celda en cárcel de seguridad |
He vuelto a leer Resistencia y
Sumisión. No sé cuando fue por primera vez, desde que compré el libro en
1970. Dietrich Bonhoeffer resultó una personalidad cuyo atractivo obedece a mis
años hippies de 1968, cuando pasé un
año en Londres. Entonces sonaban con fuerza autores luteranos alemanes, que
impulsaban una renovación en el pensamiento cristiano, y que en su tiempo de
vida (años 1930 y 40) dieron que hablar por su oposición al proyecto totalitario
de Hitler en Alemania.
Mi motivo de entonces tuvo un sentido intelectual, cuya emoción se
vinculaba con la filosofía de la liberación en América Latina, que entre
paréntesis tenía inspiración de ciencia marxista.
La vuelta a leer Resistencia y
Sumisión[1]
obedece a un ritmo de buscar preguntas con calidad de respuesta para el
problema venezolano.
En los comienzos de la revolución bolivariana (2000-2003), el ritmo de
la búsqueda se refirió a estudios de sociopolítica. Eran años de movilización
frente a un pueblo que aplaudía engatusado a la revolución con tapadera
marxista.
¿Cuándo no en Venezuela se
encuentra la aglomeración social delirando la palabra cambio, enamorada siempre
en su consciente-inconsciente de las revoluciones desde la independencia política?
Pero ahora en la culminación de la revolución, y destapada de su
marxismo y en su tope político, el ritmo de búsqueda viró a temas de remanso
socio-religioso-político, como consuelo de liberación profunda y aprendizaje
social. Es nuestro consuelo de esperanza activado. Comenzó con un artículo
encomendado por el departamento de Comunicación de la Universidad Católica
Andrés Bello, que titulé: Magia y
Política del Vivir a Gusto, (17 de marzo de 2017).
Después de rematar mis materiales de investigación organizados en 6
libros, desde septiembre he desempolvado libros comprados antaño, para volver a
leer la relación entre religión y política en estos tiempos que persisten cada
vez más turbulentos en Venezuela, ya en el límite. Pero Bonhoeffer nos previene
al explicar su título respecto al inconveniente, y también de la imposibilidad,
de fijar dicho límite, so pena de matar el ritmo de vida y fecundidad de las
situaciones que se nos presentan, ya se nos vengan como de un mar de fondo a
tragarnos:
A pesar de las fuertes olas
del mar, contra mi conjuradas,
de vuestro canto oigo las notas
aunque lleguen ahogadas.
(Der grüne Heinrich, citado por Bonhoeffer, 59).
Porque es una revolución
marcada por la destrucción del país, lo que hace de éste una reclusión del país
al estilo cubano bajo cuya asesoría avanza dicha reclusión, y nos recluye
asimismo a cada ciudadano en nuestro quehacer cotidiano signado por las
dificultades y obstáculos, presentes en un país de ausencias.
Con búsqueda o no, la lectura
tuvo el sentido del dolor de país, cuya emotividad brotaba del sentimiento de
reclusión a que nos ha empujado el programa político de la revolución
bolivariana. La lectura ha sido densa, por lo menos en las primeras 70 páginas,
referidas a ‘Cartas a los Padres’. Su objetivo profundo fue infundir a éstos el
consuelo debido a su detención por la Gestapo.
¿Y cómo yo argumento a mi gente el consuelo, y aprendo el relato de mi
dolor de país para que ese dolor sea fecundo en la vida futura de este país
enloquecido por su reclusión?
Después, la lectura se hace más
contemplativa cuando se lee el ‘Informe desde el Cautiverio’ y en ‘Cartas a un
Amigo’. Sus pensamientos sobre el cristianismo sin religión me retrotraía a mis
prácticas con la gente; pese a su luteranismo, la limpieza que hace la Iglesia
reformada del cristianismo nos enseña mucho a los católicos a depurar el
sentimiento de lo religioso de cara a Jesús de Nazaret, el Dios Humanado o el
Hombre-Dios: mito antropológico y misterio teológico de la esperanza humana.
Pero se interrumpía su relato
porque los bombardeos sobre la ciudad de Berlín eran intensos al final del
Segunda Guerra Mundial en los años 1944 y 45. Así yo retornaba a mi
tranquilidad por comprender la serenidad de aquél hombre que vivía, pensaba y
sentía una libertad suprema al considerarse condenado a muerte en un campo de
concentración del nazismo hitleriano; suprema libertad como la canción más
hermosa, la del cisne moribundo porque éste ya canta sin temor (Bertolt
Brecht).
