El olvido es mi patria vigilada
y aún tuve un país
más grande y desconocido.
He retornado entre un silencio
de párpados a aquellos
bosques en que fui perseguido por
presentimientos
y proposiciones de hombres enfermos.
He aquí donde el miedo ve la
fuerza de tu rostro:
tu realidad en la desaparición.
Antonio
GAMONEDA: “Descripción de la mentira”.
Antología
Poética, Madrid: Alianza, 2008, 150.
CORIFEO: Ad Libitum
Bibliotecas,
autores, anaqueles, libros, subrayo de párrafos, líneas, palabras, claves de
sentido… Cada vez siento más la lejanía de los libros de autor europeo. Sus
referencias, sus pensamientos, su información, sus conocimientos, me dejan en
la estacada cuando me sitúo para responder por Venezuela.
Porque no me
alcanzan sus planteamientos, ni en torno a lo social y económico, y mucho menos
a la crítica de la sociedad y sus programas políticos, y ni a distancia luz de
alcanzar al sujeto en lo que debemos ser como actores sociales ¿Cómo, en
Venezuela, encaramarnos con esos requisitos en la marcha de la humanidad? ¿Cómo
salvarnos de nuestro ser mismo, y ponernos a hacer nuestro propio viaje hacia
lo que debemos ser, a mejorar lo que somos?
En
Venezuela, nos contentamos con lo que somos. No imaginamos lo que debemos ser.
Por eso permanecemos en vilo, en stand
by, viendo pasar como quien ve llover a otras sociedades con sus esfuerzos
de posibilidades para encontrarse consigo mismas mediante sacrificios y
alegrías. Ellas han experimentado la banalidad del mal, el anti-sujeto. Han
visto las ruinas en que desaparecieron lo que creían era su esencia moral, y se
han sobrepuesto a lo humano y lo social enajenante, para encontrarse como sujetos
responsables de sí mismas.
Como oyeron
la voz de la humillación y de su degradación a manos de los que tienen la voluntad extrema del exterminio del
otro, se preguntaron más allá de Dios, de la Iglesia y de lo mágico-religioso,
si había energías propias, de su mismo ser, para superar responsablemente la
encrucijada de su propia historia como proyecto.
“ya no hay mal ni bien, ni Dios ni diablo.
Hay los que descubren al sujeto en ellos
y en los otros; son los que hacen el bien. Y los que buscan matar al sujeto en
los otros y en ellos mismos; son los que hacen el mal” (Touraine, Un nuevo paradigma, Paidós, 2005, 122).
Esta
proposición se parece a una visión religiosa, pero de ella está excluida la
idea de sujeto, pues no se trata de una esencia, sino del resultado de una
acción humana.
En nuestra
estacada venezolana, se observa que los esfuerzos individuales se encuentran
permanentemente desactivados por las energías regresivas de nuestra etnicidad o
cultura. Esfuerzos diluyéndose en los significados de la desidia con que vive
el colectivo venezolano la realidad, su realidad. Si Touraine escribe su libro
mencionado para avisar sobre el retroceso de lo social y lo humano no sólo en
el espacio ilimitado del totalitarismo y del terrorismo, sino también en el
espacio interior de lo personal, ¿qué podemos decir del retroceso de una
sociedad que se mira con tal desdén y abandono de sí misma que no logra sembrar
en su propio espacio las semillas de un mínimo de confianza, la más elemental?
Es indecible
lo expuesta que se halla Venezuela a la aplastante violencia generalizada que viene proyectándose desde su etnicidad
narcisista en su historia actual. En Venezuela no vivimos la destrucción de la
sociedad, porque nuestro afán es para que ni siquiera exista. Está demás la
crítica mordaz (por ideológica) de algo que no permitimos que exista, y con
ocasión de su ausencia así nos va en
la solución de nuestros problemas.
En el
intento de aprender a hacer sociedad,
los esforzados tenemos que apelar a nuestro proyecto personal y a levantar la
bandera de los derechos humanos en cuyos requisitos se reconozca el deber ser que todavía somos, es decir, de las posibilidades
de ser sujetos de la existencia misma de nosotros y de los demás, mediante la
propia capacidad de resistir a todo lo que nos priva de imaginarnos lo que
deseamos y debemos ser.
