdo se transforma en ti mismo.
Tomas Tranströmer. “Sobre la historia”,
Poemas
selectos y Visión de la memoria.
Caracas: bid & co. editor, 2009, V, p. 61.
Con ocasión del sufrimiento que
nos previene de la destrucción del país, quise tematizar el dictado de la clase
con esta preocupación. Somos 6 en el grupo: 5 alumnos doctorando conmigo; el
grupo está agobiado por tal sufrimiento, y al mismo tiempo por el temor a
tratar una temática tan seria como torturante. La atmósfera es silente pero de
desconsuelo, cuando no con expresión de rabia y de lamento. Ya no sabemos qué
hacer ¿Por dónde vendrá la ayuda para
resolver?
Hemos hecho lo imposible por
espolvorear el tema en conversaciones cotidianas y hasta en conferencias. Hoy
nos proponemos que Dios nos diera el poder de diseñar un país exactamente como
el que deseamos que deba ser, y en él sentirnos como antes de su destrucción
(Cf. Foester, 113). Como “recordar es vivir (y revivir)”, traemos a la memoria
lo felices que éramos antes, la libertad de que disfrutábamos, los paseos a la
playa, la comida de mangos en mayo y junio hasta hartarnos, tomar un marroncito
(café) en las panaderías de las esquinas cuando caminábamos en Caracas, lo
distinguido con que nos trataban a los venezolanos en el extranjero, la moneda
del bolívar era fuerte y el nombre de Venezuela era reputado…
No podíamos distinguir éste
país creado con el deseo, del país que existía antes de su destrucción ¿Les gustaría que del aula saliera la
propuesta de crearlo?
El contenido de la clase
resultó un monólogo de mi parte. Los alumnos guardaron un silencio estremecedor
por un momento; luego se levantaron y se ausentaron dando por terminada la clase.
El último en salir se volvió al vano del salón: ¡No, todo muy bien!
Cuando conté a un profesor
colega lo que hice, quedó sorprendido ? ¿La
generación de jóvenes no quieren echar para adelante? No comprendo… Desde
mi punto de vista le respondí: Ocurre que
la gente siente y ve al país a través de los sentimientos que nos deja su
historia: de que todo se arregla con la marcha de los acontecimientos, como
todo lo que se da gratuito, pero estos jóvenes al ver destruido el país han
quedado vacíos, sin sentimiento de país, han quedado ciegos… pero al imaginar
su falta de sentimientos y su ceguera han entrado en shock sentimental y han
despejado su visión...¡recuperaron el sentimiento y la visión!
La destrucción del país no fue
una cosa simple, de eso que se dice que
ocurren cosas, como dijo una autoridad de la Universidad Central de
Venezuela al referirse al derrumbe del techo de un pasillo en dicha
universidad. Ese apotegma esconde una irresponsabilidad. La destrucción del
país tiene de fondo unos responsables, justificados o no por una ideología, al
tiempo que las ideologías expresan una falta de eticidad, cuyo núcleo se define
por una irresponsabilidad histórica.
Si nos descuidamos
(irresponsablemente), con el desconsuelo y la calma después de la explosión de la
rabia o el lamento, enterramos (aceptamos profundamente) al país en situación
de destruido: son cosas que pasan, todos los países han pasado por eso mismo, y
hasta traemos ejemplos para el consuelo a costa de otros: Alemania, Chile,
Cuba, Corea… Toda excusa traída o
inventada a costa de lo ajeno para no reaccionar frente a la depresión y la
muerte de lo propio. En consecuencia, nos autoenterramos con el país dentro de
nosotros, porque con él nos hemos autodestruido (Canetti, 385-388; Sennett, 113-118,
141-144).
Para entendernos, será
necesario procurar el milagro de la resurrección de Lázaro para que salgamos de
la tumba que nos han fabricado, y sobre todo que hemos aceptado entrar en ella.
Es preciso sacarse el país de dentro para revivirlo en nuestras proposiciones,
sensibilidades y sueños, y sacarlo (¡Lázaro sal fuera!) de su tumba en
nosotros, y ponerlo a caminar, aún con todas las vendas y mortaja. ¡Hay que comenzar de nuevo! (Buber, 31)[1].