Mi lectura ahora se encaminaba
por la senda de la situación venezolana en la que siento una reclusión personal
a partir de la reclusión amplificada del país mismo. Lo que tengo de valor
agregado es también como Bonhoeffer: la posibilidad de vivir, pensar y sentir
con una experiencia intensa el país. Esto a su vez retroalimenta mi pensamiento
sobre el negativismo de sociedad con que ocurre la ‘solución venezolana’,
negativismo que se despliega afirmativamente a favor de la destrucción
impulsada por la misma revolución bolivariana.
Las situaciones nunca vienen y
van insípidamente solas. Siempre lo hacen acompañadas con un sentimiento que
les otorga un valor o sentido. Mientras las situaciones persisten, es el
sentido el que da la clave de interpretar el total de las situaciones, o mejor,
la situación total, que en Venezuela es la situación signada por el dolor de
país.
Mi situación personal: apenas
soy en Venezuela, hoy día, un simple profesor, jubilado de la Universidad Central
de Venezuela, que ha tratado de explicarse lo que pasa en el país desde lo que
es y ha sido siempre, es decir, de su etnicidad o cultura antropológica, proponiendo
también lo que desea ser y cómo lo puede ser, y lo que debe llegar a ser como
su desafío histórico. Por esta entrada, sé de todos los sentidos de la acción
en torno a cómo se mueve la vida venezolana, y sobre todo, sé cómo organizarlos
bajo un concepto explicativo: la matrisocialidad (1992), concepto que prueba
como referencia el concepto de populismo (1981) bajo la especie de recolector (sub specie de conuquerismo).
Pero esta impavidez de
detección explicativa desde mi llegada al país (1968) como sacerdote, de vivir
15 años en Los Postes, barrio marginal de Caracas (hasta 1983), de cruzar y compartir
el pensamiento en las aulas universitarias con ambiente izquierdoso y de ex-guerrilleros
anarcoides (1973-1979). Todo este bullir del pensamiento y la acción, ha
comenzado a resentirse en su inteligencia por la radical estrechez de país en
que uno vive.
Bonhoeffer lo dice desde la
estrechez de su celda en la cárcel Berlín-Tegel, y aún trasladado a otra cárcel
más segura en 1944. Él vivió esa reclusión bajo la forma de volver a las cosas
más simples y a lo más esencial de la vida. Así se dedicó con todo el tiempo
que le dejaban las horas de los bombardeos sobre Berlín, a estudiar, pensar y
escribir sobre los aspectos más personales como el del cristianismo sin
religión, y refundirlos en los acontecimientos mundiales que se precipitaban
con el desenlace de la guerra. Así logró elaborar en su personalidad una unidad
de espíritu superior y un corazón sensible, herencia social indestructible que
puede quedar adormecida, pero que no se pierde nunca para la humanidad.
Toda lectura actualiza en el
lector las situaciones que se relatan en el texto, y su aplicación forzosamente
las reconfigure en otras circunstancias, base del aprendizaje social. La
distancia o la lejanía de autor a lector te hace, como en los motivos del
cuento maravilloso, revivir mejor y con más limpidez tu situación actual en que vives.
Muy al contrario de la
estrechez de la celda carcelaria, donde Bonhoeffer aprovechaba la disposición
de tiempo y la soledad para crecer en pensamiento y memoria, la estrechez del
país venezolano le priva a uno hasta del tiempo y la soledad, sometido al
stress de buscar los alimentos por los múltiples supermercados y mercados a
cielo abierto, a procurarse el dinero en efectivo por los diversos bancos en
medio del corralito financiero, y por lo tanto sometido a los apuros de pagar
los servicios públicos, los repuestos de los coches averiados, los servicios
médicos y la compra de medicinas inconseguibles por otra parte, y a recluirse
en casa antes que caiga la noche con la rapidez que ocurre en los trópicos, de
ponerle rejas a todas las ventanas y puertas, y hasta la alambrada de trinchera
en los portones y muros, y todavía sometidos a pagar un alto costo por el
servicio de vigilancia privada. Las inseguridades, expresadas en robos, asaltos,
invasiones en calles, casa y urbanizaciones están presentes permanentemente de
un modo sorpresivo.
En Venezuela no pasamos por una
segunda guerra mundial como Bonhoeffer, ni siquiera por una guerra civil como
los españoles, ni una guerrilla armada como los colombianos, pero estamos bajo
un estado de violencia generalizada, con los resultados de una guerra
permanente sin límites de solución planteados. Además, una violencia
generalizada bajo la especie de que en vez de morir el líder por el pueblo, es
el pueblo el sacrificado para que el líder sobreviva y con vida en abundancia.
