martes, 25 de noviembre de 2014

POR DÓNDE LA SALVACIÓN DE VENEZUELA



El olvido es mi patria vigilada y aún tuve un país

     más grande y desconocido.



He retornado entre un silencio de párpados a aquellos

     bosques en que fui perseguido por presentimientos

     y proposiciones de hombres enfermos.



He aquí donde el miedo ve la fuerza de tu rostro:

      tu realidad en la desaparición.


Antonio GAMONEDA: “Descripción de la mentira”.

Antología Poética, Madrid: Alianza, 2008, 150.


CORIFEO: Ad Libitum
Bibliotecas, autores, anaqueles, libros, subrayo de párrafos, líneas, palabras, claves de sentido… Cada vez siento más la lejanía de los libros de autor europeo. Sus referencias, sus pensamientos, su información, sus conocimientos, me dejan en la estacada cuando me sitúo para responder por Venezuela.

Porque no me alcanzan sus planteamientos, ni en torno a lo social y económico, y mucho menos a la crítica de la sociedad y sus programas políticos, y ni a distancia luz de alcanzar al sujeto en lo que debemos ser como actores sociales ¿Cómo, en Venezuela, encaramarnos con esos requisitos en la marcha de la humanidad? ¿Cómo salvarnos de nuestro ser mismo, y ponernos a hacer nuestro propio viaje hacia lo que debemos ser, a mejorar lo que somos?

En Venezuela, nos contentamos con lo que somos. No imaginamos lo que debemos ser. Por eso permanecemos en vilo, en stand by, viendo pasar como quien ve llover a otras sociedades con sus esfuerzos de posibilidades para encontrarse consigo mismas mediante sacrificios y alegrías. Ellas han experimentado la banalidad del mal, el anti-sujeto. Han visto las ruinas en que desaparecieron lo que creían era su esencia moral, y se han sobrepuesto a lo humano y lo social enajenante, para encontrarse como sujetos responsables de sí mismas. 


Como oyeron la voz de la humillación y de su degradación a manos de los que  tienen la voluntad extrema del exterminio del otro, se preguntaron más allá de Dios, de la Iglesia y de lo mágico-religioso, si había energías propias, de su mismo ser, para superar responsablemente la encrucijada de su propia historia como proyecto. 

“ya no hay mal ni bien, ni Dios ni diablo. Hay los que descubren al sujeto  en ellos y en los otros; son los que hacen el bien. Y los que buscan matar al sujeto en los otros y en ellos mismos; son los que hacen el mal” (Touraine, Un nuevo paradigma, Paidós, 2005, 122). 

Esta proposición se parece a una visión religiosa, pero de ella está excluida la idea de sujeto, pues no se trata de una esencia, sino del resultado de una acción humana.

En nuestra estacada venezolana, se observa que los esfuerzos individuales se encuentran permanentemente desactivados por las energías regresivas de nuestra etnicidad o cultura. Esfuerzos diluyéndose en los significados de la desidia con que vive el colectivo venezolano la realidad, su realidad. Si Touraine escribe su libro mencionado para avisar sobre el retroceso de lo social y lo humano no sólo en el espacio ilimitado del totalitarismo y del terrorismo, sino también en el espacio interior de lo personal, ¿qué podemos decir del retroceso de una sociedad que se mira con tal desdén y abandono de sí misma que no logra sembrar en su propio espacio las semillas de un mínimo de confianza, la más elemental? 

Es indecible lo expuesta que se halla Venezuela a la aplastante violencia generalizada que viene proyectándose desde su etnicidad narcisista en su historia actual. En Venezuela no vivimos la destrucción de la sociedad, porque nuestro afán es para que ni siquiera exista. Está demás la crítica mordaz (por ideológica) de algo que no permitimos que exista, y con ocasión de su ausencia así nos va en la solución de nuestros problemas.

En el intento de aprender a hacer sociedad, los esforzados tenemos que apelar a nuestro proyecto personal y a levantar la bandera de los derechos humanos en cuyos requisitos  se reconozca el deber ser  que todavía somos, es decir, de las posibilidades de ser sujetos de la existencia misma de nosotros y de los demás, mediante la propia capacidad de resistir a todo lo que nos priva de imaginarnos lo que deseamos y debemos ser.