Y que se comience por sacarse
de nuestra propia autotumba para ver que aún la destrucción de aquél país que
desapareció a martillazos ideológico-políticos resultó positiva, porque ahora
la ventaja es que todo puede ser nuevo en el país recuperado. Como Alemania que
destruida, no necesitó la reconversión industrial, por lo que se ahorró inmenso
costo económico; simplemente tuvo la ventaja que aprovechó (carpe diem), de comenzar de nuevo e
incorporar los adelantos tecnológicos y organizativos en las empresas. Hay que
preparar a los jóvenes para que sepan aprovechar sus ventajas, las personales
conjuntas con las del país.
La realidad es irreversible, y
la fecundidad de este tiempo irreversible también, sería coherente con el poder
constructivo que empleemos en la recuperación del país, si sabemos que se
necesita una correlación de suficiente largo alcance, porque en este trayecto
nos topamos con lo inestable y lo caótico, con óbices y dificultades, del
momento histórico (Prigogini, 395). Si ya la recuperación aprovechando las
nuevas oportunidades del hacer histórico es complicada, también se encarga
nuestra cultura matrisocial, con su negativismo social, de hacer que nos
enterremos con el viejo país destruido.
Para cambiar las suertes, no
sólo es preciso saber llegar con el sufrimiento debajo del brazo, sino también,
como recurso transcendente, con el conocimiento. Sin conocimiento, el
sufrimiento puede derivar fácilmente al resentimiento (cultural en Venezuela) y
al escarmiento con su ambigüedad de aprendizaje, como suele ser su cercanía con
las quejas.
Por otra parte, se ofrece la
violencia para las soluciones, pero esa violencia no puede estar al servicio
del poder para dar motivo al poder de degenerar en opresión; y este de modo
progresivo puede devenir en una violencia que urja a nuestra sensibilización, y
este de modo progresivo ayude a nuestra responsabilidad. “Si no asumimos esta responsabilidad seremos colonizados por la
violencia a través de nuestro propio lavado de cerebro. Así como los síntomas y
los rótulos colonizan, la violencia va colonizando a través de zonas ciegas que
se expanden progresivamente. De hecho, la violencia existe a nuestro alrededor
y en nuestras prácticas cotidianas, y nuestra responsabilidad social no se
limita a trabajar en el campo de los derechos o posiciones feministas
responsables, sino a una posición constante en nuestro quehacer cotidiano”
(Sluzki: 374). Si ya la violencia que nos ciega bajo nuestro descuido, se halla
a nivel de las prácticas cotidianas, la situación tan mistificante en el
planteamiento de la creación (recuperadora) de un país para una innovación,
encuentra sentidos contradictorios que opacan nuestro entendimiento y
compromiso.
Comenzar de nuevo, y
especialmente en la situación mistificadora (en trance) de un país, nos coloca
en el límite tanto del país como de nosotros mismos. No es tan simple eso de
“vivir y dejar vivir” ¿Cómo no se te
ocurrió marcharte del país al observar su deterioro? ¡Deberías haberte
percatado con las señales que daban el tránsito (en trance) de la política y
ese asunto de la revolución! Estamos ante una calidad traumatizante de la
violencia política, donde el que se dice tu protector resulta un victimario cargado
de violencia que te vuelve ciego a la clave del reconocer el poder de consentir o disentir, pero que pretende sobre todo facilitar el resentir, que siempre es una salida
negativista, especialmente en su sobredesarrollo edípico en Venezuela (Cecchin
en Sluzki, 371; Canetti, 361-362; Hurtado, 2019: 74-75; 2020: 96-97).
¿Acaso uno se merece esa situación de violencia cuando se propone
impulsar la energía gratuita para salvar un país? El compromiso es el que
hace salvadora a la gratuidad; pero su manejo es importante porque, estando en
las fronteras de lo divinal o en lo mistificante, se mezcla con la cotidianidad
de la violencia que adquiere la cualidad de banalidad, como el mal. Entonces
tenemos que ir abriendo camino dándole la claridad objetiva de apuntarnos a la
recuperación del país innovado, e ir apartando, a veces a manotazo limpio, esa
basura o monte que se presenta y con la que tropezamos en el camino que no nos
deja recuperar la visión, esa basura o monte como metáfora de la violencia
cotidiana.
¿Cómo apartarla para mantener limpia nuestra visión del camino?
