C O R I F E O
Víctimae
paschali láudes
ímmolent Christiáni.
Agnus
redémit óves:
Christus
ínnocens Pátri
reconciliávit
peccatores.
Mors et víta
duello
conflíxere
mirándo:
dux vítae
mórtuus,
régnat
vívus.
-Dic nóbis
María,
quid vidísti
in vía?
-Sepúlcrum
Chrísti vivéntis,
et glóriam
vídi resurgéntis:
Angélicos
téstes,
sudárium et
véstes.
Surréxit
Chrístus, spes mea:
praecédit
súos in Galilaéam.
Scímus
Chrístus surrexísse
a mórtuis
vere:
tú nóbis,
Víctor Rex, miserére.
HIMNO
PASCUAL, Misa de Resurrección, Liber
Usualis: Missae
et Officii, Desclée y Socii, Tornaci (Belg.), 1921, N° 780, 691 (secuencia
con canto gregoriano).
et Officii, Desclée y Socii, Tornaci (Belg.), 1921, N° 780, 691 (secuencia
con canto gregoriano).
El pueblo venezolano está llegando a
realizar su felicidad (la de la selva): la ley (su enemigo) se ha desvanecido
en el comportamiento social. La autoestima y los acuerdos sociales se han
alejado ante el abismo del país. Cada vez hay que ir más atrás (regresión) para
conseguir el punto donde retomar el viaje de la sociedad. La felicidad (la del
país -ética-) a construir apenas se vislumbra en una lejanía nostálgica de la
civilidad.
-¿Retroceder
hasta dónde?
-¿Nuestra
falta de autoestima en Venezuela no nos está victimizando?
-¿Acaso
no nos han colocado en estado de víctimas cuando nos condenaron a muerte
nuestro saber de sujetos con cuya capacidad (derechos) alcanzaríamos la
justicia?
Resulta retorcido caminar en Venezuela
desde la etnocultura a la sociedad, sin tropezar con una ansiedad de impotencia
y sufrimiento. Muchas veces caemos en una torrentera de confusión que, si se
convierte en un problema de pensamiento, puede despegar como punto de
investigación de cómo somos como país.
Por este trasunto se desemboca en un
proceso de rechazo al estado de víctimas en que nos encontramos los
venezolanos. La atención entonces se dirige hacia la indignación contra el
daño, que al asociarla al negativismo social de la cultura (matrisocial), resalta
la incapacidad nacional, incorporada a nuestro imaginario, de solucionar los
problemas del país.
Como consecuencia, surge una
auto-indignación expresada como resentimiento de devolver pena por pena a los
que nos han hecho víctimas de la miseria que padecemos. Víctimas y culpables,
pues, a la misma mesa.
-¿Cómo
salvarnos de nuestra propia miseria?
Sólo si aprendemos a sabernos sujetos que
comparten una comunidad de sufrimiento, donde la negatividad sentida como
dolorosa, puede hacernos cobrar conciencia de nuestra postración nacional.
Dada nuestra cultura del placer (y por
consiguiente, la falta de estima para encarar los problemas), es necesario que
este momento de rechazo e indignación penetren con fuerza el tejido social con
el fin de aceptar auténticamente que el sufrimiento pasado (y presente) es
irreversible (los asesina dos están realmente asesinados, los dolientes han
hecho bien su duelo). Esta situación lleva a experimentar un vacío, cuya
tentación parece remitir a una pérdida de toda esperanza. En este medio del
anonadamiento negativo, entra a jugar el potencial de la comunidad de
sufrimiento. Su invitación es a pasar al momento positivo que identifica al
sentimiento compasivo. Este alienta la visión de un paisaje social distinto en
que la miseria, la impotencia y el sufrimiento no tienen porqué ser nuestro
estado normal de existencia. El sentimiento de compasión procura, en
contraposición, impulsar una vida de satisfacción colmada.