¿Cómo
reconfiguramos las circunstancias sociales y culturales, en que queremos ser
reconocidos como actores sociales con capacidad de ser sujetos?
Una de las
luchas de resistencia se dirige contra nuestro destino etnocultural, el
matrisocial ¿Cómo liberarnos de ese
destino sin la acción de la figura liberadora del padre?
Porque
estamos de este modo atrapados en el poder de las entrañas (maternales), es
decir, del consentimiento materno con el que se reviste la intimidad de nuestra
relaciones sociales. Si bajo tal consentimiento se opera el gobierno de nuestra
sociedad, las instituciones estarían a merced de su fractura permanente. La
autoridad, fría por esencia, se mezclaría con el calor de lo afectivo del ser
femenino, con la contrariedad de los símbolos con que se embrollaría el
desenvolvimiento de lo social. (Ya expusimos en 2005 lo que supone esta mezcla
simbólica en la producción de estrógenos, en la vía de enfermedades de la mujer
venezolana).
Desde el
fondo matrisocial, el orden en Venezuela se encuentra configurado dentro de un complejo de contraposiciones de
sentido que no terminamos de resolver. Briceño Guerrero hace del laberinto la
metáfora del complejo, de los tres minotauros la de contraposiciones del
sentido. Los minotauros están en pugna, enguerrillados, como lo representa el
símbolo del hombre con cabeza de toro bravo. En 1994, José Luis Vethencourt
caracterizó ese orden social como el de la alta edad media europea. Es la misma
caracterización que acabo de oír a Alberto Gruson en 2014. Es decir, una
situación de un orden por constituir en el período más obscuro de la edad
media. Nuestro análisis cultural en 1995, nos daba el resultado de una situación
de permanente desorden originario.
¿Cómo se
constituye en Venezuela un sujeto con capacidad de reconocerse a sí mismo, si
no está inmiscuido en una resistencia contra una sociedad no seria, social y
políticamente, y por ello colmada de injusticia y muerte? A partir de su
vivencia anómica, ¿cómo imaginar los éxitos de sus luchas personales contra los
espejismos del orden y los fantasmas de las leyes que se da en sus
constituciones y legalidades formales? Si los edipos, psíquico (primero) y
cultural (segundo), no funcionan satisfactoriamente, ¿cómo pensar que sin estos
instrumentos el venezolano elabore y ejercite su independencia afectiva y
social (=autoridad/obediencia), es decir, cómo el actor social va a lograr la
capacitación de sujeto para su propio reconocimiento y salvación?
Los actores
sociales, que se preocupan de devenir sujetos, tendrán que desarrollar una
lucha, como tarea de héroes
(Savater), contra una etnicidad cuya energía de significado se orienta hacia
una acción antisocial y antipersonal y contra un parapeto de sociedad donde la
lucha se tiene que resolver contra un desorden y anomia pre-sociales o del
pasado comunitarista.
Cuando todo
el quehacer de constituirse como sujetos, se encomienda a la educación, se
olvida que este perfil ontológicamente ético, se lleva a cabo sólo
psicosocialmente, y como tal no llega a afectar a la marcha de la organización
social. Además, dicho resorte educativo está inscrito en el molde matrisocial,
cuya clave es el placer. Al estar evitado el principio de realidad, ¿cómo
presentar la acción del sacrificio para superar el conflicto que se origina en
el desorden originario?
El actor
social se mete en un tremendo problema, frente al cual se hace el loco, se volvería
loco de verdad o abandonaría la lucha
emigrando (huyendo) de la órbita cultural y social de Venezuela.
¿Cómo
mantener la resistencia contra el impulso antisocial de la matrisocialidad y
soportar el sacrificio o sufrimiento de una sociedad que se formula pero que no
funciona? El cambio de suerte no puede venir sino de un trabajo de conciencia
de sí del actor social, que preside una reflexión sobre las condiciones
sociales y culturales heredadas, y en consecuencia que cuestione el retraso
histórico de la organización social actual, retraso que significa la falta de
solución de los problemas actuales, es decir, de cómo debe vivir una sociedad
ya en el siglo XXI. Es una tarea intelectual acometida del sujeto en la medida
que reflexiona sobre sí mismo y de su acción sobre los demás. Una acción
reflexiva que está avalada por un sacrificio o duelo personal y/o socialmente
compartido sin lo cual no hay salvación.
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