Antes, mucho antes, de que llegara Colón,
existe en Venezuela el fondo Caribe y Araguaco. A ese fondo cultural hay que
añadir la experiencia del Golfo Triste, la Tierra de Gracia y el agua dulce del
delta del Orinoco en 1498 con que avista Colón a la futura Venezuela, a partir
de lo cual se origina la fundación de las ciudades por los llamados
conquistadores de Castilla y León mediante cabildos y municipalidades. Este
impulso de organización de poblamiento cobra legalidad plena en el
establecimiento de la Provincia de Venezuela, germen de la formación de la
nacionalidad y de la una patria nueva en el territorio venezolano.
Sólo faltaba activar de raíz esa tradición
cívica y legalista heredada de las comunidades de Castilla con ocasión de la
ruptura del contrato social del rey Carlos IV que es obligado a ceder a
Napoleón los derechos del señorío. Dicho fondo lo rescatan las comunidades de
las provincias de la península y con igual motivo y justificación las
provincias de América. Desarrollando este derecho cívico (=nuestro contrato
social), los blancos criollos legitiman su lucha legal por la independencia
política nacional. Dicho contrato social no les viene de Rousseau, ni de
Washington, sino de su misma constitución política, cuyas iniciales se
encuentran en las Cortes de Castilla, reunidas por primera vez en la ciudad de
Burgos en 1169. Siendo también el primer parlamento acontecido en Europa[1].
He aquí el sustrato profundo de la vieja sociedad civil a la que alude
Bolívar en su Carta de Jamaica
apoyado en el fraile dominico mexicano Servando Teresa de Mier en su obra Historia de la revolución de Nueva España.
Lo demás de la carta son detalles de estrategia de lucha internacional para
atraer a Inglaterra a su causa. El contrato social que suscribe Carlos V con
los conquistadores americanos, se identifica al mismo rey y emperador que ha
vencido a las comunidades de Castilla y León en 1521.
Sin observar este fondo no encontramos sino
cuenta cuentos de historiadores que
reducen la razón de la existencia de Venezuela a dos (2) siglos de República
independiente. Reducir significa
simplificar las responsabilidades sociales y políticas a los vaivenes de lo
peor de la herencia histórica: el caudillismo. El verdadero interés de la
específica vida llamada colonial es observar cómo Venezuela evoluciona social y
políticamente como república, a lo que se puede asociar como tal el juicio del
Libertador:
Nosotros somos un
pequeño género humano; poseemos un mundo aparte,
cercado por
dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias,
aunque en cierto
modo viejo en los usos de la sociedad civil[2]
Mijares
(s/f. 52) deduce que “ni era la América –y esto era lo más importante- un
conglomerado inorgánico de europeos y salvajes, puesto que la continuidad y la
coherencia de nuestra antigua sociedad civil habían persistido como un
equilibrio básico”.
Eliminada la
legitimidad por arriba (la monarquía) quedó la base desde abajo legitimando la
república. Las responsabilidades de organizar la vida social se depositaron en
las élites locales nacionales. Si las formas republicanas tienen la capacidad
de instrumentos para llevar a cabo un proyecto de sociedad, queda de parte de
las élites como minorías preparadas (ilustradas) para orientar al pueblo como
ciudadanos con objeto de revisar (impugnar) todo proyecto unilateral de las
élites.
Pareciera
que esas minorías republicanas no han cumplido del todo con su papel (su
deber), pues comenzando el siglo XXI, Venezuela se encuentra extraviada como
República, hasta ha retrocedido civilmente, y aún ha ido perdiendo los
instrumentos que moldearían las formas del proyecto nacional. Nos queda, sin
embargo, aquel modo viejo en los usos de
la sociedad civil que el Libertador apunta como tradición de la cultura
social y política que a través de España nos enlaza con las más antiguas de la
civilización occidental.
El
Libertador en su Carta de Jamaica (celebrando
su bicentenario) nos impulsa a que recobremos la esperanza de recuperación de
nuestra normalidad republicana y crezcamos como sociedad en la forma apropiada
de un gobierno democrático.
[1]
Véase Augusto Mijares: La interpretación pesimista de la sociología
hispanoamericana, Caracas: Revista Bohemia, (s/f), 34.
[2]
Cartas del Libertador, recopiladas por Vicente Lecuna, Tomo primero, 189.
Qué sabroso de leer y cuánto para analizar, Gracias Samu.
ResponderEliminarGracias Nuria por tu comentario. Espero que estés bien por ahí y disfrutes de la vida
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ResponderEliminarQué sabroso de leer y cuánto para analizar, Gracias Samu.
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