Lago en el monumento a los Próceres (Caracas) |
LA
CIUDAD CONSOLADA
(poemario
super
flúmina)
Samuel
Hurtado Salazar
Universidad
Central de Venezuela
Caracas,
20 de agosto 2017
Lloren junto a los ríos,
mientras de aquellos sauces penden mudas las cítaras,
los siempre tan dispuestos
al abandono de esa terca empresa
que es nuestro convivir, todo inventado.
Jorge Guillén: “Impulso hacia
la forma: super flúmina”.
En Aire nuestro y
otros poemas. Barcelona: Seix Barral,
1979, 97.
INDICEEl sollozo del ángel negro.
Sombra del río.
Reloj
de los tiempos.
Árbol
de navidad.
El
misterio de la navidad.
Cayado
propicio
Fuentes
de la senda.
Querencia
del Tormes.
A
los tiempos del amor.
Memoria
en trance.
Estado
de gracia.
Ciudad
asunta
Nocturno
auroral.
La
huella consumada.
Historia
breve.
Cuestión
de saltos.
Sentimiento
del pueblo desde la distancia.
La
fuerza del lugar.
Villorido.
País
donde no hay país.
Sentimiento
de playa.
Aguafuerte
de abril en Los Teques.
Pastor
de nubes.
Poema
del concepto
Jardinero
en selva
Apéndice:
Serventesio conceptuado.
la única poesía,
es la que calla y aún ama este mundo,
esta soledad que enloquece y despoja.
(Antonio
Gamoneda)
Un
poema es un recorrido por la bóveda del imaginario, un recorrido de
ida y vuelta, como se pasea por la ciudad. Allí van los deseos, las
ansiedades, el afán de estar en muchos sitios, sin haber ni poder
estar en ellos. Es hacerlo como un navegante que no pone ni un pie en
tierra, y, sin embargo, atraca en sus puertos. Es cabalgar por el
cielo siguiendo el señuelo de las pareidolias sin caer en la
seducción de sus encantos. Porque se trata de andar siguiendo
proyectos que indicarán el amor al mundo, a la ciudad, a la vida.
Cuando el poema narra se comienza a pasear al sabor de la dulzura de
una promesa inextinguible, la de la ternura sentida de las cosas.
La
poesía narra con el pensamiento, colgando de las alcándaras
imaginarias, con miras a adentrarse en el camino de la soledad
fecunda. Porque aquella promesa no se mantiene si no se sabe
administrar dicha soledad1.
Más que asumir la promesa, el poeta quisiera ser trasportado por
ella más allá de todo comienzo posible ¿Cómo presentar uno su
propia soledad a hombros de una promesa de dedicación a hacer
proyectos de mundos, sabiéndose que ello es entrar en situaciones de
quedar fuera de sí, como un trastornado, ante la tarea de las cosas
que exigen, además de tener que despojarse de lo placentero
inercial?
El
tema de la promesa se fragua en un poema, como se cristaliza la
ilusión en la ciudad; y cuando ambos, promesa e ilusión, que
participan también de la similar corriente
de comunicación, piden un flujo con sentido como el de un río con
la vertiente al mar. Un poema sin flujo de ideas para conectarse al
mundo, es como una ciudad que no tiene río (un mito que discurre
sentido), una ciudad clausurada a la historia. La corriente fluvial
lleva a muchos sitios, a cumplir el viaje como promesa de estar en
todos los sitios, como el viaje a Ítaca de Cavafis. Con la
experiencia de que la promesa no se cumpla en Ítaca, sino en cada
andar del viaje. Eso es un poema. Y más cuando la corriente
del río
la forma una retahíla de poemas, que al reconfigurar un poemario, se
llega a la experiencia del andar
habiendo placer
donde la sabiduría como promesa cumplida muestra que el posar en
todos los sitios está garantizado.
El
poema es promesa de vida y de cumplimiento, como un terminal de
llegada; es contarte un mito para que tú lo pongas en práctica, lo
lleves a cabo, lo consumas como un acto de adoración al mundo. El
poema te invita sin pedirte nada a cambio. Inicia tu vida antes de
que tú mismo te embarques en ella, al mismo tiempo que te enseña a
detenerte en los recodos más pintorescos del camino, para que tú
consumas imaginación, memorias y afanes. El río cuando pasa por la
ciudad, la visita, y le rinde honores desde el embalse que forma la
represa del viejo molino. Entonces ocurre el aquelarre de un juego
floral bajo la quietud del remanso, que el río aprovecha para
dejarse penetrar del aire (libre) de la ciudad, misterio alegórico
del sí mismo poético.