¿Cómo reconfiguramos las circunstancias sociales y culturales, en que queremos ser reconocidos como actores sociales con capacidad de ser sujetos?

Una de las luchas de resistencia se dirige contra nuestro destino etnocultural, el matrisocial  ¿Cómo liberarnos de ese destino sin la acción de la figura liberadora del padre?

Porque estamos de este modo atrapados en el poder de las entrañas (maternales), es decir, del consentimiento materno con el que se reviste la intimidad de nuestra relaciones sociales. Si bajo tal consentimiento se opera el gobierno de nuestra sociedad, las instituciones estarían a merced de su fractura permanente. La autoridad, fría por esencia, se mezclaría con el calor de lo afectivo del ser femenino, con la contrariedad de los símbolos con que se embrollaría el desenvolvimiento de lo social. (Ya expusimos en 2005 lo que supone esta mezcla simbólica en la producción de estrógenos, en la vía de enfermedades de la mujer venezolana).

Desde el fondo matrisocial, el orden en Venezuela se encuentra configurado  dentro de un complejo de contraposiciones de sentido que no terminamos de resolver. Briceño Guerrero hace del laberinto la metáfora del complejo, de los tres minotauros la de contraposiciones del sentido. Los minotauros están en pugna, enguerrillados, como lo representa el símbolo del hombre con cabeza de toro bravo. En 1994, José Luis Vethencourt caracterizó ese orden social como el de la alta edad media europea. Es la misma caracterización que acabo de oír a Alberto Gruson en 2014. Es decir, una situación de un orden por constituir en el período más obscuro de la edad media. Nuestro análisis cultural en 1995, nos daba el resultado de una situación de permanente desorden originario.

¿Cómo se constituye en Venezuela un sujeto con capacidad de reconocerse a sí mismo, si no está inmiscuido en una resistencia contra una sociedad no seria, social y políticamente, y por ello colmada de injusticia y muerte? A partir de su vivencia anómica, ¿cómo imaginar los éxitos de sus luchas personales contra los espejismos del orden y los fantasmas de las leyes que se da en sus constituciones y legalidades formales? Si los edipos, psíquico (primero) y cultural (segundo), no funcionan satisfactoriamente, ¿cómo pensar que sin estos instrumentos el venezolano elabore y ejercite su independencia afectiva y social (=autoridad/obediencia), es decir, cómo el actor social va a lograr la capacitación de sujeto para su propio reconocimiento y salvación?

Los actores sociales, que se preocupan de devenir sujetos, tendrán que desarrollar una lucha, como tarea de héroes (Savater), contra una etnicidad cuya energía de significado se orienta hacia una acción antisocial y antipersonal y contra un parapeto de sociedad donde la lucha se tiene que resolver contra un desorden y anomia pre-sociales o del pasado comunitarista.

Cuando todo el quehacer de constituirse como sujetos, se encomienda a la educación, se olvida que este perfil ontológicamente ético, se lleva a cabo sólo psicosocialmente, y como tal no llega a afectar a la marcha de la organización social. Además, dicho resorte educativo está inscrito en el molde matrisocial, cuya clave es el placer. Al estar evitado el principio de realidad, ¿cómo presentar la acción del sacrificio para superar el conflicto que se origina en el desorden originario? 

El actor social se mete en un tremendo problema, frente al cual se hace el loco, se volvería loco de verdad o abandonaría la lucha  emigrando (huyendo) de la órbita cultural y social de Venezuela. 

¿Cómo mantener la resistencia contra el impulso antisocial de la matrisocialidad y soportar el sacrificio o sufrimiento de una sociedad que se formula pero que no funciona? El cambio de suerte no puede venir sino de un trabajo de conciencia de sí del actor social, que preside una reflexión sobre las condiciones sociales y culturales heredadas, y en consecuencia que cuestione el retraso histórico de la organización social actual, retraso que significa la falta de solución de los problemas actuales, es decir, de cómo debe vivir una sociedad ya en el siglo XXI. Es una tarea intelectual acometida del sujeto en la medida que reflexiona sobre sí mismo y de su acción sobre los demás. Una acción reflexiva que está avalada por un sacrificio o duelo personal y/o socialmente compartido sin lo cual no hay salvación.          

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