Si bien la compasión emerge de un rechazo,
de una denuncia del dolor, su propósito es atender a la comunidad que sufre,
conformando un acercamiento de empatía mediante el compromiso de hacerse cargo
de sus problemas. La distancia con los otros no impide la semejanza e identidad
de sentimientos, aunque nunca serán iguales. El otro conserva siempre su
originalidad insustituible. La compasión realiza a plenitud la idea de la
empatía: comprometo mi sentimiento en la
solución del sufrimiento del otro, a diferencia del contacto superficial
que indica la idea de simpatía.
La compasión no es un mero sentimiento, ni
expresa sólo un sentimiento de mi situación deprimida; es un sentimiento con el
que se comparte, con la hondura de las vísceras, la condición dolorosa de los
demás. La compasión compromete desde su verdad con el sentido de justicia que
reclaman las víctimas; a dicho sentido de justicia, la compasión ha asociado el
análisis que ha hecho antes del dolor sufrido. Así, la compasión instaura la
acción de una humanidad compartida.
Cuando la compasión habita en el
pensamiento, se genera un movimiento de
solidaridad cuya realización la constituye el
cuidado de los otros. La hermandad que impulsa el cuídate del venezolano en la despedida cotidiana del otro (amigo,
pariente, conocido), balbucea aquél cuídate
a ti mismo (ético) de los griegos clásicos. Esta compasión dista mucho de
la asociación que González Alcantud (2003, 103) hace de la compasión con el
altruismo liberal, la filantropía, la piedad roussoniana, la lástima, la
caridad islámica. En esta asociación, se juega la desigualdad social, que
desemboca en una política de dominación sobre los pobres; pero fuera de dicha
asociación se puede jugar de otro modo la ocasión del reconocimiento del otro
dentro de una política de la solidaridad: los intereses o justicia de los que
sufren son la referencia del encuentro con los compasivos. Se configura así la
razón del humanitarismo, no exento del
peligro de confundir el hacer el bien a los otros en una u otra dimensión, cuestión
que puede terminar en una fatiga
compasiva (Didier Fassin, 2012, 3).
Esta fatiga originada en la administración
burocrática y que conduce a una indiferencia por el otro, está lejos de la
compasión vivamente emergente del volcán de una injusticia demandante siempre,
sin descanso, de su redención. Se trata de un perfil compasivo que se articula
con la procura de construir urgentemente una justicia con la cual convive en el
mismo terreno.
-¿Cómo pensar una comunidad de sufrimiento
nacional en el hoy de Venezuela con el aumento de la pobreza a 32,1% y la
inflación a 64% que señala la CEPAL para 2014, de la inseguridad en la calle y
en la misma casa aún detrás de la rejas que uno se autoimpone, del
desabastecimiento que anuncia hambruna colectiva, de los muertos por falta de
medicinas, de los enfermos con hospitales sin capacidad de asistencia médica, del
acoso del estado que pretende someter a la gente a vivir dependiendo de él?
“Si
la pobreza aumentó al medirla por el ingreso pero cayó por el NBI (Necesidades
Básica Insatisfechas, como mide el estado), estamos diciendo que las personas
dependen del Estado para no ser pobres” (Anabella Abadi, BBC Mundo)
Se juntan sin confundirse para el
pensamiento la condición antropológica y el desarrollo histórico. Existe en la
condición antropológica un deseo de felicidad como destino humano. Su
particularidad en la cultura venezolana toma el camino del placer y con este
convencimiento el venezolano cree encontrarse ya en el estado de felicidad.
Este exceso de vida placentera da nacimiento y cimenta relaciones interactivas
tan intensas que la sociedad las experimenta a menudo como si representaran un
peligro para ella (Devereux según Freud, 1975, 14).
