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Padre Enrique Rodríguez Paniagua, C. M. |
Homenaje
a la
memoria del
Padre Enrique Rodríguez Paniagua
Remanso
de estética social.
La imagen de serenidad y del
triunfo del espíritu que trasmite el papagayo de Aníbal Nazoa, nos lleva al
sosiego final del soneto del Padre Enrique Rodríguez Paniagua, y al triunfo de
la vida sensible con que resonó su paso por la tierra.
Eran los años de 1964 al 1967, cuatro años de comulgación estética con
este sacerdote de los Padres Paúles durante mis estudios en Salamanca. Allí, en
el que llamaban en Salamanca el pequeño Escorial de Santa Marta y en un largo y
moderno salón, los domingos en la mañana asistíamos un grupo de estudiantes a
la audición de la revolución musical moderna del siglo XX, audición preparada y
orientada por el Padre Paniagua: desde la Consagración de la Primavera de Igor Stravinski
estrenada el 29 de mayo de 1913 hasta la música dodecafónica de Arnold
Schoenberg de los años 1940; pero nos colocaba también a Gustav Mahler en La
canción de la tierra; a Karl Off: Cármina burana; y las experiencia de Rafael Frühbeck
de Burgos y Luis de Pablo.
Del mismo modo se prepararon conferencias que dictaba de un modo más
especial el mismo Padre con motivo de aprender a saber ver los cuadros de
pintura moderna con autores españoles como Miró, de los que era confidente
estético y amigo personal.
En la programación, lo importante éramos los estudiantes, sujetos de la
enseñanza/aprendizaje de la sensibilidad estética. Este objetivo representaba
un resorte de alto calibre para percibir y sentir las cosas del mundo: su
visión, su olor, su sonido, a través de la música, la pintura, la literatura y
la poesía. En aquella mansión, también habitaba Timoteo Marquina, de cuya
formidable poética no supimos extraer la suficiente savia que circulaba en su
versolibrismo. De él hemos hecho, sin embargo, suficiente alarde en la
incorporación de sus poemas a los diversos motivos del presente blog.
No es poco que en aquella atmósfera de grata experiencia para los
sentidos y su refinamiento estético, que adquiriéramos, asociado, el compromiso
social, que al pasar a Venezuela catapultamos en la acción social y en el
estudio antropológico de entender al continente americano. No en vano veníamos
de la sensibilidad socio-estética de la movida de Europa con la Primavera de
Praga, el Mayo Francés, la música de los Beatles y el Concilio Vaticano II.
Al enterarme en Mieres, Principado de Asturias, del fallecimiento de
Padre Paniagua, me vino como un remolino de memorias de aquellos tiempos de
acontecimientos estudiantiles a las orillas del Tormes. De las notas que me
procuró el amigo Raimundo Arias, protagonista en este quehacer de aquellos
tiempos y su seguimiento, extraje un magnífico soneto, que creo que reúne aquel
sentido de vida sensible, encomendada al final a su Hacedor, y dándole cuenta
de lo que ha hecho con el capital social que le otorgó el Creador. El sosiego, como motivo indicador, nos
reconforta en nuestro trasiego de tanta zozobra política y social en la
Venezuela que sufrimos actualmente.
SONETO DE SOSIEGO FINAL
Señor, en tu presencia estoy
contento.
No temo tu inspección o mano
dura,
porque sé que me hieres con
blandura
y que me quieres más de lo que
siento.
De lo profundo clamo cuando
intento
con angustia emerger de la
negrura
y a lo profundo bajo con ternura
a sacarme otra vez del
hundimiento.
Después de tanto miedo, al fin
confío.
Después de tanto devanar,
sosiego.
Después de largo lamentar
sonrío.
Yo no quiero tentar la nada,
ciego.
Yo no digo: nacer fue un
desvarío.
Y, pues conmigo estás, a Ti me
entrego.
¡Cómo uno de sus discípulos no puede dejar
de admirar cómo a su vez su maestro con qué sosiego pasa como un poeta (un
creador como tal) y como sacerdote del Altísimo, con qué ternura transita para
entregar a su Señor el capital social que le había confiado! Nos lo deja en esa
creación que es la de un poema del pensamiento místico.
Pero todavía lo entregó
acrecentado en nosotros (en mí), como su propia cosecha de vida. Y así me
siento con aquella referencia de Salamanca de manos del Padre Paniagua.
Rincón de la Salamanca monumental |
El se fue sin saber de su
cosecha; pero esa es la razón de ser de lo que se cosecha socialmente, es la
mejor historia: dejar huella, y hasta donde llegan las huellas, un maestro
auténtico jamás alcanzará a saberlo. Ello representa el misterio en plena
producción. El misterio socialmente tiene el carácter del mito antropológico y
la lógica del proyecto de sociedad. Develarlo sin razón alguna es dañarlo y
condenarlo al olvido, lo que representa la peor de las muertes, junto con su
nada negativa.
Pero también de aquel
anonadamiento de entrega que se va deshaciendo como barro humilde para
difundirse en los demás, tenía plena conciencia, y ello le encumbra ante los
que fuimos suyos como alumnos. Así como lo dice en el caligrama:
El río de la sangre
fue primero una.
Después
sólo
fluir
acumulando
barro
y d
e s h
o j a
r s e.
