En Hombres de Tiempos de
Oscuridad, Hannah Arendt presenta al dramaturgo alemán Bertolt Brecht. La
rebeldía como poeta le llevó a expresarla como ideología y militancia
comunista. Pero la poética aspira siempre a la libertad; en cambio, el
comunismo lo pretende por la igualdad. Esta contradicción hacía aguas en la
imaginación práctica del gran poeta comunista de la primera mitad del siglo XX.
Ya Goethe, el intelectual alemán por excelencia
de la época de la ilustración (siglo XVIII) se expresaba: “Los legisladores y
revolucionarios que prometen al mismo tiempo igualdad y libertad son mentes
fantasiosas o charlatanes”.
Brecht tropezaba con este problema porque la libertad y la igualdad,
como antinomias, no se llevan bien en absoluto; ello le afectaba en la propia
movida de su inspiración. Porque consideraba que en su libertad él representaba
la mejor canción. “Es cierto –decía-, aquéllos que alaban el ultraje [de
Hitler], también tienen voces que suenan bien. Y, sin embargo, la canción
considerada más hermosa es la del cisne moribundo: pues éste canta sin temor”
(p. 196). Como esta postura trae consigo malentendidos de los críticos
literarios (comunistas y aún anticomunistas), se fue enrareciendo, como
incierta, la relación entre poesía y política, entre creación y sometimiento.
Ante este problema, Brecht atina con el diagnóstico en “Conversaciones con
Brecht” de Walter Benjamín:
“Lukacs, Gabor, Jurella [intelectuales comunistas] son enemigos de la
producción. La productividad hace que sospechen. Es incierto, impredecible.
Nunca se sabe qué sucederá con la productividad. Y ellos mismos no quieren
producir. Quieren jugar a ser apparatshiks
[gente de aparato estatal], para tener control sobre los demás. Cada una de sus
críticas contiene una amenaza”.
A los enemigos de la producción lo que les queda es la distribución, a
repartir lo que haya. Esto se parece al redistribuccionismo populista del que
sabemos mucho en Venezuela ya en la democracia de los adecos (partido
accióndemocratista); este redistribuccionismo ha favorecido a la expropiación y
control negativista del ya débil aparato productivo en la Venezuela bolivariana
comunista. Todo comenzó con la ley Chá(vez)
que arrebataba a las grandes unidades productivas (Hato Piñero) o las
estatizaba como la Compañía de Teléfonos (Y el Pueblo [con mayúscula] aplaudía
la hazaña del taita).
Se inició así el retraso
histórico acompañado de la regresión psicocultural (matrisocial): es lo que se
padece ya con hondura de muerte y lágrimas en la Venezuela de hoy día. De este
modo se nos hace sensible, muy sensible, cuando “en 1949 (Brecht) se estableció
en Berlín Oriental, donde le dieron la dirección de un teatro y, por primera
vez en su vida, tuvo una amplia oportunidad de observar de cerca la variedad
comunista del dominio total” (Arendt, 194).
Con esta experiencia, la rebeldía poética de Brecht comenzó a palidecer
con su voz de cisne moribundo. Se volvió débil, casi vacía, con raras
excepciones, como ocurrió con ocasión de la tan citada rebelión de los
trabajadores en 1953: “Después de la rebelión del 17 de junio…podía leerse que
la gente había perdido la confianza del gobierno y sólo podía volver a ganarla
al redoblar sus esfuerzos de trabajo. ¿No será más simple para el gobierno disolver el pueblo y elegir otro?” (p.
200)
¿No parece este texto una clave para comprender lo que viene ocurriendo
en Venezuela desde diciembre de 2015, cuando el pueblo elige una Asamblea
Nacional de mayoría absoluta?
¡¡Pueblo esquivo!!
Ese pueblo se volvió inservible para la revolución porque quiere ser
libre. Lo que queda es desentenderse de él, soltarle las ataduras que le unían
al gobierno, “disolverlo”: es la gran metáfora de la química, abandonarlo a su
suerte y conseguir otro pueblo que nos fabriquemos para nosotros como gobierno
revolucionario.
¿No se pretende el camino de la desactivación total de la gente con la
amenaza, que desde todos los flancos converja en el planteamiento de una
constituyente a imponer con visos de
práctica comunal, es decir, lo más conveniente no son los esfuerzos por ganar
de nuevo al pueblo; eso da mucho trabajo y gastos de recursos; lo mejor es
atacar la raíz misma del intercambio (chucuto al fin como populista) y que el
mismo pueblo de una vez deje de ser nuestro deudor populista; es que hasta le
vamos a negar como existente, disolverlo, para construir un nuevo pueblo pero
sometido. El procedimiento es la imposición, que como está asociada a la
palabra Pueblo, la imposición será democrática (al gusto revolucionario).
Llegó el momento en que el poeta Bertolt Brecht, aún sintiendo que su
voz fuera oída como “la canción del cisne moribundo que es considerada la más
hermosa”, se percató que había perdido su energía. Pues había traspasado los
límites colocados para los poetas, y su único castigo era la pérdida de su producción poética. También parece
llegado el momento de que el pueblo venezolano, sin producción (por secuestro de la misma) se habrá tornado arisco
frente a los límites del sometimiento porque le salió un gobierno de amenazas.
El destino de una violencia generalizada
se encuentra en su tope planteado, tanto que estamos delante de una acción de
disolución de algo: o la gente venezolana como pueblo de libertades o el
gobierno bolivariano como revolucionario de igualdades. Frente a esta
alternativa de disolución, sabemos que la cultura antropológica venezolana va
por la igualdad (la parejería), cuando
como sociedad debe ir por la
libertad.
¿Qué es lo que puede ocurrir?
Que dicha cultura (la que decimos matrisocial) facilita los planes de sometimiento del gobierno contra la sociedad.
He aquí el busilis de la cuestión.
COLOFÓN
Los que sabían gemir fueron amordazados
por los que resistían
la
verdad, pero la verdad conducía a la traición.
Algunos aprendieron a viajar con su mordaza
y éstos fueronmás hábiles y adivinaron
un país donde la
traición no
es
necesaria: un país sin verdad.
Descripción de la Mentira, fragmento)
Referencia
Arendt, Hannah. Hombres en tiempos de oscuridad.
Barcelona: Ed. Gedisa, 1992.
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