Ante las situaciones de peligro que se colocan a la sociedad, es necesario observar bien la compasión identificando a la comunidad de sufrimiento en su condición histórica. Esta condición suele entorpecer permanentemente, con obstáculos económicos, sociales y políticos, aquel deseo de felicidad natural que una gran parte de la población venezolana endémicamente sufridora, cree y aspira a disfrutar. Pero es en la historia, que juega tan mala jugada a lo antropológico, el tiempo donde deben confrontarse los problemas y su solución. Desgraciadamente, la organización social que tan desarticulada tenemos en Venezuela, colabora muy poco en esa confrontación y ello aleja la felicidad social a construir a que debemos aspirar los venezolanos.
Ante las situaciones de peligro que se colocan a la sociedad, es necesario observar bien la compasión identificando a la comunidad de sufrimiento en su condición histórica. Esta condición suele entorpecer permanentemente, con obstáculos económicos, sociales y políticos, aquel deseo de felicidad natural que una gran parte de la población venezolana endémicamente sufridora, cree y aspira a disfrutar. Pero es en la historia, que juega tan mala jugada a lo antropológico, el tiempo donde deben confrontarse los problemas y su solución. Desgraciadamente, la organización social que tan desarticulada tenemos en Venezuela, colabora muy poco en esa confrontación y ello aleja la felicidad social a construir a que debemos aspirar los venezolanos.
La historia actual demuestra un tiempo de
horror, de hambre no satisfecha, desprotección primordial, pobreza persistente,
miseria amenazante, donde se inscriben las desconfianzas más feroces. Una
compasión solidaria no puede realizarse sino a través de asumir el rechazo
dialéctico de tantos males, sin dar chance u oportunidades (consentimiento
matrisocial) a las malversaciones históricas. La impugnación del mal es la
mejor garantía de autenticidad de la justicia que comporta la compasión. Supone
de entrada una práctica de resistencia
contra la insistente ilusión que nos depara la historia de los victimarios: el
verdugo triunfando sobre la víctima.
Dado que el resentimiento define la
dimensión oscura de la estructura edípica de la cultura venezolana
(matrisocialidad), fácilmente podemos caer en confundir justicia y venganza. La
justicia aliada a la compasión coloca a la víctima en el propósito de
reparación de su daño, cuyo resultado es la salvación de la víctima. La
venganza, a partir de la indignación radical, apunta al verdugo con el objetivo
de devolverle el mal que ha hecho a la víctima: se lleva a cabo la ley del
Talión, ojo por ojo. La vivencia del resentimiento es una condición cultural
que lleva a confundir ambos niveles. Si el intento de precisarlos resulta
dificultoso en cualquier sociedad, en Venezuela se complica por su condición
antropológica.
Con el resentimiento a cuestas, el
venezolano se encuentra en una situación natural de compartir la dimensión
moral de un verdugo, como es la del crimen. Pero el resentido, a diferencia del
verdugo, pretende compartir la experiencia de la víctima, la de que el daño no
hubiera ocurrido, pero con el deseo de que el verdugo sufra la misma
experiencia.
Como todo
individuo no nace a su vida práctica sin un aprendizaje cultural orientado a
una moral, es necesario comenzar a salvar nuestra cultura de su resentimiento
estructural. No es posible sacar al venezolano de su cultura sin más, ni
dominándolo socialmente, ni imponiéndole una superestructura educativa o
religiosa, sino mediante el enderezamiento moral a partir de la ética con
ocasión de la solución de sus sufrimientos primordiales e históricos. Así puede
concretar la condición histórica favorable a construir su felicidad como
sociedad: su inicial consiste en que perciba el anhelo de que su realidad como
país, con todos sus horrores, no es algo que sea definitivo.
--------------------
-Devereux,
G. (1975): Etnopsicoanálisis
Complementarista, Amorrortu, Buenos Aires.
-Fassin, D.
(2012): Humanitarian Reason,
University of California Press, Los Ángeles.
-González
Alcantud, J. A. (2003): “La inmigración: estrategias políticas de la miseria y
la compasión”. En Ángel B. Espina Barrio (ed.): Emigración e Integración Cultural, Ed. Universidad de Salamanca y
el Instituto de Investigaciones antropológicas de Castilla y León, Salamanca,
93-107.
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