De
un momento a otro, la corriente tomará de nuevo su curso al mar,
pero dejó la experiencia de vida como la ilusión de servicio a la
ciudad en una dialéctica de la promesa de llegar y de la soledad de
partir ¡Soledad existencial de la promesa cumplida!
Sembrada
de muerte, la promesa vino a despedirse
esperanza
en duelo fecundada, expectantes
de
cultivos los silencios.
(SHS:
Nocturno
auroral)
El
poema muestra lo que es: la siembra de un cultivo como promesa, que
únicamente en soledad el consuelo fecundará bajo el dolor del
despojo al aceptar las cosas para ser transformadas.
No
es tan simple la hechura de un poema: la ocurrencia se torna turgente
de sentido y de pensamiento hasta que se produce la concepción
prenatal de la idea, y ésta a su vez se convierte en un concepto de
orientación, explicación o de consumación de empatía vital. El
mundo espera para ser habitado poéticamente: en este hueco cósmico
se encuentran las cosas de la filosofía, de la ciencia, de la
política, de la economía, del compromiso, de la eticidad, etc.,
cosas ansiosas para colaborar en el proyecto de sociedad. El poema
del Jardinero
en Selva dará
cuenta de cómo se fabrica este proyecto en la lucha agónica entre
el jardín y la selva.
La
ciudad es un trasunto de poema viviente en esta vertiente del sentido
de sociedad. Y el poema como navegante entre las orillas del río
hace que la ciudad amanezca con ese sueño de ser, de llegar a ser,
sociedad urbana. La promesa poemática y la soledad del poeta
pretenden hacer posible la convivencia social, cuando ambas son la
escuela por excelencia de que uno primero aprenda a convivir consigo
mismo. El transcurso del poema se dirige hacia esa profundidad
problemática.
Es
entonces
cuando,
más que en la noche, tú vives en la cólera
y
en el amor también. Y te detienes.
Desandas
la ciudad y te reúnes
a
otra profundidad también oscura.
(Antonio
Gamoneda, Ida y
Vuelta)
Sólo
así se puede pensar el proyecto como obra de conjunto, de mayor
envergadura que el de una simple promesa corriente
abajo por el
río para no llegar a ningún sitio. En el poema, la ciudad, el río
y la promesa escalan las alturas de la soledad con las fantasías
lúcidas del plano arriba y con las fantasías azabachadas del
críptico abajo, a mayor profundidad que como tal también es más
oscura.
El
pensamiento poético se teje desde las raíces hondas de la ciudad
que simboliza el inconsciente, escenario propicio para navegar los
recuerdos y hacerse un lugar inventado desde el lugar primigenio de
sus arraigos ancestrales, y así hacer lugar al poema y a su promesa.
Por eso la ciudad es una narrativa con corriente
que discurre haciendo lugares; con este fin necesita de historia para
que se exprese la conexión con el alma. Si la casa simboliza el
inconsciente femenino2
con su ánima
para representar lo íntimo y lo privado, la ciudad se ofrece como el
inconsciente masculino en este poemario, con su ánimus
correspondiente. Un inconsciente de lo público, de la historia y del
viaje, navegado constantemente por los trasuntos de la vida para no
estar en ningún sitio porque nos prometemos
estar en todos; es como también lo apunta Rilke en Ossott (p. 20).
La
sabiduría como promesa de auto-cumplimiento raya en los límites de
la perfección ética (Hugo de San Víctor) para mostrar lo que el
sociólogo añade al mito: la idea del proyecto de sociedad como lo
propio ajeno de carácter urbi
et orbi. Como
si lo que es de todos fuera de nadie3.
El poema se hace cargo de esta idea desde la misma vivencia de los
arraigos míticos, cuya raíz inevitable autentica la responsabilidad
del pensamiento en su sabiduría. Por eso la ciudad necesita
comunicación, corriente de río, que le lleve a todos los lugares,
como avance de su ser urbano, sin permanecer en ninguno de los
lugares, como desafío del proyecto de llegar a todos los sitios del
mundo.