Mediante un poder o capacidad de sensibilización, que presida nuestra
responsabilidad social en las relaciones políticas. Sensibilización que
necesita sostenerse en lo cotidiano, para que los valores de nuestra acción sean
redefinidos por los objetivos últimos de crear un nuevo país como el que
queremos, con realidad original (no
originario como regresión) que nos haga nuevos (de futuro) a toda la gente que
habite ese país. Es la forma de comenzar a constituir o generar una lógica de
la reciprocidad libre, por oposición a las otras reciprocidades como la
aprovechada recolectora, la igualista apetente, la prescriptiva obligada, y la
impuesta tributaria, las cuales generan soluciones cortas, insuficientes o
falsas para el momento de producir un proyecto de sociedad[2].
En la redistribución con lógica
de reciprocidad libre se mantienen las centralidades de los recíprocos, pero de
acuerdo a su sustancia de ser, y, por lo tanto, con su autonomía de ser de uno
frente al otro. La devolución no se remata prescriptivamente, sino queda suelta
para ser trabajada con los méritos y la libertad que se construye a su vez. El único don verdadero es aquél que se da y
recibe sin esperar devolución alguna. Pero cundirá como el saneamiento superior
gratuito a realizar como lo sagrado aún sin dioses. Es la lógica latréutica
o de adoración: es la plegaria que no espera respuesta [interesada o unilateral
(mágica)]. Es la lógica suprema del Ser. Es nuestra Salvación (la Fe). ¡Ojalá!
Dios nos ayude a diseñar un nuevo país después de haber trabajado nosotros
tanto con nuestro compromiso para la recuperación de la visión de país. Falta
nos hace, para sanear nuestro traumatismo mental casi ya sin defensas para
obviar su daño.
Bibliografía
Bolívar,
Simón (1993) [1815]. “Carta de Jamaica”. Escritos
fundamentales.
Caracas: Monte Ávila editores, 76-104.
Buber,
Martin (1993) [1952]. Eclipse de Dios.
México: Fondo de Cultura
Económica, Breviario 520.
Canetti,
Elias (2007) ([983]. Masa y poder.
Madrid: Alianza.
Foester,
Heinz von (1995). “Visión y conocimiento: Disfunciones de
segundo orden”. En Dora Fried Schnitman (comp.), Nuevos
paradigmas, cultura y
subjetividad. Buenos Aires: Paidós, 91-113.
Hurtado,
Samuel (1999). La sociedad tomada por la
familia. Caracas:
Ediciones de La Biblioteca, Universidad Central de Venezuela (EBUC).
Hurtado,
Samuel (2019) [1992]. “El complejo de edipo matrisocial”. En
Matrisocialidad. Exploración en
la estructura psicodinámica
básica de la familia venezolana.
Saarbrücken (Alemania).
Editorial Académica Española. 2ª edición, 272-276.
Hurtado,
Samuel (2020). “El complejo de edipo y democracia matrisocial”. En
Opúsculo de la ‘sociedad popular’
y el poder. Caracas: Doctorado en
Ciencias Sociales, UCV, 94-103.
Mijares,
Augusto (s/f.). La interpretación
pesimista de la sociología
hispanoamericana. Caracas:
Revista Bohemia.
O’Leary
(s/f.). Cartas del Libertador,
recopiladas por Vicente Lecuna, Tomo I.
Prigogini,
Ilya (1995). “De los relojes a las nubes”. En Dora Fried Schnitman (comp.),
Nuevos paradigmas, cultura y
subjetividad. Buenos Aires: Paidós, 395-419.
Rodríguez,
Simón (1916). Defensa de Bolívar.
Caracas: Imprenta Bolívar.
Sennett,
Richard (1982). La autoridad. Madrid:
Alianza.
Sluzki,
Carlos E. (1995). “Violencia familiar y violencia política”. En Dora Fried
Schnitman (comp.), Nuevos
paradigmas, cultura y subjetividad. Buenos
Aires: Paidós, 351-375.
Tranströmer,
Tomás (2009). Poemas selectos y Visión de
la memoria. Caracas:
bid & co. editor.
[1]
Recuperar indica en este tratado volver a empezar, es decir, empezar de nuevo
como una cosa originaria y original, en cuanto cuestión auténtica en su verdad de ser. Empezar implica ese esfuerzo
de innovación primera referida a un
invento o creación del ser. Es lo que queremos indicar aquí con el sentido de
recuperar; más allá de repetir simplemente, se trata de repetir, si hay que
hacerlo, es repetir con competencia, es decir, sub specie creatrice o regeneradora. Es lo que interpretamos de la
colación que nos trae Buber en su encuentro con el anciano pensador o sabio.