(1954)
No sé cuanto sabía de río en
tierra de humedales, pero sí de mucho barro en la Tierra de Campos, y de sangre
al contemplar el rosicler espléndido de las alboradas en la línea horizontal de
la meseta castellana, envolviendo de luz sanguinolenta a su lugar de origen.
Éste fue Urones de Castroponce, un pueblo situado en los alrededores de Medina de Ríoseco y de Mayorga de Campos
(provincia de Valladolid).
En la Tierra de Campos, el
barro se convierte en motivo de muchas obras, desde el adobe para la construcción
de la casa, como para que llegue a fruto en la espiga de trigo. Pero también
para florecer en el pensamiento místico, como experiencia monoteísta que
expresara la poesía de Miguel de Unamuno en su poema a Castilla, pero sobre todo al
poema del Cristo Yacente de Las Claras en la ciudad de Palencia. Barro de
tierra mística, por su experiencia de claridad de la luz, como en su vecina
comarca de La Moraña, en la provincia de Ávila, donde crecieron los poemas de
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
Pero ese barro y esa tierra de
los Cristos y los Santos sufre una transformación civilizatoria al transformarse
en campos, esto es, en tierra labrada que eso es un campo. El labriego o
labrador es el cultor de ese barro en la “tierra del pan llevar”, la del hombre
de la labranza, con sentido de profunda asociación con la tierra, como un
técnico de ella y de sus penurias a las que debe arrancar el sustento para
sobrevivir.
Si añadimos a la técnica
labranza, el trabajo artístico de escultores y poetas, de educadores y
artesanos, la comarca se llamaría campos
de la tierra. Así entenderíamos cómo se labran las imágenes por los
escultores y se llenan de luz los cuadros de los pintores de Tierra de Campos,
y cómo el decir de la lengua se convierte en modelo del diccionario castellano
y se diseñan los pueblos con sentido del ayuntamiento político. Los monasterios
se convirtieron en educadores desde el siglo XV, las catedrales y las iglesias
del pueblo más alejado se llenaban de retablos colmados de predelas de pinturas
y las hornacinas de esculturas polícromas.
Esta floración, empujada por el
renacimiento europeo tiene lugar de un modo abundante durante los siglos XVI al
XVIII. Las demostraciones concentradas de este momento histórico, son las
exposiciones de Las Edades del Hombre en la Comunidad de Castilla y León, y así
lo atestigua el prospecto de la exposición que tuvo lugar en agosto de 1999 en
la ciudad de Palencia.
Mucho de todo este panorama
tuvo que posarse en la imaginación de Enrique Rodríguez Paniagua desde su
niñez, como nos ha ocurrido a los nacidos en dicha comarca de Campos, y por lo
tanto extasiarse ya en su niñez y adolescencia, al ritmo que se alimentaba de
la leche materna y comía el queso de oveja pastoreada en los campos recién
segados.
En la tierra de castillos
(Castilla), el mito es el del campo, el de la gente labradora y por lo tanto
labrada junto con la tierra y su barro. Es otra forma más dura, que la del
papagayo venezolano, y más permanente que la del terremoto que surge y se va,
la de enfrentarse con la naturaleza e ir venciéndola palmo a palmo con técnica
y con arte. Esto es, la lucha contra el matorral, el bosque de encinas
improductivo, la ciénaga, y aún la lluvia torrencial que estropea los caminos
de tierra y los convierte en barrizal, hasta adueñarse del reseco y gélido
páramo, rayando los 900 metros de altitud .
Algo de ese trajinar tierracamposino
debió pasar a la sensibilidad de Enrique R. Paniagua para alimentar su recia
estética en muchos campos del saber técnico y artístico. Y todo ello como la
“fuerza del lugar” de los campos, que después se convierte inconscientemente en
motivo de asentamiento de los proyectos de lo universal, por los que
experimentó y echó para adelante el Padre Paniagua.
Imagen de serenidad e imagen
del sosiego, son las encomiendas de este mes de Navidad para mantenernos en la
vigilancia del recuerdo de lo que nos aconteció junto al Padre Paniagua, para
traerlo a la continuación de lo que debemos hacer. Así lo recibimos del
pensamiento de Aníbal Nazoa y del Padre Enrique Rodríguez Paniagua, en
convergencia, para hacernos interpretar con buen tino el paso tormentoso, aún
en tiempos de la tregua de Navidad y Año Nuevo, por el que estamos transitando
en Venezuela.
Conocí a Enrique R. Panyagua siendo estudiante en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde él impartía clases. A poco de ser su alumno, me encontré siendo su amigo. De esa relación especial disfruté casi treinta años. Tengo mucho que agradecerle. Él se portó conmigo como un padre y yo lo quise como un hijo. Sólo tengo para él cariño y agradecimiento. Estando casualmente en Salamanca, resido en Murcia, en 2014, me enteré de que estaba muy mal en el hospital. Corrí a Santa Marta, donde estaba la casa de los Paúles, de ahí al hospital, y pude verlo en sus últimas horas. Me preguntó si había recibido su última carta. La había recibido. En la actualidad estoy intentando sacar a la luz algunas cosas que hizo y no merecen quedar en el olvido, pues fue siempre independiente e inteligentemente sensible. Y de ese extraordinario carácter, de esa singular sobredotación, surgió una obra personal y de calidad que merece ser conocida.
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