Sin
río la ciudad está cerrada a la historia y al viaje. Hay que abrir
un cauce a la extensión de la ciudad, a su región o provincia hasta
llegar a la referencia del mar, que es el universal urbano. Además,
sin cauce de agua que discurra
corriente no
es posible la depuración de los sentimientos en sus avatares, de los
recuerdos inmediatos que nublan el alma, ni la sublimación de lo
ancestral que no despega inteligencia, ni la actualización de la
memoria siempre asociada a ese pasado atávico. Se necesita del río
como un símbolo donde flote purificado el pensamiento, y su
disposición para el trabajo de la realidad filosófica, científica,
ficcional o memoriosa. Dicho decante es esencial para fabricar con
oportunidad (carpe
diem) el
tiempo del poema, ese tiempo necesario para que se macere el alma, es
decir, la sabiduría como promesa del quehacer cumpliéndose, un alma
que como dice Ossott (p. 20) llegue a volverse Alma Mater, esa madre
propicia que es el espacio y tiempo de la universidad
del andar en la peripatética de los siglos.
No
nos encontramos a gusto en nuestra ciudad
a ser consolada
si no hubiéramos
promesas, promesas de sabiduría e imaginación donde posar nuestros
sueños. Promesas donde el Alma como propicia macere nuestro amor a
la ciudad, sea un macerar ficcional, filosófico o científico. Es
esa promesa la que tiene la última palabra de echar a caminar la
esperanza de la ciudad. Promesa de sabiduría, de orientación, de
molde, que constituya las medidas de la inserción en la ciudad y las
medidas del salto también a dar para poder amalgamar la soledad
personal y la demostración pública de lo poético. Porque la ciudad
consolada como
urbana carece de lugar, y, sin embargo, es perentorio contar con la
existencia del lugar abierto y, al mismo tiempo inventado, para
saberse que todavía se transita por la historia del cuerpo y por el
mundo terrenal.
La
poesía, la verdadera que goza del pensamiento y que ayuda a pensar,
siempre debe encontrarse en un estrado
de gracia,
según Pavesse en Ossott (p. 20), es decir, entronizada en una tarima
de auctoritas
moral que la
sobreponga, o sobrepuje como los ángeles, a la realidad cotidiana.
Si la elegía constituye una lágrima para el consuelo de la realidad
degradada, es necesario que el decante poético nos lleve a que el
cumplimiento de la promesa sea como el de la profecía auto-cumplida.
Así podemos decir con un justificado pavoneo que: él (ella)
se llevó más de la mitad de la herencia científica del trabajo que
se hizo, pero yo me quedé con su atmósfera poética, que se volcó
hacia el rescate de la tradición poética desde antaño dormida, y
casi para el olvido, de mi historia íntima. ¿Y cómo ella
va a hacer fructificar la herencia si yo le sustraigo la sabiduría
que me otorga la promesa de cada poema?4
He aquí el desafío del otorgamiento que me propongo en este
poemario sobre La
Ciudad Consolada:
sin sabiduría que promete para ser cumplida no hay estilo
(literario), ni ciencia (social y antropológica).
Si
cada poema es un recodo de parada breve en el río, el conjunto del
poemario se convierte en una larga travesía, donde van a caber
muchas experiencias que se van reatando consigo mismas y con los
pensamientos de otras travesías paralelas. Una tal ex-periencia
(=viajar viendo cosas) poética es la travesía óptima que añuda el
sentido más sublime con los tiempos laboriosos del quehacer
cotidiano. Así, en el desglose de La
Ciudad Consolada,
junto al sollozo del ángel negro y la sombra del río, aparecen las
fiestas, su gozo protector del misterio y las querencias de ternuras
que la fuente y el río Tormes procuran a la fantasía; en seguida
llega la presencia de las luminarias de la gracia y la ciudad divinal
en que se convierte la sustancia poética. La alegoría del plano
arriba pronto se hunde en lo críptico del nocturno siempre a punto
de la aurora, para solucionar la historia de los saltos vitales y
concurrentes.
La marcha del viaje despega desde la raíz del lugar
(Villorido) y del sentimiento del pueblo (Paredes de Nava), siempre
en referencia a la ciudad (Salamanca, Valladolid, Caracas), donde a
su vez se pregunta por la existencia del país (Venezuela) y
desemboca en el umbral de la playa (Pampatar, Isla Margarita) como
símbolo de apertura a soñar con otros mundos, otros países. Allí
conviviendo con el compromiso de cumplir con la promesa del poema,
aparece la soledad del aguafuerte de la naturaleza abrileña en la
montaña de la ciudad de Los Teques, la soledad de la inteligencia
pastoreando nubes diligentes en la Universidad Central de Venezuela,
la soledad de la faena laboriosa de producir conceptos para hacer
posible la ciencia social y antropológica, y la soledad de la selva
que pide como trabajo propicio la hechura de jardín como símbolo
utopiano de la sociedad en una ciudad asilvestrada.