“Durante los últimos años, años de guerra, la realidad se le había aproximado
tanto que todo lo veía con nuevos ojos y debía pensarlo todo en una nueva
forma. Ser viejo es cosa gloriosa cuando no se ha olvidado el significado de comenzar; este anciano quizá lo había
aprendido a fondo por vez primera en su vejez. No era de ninguna manera joven,
mas era viejo de una manera joven, pues sabía como comenzar” (Buber, 31,
subraya Buber).
En Venezuela han cambiado
tanto las cosas (la realidad): años de guerra sin terminar, con ambiente de
tiempo como de postguerra, donde se ha destruido todo y todo está en la carraplana (deteriorado como en el
olvido, dejado de la mano de Dios, se suele decir), que debemos de una vez por
todas pensar el país, y para ello adquirir una teoría o visión de país. Ahí es
donde comenzará a ser visto como un país viejo en sus usos civiles, como decía
Simón Bolívar (1993) [1815] en su Carta
de Jamaica, pero con la necesidad de tratarlo de una manera nueva, joven,
como lo propugnaba su maestro, Simón Rodríguez, con proyecto (Rodríguez, 1916). He ahí el sentido que queremos darle al
vocablo recuperar. Tenemos, pues, esa
ventaja aprovechando la circunstancia de la destrucción (del país). Me parece
excelente la preocupación de Mijares (s/f.: 64) de rescatar en Bolívar el
derecho de Castilla (España) que tenía a su favor, y en sentido táctico, la
cuestión era de reparar y no de crear (Mijares, 64, subraya M.), pero en
nuestro caso no hemos tenido orden anterior que reparar para recuperar, ni
derecho a crear para recuperar innovando: nos han destruido como país tanto la
etnocultura que lo deniega socialmente (Hurtado, 1999), como la práctica
política que lo tiraniza como gendarme necesario, y en esto estamos dentro de u
orden militar denunciado por el mismo Libertador Simón Bolívar: “El sistema
militar es el de la fuerza y la fuerza no es Gobierno” (Bolívar en O’Leary,
87).
[2]
Sanear el país mediante la gracia negativa como la condonación de la deuda, es
decir, mediante el perdón de una fechoría, es como decir se fueron sin pagar el
consumo. En la sociedad (que no es una religión, y menos barata), la gracia o
gratuidad social conduce al populismo, a la redistribuccionismo recolector. Los tipos de redistribución con lógica o
marco de reciprocidad puede tipificarse los siguientes, la clave o criterio de
evaluación se encuentra en la devolución:
a) la aprovechada recolectora: “agarra lo que te den, y luego verás lo
que haces”. La lógica consiste en la obligación (cultural) de recibir, pero el
devolver queda en vilo con una libertad de tipo primario, por lo tanto sin
obligación de devolver, aunque se promueve para esto como añagaza. “Aunque sea
fallo agarra como sea”… “Agarra a como haya lugar, y si no hago el lugar”
b) La igualista apetente: la lógica de dar y recibir, apréstate a ello,
después veremos como devolvemos. Ocurrirá la devolución pero dentro de una
estructura simple del intercambio, obtenido en sociedades primitivas o simples,
donde el deseo está en el nivel del compromiso de la gana.
c) La prescriptiva obligada: en la lógica del dar y recibir ocurren una
estructura donde se rebaja o liquida la centralidad de los actores porque la
reciprocidad se maneja a nivel de la simple igualdad de entrada pero después el
fuerte se sobrepone y domina al débil y lo somete a deuda como recurso de su
dominación. La devolución es de baja calidad por parte del débil (endeudado) y
de alta calidad política por parte del acreedor. Se fuerza a mantener la
obligación de devolver, en este caso el bien del poder de base.
d) La impuesta tributaria: en la lógica del dar y recibir, ocurre una
centralidad de poder a costa de una periferia impotente. El centro de poder
impone un orden de impuestos o tributos a su favor a la población periférica.
La redistribución con lógica de igualdad acontece siempre desigualmente a favor
del centro del poder. Las condiciones son la de una sociedad con estado. La
obligación de devolver se impone bajo la ley.
Excelente publicación!
ResponderEliminarGracias, Isaías
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