Cuando no sabía
aún no vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y
mi corazón.
Yo sentía que la noche era dulce
como una leche silenciosa. Y
grande.
Mucho más grande que mi vida.
Madre:
eran tus manos y la noche
juntas.
Por eso aquella oscuridad me
amaba.
No lo recuerdo pero está
conmigo.
Donde yo existo más, en lo
olvidado,
están las manos y la noche.
A veces,
cuando mi cabeza me cuelga sobre
la tierra
y ya no puedo más y está vacío
el mundo, alguna vez sube el
olvido
aún al corazón.
Y
me arrodillo
a respirar sobre tus manos.
Bajo
y tú escondes mi rostro, y soy
pequeño,
y tus manos son grandes, y la
noche
viene otra vez, viene otra vez.
Descanso
de ser hombre, descanso de ser
hombre.
Antonio GAMONEDA: “Blues
castellanos”. Antología poética,
Alianza,
Madrid, 2008, 91.
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