Otro resultado de la violencia
generalizada se refiere a la ausencia de liderazgo en la oposición política. Si
en medio de esta ausencia surgen voces de líderes, éstos se debaten en un
conflicto sin consecuencias favorables a lo político. Así se dividen buscando
intereses diferentes, desenfocados del interés general en la confrontación con
el grupo en el poder político del gobierno. Si hay iniciativas para buscar el
enfoque de esa confrontación, se reducen otra vez a convocar al grupo de Los Notables que suplantan a la acción
que debe emprender el pueblo.
El desentendimiento como
desorientación social luce como la falta de aprendizaje social porque primero
no existe el dolor de país, por parte de los líderes, y me atrevo a decir que
ni por parte del pueblo mismo venezolano, que está esperando otra vez
consentirse y no estimarse como pueblo. Por eso si se aglutina como masa o
aglomeración social es en torno a un líder bajo la égida de la ideología
marxista-leninista o bajo el ‘carisma’ del jefe militar (un comandante),
carisma que al fin se resuelve en una bravilabia, verbosidad engañosa para
halagar: el vocabulario venezolano tiene a disposición el término plástico de cobero. Así califican a Chávez sus
amigos de adolescencia (el historiador barinés Rafael Simón Jiménez) y sus
compadres de adultez en el cuartel (el teniente coronel Jesús Urdaneta
Hernández).
Nuestra compensación se vincula
con el intercambio de la gente en las colas de los supermercados, de los
bancos, de las agencias de los servicios públicos, y también en los dictados
del aula de clase. Magullado por la escasez de recursos y del tiempo, por las
preocupaciones que rompen la soledad serena y por la falta de soluciones a los
problemas diarios, empero, uno no puede por su autoridad moral sino
sobreponerse y respirar el aire de serenidad ante los otros y con los otros
(familia, amigos, vecinos, alumnos). Porque a pesar de la queja, todo el mundo
espera que se le consuele. Uno adopta su papel, y al mismo tiempo sale
consolado con los consolados, aunque la medicina sea los encuentros
esporádicos.
Si ya esto me permitía el
aprendizaje social del dolor de país, trascendiendo lo local infantilizado, y
aún más allá del compromiso de sentir cualquier tierra como tu tierra natal, esto es, de sentir a
los extraños como tu propia gente, aún aspiraba a lo perfecto, a que nos invita
Hugo de San Víctor ya en el siglo XIV: a que el mundo entero sea sentido como
un país extranjero, a que la gente de la calle de la ciudad total sea sentida
como una sociedad extraña.
Colocando la perfección en
dirección positiva, se trata de asumir lo ajeno o extraño como lo propio. Esto
implica subir al nivel del testimonio con el riesgo de conocer a fondo la
realidad y en condiciones de sacrificar la vida por ella, una vez sentido su
sufrimiento. Es el supremo aprendizaje del país a partir de su dolor. La
invitación del monje filósofo inglés del siglo XIV (Hugo de San Víctor), me la
actualizaba el pastor teólogo alemán de la primera mitad del siglo XX (Dietrich
Bonhoeffer). Y todo ello desde el adentro hondo de la situación de dolor del
país venezolano, que tesoneramente cargo conmigo.
Un país con una selva crecida y
densa (lo cultural), con la que hay que hacer un arduo trabajo de jardín (la
sociedad) ¡Un trabajo digno de Prometeo contra los dioses, esto es, contra la
magia que colma, como cultural, el país venezolano!
[1]
Conseguí dentro del texto la interpretación del título que ofrece Bonhoeffer en
una de sus Cartas a un Amigo: “Dios, no sólo se nos aparece como un ‘Tú’, sino
también ‘embozado’ en ‘lo impersonal’ (destino), o bien, en otras palabras:
cómo el destino se convierte realmente en ‘dirección a seguir’. En
consecuencia, no es posible fijar de una vez para siempre el límite entre
resistencia y sumisión, pero ambas han de coexistir y ser practicadas con igual
decisión. La fe nos exige esta actitud flexible y viva. Sólo de esta manera
lograremos soportar y hacer fecundas cuantas situaciones se nos presenten” (D.
Bonhoeffer: Resistencia y Sumisión. Barcelona: Libros del Nopal de Ediciones
Ariel, 1969 [1951]: 138-139)
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