¿Cómo
anudar secuencias tan distantes en la lógica de la ida y vuelta,
distantes en el espacio del estar allí y estar acá, distancias de
geografía y cultura entre el pueblo castellano sin río, ni
montañas, sin verdor del bosque aún de encinas, y la ciudad de
Santiago de León de Caracas, atravesados sus valles por ríos,
flanqueada por verticales montañas, y sus bosques de selva tropical.
Una vez hice un viaje
poético5
desde la cumbre de Urbión, donde nace el niño
Duero (de
manos de Gerardo Diego), con descanso detenido en el claustro donde
la ciencia, el rezo y el ciprés se recrean en el monasterio de
Silos, hasta llegar a concluir lúcidamente en el bosque del campus
universitario
de la ciudad de Caracas, para seguir acogiéndome a la inteligencia,
a la ciencia social y al andar
habiendo placer
de la razón urbana.
Siglos
de historia, siglos del mito, conservando la energía de la crónica
etnográfica, del ensayo y del poema. Este libro de poemas super
flúmina es un
desafío de la libertad y de la consolación (esperanza) para los
tiempos de oscuridad que marca el reloj de los tiempos en Venezuela.
Tiempos en que no hay febrero con nieve, ni lluvia en marzo, pero sí
mucho sol en abril y permanentes flores en mayo, esperando que el
aguafuerte de abril dé paso a la floración con que comienza el
invierno (lluvias) de mayo. Es la ciudad de las tierras altas, la que
inspira la dicha del recorrido poemático y le unifica en torno a la
promesa de amor al mundo y de la soledad de ternura al río, la
conexión poética que nos lleva a las aventuras de la fantasía
sentimental, del mito antropológico y de la historia social.
1
“Es con la soledad
de fondo de cada hombre con lo que el poeta se solidariza
¿Cómo llamar a esa soledad con la que la generosidad del poeta
solitario alcanza a comunicarse? ¿Cómo referirnos a esa soledad
que el poeta, ingenuamente, libremente, encuentra entre la barahúnda
de las herramientas que nos rodean y con la que conversa, con
serenidad o patetismo, hasta la llegada del amanecer? Su nombre
clásico ha sido alma
y no parece fácil hallarle otro mejor. De alma a alma, se fragua la
solidaridad entre la soledad del poeta y la de su lector. Alma
desnuda, donde la infinitud amenazada de lo posible aguarda.
Saint-John Perse habló de la altivez perpleja y grande del alma
sin guarida; un poeta de nuestra
lengua, Vicente Aleixandre, dice así:
Alma
de amor que vela y se separa
vacilando,
y al fin se aleja tiernamente fría”
(Fernando Savater. La
tarea del héroe. Barcelona: Ediciones
Destino, 2000, 388)
2
Es lo que nos enseña la experiencia de la
poética de Hanni Ossott: Cómo leer la
poesía (Caracas: bid & co.
Editor, 2005, 65). Nuestra poética es la del símbolo masculino, la
vida pública en la ciudad. La conexión con el animus
(a diferencia del ánima)
es la comunicación ciudadana: una ciudad que no esté en las
alturas (montaña, castro, peña, páramo, otero, alcor, mota…) o
que no se vea desde esas alturas, no logra estar defendida de las
alimañas de la mediocridad y lo superficial, pero tampoco sin esas
tierras altas de la ciudad se puede soñar, con la sabiduría de las
promesas, los proyectos de la sociedad urbana.
3
“El cuerpo que acepta el dolor está en
condiciones de convertirse en un cuerpo cívico, sensible al dolor
de otra persona, a los dolores presentes en la calle, perdurable al
fin, aunque en un mundo heterogéneo nadie puede explicar a los
demás qué siente, quién es. Pero el cuerpo sólo puede seguir
esta trayectoria cívica si reconoce que los logros de la sociedad
no aportan un remedio a su sufrimiento, que en su infelicidad tiene
otro origen, que su dolor deriva del mandato divino de que vivamos
juntos como exiliados” (Richard Sennet: Carne
y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental.
Madrid: Alianza, 1997, p. 401)
4
Tal es la idea que recojo de León Felipe en su
poema Desnudo y Errante:
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡mudo!
Y ¿cómo vas a recoger el trigo
y alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
5
Dicho viaje está narrado en Chortal
y Ciprés. Mis pensamientos antropológicos.
En mi blog http://pensamientosantropologicos.blogspot.com
mes de julio de 2011.
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